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España España · Valencia
Críticas de Carorpar
Críticas 1.112
Críticas ordenadas por utilidad
6
3 de noviembre de 2022
1 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con todas las irregularidades inherentes a cualquier producción en formato antología, «El gabinete de curiosidades de Guillermo del Toro» constituye un divertimento bastante satisfactorio y nostálgico a su modo, pues entronca directamente con «Alfred Hitchcock presenta (La hora de Alfred Hitchcock)» («Alfred Hitchcock Presents / The Alfred Hitchcock Hour», 1955-1965) y, más si cabe, con las «Historias para no dormir» (1966-1982) de Chicho Ibáñez Serrador.
Los ocho capítulos que la componen presentan un reconocible aire lovecraftiano muy del gusto del cineasta mexicano. No en vano, dos de ellos, «El modelo de Pickman» («Pickman´s model») y «Sueños en la casa de la bruja» («Dreams in the Witch House») adaptan sendos relatos del escritor de Providence. Si bien, y no obstante contarme entre las legiones de sus admiradores, creo que los episodios más logrados son precisamente los que buscan desmarcarse de la influencia de Lovecraft. Porque, aunque no lo crean, hasta los tentáculos y el horror cósmico acaban cansando.
Así, la malsana atmósfera de «La autopsia» («The Autopsy») nos retrotrae a la estupenda «La autopsia de Jane Doe» («The Autopsy of Jane Doe», 2016) y cuenta con un F. Murray Abraham en su salsa como patólogo forense al que le quedan dos telediarios. «El murmullo» («The Murmuring») se basa en un texto del propio del Toro y es una delicia gótica de casa encantada y niños de ultratumba en la línea de Henry James o «La maldición de Hill House» («The Haunting of Hill House», 2018). Mención aparte merece «La visita» («The Viewing»), a cargo de Panos Cosmatos, dignísimo continuador de la sudorosa estética de su padre George Pan Cosmatos, que entrega una bizarrada setentera y lisérgica, gloriosa reivindicación de la serie B.
En suma, acertada iniciativa por parte de Netflix para la semana de Halloween —contra su costumbre, pero con muy buen tino, ha hecho un estreno progresivo, de dos en dos entregas—. Quizá se eche en falta un episodio dirigido por Guillermo del Toro, aunque no es menos cierto que el coro de realizadores de que se rodea atesora sobrados elementos de interés. A fin de cuentas, encontramos nombres de la talla de, entre otros, Vincenzo Natali —«Cube» (ídem, 1997)—, Jennifer Kent —«Babadook» («The Babadook», 2014)— o David Prior —«The Empty Man» (ídem, 2020)—.
Carorpar
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4
18 de marzo de 2023
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con independencia de la horrísona versión patria del original «A Dark Song», «Ritual del más allá podría haber constituido el enésimo ejemplo del «savoir faire» que caracteriza al audiovisual irlandés, últimamente especializado en cintas de terror de bajo presupuesto, sobria factura y estupendas prestaciones.
En efecto, durante una hora larga Liam Gavin consigue mantenernos en una insalubre tensión, a la espera de que en cualquier etapa del minucioso ceremonial invocatorio —nada que ver con las rápidas «séances» de uso en el subgénero— se manifieste el elusivo ente de ultratumba. El ritmo moroso —agudizado por la reiteración, sólo en apariencia infructuosa, de los pasos del antedicho ritual—, la ausencia de subrayados sonoros y el trabajo de la atípica pareja protagonista —doliente Catherine Walker, estrambótico e impagable Steve Oram— contribuyen sobremanera al gozoso malestar del aficionado a títulos de su misma naturaleza.
PERO —sí, un «pero» masivo, con todas las mayúsculas— llegado el momento del desenlace, los productores parecen deshacerse del hasta entonces intachable Gavin para sustituirlo por Rob Zombie; porque se desata entonces una absurda orgía gore a mayor gloria de una familia Manson recubierta de polvos de talco y salida de no se sabe bien qué armario. No contentos con tan súbito e injustificado insulto a la inteligencia del espectador, introducen «deus ex machina» a ese ángel de la guarda que me figuro querían inspirado en William Blake y que, no obstante, diríase un descarte del WoW diseñado por un pintor prerrafaelita hasta las cejas de opio.
