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Las cosas que decimos, las cosas que hacemos

Romance. Drama Daphné, embarazada de tres meses y de vacaciones en el campo, acoge como huésped a Maxime, primo de su pareja, François, que ha tenido que volver a París para cubrir a un compañero hospitalizado. Durante cuatro días, esperando el regreso de François, Daphné y Maxime se van conociendo y desarrollando cierta amistad, contándose sus respectivas experiencias sentimentales. (FILMAFFINITY)
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Críticas 20
Críticas ordenadas por utilidad
3 de julio de 2021
26 de 32 usuarios han encontrado esta crítica útil
En un estilo que podría vincularse, de entrada, a Érich Rohmer nos
Llega una película francesa muy brillante. Digo de entrada, porque aunque la atmósfera pueda ser similar tiene una clara diferencia. En los filmes de Rohmer las transformaciones son silenciosas, no pasa nada espectacular y hay una especie de continuidad en la discontinuidad que pasa del corte de escenario que nos lleva de una situación a otra.. En la película de Emmanuel Mouret, en cambio, pasan muchas cosas. Muchos son los temas que aparecen en la película, aunque el hilo conductor sean los encuentros en los están implicados el deseo y el amor. Encuentros y desencuentros que, en parte, son producidos por el azar, que conducen a dilemas vitales y morales de complicada solución, donde también el conflicto entre egoísmo y altruismo está presente. Las cosas que decimos y, sobre todo, las que no decimos. Silencios y mentiras condicionan la trama de relaciones y sus malentendidos.
El ritmo narrativo es muy bueno, las interpretaciones bordadas, las piezas de músic clásica que constituye el fondo sonoro son también muy adecuadas. Las dos horas que dura la película pasan de manera fluida, manteniendo el interés y gozo de lo que sigue siendo el buen cine.
luis roca jusmet
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6 de julio de 2021
16 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me ha parecido sublime y casi, casi un milagro al mostrarnos todo un mosaico de relaciones amorosas o más bien sentimentales de modo reconocible y además inteligente! También con esta sabrosa reflexión: ¿Qué hacemos con el deseo...? ¿Cómo lo vehiculamos...? Y todos los actores se lucen aportando sensibilidad y buenas dosis de sinceridad en todas las situaciones, algunas más profundas que otras pero todas interesantes.

Le hago la ola pues a su flamante director que ya nos deleitó antaño con "El arte de amar", por ejemplo, y al que deseo le caigan unos cuantos César por ésta. El mío, míos, ya los tiene :)
Rebeca
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29 de junio de 2021
13 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
*El amor menos hablado

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos inicia con una frase reveladora de una de las protagonistas (Camélia Jordana), sintomática de su propio dolor. ”Me encantan las historias de amor de otras personas. Son fascinantes. Te recuerdan las que tuviste o las que no tuviste”. Toda una declaración de intenciones para el resto del filme, en el que cualquiera podría verse identificado; es más, estos candidatos al amor, y sus dilemas, son personas dispersas, libres, inconstantes, para nada perfectas, y que a menudo hablan demasiado.

Mouret organiza la película Las cosas que decimos, las cosas que hacemos a través de una narrativa dialogada, se trata de pasar el tiempo gracias a relatos cercanos al abismo. Los retratos que se construyen en estas largas conversaciones permiten, con un mecanismo que no teme lucirse o resultar pretencioso, jugar con los finales del clásico discurso romántico y generar interminables disertaciones. Para ello, contará con un reparto excelente: Camélia Jordana, Niels Schneider, Jenna Thiam, Julia Piaton, Vincent Macaigne, y Guillaume Gouix.

*Amalgama cinematográfica

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos parece, no sólo por su contenido, sino también por la poética que envuelve cada imprevisto al que se enfrentan los personajes, la reunión de varios filmes como: Jules y Jim (1962) de Truffaut, Copia certificada (2010) de Kiarostami, Los amores imaginarios (2010) de Xavier Dolan, y el toque irónico, tragicómico, de Woody Allen.

No obstante, esta fusión resulta deslumbrante. Una película coral en la que todo el elenco hace un trabajo notable y es fácil identificarse con ellos y sus historias —pese a que ya conozcamos sus historias—. A veces, sus dilemas se expresan con la narrativa misma. Sin embargo, en otras ocasiones —las más sugestivas cinematográficamente—, destaca el modo en que se nos presenta, por ejemplo, una simple conversación; un plano general con los personajes transmitiendo distancia, mirando hacia atrás en situaciones retrospectivas o con los protagonistas hablando de espaldas a la cámara.

El contrapunto, por tanto, no se encuentra solamente en el continuo debate filosófico (con citas maravillosas y discusiones sobre el amor y el placer), al mismo tiempo, se observa en la forma, en la construcción de planos y en el montaje.

