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The Lavender Hill Mob

Comedia Hace veinte años que el tímido Henry Holland (Alec Guinness) se encarga de supervisar el traslado de los cargamentos de oro del banco inglés en el que trabaja; pero llega un momento en que, harto de su gris y anodina vida, idea un ingenioso plan para llevar a cabo un espectacular robo en el banco: se trata de trasladar el oro de Inglaterra a Francia en forma de souvenirs de la Torre Eiffel. (FILMAFFINITY)
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Críticas 21
Críticas ordenadas por utilidad
3 de noviembre de 2013
8 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los grandes títulos que nos brindaría esa fantástica productora londinense que fue la "Ealing Studios" (compañía cinematográfica creada al poco de finalizar La Segunda Guerra Mundial y que fue artífice de confeccionar algunas de las mejores comedias inglesas vistas en la historia del séptimo arte), una antológica comedia de robos en la que Alec Guinness encarna de modo inolvidable a Henry Holland, un recto empleado de banca de vida gris y aburrida que decide asaltar el propio cargamento de lingotes de oro que él mismo está transportando para poder así salir de la monótona vida en la que se encuentra sumido. Toda la película es un flashback, nada más comenzar vemos a Holland en un local en Brasil en el que él es el centro de atención, todos buscan su compañía y él reparte dinero a espuertas ¿Qué ha ocurrido para que un hombre de existencia tan anodina haya llegado a convertirse en el rey de la vida social de Río de Janeiro? Eso es lo que nos contará “Oro en barras”.

Una película repleta de secuencias enloquecidas, de humor frenético y siempre inteligente que goza de un momento cumbre, justo antes de la guinda que es su inolvidable plano final, cuando Holland huye de la policía en una delirante persecución. Deliciosamente entretenida, una comedia perfecta e imperecedera. Cine puro en esencia, absolutamente imprescindible.
Juan Marey
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17 de diciembre de 2013
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para que la peripecia de un hombrecillo honrado sea capaz de cautivarnos, de hacernos reír y, al tiempo, de ponernos un nudo en el estómago, se requiere un saber hacer fuera de lo común, una puesta en escena soberbia, una interpretación magistral y una dirección sobresaliente.
Crichton lo consigue ayudado por un magnífico Guinness.
Y todos los demás, claro.

La comedia y el crimen se combinan en un delicioso relato que despierta la curiosidad del espectador, se adueña del público desde los primeros fotogramas, aviva su deseo de saber más y le fija en su butaca ávido de no perderse detalle.

Por eso les admiramos a todos.
ABSENTA
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30 de septiembre de 2011
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alocada e inteligente comedia manufacturada en los Estudios Ealing. La marca de la casa es evidente y más en uno de sus films más propulares y con una de sus estrellas fetiche, Alec Guinness; siempre prestado a papeles de honrado trabajdor y hombre de buena fe que ya depararía otra lección magistral en “El Hombre del Traje Blanco” (The Man in the White Suit, 1951) y “El Quinteto de la Muerte” (The Ladykillers, 1955), ambas dirigidas por Alexander MacKendrick y ésta ultima muy similar en contenido a el film de Crichton cuyo titulo original es “The Lavender Hill Mob” y que aquí se estrenó como “Oro en Barras”.

Y como todas las comedias de la Ealing e nos presenta un fresco social del Londres de pos-guerra; con todos sus habitantes que van del hogar al trabajo y del trabajo al hogar, despreocupados y dispuestos a salir adelante. Uno de esos tantos miles de londinenses, Henry Holland (Alec Guinness) presumiría de su empleo en el banco pero su excesiva honradez le hace estar distante del comentario de los demás; y es que su labor consiste en custodiar cantidades sustanciales de barras de oro de la fundición a la caja fuerte ganando un sueldo mísero desde hace casi dos décadas. Cuando le reprochan su falta de ambición se le enciende la bombilla para compincharse con Alfred Pendlebury (Stanley Holloway) un vecino de la casa de huéspedes donde reside para sacar adelante el estrafalario plan de robar los lingotes, fundirlos en souvenirs de la Torre Eiffel y traspasar el botín a Francia para pasar desapercibidos. El tiro les saldrá por la culata…

Charles Crichton se hizo cargo de dirigir ésta notable comedia que añade curiosidades como la breve aparición de una por entonces desconocida Audrey Hepburn. Crichton volvió a popularizar la comedia inteligente casi cuatro décadas después con “Un Pez llamado Wanda” (A Fish Called Wanda, 1988) de entramado parecido y que reunía a dos Monty Python; John Cleese y Michael Palin, al lado de los norteamericanos Jamie Lee Curtis y Kevin Kline.
Natxo Borràs
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18 de marzo de 2015
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Divertidísima comedia de los estudios Ealing, verdadero festín para la inteligencia y los sentidos hecha de lingotes de fino y puro humor británico sin colorantes ni conservantes. La película, dirigida eficazmente por Charles Crichton nos deleita con un recital de Alec Guinness y Stanley Holloway plagado de brillantes escenas -por citar una, la de la aduana es desternillante-, la música irónica y festiva de George Auric y la sonrisa que no nos abandonará en ningún momento de su metraje. Inolvidable el momento en el que, tras conseguir la primera torre Eiffel de oro, Guinness mira a Holloway como un padre orgulloso y dice: "Nuestro primogénito". Como curiosidad el delicioso cameo de Audrey Hepburn al inicio de la pelicula.
Gould
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30 de diciembre de 2014
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si a algo se ajusta la definición de humor inglés es a películas como "Oro en barras", verdadero ejemplo de lo que eso representa y reflejo al mismo tiempo de que con no demasiado dinero y mucha imaginación se pueden contar historias de verdad. Generalmente hoy el camino se sigue a la inversa pero que se le va a hacer; es la tendencia.
El gran Alec Guinness interpretando a un anodino supervisor del traslado contínuo de lingotes de oro es prácticamente el centro de toda la historia. Es a su vez el narrador de los hechos.
Algunas escenas proyectan cierto aire de teatralidad, particularmente en las que se encuentran sus dos protagonistas principales, dicho esto no en un sentido de sobreactuación, si no que denota el origen teatral de ambos actores.
La película es maravillosa por su sencillez y tiene además un final tan ingenioso como inesperado. Hay que verla.
John Dunbar
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