He ahí la delgada línea roja que separa al bodrio cósmico de la pequeña joya sin pretensiones. Lástima —para ellos, para nosotros— que Liam Gavin y compañía la crucen en el momento menos indicado. Y pasándose tres pueblos además.
Carorpar
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6
26 de marzo de 2017
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Asumiendo que, en este tipo de cine, las consecuencias no acostumbran a rayar a la misma altura que las premisas y, sobre todo, que su director, Denis Villeneuve podría habernos endosado un bodrio manierista y pretencioso, más hinchado si cabe que su infumable “Enemy” (ídem, 2013), “Arrival” ha supuesto una agradable sorpresa.
En efecto, el punto de partida es francamente sugestivo: pese a todas las herramientas que la revolución de las comunicaciones ha puesto a su alcance, el ser humano es incapaz de entablar siquiera el más básico diálogo con sus visitantes extraterrestres, con el riesgo creciente de malentendido y destrucción mutua que ello conlleva. Si bien, como decía unas líneas arriba, tan singular planteamiento no se ve correspondido por un desarrollo de igual vigor y el desenlace resulta previsible en lo intrahistórico al tiempo que poco claro en la resolución de la principal línea argumental —al final ¿cuál era el propósito de la visita?—, atraviesa la película una intensidad dramática y una sensibilidad no por desusadas en el subgénero menos de agradecer. Que la heroína sea una reputada filóloga —excelente Amy Adams— y no un piloto de cazas es toda una declaración de intenciones.
Lo mejor —para el espectador, para la cinta y para su entera carrera como director de ahora en adelante— es que Villeneuve no cae en la —aparentemente— irresistible tentación de imitar no a Kubrick, sino sus más irritantes tics, en que, salvo contadas excepciones —Ridley Scott o James Cameron, aunque, tal como sus últimas obras han demostrado, no siempre— suele incurrir cualquiera que trata de rodar una historia de ciencia-ficción medianamente inteligente y/o adulta. Así, salvo por el guiño obvio que suponen las gigantescas “cáscaras” en que viajan los alienígenas, Villeneuve no tarda en llevarse la película a su terreno. Brilla especialmente en el aspecto narrativo, donde la perspectiva quebrada y los saltos temporales dan como resultado una trama fragmentaria, aureolada de elegante modernidad y que avanza en varias direcciones, sólo aparentemente antitéticas, como el extraño lenguaje de los “heptápodos”.
"Arrival" tiene el mérito añadido —aunque éste lo es ya de índole exclusivamente personal— de constituir un paso más en mi proceso de reconciliación con su director —"Polytechnique" (ídem, 2009), vista hace poco, había iniciado el deshielo— tras el fiasco de la citada "Enemy", y de haber espantado unas cuantas de las cautelas con que esperaba su versión de la icónica, (mal) copiada hasta el hartazgo, "Blade Runner" (ídem, 1982), cuyo estruendoso estreno se prevé para octubre de este año.
Carorpar
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6
8 de diciembre de 2013
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hilarante película que hace de la carcajada franca y sin remilgos su caballo de batalla. Podríamos considerarla una especie de versión patria de la elegante comedia británica "Cuatro Bodas y un funeral". Si durante una de aquellas cuatro bodas su protagonista, Hugh Grant, se veía obligado a compartir mesa y mantel con todas sus ex novias, "Tres bodas de más" ahonda en la pesadilla y hace asistir a una sorprendente, y excelente- y "estupenda"-, Inma Cuesta a las bodas de tres de sus ex.
El guión, lo bastante inteligente como para no andarse con complicaciones innecesarias, desarrolla una historia levísima pero sin fisuras, que sirve de hilo conductor a una concatenación infatigable de gags. Éstos transitan entre el surrealismo chocarrero de raíz berlanguiana y la escatología, más verbal que visual, de la ultima comedia gamberra americana. Adorna la función alguna que otra pincelada del Almodóvar más desenfadado- impagables la madre dominatrix encarnada por Rossy de Palma y *(atención, spoiler).
