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En trance

Thriller Simon (James McAvoy), un empleado de una casa de subastas, se asocia con una banda criminal para robar una valiosa obra de arte. Pero, tras recibir un golpe en la cabeza durante el atraco, descubre, al despertarse, que no recuerda dónde ha escondido el cuadro. Cuando ni las amenazas ni la tortura física logran arrancarle respuesta alguna, el líder de la banda (Vincent Cassel) contrata a una hipnoterapeuta (Rosario Dawson) para que le ayude a recordar. (FILMAFFINITY) [+]
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Críticas 134
Críticas ordenadas por utilidad
1 de julio de 2013
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tramposo, superficial, videoclipero. Danny Boyle ha tenido que ir cargando con estos calificativos y otros tantos a lo largo de su filmografía. Es evidente que su cine es excesivamente condescendiente con el público y en más de una ocasión esa concesión se le ha ido de las manos, creando obras donde el positivismo roza lo artificioso. Dónde el buen rollo imperante resulta impostado a golpe de ambientes exóticos. El paraíso de Tailandia, el colorido de la India o hasta el árido Cañón del Colorado han sido objeto de seducción por parte del realizador. Sin embargo como narrador apenas se le pueden achacar descuidos. Su habilidad para contar historias, independientemente del marco en el que se desarrollen, no es cuestionable. Con una facilidad inusual hoy en día, introduce al público en el relato y lo que es más brillante si cabe, consigue mantenerlo en la trama.

Con Trance, nueva entrega del Boyle más cromático, regresa a su tierra. Ese Londres que no fotografiaba desde aquel examen gore aprobado con nota en 28 días después. Y vuelve con una historia que a simple vista también se la puede tildar de inverosímil, pomposa y hasta irrisoria y sin embargo, tras un par de capas de todo lo dicho, hay fondo donde rascar. Si hurgamos con precisión estaremos ante un ejercicio filosófico sobre el destino. Porque Boyle, en cierta manera, plantea un interesante dilema acerca de las acciones y sus consecuencias. ¿Acaso siempre somos responsables de nuestros actos? Sugerente reflexión servida en un thriller que hace las veces de drama psicológico y cine negro columpiado en altas dosis de surrealismo.

El manido "nada es lo que parece" también tiene su protagonismo en Trance. Simon (James McAvoy) es un adicto al juego convertido en subastador de cuadros que ve en la profesión la respuesta a sus deudas. Por otro lado se nos presenta una banda de atracadores encabezada por Franck (Vincent Cassel) y una terapeuta especialista en hipnosis (Rosario Dawson) convertida de pronto en el eje central de la historia. No es díficil presagiar que el entramado de identidades que tenemos delante moverá sus hilos hasta provocar la confusión. A golpe de giro inesperado comprobamos que no todo es lo que vemos. Y cuando aún nos estamos reponiendo de este adictivo y peligroso juego por parte de su director, el guión no deja de tomar curvas. Los personajes adquieren un cariz de espejismo. ¿Quién miente? ¿Quién sueña? ¿Quién es sólo un deseo? ¿Quién una sugestión? Preguntas de respuesta inmediata que no siempre satisfacen a un espectador ávido de explicaciones.

Lo que sí complace es un reparto en estado de gracia con una Rosario Dawson a la cabeza inundando la pantalla de erotismo. Mientras que el sector masculino cumple con personajes menos atractivos.

Boyle ha querido renovar el cine negro. Adaptarlo a los nuevos tiempos, respetando la esencia. El resultado no es más que una sucesión de loopings en una incansable montaña rusa. La adrenalina fluye y con ella el realizador guiña un ojo al cine que le sirvió como carta de presentación.

Para un público juguetón con predisposición a saber perder.

