Vaya por delante el absoluto y, por otra parte, conspicuo sinsentido argumental que preside esta película, planteada y desarrollada como una —a priori, sugerente— traslación del horror gótico de vampiros y licántropos a la América “redneck”, y, sin embargo, culminada con una caza al hombre de esa especie de E.T. bajo los efectos de la droga caníbal en que muta el mancebo protagonista.
Me ha parecido leerle a algún plumilla aficionado que “Con la bestia dentro” carece del sentido del humor, o del componente paródico, de buena parte del cine de terror de los ochenta. La verdad, muy severo —rayano, de hecho, en la moral victoriana— ha de tener uno el día para no tomarse a chacota el desfase de hemoglobina, babas, moco y menudillos en que nos invitan a revolcarnos sus responsables, con Tom Holland, director de la estupenda, e igualmente descerebrada, “Noche de miedo” (“Fright Night”, 1985) como guionista.
“Con la bestia dentro” dimana todo el encanto artesanal de la serie B, categoría que el malhadado tsunami digital se llevó por delante, junto a aquellos cineastas que, con su baratísimo “savoir faire”, aquilataron infinidad de cintas no sé si más humildes que honestas o viceversa; pero que, en cualquier caso, contribuyeron sobremanera a la educación sentimental y estética de un par de afortunadas generaciones.
Excuso decir que los manierismos nostálgicos con que hoy se engrasa la maquinaria del consumismo mercadotécnico apenas si alcanzan a reproducir una ínfima porción de la verdad que transmitían aquellos títulos desopilantes, con sus locas historias y meritorios intérpretes anónimos, así como las prótesis, marionetas y efectos ópticos y de maquillaje a cargo de unos departamentos artísticos mucho mejor dotados de creatividad y talento que de presupuesto.