Si la rotundidad de los gags es uno de los puntos fuertes del film, no lo es menos su acertadísimo reparto. Plagado de conocidas caras cómicas, muchas de ellas procedentes del medio televisivo- Paco León, Berto Romero, Joaquín Reyes-, supone un soplo de aire fresco en el adocenado páramo- me niego a decir panorama- del cine español. Mención aparte para la ya citada Inma Cuesta, quien no sólo luce palmito y ese maravilloso rostro suyo de cuadro de Romero de Torres, sino que se revela como una fantástica interprete de comedia. Quim Gutiérrez, por su parte, hace de sí mismo como suele, de modo que irritará a muchos como encandilará a tantas. Martín Rivas todavía se queda en guaperas, aunque apunta algún detallito esperanzador.
En fín, Ruíz Caldera no es Sánchez Arévalo, ni lo pretende. Su cine es otro: menos sutil, más físico, e igualmente eficaz.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Carorpar
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4
25 de febrero de 2024
8 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con independencia de la siempre sugestiva ambientación boreal y del trabajo de sus protagonistas —Jodie Foster ofrece la enésima muestra de su talento y la boxeadora Kali Reis no desentona en los planos compartidos—, la cuarta entrega de «True Detective» constituye un indigesto pastiche de sororidad, empoderamiento, (anarco) ecologismo y racialización.
Vaya por delante que simpatizo con buena parte de las reivindicaciones subyacentes y que no tengo nada en contra de las películas de tesis; pero de la franquicia «True Detective» demando entretenimiento con una cuota razonable de complejidad narrativa, no una filípica misándrica y anticientífica donde el argumento —y la inteligencia del espectador— es lo de menos.
En la mente de Issa López, la gran mayoría de los tíos son —somos— o borrachos o maltratadores o corruptos o asesinos. Probablemente todo ello a la vez, y además gilipollas. Conque, parafraseando al general Sheridan, el único varón (blanco heterosexual) bueno es el varón (blanco heterosexual) muerto. Resulta imposible empatizar con un maniqueísmo de semejante calibre, salvo que se comparta el fanatismo del que hace gala la realizadora mexicana.
No merece la pena demorarse en comparar «Noche polar» con cualquiera de las temporadas anteriores pues, pese a la presencia de ciertos ítems metidos con calzador —trazos espirales, «el tiempo es un círculo plano», preguntas correctas e incorrectas—, no tiene absolutamente nada que ver con ellas y es infinitamente peor. No en vano Nic Pizzolatto tardó apenas un episodio en desmarcarse del destrozo perpetrado con su admirable creación.
«Noche polar» empieza queriéndose dar un aire a «La cosa (El enigma de otro mundo)» («The Thing», 1982) —aunque sin la gracia, el moco y las prótesis carpenterianos— entreverada de reminiscencias a «El silencio de los corderos» («The Silence of the Lambs», 1991), la más evidente de las cuales, claro, sería Jodie Foster con placa, pistola y un misterio entre manos.
Como la trama avanza a golpes de incoherencia —y hasta fallos de racord: en el último e inenarrable capítulo se escucha un disparo que no tiene cabida lógica, ni física—, «Noche polar» acaba por parecerse a una versión (aún más estúpida) de «The Head» (ídem, 2020), insólita coproducción hispano-japonesa (!) cuyos responsables al menos se tomaban la molestia de dar cuenta del síndrome polar T3 para explicar la errática —y homicida y suicida— conducta de los personajes.
Insisto en que todo ello le importa un bledo a Issa López, para quien lo primordial no estriba en amenizar las noches del suscriptor de HBO, tampoco en hacerle pensar —siquiera mínimamente—; sino en colocar su mensaje unívoco e inapelable con, de hecho, una advertencia implícita: si no te gusta, el violador —y el asesino y el borracho y, en fin, el gilipollas— eres tú.
Hay confirmada una quinta temporada con López de nuevo a los mandos. Lo verdaderamente preocupante es que no me extraña.
Carorpar
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