No es el primer western de Bud Spencer. Ni tampoco lo era para uno de sus socios de confianza detrás de la cámara, Michele Lupo. Pero sí es el primero que hacían juntos, y basta con eso para tener un motivo de peso con el que dignificarlo como la que durante más de una década apuntaba a ser la última ocasión de poder ver al barbudo con bombín, jersey de lana y revólver, con estrella y director regresando a la tierra tras dos entrañables escarceos alienígenas con un retaco a cuestas. Para no perder el hábito, a Joe Bugner vuelve a caerle el papel de malo (uno de ellos) como sheriff corrupto -cuando no comparte la mesa con Bud-, tres tantos de lo mismo con Ricardo Pizzuti de pistolero; y Jesús Guzmán se pasa un rato de refilón a saludar con uniforme de la caballería.
'Dos granujas en el Oeste' (1981, Michele Lupo) no se rasca la cabeza ni se moja con riesgos innecesarios bajo la premisa clásica del género con un par de trotamundos que están de paso y les cuelgan el sambenito de tener que sacarles las castañas del fuego a los pueblerinos de marras por un motivo de lo más peregrino aunque, tratándose de Spencer, de alta prioridad: Bud está hambriento. Y si le alimentan y dan de beber tanto le da que lo tomen por doctor o por nuevo defensor del orden en compañía del muso de Claude Lelouch, Amidou, haciendo el indio (literal) alineándose como el reverso bufo del Llanero Solitario y su inseparable Tonto... perdón, Jerónimo.
Guido y Maurizio de Angelis se toman un break de respiro, y en su lugar coge la batuta "un tal" Ennio Morricone que os tiene que sonar aunque sea de pasada.
No hay década en la segunda mitad de siglo 20 sin spaghetti western marca de la casa Spencer. Regocijémonos por eso con un gran jarro de cerveza, atracones "para despertar los jugos que incrementan la voracidad y hacer caca con alegría", y claro está, tollinas a mansalva si es que interrumpes a Bud mientras está jalando:
" - ¿Usted cómo toma el té, doctor?
- Con Buñuelos".