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Voto de Alvaro_Pelis:
8
6,9
2.213
Drama
Basada en la vida de los inseparables hermanos Von Erich, que hicieron historia en el competitivo mundo de la lucha libre profesional a principios de la década de los 80. A través de la tragedia y el triunfo, bajo la sombra de su dominante padre y entrenador, los hermanos buscan la inmortalidad en el escenario más importante del deporte. (FILMAFFINITY)
25 de marzo de 2024
14 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los hermanos Von Erich, dedicados a la lucha libre en los años 80 bajo la sombra de su padre, viven en perseverancia por el deporte pero en serenidad entre ellos, hasta que les empieza a ocurrir una serie de sucesos trágicos e improbables, una maldición.
Encuentro mucha autenticidad en esta película. Siendo la mitad de la historia casi una tragedia griega, esta se siente verdadera porque, sin recurrir a falsas justificaciones o resoluciones dramáticas, nos hace entender que los personajes viven en una situación realmente fuera de lo normal, una ironía extraordinaria en la que ellos pierden progresivamente lo único por lo que han luchado. Es una maldición y nada más allá de ahí, cosa que ya conlleva a una carga emocional devastadora entre lo verosímil y lo surrealista. El padre no es un brillante profesor diabólico a lo “Whiplash” con el que acabamos entendiendo tanta dureza sino que es alguien que simplemente ha querido sacar lo mejor de sus hijos pero ha tenido mala suerte. Lo mismo con el resto de personajes. Pam (Lily James), la novia, por ejemplo, no es un plato principal en la historia sino que solo es una manera de que Kevin (Zac Efron) tenga algo a lo que aferrarse, un pequeño aprendizaje, un personaje con quien compartir sus pensamientos. No es más que un corazón puro el cual el sinsentido de la vida acaba rompiendo.
Es irónico el hecho de que Fritz (Holt McCallany), el padre, al igual que su hijo Mike (Stanley Simons), abandonara la música para convertirse en un “verdadero hombre” dedicado a la lucha libre. Sabiendo lo que más adelante le ocurrirá a Mike por haber seguido los pasos de su padre, podría parecer que la película nos intenta inculcar erróneamente el peligro de este deporte en comparación con lo pacífico que es tocar la guitarra. Pero, como he dicho, esto no es más que una maldición, sin buenos ni malos. El peligro no viene directamente del ring sino de una fuerza externa incontrolable, cosa que convierte a la historia en algo mucho más inaparente, injusto y cruel. Esta no es una película sobre deportes, ni sobre la madurez, ni sobre el perdón. Es una película sobre la aceptación. El deporte es la metáfora, muchas veces visual, que utiliza la película para señalar que los verdaderos puñetazos no están en el ring sino en la vida. Resulta que debajo de tanto pectoral hay un sorprendente gran corazón.
Me encantan esos planos con la cámara en el suelo del cuadrilátero o justo frente a las cuerdas mientras Kevin no para de tirarse al suelo o de impulsarse de un lado al otro. Es como si el personaje estuviese chocando contra la cámara, machacándose, inquieto y ansioso por entrar y salir del encuadre, de sus traumas. Esto muestra a través de lo cinematográfico el ring como un espacio de tortura hacia uno mismo.
Poco a poco vamos entendiendo la película y valoramos mucho más las vidas de los personajes cuando nos damos cuenta de que ellos no tienen nada de especial como luchadores, no hay conflictos en el deporte, simplemente son personas que se quieren a las que les ocurre una serie de hechos puramente trágicos. No es tanto la recreación dramática de los hechos sino el propio valor de estos. Es decir, la historia, por muy simple que sea, es suficientemente desgarradora como para adornarla con melodrama (cosa que incomprensiblemente ha funcionado para el público en otras como “La sociedad de la nieve”), por lo que no hay otra opción que mostrar la perspectiva más pura de los personajes. Y para ello, parece que no, pero se necesita una destreza increíblemente sofisticada para la forma cinematográfica. Se trata de que la película tenga enfoque. Precisamente eso es lo que más me gusta de esta.