Lo mejor: su montaje. Adictivo.
Lo peor: le falta un golpe sobre la mesa para no pasar desapercibida.
Ulher
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31 de mayo de 2019
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un thriller sorprendente que tiene detalles de gran cine y aún un detalle mucho mejor: va de "menos" (aún siendo buena) a más. Comienza bien, se mantiene bastante bien y ya en su tercio final es cuando despega hasta lo sobresaliente. Y si bien los giros no tienen nada que ver con la trama inicial, esa es la principal gracia del mismo: cómo la misma película escapa a su trama y su propio control para hacerse impredecible para muy bien. Danny Boyle es un gran director. Y las interpretaciones son geniales, destacando a un McAvoy impresionante y una Dawson poderosa.
JanetSalanderValentini
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13 de junio de 2013
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El británico Danny Boyle ha hecho del riesgo su forma de vida. Ha sido así desde sus inicios y ni siquiera ganar la asombrosa cifra de ocho Óscar por la pintoresca Slumdog Millionaire (2008) le ha calmado. Podría decirse que Boyle es un completo autor, un autor del Siglo XXI que disfruta con el más difícil todavía y no permitiendo que la industria cinematográfica lo etiquete en un género en concreto. Trainspotting (1996), The Beach (2000), Millions (2004), Sunshine (2008) o 127 Hours (2010) son una buena muestra de películas en las que, para bien o para mal, el británico ha dado rienda suelta a su muy desarrollada agudeza visual y musical para contarnos historias de un modo diferente y único, como prácticamente solo él sabe hacer en nuestros días (con la excepción del Fincher de The Social Network y alguno más). El cine de Boyle se sustenta a base de música electrizante, imágenes potentes, ritmo frenético y un montaje que altera las leyes del espacio y el tiempo. Si conectas con esta idea, si entras en su juego, la recompensa será excelsa y muy satisfactoria, ya que su cine provoca la exaltación de las emociones más primarias del espectador, su excitación gracias a un consumo constante de los sentidos,casi por acumulación de experiencias. Si por el contrario, no es así, sus embrollos argumentales te llevarán por la calle de la amargura y no serás capaz de experimentar apenas ninguna de estas sensaciones, debido a que te estarás preguntando una y otra vez por esas trampas en la trama y si eran realmente necesarios tantos enredos en ella. Lo que es evidente es que Boyle es un director profundamente visual, donde el uso de los colores adquiere una importancia capital para definir a sus personajes y expresar de manera directa y sencilla algunas ideas que los diálogos nos esconden. Otro tipo de lenguaje, tan estimulante como otro cualquiera si el resultado es positivo y bien ejecutado. En Trance vuelve a realizar un salto sin red, ya que se juega la valoración y aceptación de su película a una carta debido a las frágiles estructuras narrativas que soportan el peso de la trama. A medida que avanza el film, muchos podrán decir (yo lo pensé) que el argumento bordea lo ridículo y que pone a prueba en demasiadas ocasiones nuestra capacidad de aguante, incluso nuestra imaginación. Pero, un poco más allá de mitad de metraje, nos damos cuenta de que la trama es una excusa, una enorme excusa, para visualizar formas, colores, estados de ánimo, composiciones, encuadres imposibles. Por lo tanto, nos encontramos con una película muy consciente de ella y donde el fondo sirve a la forma, y no al revés como es habitual.