*Tócala otra vez, Debussy

Subrayar, sin duda, de qué modo tan mágico la banda sonora acompaña las idas y venidas sentimentales a lo largo del relato. Tanto el flashback (elemento recurrente del filme), como los numerosos puntos climáticos de la cinta, están abrazados por el impresionismo musical francés de Debussy y Satie, por un vals de Chopin o Tchaikovsky, e inclusive por un aria de la ópera Tosca de Puccini.

El desarrollo de una obra de estas características hará que el cineasta se aproveche del cliché. El lirismo ocupará cada vez un lugar mayor y la partitura musical difuminará repetidamente los diálogos de los personajes, los hará callar (el amor a primera vista, los besos sin palabras o un silencio desgarrador).

*Conclusiones

Las cosas que decimos, las cosas que hacemos es una película que, reforzada con diálogos muy bien escritos, una dicción minuciosa y una fotografía brillante y nítida, adquiere una dimensión perfectamente atemporal pese a su contemporaneidad evidente.

Mouret nos invita a dejar de luchar en contra del amor. Un cliché es solo la aparición de un sentimiento eterno que ni siquiera la literatura no ha logrado agotar; algo imprescindible que la gente experimentará, les guste o no, lo digan o no, y a lo que el arte, quizá, dará sentido.

Escrito por Soraya Unión Álvarez
Cinemagavia
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26 de mayo de 2022
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La sombra de Rohmer es muy alargada. Tuvimos la suerte de que el estupendo director francés, cuando falleció el 11 de enero de 2010, nos dejara un excelente legado, y era una mera cuestión de tiempo que algunos intentaran seguir sus pasos o rendirle tributo, no ya en Francia, si no en cualquier país donde su obra fuera exhibida.

En el caso presente “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos” podía resultar irritante para los “fans” del director ya que podría seguir el patrón de algunas de sus películas, pero además, todo está envuelto en una bonita selección de piezas de música clásica. Pero afortunadamente nada tiene que ver en su resultado, ya que el interesante director Emmanuel Mouret, el de por ejemplo “Lady J (Mademoiselle de Jonquières)”, logra hacer un film que puede evocar a Rohmer, pero donde todo está visto desde un prisma diferente, desde la personalidad de Mouret, está bien hecho,y se convierte en un hermoso “estudio” sobre el amor con historias cruzadas.

No hay gritos, no hay tampoco ni personajes o situaciones desesperadas. Todo está visto desde el amor más romántico y donde todo fluye con naturalidad y tampoco hay un análisis de clases o con cierta dosis corrosiva como hubiera podido hacer Agnès Jaoui, porque en el caso presente no se requiere.

Es cine que no está de moda y es un estilo que, para los que busquen sobresaltos o no pensar mucho, asiduos a relaciones más obvias, rústicas y tóxicas les pueda resultar pretenciosa o difícil de seguir, cuando en absoluto lo es, y me niego a hacer comparaciones con otros directores, sobre todo a los pertenecientes a la “Nouvelle Vague” a los que Mouret les debe mucho o con Sautet, pero es que “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos” se desarrolla en otro momento, las circunstancias que le rodean son diferentes, y la verdad, al menos yo, la he disfrutado y me quedo con ese logro.

A pesar de ser multinominada con trece candidaturas para los premios de la Academia de cine francesa, se tuvo que conformar con un galardón: el de mejor actriz secundaria para Émile Dequenne. Y es que tampoco se trata de una película muy comercial aunque sí agradecida. Cinco de sus actores del espléndido reparto fueron nominados, ya que como hemos dicho es un film coral, con un buen guion perfectamente llevado por Mouret y muy bien fotografiada, algo habitual en su cine.

Los escenarios elegidos, tanto urbanos como los parajes naturales, son muy adecuados y refuerzan esta clase de cine que se esfuerza en reavivar la esencia de los diálogos, algo cada vez más perdido, sobre todo porque los espectadores actuales no son adeptos a que los personajes exterioricen sus sentimientos con palabras. Algunos esto lo etiquetan de teatral, cuando no han pisado un teatro en su vida, ni siquiera en una función infantil.

Y sí. Se notan que son franceses y burgueses. Beben vino, escuchan música, tienen cierto nivel cultural y casas con estanterías llenas de libros, que da enorme gusto verlo. Cierto es que sé de gente que aparentemente son “cultos” porque se supone leen y están al día con lo que se edita, aunque no han tocado ni un clásico, porque son unos palurdos “snobs”, seres reprimidos y sin talento para nada. Y también hay otro sector contrario, al que esa agradable imagen les podría irritar, ya que han sido un desastre, llenos de prejuicios e ineptos para formar un hogar y además son incapaces de amar.

