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Tierra de sombras

Romance. Drama C.S. Lewis (Anthony Hopkins), profesor de literatura en Oxford, es también un escritor de gran reputación. Es soltero y vive con su hermano de forma casi monacal, totalmente desconectado de la realidad, encerrado en el mundo de la enseñanza y los libros. Un día irrumpe en su vida Joy Gresham (Debra Winger), una poetisa estadounidense divorciada y gran admiradora suya, que está de viaje por Inglaterra con su hijo (Joseph Mazzello) y ... [+]
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Críticas 44
Críticas ordenadas por utilidad
15 de mayo de 2007
7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Preciosa película con excelentes actuaciones, dialógos y fotografía que nos va sumergiendo poco a poco en un dolor, sufrimiento casi insoportable. La verdad es que merece la pena ser vista.

Es poesía y como ella puede ser triste y a la vez hermosa.
albita511
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28 de enero de 2012
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
No puedo evitarlo: me encanta este tipo de cine. Este cine elegante y sutil que mezcla con un arte incuestionable las emociones más intensas con la sobriedad más clásica. ¿Por qué se ha perdido? ¿Por qué no hay forma de hacer una película donde cada escena, plano, toma, palabra, mirada y silencios signifiquen cosas, y además, casi sin esfuerzo, resulte bello?

A destacar, por encima de cualquier otra consideración, a un asombroso Anthony Hopkins. Magistral. Es él quien te estremece con sus lágrimas, con sus dudas, con sus pensamientos y con sus terribles declaraciones de amor. Terribles porque son apasionadas, porque son desesperadas y duelen. Gran historia de amor la de Jack y Joy, desarrollada con infinita ternura e implacable crueldad. Pero ese es el trato.

Además, los temas que se desarrollan en «Tierras de penumbra» son tan universales, como hondos y humanos. Las reflexiones sobre el dolor difícilmente podrán olvidarse. Toda la película es una tesis sobre el por qué, el cómo y el para qué de nuestro padecimiento en el mundo, en sus múltiples formas, ya sea la soledad, el miedo o la muerte. Se podrá o no estar de acuerdo, y a más de uno la base religiosa sobre la que se sustenta la historia puede echar para atrás, pero es innegable la profundidad de las cuestiones que plantea y la sensibilidad que desborda toda la trama. Especialmente si crees.

Lo malo es que tiene partes tan brillantes, que el resto parece poca cosa, y en conjunto la sensación que me deja es que es una película buena, pero que podría haber sido aún mejor, quizá por estos desniveles y porque no se me quita de la cabeza la idea de que con un poco de esa «magia que nunca termina» la película podría haber llegado a más.

Lo bueno es que es una película preciosa, realmente emotiva, con unas cuantas escenas y unos cuantos diálogos que son ya imborrables. Estilo y talento unidos en una gran obra. En definitiva, muy recomendable.
Kaori
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23 de diciembre de 2013
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
William Nicholson se inspiró en un suceso real para elaborar una versión televisiva y una obra de teatro, que el cineasta Richard Attenborough decidiría llevar al cine, maravillado “por la historia de amor más hermosa leída en mi vida”. Aunque posee un carácter biográfico de sus ambiciosas obras anteriores, Gandhi o Chaplin, “Tierras de penumbra” recrea una historia romántica e intimista: la relación entre el escritor británico Clive Staples Lewis (Anthony Hopkins), profesor de literatura en Oxford durante los años cincuenta y la poetisa norteamericana Joy Greesham (Debra Winger), recién llegada de Europa junto a su hijo, huyendo del matrimonio frustrado con un novelista alcohólico; una película conmovedora, cuyo guión, plagado de escritos y conferencias originales de C. S. Lewis, encuentra unos intérpretes a su altura en Debra Winger y Anhony Hopkins, inconmensurables.

Rodada preferentemente en interiores, los sobrios escenarios de “Shadwlands” desembocan en una explosión de color durante el viaje de la pareja al Valle Dorado. En medio de la campiña inglesa, sorprendidos por una tormenta veraniega mientras, abrazados, contemplan la magnífica vista, Joy recuerda a Jack que sus horas de felicidad están contadas. C. S. Lewis, Jack para los amigos, es un escritor célebre por sus relatos fantásticos: mundos mágicos en los cuales se penetra a través de armarios de doble fondo. Su vida severa y ordenada, obedece a la rutina, vive soltero con su hermano - no en balde es autor del ensayo “Allegory of love”: “El gozo más intenso no consiste en tener sino en desear. La delicia constante, la felicidad eterna, sólo se experimenta cuando lo más deseado no está a tu alcance”- y algunas efectistas conferencias – “Porque Dios ama nos concede el don de sufrir. El dolor es el megáfono utilizado por dios en un mundo de sordos”- . En cierta ocasión recibe la carta de Joy con la intención de conocerlo.