Desde el principio, el director de A Life Less Ordinary (1997), deja muy claro cuales van a ser sus recursos y elementos de narración, regalándonos un comienzo arrollador, en lo que podría ser un resumen perfecto de su trayectoria cinematográfica hasta la fecha. Las imágenes funcionan como coreografía visual al ritmo de una música ensamblada con maestría, sirviéndose tanto de los personajes como de los objetos inanimados para dar la sensación de estar contemplando una extraña danza, animada por una dirección y un montaje adecuados, en concordancia estilística con el espectáculo que nos muestra la pantalla. La evidencia de todo esto es la escena de la subasta y todo lo que en ella desemboca. De hecho, los encadenados musicales conforman las mejores partes de la película, pudiendo incluso verse como entes independientes entre si, a modo de videoclips (pudiendo ser completamente intencionado). De un tiempo a esta parte, Boyle ha ido puliendo su estilo en la grabación de spots para televisión y anuncios para diversas marcas comerciales pero, en este caso, no se puede elaborar una relación directa cine-televisión como si se podría hacer con los hermanos Ridley y Tony Scott, David Fincher o Michel Gondry, entre otros, cuyas carreras cinematográficas fueron posteriores a su trabajo en publicidad, por lo que la influencia de la televisión fue directa en el séptimo arte. En cambio, Boyle pertenece al grupo de los Sofia Coppola, Spike Lee, Baz Lurhmann, Michael Mann, Guy Ritchie o David Lynch, cineastas cuya particular gestión y tratamiento de la imagen trasciende lo puramente fílmico para llegar a convertirse, a veces, en simples obras de arte, sin importar el género al que pertenezcan. Es curioso constatar como esta proliferación estilística es tan o más aceptada hoy día que en sus orígenes, allá por los ochenta con el gran impulso que significó el nacimiento de la MTV. Se produce así una extraña retroalimentación que ha perdurado durante años, ya que los directores que en su día fueron inspirados por este movimiento estético, colaboran en él gracias a la exitosa mezcla de conocimientos y experiencias producidas en el cine. Todo queda en casa.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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14 de junio de 2013
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El juego es sencillo. Tanto que casi asusta... pero no. Se trata de encontrar al parásito más resistente. El organismo o ente que no abandone al cuerpo invadido ni a patadas, ni mediante el uso de potentes fármacos, ni recurriendo al mejor psiquiatra. Para hallar la respuesta no hace falta ir hasta el sitio más recóndito del planeta, ni rodearse del equipo de científicos más capacitados, simplemente hay que tener las ideas claras, nunca mejor dicho. Porque las ideas son el peor parásito. Pongamos, por ejemplo, que alguien le pide a otro que no piense en elefantes. Sobre todo, que no piense en elefantes. Por supuesto, los paquidermos no abandonarán sus pensamientos. Ahora pongamos que alguien le pide a la misma persona, por lo que más quiera, que no piense en aquella película dirigida por Christopher Nolan en la que un sofisticado grupo de ladrones se sumergía en los sueños de sus víctimas para realizar sus operaciones.

Cambiando radicalmente de tema, hará exactamente un año, mientras los ojos de todo el mundo estaban puestos en los Juegos Olímpicos de Londres, los paparazzi captaron un extraño -por improbable- romance en las calles de la capital inglesa. Danny Boyle y Rosario Dawson paseaban cogiditos de la mano y en actitud acaramelada. Más allá de las diferencias de edad, de ranking en la clasificación de belleza y de estado de salud de la carrera profesional. El amor entre artistas no entiende de estas milongas. Está por encima de todo esto. Están fuera de lugar las sospechas concernientes al uso de las curvas para conseguir entrar -por fin- en un proyecto con un poco de caché. También lo está el pensar en aquella película en la que Leonardo DiCaprio, por su miedo a no poder escapar de su particular limbo, era acosado, continua y literalmente, por el fantasma de Marion Cotillard (los hay con suerte).

Prohibido pensar en 'Origen'. Al fin y al cabo esto es 'Trance', la respuesta a ''¿Cómo diablos hubiera sido 'Origen' dirigida por Danny Boyle?'' Lo dicho: imposible dejar de pensar en el maldito parásito. Lo mismo sucede con otros referentes más o menos actuales ('El secreto de Thomas Crown', 'La trampa'...) sobre increíbles robos de obras arte, piezas que, por cierto, y siempre según los guionistas Joe Ahearne y John Hodge, nunca pueden llegar a valer más que una vida humana. Aun así, ni las máscaras nupciales, ni las más refinadas joyas ni, por supuesto, los cuadros de los pintores más ilustres (en el caso que ahora nos ocupa, el ''Vuelo de Brujas'', de Francisco de Goya) están a salvo. Los delincuentes preparan durante meses el gran golpe. Estudian concienzudamente planos y vías de escape. Se entrenan física y mentalmente para el reto y trazan los planes suficientes como para agotar dos veces las letras del abecedario. Como si de una partida de ajedrez profesional se tratara. Todo para entrar, recolectar e irse rápidamente sin ser visto. Las neuronas, el sigilo y la elegancia al servicio del crimen.

