Con la bestia dentro

Divertimento menor que enlaza temas propios del "American Gothic" con la zoantropía, en auge gracias al espectacular avance en los efectos especiales a principios de los 80 ("Humanoides del abismo", "Aullidos", "Un hombre lobo americano en Londres", "El beso de la pantera", "En compañia de lobos"). El resultado es un film sin brizna de genio, con un arranque inquietante y con cierta atmósfera malsana que contrasta con momentos que rozan el despropósito y la parodia involuntaria, reflejo de la desidia con la que el realizador afronta su proyecto. En el plantel de actores varios intérpretes venidos a menos como Ronny Cox, Bibi Besch (que en este film parece una mixtura entre Dee Wallace y Judy Geeson), L.Q. Jones (uno de los fetiches de Peckinpah que ya coqueteó con el cine de terror en "The brotherhood of Satan") y R.G. Amstrong (otro típico en películas tipo Gothic: "Asesino invisible", "Los chicos del maíz", "Carrera con el diablo"). La escena de la transformación resulta muy vistosa, Thomas R. Burman ("La invasión de los ultracuerpos", "Profecía maldita") copia paso a paso las técnicas y pautas del Rob Bottin de "Aullidos", y el resultado aunque inferior resulta sorprendente (una especie de hombre-cigarra). La jugada le saldría mejor con el maquillaje más sugerente de la infravalorada "El beso de la pantera".

Recuerdo bien aquellos años locos. Inicios de la década de oro para mi, ya tenía vistas películas como Altered States, The howling, The thing y varios films caracterizados por tener muy buenos trabajos en efectos especiales.
Recuerdo bien un cine llamado “Bush” al cual asistíamos mi grupete de amigos para visualizar las más que variopintas películas en programación doble. Es así que descubrimos una programación doble que consistía en la aburridísima (en aquel entonces) “Padre Padrone” y la emocionante (por aquel entonces) “ The Beast Within”.
Salimos muy excitados por lo visto y nos prometimos volver a ver esta película que ya de por si al ser (por aquel entonces) muy gore, nos prometía veladas en grupo de lo más entretenidas.
Creo que la vimos unas 5 veces y ya nos sabíamos las partes más infames de la película…

La película gustará a los fans del cine de terror clásico de monstruos, con bichos mutantes y eso. Además, la intriga -aunque es fácilmente sospechada por el espectador- persiste hasta el final de la película.

Lástima de la iluminación. Al menos en la copia que he visto yo, resulta demasiado oscura y, en muchos momentos de la película (cuando cavan en el bosque, las escenas nocturnas del estanque, etc) resulta difícil comprender qué está pasando

Aceptable película de terror ochentero, esta vez sin el típico tono semi-cómico de la época, para mostrarnos una historia seria y oscura, con un protagonista al que parece que poco a poco se le va yendo la olla, hasta la cojonuda parte final.

Tiene unas cuantas muertes y buenos efectos especiales de la época, sobre todo en el momento de la transformación, y un final de lo más adecuado.

Vaya por delante el absoluto y, por otra parte, conspicuo sinsentido argumental que preside esta película, planteada y desarrollada como una —a priori, sugerente— traslación del horror gótico de vampiros y licántropos a la América “redneck”, y, sin embargo, culminada con una caza al hombre de esa especie de E.T. bajo los efectos de la droga caníbal en que muta el mancebo protagonista.
Me ha parecido leerle a algún plumilla aficionado que “Con la bestia dentro” carece del sentido del humor, o del componente paródico, de buena parte del cine de terror de los ochenta. La verdad, muy severo —rayano, de hecho, en la moral victoriana— ha de tener uno el día para no tomarse a chacota el desfase de hemoglobina, babas, moco y menudillos en que nos invitan a revolcarnos sus responsables, con Tom Holland, director de la estupenda, e igualmente descerebrada, “Noche de miedo” (“Fright Night”, 1985) como guionista.
“Con la bestia dentro” dimana todo el encanto artesanal de la serie B, categoría que el malhadado tsunami digital se llevó por delante, junto a aquellos cineastas que, con su baratísimo “savoir faire”, aquilataron infinidad de cintas no sé si más humildes que honestas o viceversa; pero que, en cualquier caso, contribuyeron sobremanera a la educación sentimental y estética de un par de afortunadas generaciones.
Excuso decir que los manierismos nostálgicos con que hoy se engrasa la maquinaria del consumismo mercadotécnico apenas si alcanzan a reproducir una ínfima porción de la verdad que transmitían aquellos títulos desopilantes, con sus locas historias y meritorios intérpretes anónimos, así como las prótesis, marionetas y efectos ópticos y de maquillaje a cargo de unos departamentos artísticos mucho mejor dotados de creatividad y talento que de presupuesto.