Por esto y por todo lo que puede transmitir, “Las cosas que decimos, las cosas que hacemos” puede ser una película incomprendida, e incluso vilipendiada, pero al acabar de verla, me he dado cuenta de que hay un tipo de cine que echo de menos, que como hemos dicho, raramente se suele hacer hoy día y que nos sigue contando cosas, algunas hermosas, pero que con esta costumbre de ir frenéticos en la narración parece que se ha ido perdiendo el ritmo real para paladear las situaciones que realmente lo merecen. Y, lo siento, pero que les den morcilla a los que esto ni lo entienden ni lo comparten, ya que nunca se han atrevido, han eludido o les ha resultado imposible el vivirlas como deberían.
Maggie Smee
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9 de julio de 2021
7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emmanuel Mouret firma una de las películas más suculentas del año, un drama romántico cruzado de espíritu clásico y delicada elegancia.

Melancolía de salón
Si algo puede dar por sentado a estas alturas el espectador de cine habitual es que siempre podrá disfrutar de una amplia ración de audiovisual galo en sus mejores salas. Nos llega en todas sus vertientes, desde sus comedias a sus dramas, sus propuestas históricas y su siempre numerosa presencia en el circuito de Festivales. Debido a un 2020 de barbecho, al igual que se avecina un abordaje de títulos comerciales se va a producir una avalancha de estrenos sugerentes en el mundo del cine de autor. El filme que nos ocupa viene acompañado de la etiqueta de Cannes 2020, que valida a aquellas películas que habrían competido en esa edición del certamen galo de haberse celebrado. En España se pudo disfrutar recientemente en los Festivales de Gijón y del D’A de Barcelona, recibiendo en ambos mucho aplauso crítico. Es también para un servidor un placer analizar «Las cosas que decimos, las cosas que hacemos», el nuevo trabajo de Emmanuel Mouret. Un filme al que acudí sin muchas referencias y me produjo honda fascinación durante el visionado. Un pasional drama coral de romances y secretos de formas y esencia refrescantemente clásicas y ejecución muy refinada, un puzzle melancólico de camisa y corbata.

Narradores fragmentarios
Tenemos entre mano una narración integrada por un reducido grupo de personajes relacionados entre sí de maneras muy diversas que se irán desvelando progresivamente durante la proyección. Un laberinto de personas jóvenes y atractivas que no pueden evitar caer presa del desdichado hechizo del amor. Y mayormente, del amor no correspondido, o correspondido a destiempo. Un filme que triunfa en muchos flancos, pero en todos ellos sin hacer aspavientos. Empezando desde la puesta en escena, despreocupada de exhibicionismos pero construida con mucha intención y criterio. Realización transparente de encuadres sencillos pero elegantes y sostenidos siempre el tiempo adecuado para su eficacia dramática, en la que la cámara opta a menudo por el pausado movimiento para seguir a los personajes y recoger su cercanía y posicionamiento de uno con respecto a otros, resaltando siempre el elemento relacional, especialmente vital en esta película. Un reparto atinado, que pone especial entrega en la química y dinámicas entre ellos. Pero lo más llamativo del filme es su rasgo más literario: el uso de narradores, y en concreto de narradores múltiples. El filme discurre entre voces en off de los diferentes personajes principales, cuyas percepciones subjetivas y parciales de los sucesos nos permiten vislumbrar una perspectiva total de los sentimientos de cada uno de ellos, saltar temporalmente para descubrir sorpresas o revelar falsas impresiones y ser constantemente sorprendidos por los azarosos enredos, confusiones y desamores en los que se ven todos envueltos. Un drama romántico de identidad sobria pero juguetón y fresco en su presentación.

Lirismo musical
Nos encontramos ante un filme que acepta de pleno todas las etiquetas de cine francés de autor, tan sentimental como literario e intelectualizado que atacará directamente a los prejuicios de muchos espectadores. Una sensiblería abrazada sin complejos, en un conjunto tan preciosista que hace las veces de alegato de la escritura fascinantemente atemporal. Un filme clásico en su tono y atmósfera, deudor de un cine ya muy poco habitual. Un cine pequeño pero de marcado lirismo, tan afectado como esperanzador desde la amargura. Y ese lirismo se consigue también gracias a su constante uso de bellas melodías reconocibles de música clásica. Chopin, Schubert o Debussy se dan cita para realzar el romanticismo desgarrado y pulsional del largometraje, de una manera enfática que deleita a la par que sorprende, con una predominancia que podríamos catalogar de intrusiva. No en vano es esta libertad una de las grandes virtudes de esta notable película, que se entrega sin prejuicios a una narración apasionada y delicada llena de matices de sofisticación y medición precisa.

Un filme sencillo y también cerebral, eminentemente francés y quizás incluso trasnochado, pero un absoluto deleite cinematográfico, de emotividad y tempo embriagadores.
Néstor Juez
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