Fijémonos en que, en el guion, la maduración de Kevin es algo tan simple como ser el favorito de su padre, conocer a una chica, seguir entrenando, cuidar de sus hermanos y poco más. Es la transformación de una persona dedicada, que tiene corazón y encaja en la sociedad, ni más ni menos. Y es simple porque la película no trata de su transformación sino de cómo los sucesos que le ocurren afectan a esa transformación. De esa manera se consigue el verdadero aprendizaje, el llamado “deseo inconsciente”. Y esto se respalda con la brillante dirección de la película y el recurso que mejor utiliza: la utilización del tiempo mediante la elipsis o la dilatación.
Durante la primera mitad no paramos de ver los momentos idílicos o cotidianos de los personajes. Esos largos abrazos cuando se reencuentran, esas primeras escenas que muestran el día a día de los hermanos, esos combates donde ellos son un equipo inseparable e invencible, siempre con los puños en alto, como si en “El luchador” de Aronofsky todo estuviese bien. O esos bailes en la boda donde incluso acabamos viendo un travelling lateral que muestra el rostro de los cuatro hermanos y la novia en primer plano, uno a uno, pasándolo bien, unas imágenes al desnudo sin nada de subtexto. Esta "calma antes de la tormenta” no tiene ninguna prisa en dejar de mostrar sus sonrisas. Ni un ápice de tragedia en esta primera mitad cobra sentido cuando la seguimos viendo. Lo que parece una alegría tan superficial y monótona se acaba convirtiendo en algo que echaremos de menos.
Y en la segunda mitad es donde la película gana fuerza. Sigo en la sección Spoiler.
Encuentro mucha autenticidad en esta película. Siendo la mitad de la historia casi una tragedia griega, esta se siente verdadera porque, sin recurrir a falsas justificaciones o resoluciones dramáticas, nos hace entender que los personajes viven en una situación realmente fuera de lo normal, una ironía extraordinaria en la que ellos pierden progresivamente lo único por lo que han luchado. Es una maldición y nada más allá de ahí, cosa que ya conlleva a una carga emocional devastadora entre lo verosímil y lo surrealista. El padre no es un brillante profesor diabólico a lo “Whiplash” con el que acabamos entendiendo tanta dureza sino que es alguien que simplemente ha querido sacar lo mejor de sus hijos pero ha tenido mala suerte. Lo mismo con el resto de personajes. Pam (Lily James), la novia, por ejemplo, no es un plato principal en la historia sino que solo es una manera de que Kevin (Zac Efron) tenga algo a lo que aferrarse, un pequeño aprendizaje, un personaje con quien compartir sus pensamientos. No es más que un corazón puro el cual el sinsentido de la vida acaba rompiendo.
Es irónico el hecho de que Fritz (Holt McCallany), el padre, al igual que su hijo Mike (Stanley Simons), abandonara la música para convertirse en un “verdadero hombre” dedicado a la lucha libre. Sabiendo lo que más adelante le ocurrirá a Mike por haber seguido los pasos de su padre, podría parecer que la película nos intenta inculcar erróneamente el peligro de este deporte en comparación con lo pacífico que es tocar la guitarra. Pero, como he dicho, esto no es más que una maldición, sin buenos ni malos. El peligro no viene directamente del ring sino de una fuerza externa incontrolable, cosa que convierte a la historia en algo mucho más inaparente, injusto y cruel. Esta no es una película sobre deportes, ni sobre la madurez, ni sobre el perdón. Es una película sobre la aceptación. El deporte es la metáfora, muchas veces visual, que utiliza la película para señalar que los verdaderos puñetazos no están en el ring sino en la vida. Resulta que debajo de tanto pectoral hay un sorprendente gran corazón.
Me encantan esos planos con la cámara en el suelo del cuadrilátero o justo frente a las cuerdas mientras Kevin no para de tirarse al suelo o de impulsarse de un lado al otro. Es como si el personaje estuviese chocando contra la cámara, machacándose, inquieto y ansioso por entrar y salir del encuadre, de sus traumas. Esto muestra a través de lo cinematográfico el ring como un espacio de tortura hacia uno mismo.
