La propuesta nos ofrece una historia donde una joven debe investigar los misteriosos sucesos que ocurren en el edificio al que acaba de mudarse con su pareja.
Como es de esperarse, aparece un variado cúmulo de personajes sospechosos a los cuales se les puede echar la culpa.

En la primera parte de la cinta se van presentando los personajes, la protagonista va explorando el siniestro edificio y va enterándose del pasado que aún puede que esté latente en ese macabro lugar donde ha decidido ir a vivir. Por tanto asistimos a situaciones que generan misterio, las cuales invitan al espectador a realizar hipótesis sobre el por qué de lo que sucede y sobre la posible identidad del villano.

Ya cerca del desenlace, la cinta entra a desarrollar más el cine gore, con muertes violentas y explícitas. Allí es cuando la película se pone más truculenta, ya que como el título del filme indica, los crímenes son llevados a cabo con martillos, taladros, destornilladores, pistolas de clavos y demás herramientas.

La ambientación es un punto a favor dentro de la cinta, pues tanto la fotografía amarillenta como la oscuridad y la sordidez de los escenarios provocan climas sugerentes para que el espectador esté atraído desde lo visual.

Claro que la historia tiene sus baches y que al final el desenlace fuerza el sentido común, como la mayoría de las cintas de estas características. No es un defecto menor que el argumento sea bastante inverosímil. Es una pena, porque por allí le quita enteros a la valoración numérica del final. No obstante ello, el entretenimiento está garantizado mínimamente si uno no es muy exquisito y exigente.