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Voto de Ferdydurke:
8
7.6
3,886
Romance. Drama
Gertrud es una mujer madura e idealista que busca el amor absoluto, con mayúsculas, pero sus experiencias sentimentales se ven siempre abocadas al fracaso. Decide separarse de su marido, un eminente político, porque él antepone el trabajo al amor. Se enamora de un joven músico que empieza a cosechar sus primeros éxitos, pero para él, que sólo piensa en sí mismo, Gertrud no es más que una aventura pasajera. Por otra parte, un antiguo ... [+]
28 de abril de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Arde de dolor y deseo.
Estáticas figuras, casi inanimadas, que perecen en una representación teatral hace tiempo olvidada.
Seres espectrales venidos de no se sabe bien dónde que viven en un cielo perdido, prestado, abandonado.
Limbo que transcurre en la difusa frontera que separa la vida de la muerte.
Estos seres de luz exangüe, agónica, comparten con nosotros ese breve lapso de tiempo que se escurre entre dos enormidades vacías.
No se sabe si vivos o muertos, si luz u oscuridad, si tiempo derritiéndose.
El caso es que son seres grandiosos, más grandes que la vida (y la muerte), ya que solo saben de pasiones y verdades; son cultos, elegantes, civilizados, educados, respetuosos, autocríticos, tienen un enorme control sobre sus emociones y viven entre silencios y bellezas, preñados de filosofía, poesía y buena música.
Marcianos que no conocen el mal olor humano, el sabor asqueroso del dinero y el cutre espinazo que se parte ante el desagradable trabajo.
Aquí cada segundo es oro, cada plano es un universo, todo supura, significa, tiene intención, verdad, todo es hermoso, saturadamente bello, como un poema de Emily Dickinson sobre la nada, como el cine japonés más estoico y esencial, como toda la novela rusa encarnada en Ana Karenina, Bresson y sus personajes autómatas, Cocteau, la música lírica y agónica del Schubert más moribundo o del Chopin más delicado, cuadros viejos de religiosidad extática; son santos laicos, carnales, sexuados, repletos, hambrientos de pasiones gélidamente analizadas, como si toda esa carne palpitante y deseante hace siglos que hubiera cesado y ahora le estuvieran haciendo la autopsia unos forenses desangelados, espartanos, feroces, tristes y acabados.
¿Qué decir de esta película?
Puro arrobo extasiado. El anticristo de la chabacanería actual que nos asola.
Excede tanto la vida que acaba siendo más muerte, celestial.
Que la amo a pesar de no ser llanto, de su rígida quietud de pasiones derrotadas por el tiempo.
Viva Dreyer nunca muerto.
Estáticas figuras, casi inanimadas, que perecen en una representación teatral hace tiempo olvidada.
Seres espectrales venidos de no se sabe bien dónde que viven en un cielo perdido, prestado, abandonado.
Limbo que transcurre en la difusa frontera que separa la vida de la muerte.
Estos seres de luz exangüe, agónica, comparten con nosotros ese breve lapso de tiempo que se escurre entre dos enormidades vacías.
No se sabe si vivos o muertos, si luz u oscuridad, si tiempo derritiéndose.
El caso es que son seres grandiosos, más grandes que la vida (y la muerte), ya que solo saben de pasiones y verdades; son cultos, elegantes, civilizados, educados, respetuosos, autocríticos, tienen un enorme control sobre sus emociones y viven entre silencios y bellezas, preñados de filosofía, poesía y buena música.
Marcianos que no conocen el mal olor humano, el sabor asqueroso del dinero y el cutre espinazo que se parte ante el desagradable trabajo.
Aquí cada segundo es oro, cada plano es un universo, todo supura, significa, tiene intención, verdad, todo es hermoso, saturadamente bello, como un poema de Emily Dickinson sobre la nada, como el cine japonés más estoico y esencial, como toda la novela rusa encarnada en Ana Karenina, Bresson y sus personajes autómatas, Cocteau, la música lírica y agónica del Schubert más moribundo o del Chopin más delicado, cuadros viejos de religiosidad extática; son santos laicos, carnales, sexuados, repletos, hambrientos de pasiones gélidamente analizadas, como si toda esa carne palpitante y deseante hace siglos que hubiera cesado y ahora le estuvieran haciendo la autopsia unos forenses desangelados, espartanos, feroces, tristes y acabados.