Poco a poco vamos entendiendo la película y valoramos mucho más las vidas de los personajes cuando nos damos cuenta de que ellos no tienen nada de especial como luchadores, no hay conflictos en el deporte, simplemente son personas que se quieren a las que les ocurre una serie de hechos puramente trágicos. No es tanto la recreación dramática de los hechos sino el propio valor de estos. Es decir, la historia, por muy simple que sea, es suficientemente desgarradora como para adornarla con melodrama (cosa que incomprensiblemente ha funcionado para el público en otras como “La sociedad de la nieve”), por lo que no hay otra opción que mostrar la perspectiva más pura de los personajes. Y para ello, parece que no, pero se necesita una destreza increíblemente sofisticada para la forma cinematográfica. Se trata de que la película tenga enfoque. Precisamente eso es lo que más me gusta de esta.
Fijémonos en que, en el guion, la maduración de Kevin es algo tan simple como ser el favorito de su padre, conocer a una chica, seguir entrenando, cuidar de sus hermanos y poco más. Es la transformación de una persona dedicada, que tiene corazón y encaja en la sociedad, ni más ni menos. Y es simple porque la película no trata de su transformación sino de cómo los sucesos que le ocurren afectan a esa transformación. De esa manera se consigue el verdadero aprendizaje, el llamado “deseo inconsciente”. Y esto se respalda con la brillante dirección de la película y el recurso que mejor utiliza: la utilización del tiempo mediante la elipsis o la dilatación.
Durante la primera mitad no paramos de ver los momentos idílicos o cotidianos de los personajes. Esos largos abrazos cuando se reencuentran, esas primeras escenas que muestran el día a día de los hermanos, esos combates donde ellos son un equipo inseparable e invencible, siempre con los puños en alto, como si en “El luchador” de Aronofsky todo estuviese bien. O esos bailes en la boda donde incluso acabamos viendo un travelling lateral que muestra el rostro de los cuatro hermanos y la novia en primer plano, uno a uno, pasándolo bien, unas imágenes al desnudo sin nada de subtexto. Esta "calma antes de la tormenta” no tiene ninguna prisa en dejar de mostrar sus sonrisas. Ni un ápice de tragedia en esta primera mitad cobra sentido cuando la seguimos viendo. Lo que parece una alegría tan superficial y monótona se acaba convirtiendo en algo que echaremos de menos.
Y en la segunda mitad es donde la película gana fuerza. Sigo en la sección Spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Las muertes de los hermanos, a cada una más trágica que la anterior, se muestran gradualmente más desde dentro y de una manera más carnal. En la primera, la de David (Harris Dickinson), se dice en off que ha muerto por una perforación intestinal y solo vemos un pequeñísimo funeral. En la segunda, la de Mike, después de tener un accidente en el ring, quedarse en coma y desgraciadamente aceptar su condición, lo vemos ingerir un bote de pastillas y huir de la casa, de noche y solitario. Por lo tanto, a esta se le dedica más tiempo, más información, a tiempo real y desde una perspectiva mucho más cercana, aunque haciendo largos saltos en el tiempo (desde el accidente en el ring hasta su muerte no pasan más de veinte minutos de metraje). Y la más brutal es la tercera, la de Kerry (Jeremy Allen White), quien pasa por dos fases: el accidente que le hacer perder el pie y la depresión que le lleva al suicidio.
