Cierre de las desventuras del desgraciado “Gill Man”, al cual una vez más persiguen, secuestran, torturan, disparan, arponean… y no contentos con eso, le queman todo el cuerpo y le hacen una cirugía que desencadena una evolución que lo humaniza biológicamente, permitiéndole respirar aire indefinidamente e imposibilitando su regreso al mar para siempre. No cesará ahí el deseo del ser humano por joderle la vida a la pobre criatura, pues lejos de horrorizarse por lo que le ha hecho, decide que aún puede convertir al ser acuático en un animal de granja, así que lo viste con ropa vieja y lo encierra en un corral electrificado.

La película está mejor que la segunda parte, aunque técnicamente es bastante pobre. El centro de la trama es, en realidad, una tóxica relación matrimonial donde el hombre se muestra obsesivo y controlador mientras la mujer busca la liberación, llamando la atención de varios pretendientes. La criatura es una víctima inocente, un mero pasatiempo para que los hombres se distraigan de su tensa rivalidad por la bella dama, en un ambiente cargado de celos.

Tiene bastante ritmo, pero la historia está a medio acabar. Aparece el “The End” en pantalla en un momento que tiene toda la pinta de ser elegido al azar, pillando por sorpresa a los espectadores, tras un clímax un poco alocado, confuso y apresurado. Puede que cortasen por lo sano en ese punto por falta de ideas, de presupuesto, o de las dos cosas, a saber, pero resulta insatisfactorio.

La transformación de la criatura carece de credibilidad. Del fantástico diseño inicial pasamos a una máscara bastante menos llamativa, demasiado humana, más en plan hombre deformado, corpulento, el doble de ancho y de alto. Ya me contarán que sentido tiene eso.

Se deja ver pero es del montón.