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España España · Barcelona
Voto de Alvaro_Pelis:
8
Drama Basada en la vida de los inseparables hermanos Von Erich, que hicieron historia en el competitivo mundo de la lucha libre profesional a principios de la década de los 80. A través de la tragedia y el triunfo, bajo la sombra de su dominante padre y entrenador, los hermanos buscan la inmortalidad en el escenario más importante del deporte. (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2024
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los hermanos Von Erich, dedicados a la lucha libre en los años 80 bajo la sombra de su padre, viven en perseverancia por el deporte pero en serenidad entre ellos, hasta que les empieza a ocurrir una serie de sucesos trágicos e improbables, una maldición.

Encuentro mucha autenticidad en esta película. Siendo la mitad de la historia casi una tragedia griega, esta se siente verdadera porque, sin recurrir a falsas justificaciones o resoluciones dramáticas, nos hace entender que los personajes viven en una situación realmente fuera de lo normal, una ironía extraordinaria en la que ellos pierden progresivamente lo único por lo que han luchado. Es una maldición y nada más allá de ahí, cosa que ya conlleva a una carga emocional devastadora entre lo verosímil y lo surrealista. El padre no es un brillante profesor diabólico a lo “Whiplash” con el que acabamos entendiendo tanta dureza sino que es alguien que simplemente ha querido sacar lo mejor de sus hijos pero ha tenido mala suerte. Lo mismo con el resto de personajes. Pam (Lily James), la novia, por ejemplo, no es un plato principal en la historia sino que solo es una manera de que Kevin (Zac Efron) tenga algo a lo que aferrarse, un pequeño aprendizaje, un personaje con quien compartir sus pensamientos. No es más que un corazón puro el cual el sinsentido de la vida acaba rompiendo.

Es irónico el hecho de que Fritz (Holt McCallany), el padre, al igual que su hijo Mike (Stanley Simons), abandonara la música para convertirse en un “verdadero hombre” dedicado a la lucha libre. Sabiendo lo que más adelante le ocurrirá a Mike por haber seguido los pasos de su padre, podría parecer que la película nos intenta inculcar erróneamente el peligro de este deporte en comparación con lo pacífico que es tocar la guitarra. Pero, como he dicho, esto no es más que una maldición, sin buenos ni malos. El peligro no viene directamente del ring sino de una fuerza externa incontrolable, cosa que convierte a la historia en algo mucho más inaparente, injusto y cruel. Esta no es una película sobre deportes, ni sobre la madurez, ni sobre el perdón. Es una película sobre la aceptación. El deporte es la metáfora, muchas veces visual, que utiliza la película para señalar que los verdaderos puñetazos no están en el ring sino en la vida. Resulta que debajo de tanto pectoral hay un sorprendente gran corazón.
Me encantan esos planos con la cámara en el suelo del cuadrilátero o justo frente a las cuerdas mientras Kevin no para de tirarse al suelo o de impulsarse de un lado al otro. Es como si el personaje estuviese chocando contra la cámara, machacándose, inquieto y ansioso por entrar y salir del encuadre, de sus traumas. Esto muestra a través de lo cinematográfico el ring como un espacio de tortura hacia uno mismo.

Poco a poco vamos entendiendo la película y valoramos mucho más las vidas de los personajes cuando nos damos cuenta de que ellos no tienen nada de especial como luchadores, no hay conflictos en el deporte, simplemente son personas que se quieren a las que les ocurre una serie de hechos puramente trágicos. No es tanto la recreación dramática de los hechos sino el propio valor de estos. Es decir, la historia, por muy simple que sea, es suficientemente desgarradora como para adornarla con melodrama (cosa que incomprensiblemente ha funcionado para el público en otras como “La sociedad de la nieve”), por lo que no hay otra opción que mostrar la perspectiva más pura de los personajes. Y para ello, parece que no, pero se necesita una destreza increíblemente sofisticada para la forma cinematográfica. Se trata de que la película tenga enfoque. Precisamente eso es lo que más me gusta de esta.
Fijémonos en que, en el guion, la maduración de Kevin es algo tan simple como ser el favorito de su padre, conocer a una chica, seguir entrenando, cuidar de sus hermanos y poco más. Es la transformación de una persona dedicada, que tiene corazón y encaja en la sociedad, ni más ni menos. Y es simple porque la película no trata de su transformación sino de cómo los sucesos que le ocurren afectan a esa transformación. De esa manera se consigue el verdadero aprendizaje, el llamado “deseo inconsciente”. Y esto se respalda con la brillante dirección de la película y el recurso que mejor utiliza: la utilización del tiempo mediante la elipsis o la dilatación.

Durante la primera mitad no paramos de ver los momentos idílicos o cotidianos de los personajes. Esos largos abrazos cuando se reencuentran, esas primeras escenas que muestran el día a día de los hermanos, esos combates donde ellos son un equipo inseparable e invencible, siempre con los puños en alto, como si en “El luchador” de Aronofsky todo estuviese bien. O esos bailes en la boda donde incluso acabamos viendo un travelling lateral que muestra el rostro de los cuatro hermanos y la novia en primer plano, uno a uno, pasándolo bien, unas imágenes al desnudo sin nada de subtexto. Esta "calma antes de la tormenta” no tiene ninguna prisa en dejar de mostrar sus sonrisas. Ni un ápice de tragedia en esta primera mitad cobra sentido cuando la seguimos viendo. Lo que parece una alegría tan superficial y monótona se acaba convirtiendo en algo que echaremos de menos.
Y en la segunda mitad es donde la película gana fuerza. Sigo en la sección Spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Alvaro_Pelis
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