En la primera, lo único que vemos es un largo travelling de la carretera a toda velocidad y a ras de suelo desde el punto de vista de la moto, de noche, y seguidamente un primer plano de Kerry con una mirada vacía y desalmada hacia el horizonte mientras conduce, rodeado de oscuridad. En la siguiente escena simplemente se levanta de la cama con arañazos en la espalda y coge unas muletas, esnifa una pastilla y entra en la cocina, haciendo que mediante el escenario y la cámara se revele que le falta un pie. Es una dirección mucho más impactante de lo que cabría esperar. Aquí entendemos que la película narra no mediante los hechos que se muestran sino mediante lo que nos sugiere el interior de los personajes. Y la segunda fase de su decadencia es su muerte. Tras una conversación tétrica y oscura entre Kevin y Kerry al estilo “Mystic River”, Kerry se dispara en vivo y en directo, aunque en fuera de campo, mientras su hermano lo busca para evitar otra tragedia. Kevin pega un grito y va corriendo a buscarle, desorientado, mientras le seguimos a tiempo real, hasta que lo encuentra bajo un árbol y llora sobre su cuerpo. Luego no duda en intentar estrangular a su padre, el supuesto culpable (recordemos que aquí nadie lo es) hasta que Kevin coge el cuerpo de Kerry y se lo lleva en brazos al interior de la casa. Es devastador porque es crudo y es crudo porque es auténtico. El hecho de no mostrar ninguna muerte directamente en pantalla es una decisión inteligente que irónicamente nos hace más sensibles y nos aterroriza más. Lo brillante está en esa selección de los momentos para dar la información justa y con la intensidad justa para que nos lo creamos y no sobrecargarnos de tragedia. Es decir, la primera fase se narra de manera contenida porque la emoción se reserva para una segunda fase mucho más explícita, donde finalmente la película nos da permiso para sufrir tanto como el personaje de Kevin. Y todo esto con la carga que nos ha ido acumulando la película a través de las otras dos muertes y su contraposición con la primera mitad. Siempre de menos a más, de lo oculto a lo evidente, de lo pacífico a lo violento, del duro ring al suave césped. Aquí está la destreza formal de la que hablaba.
No daba un duro por “El clan de hierro” y acabé deslumbrado. Película infravalorada por la Academia, ya siendo mejor que la mayoría de las nominadas y ganadoras a los Oscars. Inesperada sorpresa la dirección del para mí desconocido Sean Durkin. También gran interpretación de todo el reparto, especialmente el ya consolidado Zac Efron.
Una película densa y dura con una bonita mirada hacia lo trágico. Muy recomendable.
En la primera, lo único que vemos es un largo travelling de la carretera a toda velocidad y a ras de suelo desde el punto de vista de la moto, de noche, y seguidamente un primer plano de Kerry con una mirada vacía y desalmada hacia el horizonte mientras conduce, rodeado de oscuridad. En la siguiente escena simplemente se levanta de la cama con arañazos en la espalda y coge unas muletas, esnifa una pastilla y entra en la cocina, haciendo que mediante el escenario y la cámara se revele que le falta un pie. Es una dirección mucho más impactante de lo que cabría esperar. Aquí entendemos que la película narra no mediante los hechos que se muestran sino mediante lo que nos sugiere el interior de los personajes. Y la segunda fase de su decadencia es su muerte. Tras una conversación tétrica y oscura entre Kevin y Kerry al estilo “Mystic River”, Kerry se dispara en vivo y en directo, aunque en fuera de campo, mientras su hermano lo busca para evitar otra tragedia. Kevin pega un grito y va corriendo a buscarle, desorientado, mientras le seguimos a tiempo real, hasta que lo encuentra bajo un árbol y llora sobre su cuerpo. Luego no duda en intentar estrangular a su padre, el supuesto culpable (recordemos que aquí nadie lo es) hasta que Kevin coge el cuerpo de Kerry y se lo lleva en brazos al interior de la casa. Es devastador porque es crudo y es crudo porque es auténtico. El hecho de no mostrar ninguna muerte directamente en pantalla es una decisión inteligente que irónicamente nos hace más sensibles y nos aterroriza más. Lo brillante está en esa selección de los momentos para dar la información justa y con la intensidad justa para que nos lo creamos y no sobrecargarnos de tragedia. Es decir, la primera fase se narra de manera contenida porque la emoción se reserva para una segunda fase mucho más explícita, donde finalmente la película nos da permiso para sufrir tanto como el personaje de Kevin. Y todo esto con la carga que nos ha ido acumulando la película a través de las otras dos muertes y su contraposición con la primera mitad. Siempre de menos a más, de lo oculto a lo evidente, de lo pacífico a lo violento, del duro ring al suave césped. Aquí está la destreza formal de la que hablaba.
No daba un duro por “El clan de hierro” y acabé deslumbrado. Película infravalorada por la Academia, ya siendo mejor que la mayoría de las nominadas y ganadoras a los Oscars. Inesperada sorpresa la dirección del para mí desconocido Sean Durkin. También gran interpretación de todo el reparto, especialmente el ya consolidado Zac Efron.
Una película densa y dura con una bonita mirada hacia lo trágico. Muy recomendable.