Vibrante, apasionante, conmovedora y espectacular. ¿Etiquetas o palabrería? Puede que ambas. Whiplash no es una novedad, no es una película innovadora, no es más que otro film manifestando el henchido talento americano de hacer siempre lo correcto, con lemas y actitudes que van más allá del sacrificio y la exigencia, formas de enseñanza que, curiosamente, se asemejan mucho a la búsqueda de la productividad y eficacia soviética.

J.K Simmons cual sargento Highway encarna la vida de un director de jazz en una de las escuelas de música más prestigiosas del país. Es inevitable eximir ciertos paralelismos entre ambos comportamientos enfocados hacia la disciplina y el perfeccionismo enfermizo, sin atisbos de compasión y autocrítica, destruyendo mentes, ilusiones y dejando atrás estelas de talento.

El dualismo sacrificio y éxito nos acompaña durante todo el film, en el que un joven Chazelle a través del jazz y una sincronía perfecta de planos atrapan, transmiten las vibraciones y la tensión al espectador a un ritmo trepidante a golpe de baqueta y batuta.

Destacar el trabajo de Miles Teller que a su modo, busca el éxito y la perfección bajo un registro dramático que agoniza el sufrimiento de un estudiante expuestos a cientos de estímulos estresantes que bombardean la mente y los pensamientos de un adolescente.

Dos horas llenas de música y energía, con una historia más que contada y dos duelos interpretativos que seducen al espectador desde el primer momento. Más que recomendable.