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Voto de Of The Assumption:
9
6,2
5.651
Drama. Intriga
Inglaterra Isabelina, siglo XVI. El film plantea una cuestión que, durante siglos, han debatido académicos y grandes escritores desde Mark Twain y Charles Dickens hasta Henry James y Sigmund Freud: ¿quién fue el autor de las obras de teatro atribuidas tradicionalmente a William Shakespeare? Se han escrito muchos libros y se han barajado muchas hipótesis al respecto, entre ellas la que ofrece Anonymous. La Inglaterra Isabelina fue un ... [+]
20 de enero de 2012
7 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es posible que mucha gente jamás llegué a comprender la grandeza de esta película. Tal vez sea por la publicidad de la misma, que la presenta como una simple anécdota de la realidad de Shakespeare. Tal vez sea porque no conocemos mucho acerca de las intrigas cortesanas de la Edad de Oro inglesa. O tal vez sea, simplemente, que el valor de la literatura sigue tan camuflado hoy como lo estaba, nos da a entender el film, hace cuatrocientos años.
El propio inicio de la cinta es una declaración de intenciones, narrativamente hablando: una puesta en abismo, que nos hace creer que vamos a ver una historia sobre Shakespeare, nos lleva a una secuencia de persecución de un dramaturgo. Pronto descubriremos que el autor perseguido no es Shakespeare, sino Ben Johnson. Y desde ahí empezará una trama completamente distinta, en plena Corte, construida mediante analepsis dentro un racconto, o viceversa, incluyendo pinceladas de flashback. La puesta en abismo es uno de los métodos narrativos más complejos que hay, y el espectador puede verse confundido por los vericuetos espacio-temporales pese a la impecable ambientación del film.
De este modo, se nos presenta la tesis de que Shakespeare en realidad no escribía sus obras, sino que el teatro era tan solo un medio más en la lucha por la sucesión al trono de Isabel I. El Conde de Oxford, magníficamente interpretado por Rhys Ifans, que apoya al conde Essex (uno de los bastardos de la reina) se da cuenta de que puede llegar, no solo a la corte, sino también al pueblo, mediante el teatro para obtener apoyo para su candidato. De este modo él, que siempre ha valorado la palabra escrita, que ha viajado para estudiar la cultura de otros lugares, y es un escritor prolijo, observa como el teatro llega a todas las clases de la sociedad, al vulgo. Es el poder de las letras.
El propio inicio de la cinta es una declaración de intenciones, narrativamente hablando: una puesta en abismo, que nos hace creer que vamos a ver una historia sobre Shakespeare, nos lleva a una secuencia de persecución de un dramaturgo. Pronto descubriremos que el autor perseguido no es Shakespeare, sino Ben Johnson. Y desde ahí empezará una trama completamente distinta, en plena Corte, construida mediante analepsis dentro un racconto, o viceversa, incluyendo pinceladas de flashback. La puesta en abismo es uno de los métodos narrativos más complejos que hay, y el espectador puede verse confundido por los vericuetos espacio-temporales pese a la impecable ambientación del film.
De este modo, se nos presenta la tesis de que Shakespeare en realidad no escribía sus obras, sino que el teatro era tan solo un medio más en la lucha por la sucesión al trono de Isabel I. El Conde de Oxford, magníficamente interpretado por Rhys Ifans, que apoya al conde Essex (uno de los bastardos de la reina) se da cuenta de que puede llegar, no solo a la corte, sino también al pueblo, mediante el teatro para obtener apoyo para su candidato. De este modo él, que siempre ha valorado la palabra escrita, que ha viajado para estudiar la cultura de otros lugares, y es un escritor prolijo, observa como el teatro llega a todas las clases de la sociedad, al vulgo. Es el poder de las letras.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por esto, el conde utilizará a Ben Johnson, un autor medianamente reconocido, como canal para reproducir sus obras. Pero el dramaturgo, que no se fía del noble, y por tanto usará otra cabeza de turco para adjudicarle la autoría: un actor borracho llamado William Shakespeare.
Es ahí donde empieza toda la mezcla de los acontecimientos: Tenemos la trama cortesana, en que se nos entrelazarán presente y pasado del Conde de Oxford y su relación con la Reina Isabel I y con sus rivales por el poder, los ladinos consejeros, los Cecil, y la trama de la caída del Ben Johnson y el ascenso de Shakespeare con las obras del Conde. Hasta que al final ambos se entremezclan. Se crítica a esta película por estar basada en hipotésis históricas no probadas, pero obviamente la teoría sobre Shakespeare es eso: una teoría. Nadie puede esperar que la verdad absoluta que los años no lograron sacar a la luz, llegue a término en dos horas.
Al final ambas tramas se entremezclaran para crear la intriga. Pero, como he dicho al principio, la puesta en abismo es de lo más complejo que hay. Y al final, no importará la política, ni importará el poder, ni la fama. Será la literatura la que quede por encima de todo. Y Rhys Ifans lo sentencia de forma magistral “Podeis haberme traicionado a mí, pero jamás traicionareis mis palabras”. Finalmente, el verdadero poder es la palabra. El mensaje de las letras cala, sin importar su autoría. El verso vence a la espada.
Es ahí donde empieza toda la mezcla de los acontecimientos: Tenemos la trama cortesana, en que se nos entrelazarán presente y pasado del Conde de Oxford y su relación con la Reina Isabel I y con sus rivales por el poder, los ladinos consejeros, los Cecil, y la trama de la caída del Ben Johnson y el ascenso de Shakespeare con las obras del Conde. Hasta que al final ambos se entremezclan. Se crítica a esta película por estar basada en hipotésis históricas no probadas, pero obviamente la teoría sobre Shakespeare es eso: una teoría. Nadie puede esperar que la verdad absoluta que los años no lograron sacar a la luz, llegue a término en dos horas.
Al final ambas tramas se entremezclaran para crear la intriga. Pero, como he dicho al principio, la puesta en abismo es de lo más complejo que hay. Y al final, no importará la política, ni importará el poder, ni la fama. Será la literatura la que quede por encima de todo. Y Rhys Ifans lo sentencia de forma magistral “Podeis haberme traicionado a mí, pero jamás traicionareis mis palabras”. Finalmente, el verdadero poder es la palabra. El mensaje de las letras cala, sin importar su autoría. El verso vence a la espada.