Esa dama desconocida, judía, comunista, cristiana y poeta, le sorprende escribiendo sobre él como si lo conociera en profundidad. Pero si las palabras de Joy le sorprenden por su osadía, la mujer lo fascina aún más al conocerla en persona: risueña, sincera, de una ironía sangrante incompatible con la exquisita hipocresía británica. Joy recrimina a Jack haber organizado su vida su de modo que nadie pueda herirle o afectarle; siempre se ha negado a exteriorizar sus sentimientos, jamás se ha comprometido con causa alguna. La presencia de Joy en Oxford hace aflorar lo rancio de su ambiente universitario. Attenborough, alumno de la institución en la década de los cincuenta, vuelca sus experiencias personales en la descripción de un lugar anclado en su pasado esplendoroso, mirando por encima del hombro a su alrededor desde su irremediable decadencia intransigente que huele a formol.

En estos tiempos frenéticos en el que el sexo y la violencia nos invaden con su vulgaridad, despreciando la reflexión y los sentimientos entre las personas, la introspección en la autocomplacencia, es de agradecer esta tardía y otoñal relación amorosa, una película contenida, que habla de amor, dolor e impotencia ante la fatalidad. “Leemos para estar menos solos”, es la lección aprendida por Jack de un alumno rebelde. A partir de ahora, el prestigioso profesor cifrará la verdadera sabiduría en escuchar a los demás, erigiendo al sentimiento en estado puro, frágil, descarnado, en el maestro más duro e implacable. Recomiendo encarecidamente versión original, si no sabemos inglés, pues con subtítulos porque las voces originales son muy importantes en la película.
Antonio Morales
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1 de abril de 2017
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mucho más que unas frases bien puestas, mucho más que una historia contundente y unos actores que saben hacer las cosas tan bien, lo que hizo Richard Attenborough hace ya casi veinticinco años es cine imperecedero. Tengo ganas de decir que una vez vista hace unas semanas, "Tierras de penumbra" permanece de forma muy viva dentro de un espectador vulgar como yo. ¿Por qué?; no siempre la suma de todos los elementos, incluso siendo excepcionales de forma separada, dan como resultado una gran película. Hay que saber crear la sinfonía correcta, hay que saber ligarlo todo, cocinar a fuego lento, no sé cómo decirlo pero lo que hizo aquí Richard Attenborough es algo extraordinario.

En lo personal siempre que se usa la enfermedad para intentar conmover al espectador me parece un fraude, un recurso despreciable. Y sin embargo, la historia de amor entre los dos protagonistas, que explota estando ella en la cama de un hospital, funciona porque es natural y surge sin artificios. Tal cual suena, él se enamora poco a poco sin querer hasta que cuando se da cuenta es en unas circunstancias tan tristes que el alma del que lo ve se encoje y grita. Tan bien hecha, que en el desván el hombre y el niño se abrazan y hasta parece que la cámara esté llorando.

Sólo un artesano como Attenborough podría crear algo así. La búsqueda del paisaje en el cuadro, el grito al cielo de Hopkins acusando al universo de ser caótico o la referida escena con el niño son momentos únicos que han de quedar en la memoria del espectador cuando, como aquí, las cosas se hacen tan bien.
Luisito
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17 de noviembre de 2012
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es esta una de las últimas películas pre-CGI, esto es, antes de que la imagen digital modificara los parámetros del cine comercial. Se nota en el alcance de sus ambiciones, puramente argumentales, y sustentando su estética en una fotografía bella, ortodoxa, nada arriesgada. Este cine ahora se llama serie de televisión.

Basada en una obra de teatro, discurre con un ritmo agradable e hipnótico bajo el aroma del clasicismo más formal. Hay que agradecer el trabajo de un entonado y experimentado Richard Attenborough en la dirección, acometiendo con precisión el dibujo de personajes y situaciones sin rozar nunca ni el exceso ni la contención innecesaria.

Anthony Hopkins resulta especialmente creíble en su composición del autor de Narnia, dotando a sus horas más amargas de lágrimas sorprendentemente verosímiles en un actor no especialmente dotado para este registro. También es este un Anthony Hopkins pre me-da-igual-ya-mi-carrera-y-voy-a-saco-a-trincar-cuanto-pueda. Se nota y se agradece su esfuerzo. Aún así, su personaje no le permite alcanzar la cumbre de "Lo que queda del día", papel con el que comparte muchos más parecidos de los que pueda parecer a primera vista.

Debra Winger da en el clavo con la visión de su personaje. Lo interpreta con una naturalidad pasmosa, casi como si le faltara algo por pulir.

El elenco de secundarios es admirable, apelando a ese cine tan Cukor, tan Lubitsch, que nutre a las historias de pequeñas grandes almas de las que querríamos saber más y más.

En fin, cine del de antes, de cuando se pretendía contar una historia comprensible, no compleja, emocional, con un buen equipo técnico y artístico y contando que la audiencia prestará dos horas de su vida a un relato que se sabe como evolucionará y terminará.

Ahora, en el 2012, este material cae en manos de Joe Wright, el director ese de "Expiación" y te lía unos planos imposibles y te mete unas músicas que te cagas. Incluso el propio Hopkins entraría en su armario para aparecer luego en Narnia y conocer allí a su amada. En fin.
Redelbe
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