¿Qué decir de esta película?
Puro arrobo extasiado. El anticristo de la chabacanería actual que nos asola.
Excede tanto la vida que acaba siendo más muerte, celestial.
Que la amo a pesar de no ser llanto, de su rígida quietud de pasiones derrotadas por el tiempo.
Viva Dreyer nunca muerto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Garci, Leone y Almodóvar, por ejemplo y salvando las abismales diferencias, también son o fueron obsesos del control y la belleza, pero ellos están o estaban demasiado vivos, me temo.
Elegantes movimientos de cámara, planificación perfecta, la blancura lechosa como divina, fotografía y epifánía, un alarde de delirante sensibilidad y férreo rigor.
Los hombres y las mujeres. El hombre siempre hacia fuera, banal, frívolo, buscando reconocimiento, triunfo, verdad. La mujer de puertas adentro, entregando toda su alma y su carne, todo su amor a ese ser esquivo que la acaba ignorando. Mujer que se redime del pecado de amar al hombre con la maternidad aquí imposible (no ha lugar en la muerte).
Pero esta mujer no es como las demás, esta mujer tiene el alma orgullosa y sincera y cuando se cansa (o más bien la cansan), corta, se escapa, busca otro (amor). Ella es valiente, asume, acepta, pero ama.
Pero el tiempo pasa y todo se lo come el patetismo de la derrota, y ella se topa con un cutre chiquilicuatre que en verdad la desprecia. Los otros ahora se acuerdan de ella. Al final la soledad es la vencedora (la soledad irremediable del alma).
Todo es artificioso, rebuscado, artificial, porque todo es intencionado, pensado, colosal, muy racional y espiritual.
Devastadora, cuando ella descubre la verdad.
Y, quizás, dios me perdone, es innecesario el epílogo tantos años después. El círculo se había cerrado de forma perfecta con el marido. Esto es solo redundante belleza, insistir en lo ya dicho, explicitar la tesis.
Quizás me aleja algo de esta magna obra la sensación de fe que la impregna, la sensación de que todo el mundo cree demasiado en lo que dice y hace, tanto el creador como sus personajes. Tiene una inocencia primitiva demasiado pura y poderosa, de arte original y sin dañar.
¿Existencialista?
Elegantes movimientos de cámara, planificación perfecta, la blancura lechosa como divina, fotografía y epifánía, un alarde de delirante sensibilidad y férreo rigor.
Los hombres y las mujeres. El hombre siempre hacia fuera, banal, frívolo, buscando reconocimiento, triunfo, verdad. La mujer de puertas adentro, entregando toda su alma y su carne, todo su amor a ese ser esquivo que la acaba ignorando. Mujer que se redime del pecado de amar al hombre con la maternidad aquí imposible (no ha lugar en la muerte).
Pero esta mujer no es como las demás, esta mujer tiene el alma orgullosa y sincera y cuando se cansa (o más bien la cansan), corta, se escapa, busca otro (amor). Ella es valiente, asume, acepta, pero ama.
Pero el tiempo pasa y todo se lo come el patetismo de la derrota, y ella se topa con un cutre chiquilicuatre que en verdad la desprecia. Los otros ahora se acuerdan de ella. Al final la soledad es la vencedora (la soledad irremediable del alma).
Todo es artificioso, rebuscado, artificial, porque todo es intencionado, pensado, colosal, muy racional y espiritual.
Devastadora, cuando ella descubre la verdad.
Y, quizás, dios me perdone, es innecesario el epílogo tantos años después. El círculo se había cerrado de forma perfecta con el marido. Esto es solo redundante belleza, insistir en lo ya dicho, explicitar la tesis.
Quizás me aleja algo de esta magna obra la sensación de fe que la impregna, la sensación de que todo el mundo cree demasiado en lo que dice y hace, tanto el creador como sus personajes. Tiene una inocencia primitiva demasiado pura y poderosa, de arte original y sin dañar.
¿Existencialista?