Pero Danny Boyle no es precisamente un ladrón de guante blanco (mucho menos un hipnoterapeuta). A él le va la marcha. Él prefiere entrar aporreando la puerta hasta echarla abajo, cargarse buena parte del mobiliario del domicilio o museo en el que irrumpe y si es necesario (y por pura adoración a las manchas de color rojo), disparar a algún que otro guardia de seguridad (sin matarle, que como se ha dicho, ninguna obra de arte vale más que una vida humana). Ruido, caos y destrucción para otra dosis (ésta sensiblemente rebajada) romántica de misticismo macarra-pastillero marca de la casa. Si bien Nolan entendía que la descarga de adrenalina no podía llegar sin el calentamiento previo del cerebro, el cineasta detrás de 'Trainspotting' o la mucho más aclaradora (para comprender mejor la parte inamovible de su discurso) 'Una historia diferente' empieza y termina en lo visceral, camino igualmente lícito para lograr el impacto en el espectador, y que en ocasiones funciona mejor que en otras. Menuda novedad.

'Trance', reconstrucción -o deconstrucción- onírica del manual heist movie en la que el crimen central parece ser casi anecdótico, está mucho más cerca del desastre que del éxito, sin olvidar jamás que la línea que separa ambos resultados finales es delgadísima. Boyle, como a él le gusta, se presenta al filo de la muerte. Lo mismo sucede con el resto de aspectos cuyo análisis decantan la balanza hacia un lado o hacia otro. Por ejemplo, a pesar del peso que se le da, el triángulo amoroso entre el pícaro McAvoy, la presuntamente despampanante Dawson y el macho alfa Vincent Cassel no funciona en ningún momento, principalmente porque el director se empeña en que salga a relucir el inexistente talento de la su por entonces compañera de cama. El que la maraña de recuerdos y memorias fragmentadas se nos presente de forma tan anárquica, aparte de formar parte del equipaje con el que ya sabíamos que íbamos a cargar incluso antes de que empezara este alucinado viaje, puede ser motivo igualmente de alegría y de desesperación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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15 de junio de 2013
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No sales contento pero, tampoco puedes decir que no te guste!!! Difícil entramado el que consigue este director, Danny Boyle, en su último trabajo, en el que sólo él entiende el mensaje al que quiere llegar!!! . Sigues a los personajes, te involucras intentando entenderlos, te dejas llevar esperando la resolución final que te aclare el por qué de cada uno de ellos, su papel y su evolución, afinidad desesperada que ansías lograr; sólo que, en lugar de obtener una respuesta aclaratoria, satisfactoria te da la sensación de haberte perdido, de haberla liado tanto -el susodicho director- que tienes ganas de volver a visionar los últimos 20 minutos para descubrir qué te has perdido. Y aunque los vuelvas a ver, no cambiará tu sensación de "como te has rayado!!!" para explicar algo tan sencillo como la manipulación mental con uso personal. Una estupenda Rosario Dawson que acorrala y maneja a su antojo a los dos protagonistas, un thriller mental y psicológico que va más allá del robo de una pintura, mucho más que un perfecto atraco o la propia avaricia del dinero, pero que no brilla con la fuerza suficiente debido a que es ocultado por una excesiva violencia que enmascara la elegancia del acto del personaje femenino. Únicamente podrás disfrutar plenamente de la magnífica fotografía y de la excelente música; son expuestos limpiamente para que puedas hacer uso de ellos sin más!!! Pero, respecto a toda la otra parte, en su intento de originalidad nunca mostrada, en su querer enmascarar algo deslumbrante que no resulta por su escasez de brillo, este reconocido director pierde su propio camino emprendido; lo peor, tú le vas detrás no sabiendo a dónde!!!
lourdes lulu lou
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