Gracias, Mr. Moto

En una China prebélica, donde los occidentales mangoneaban lo que querían, saqueando y pervirtiendo a tal milenaria cultura, Mr. Moto intenta evitar que unos rufianes descubran el paradero de un tesoro legendario. Para ello no dudará en matar varias veces. Y es que al bajito investigador japonés no le tiembla la mano, por mucho que ofrezca una imagen inocente y educada, hasta cierto punto servil, que no tiene nada que ver con su auténtica personalidad, un antecedente de James Bond, por la sangre fría y determinación. Eso sí, los interludios románticos se los deja a los occidentales que hacen de comparsa. No estaba bien visto en el Hollywood de entonces los amores interraciales. Y Mr. Moto tiene de todo menos sex- appeal.

A mediados de los años treinta el cine se escribía con la ingenuidad de quien experimentaba con nuevas texturas narrativas pero también con la contundencia de quien dominaba los recursos técnicos.
Por eso sorprende tanto la madurez de algunas producciones de aquel tiempo y su vigencia después de haber transcurrido casi un siglo.

En este nuevo episodio de R. Moto, la aventura, la intriga y la acción forman una combinación casi perfecta que encuentra su catalizador en el marco del seductor ambiente oriental para acentuar los perfiles del suspense y permitir que la impronta de P. Lorre quede sellada con la firma de una interpretación magnífica.

Solidez argumental, rigor artístico, prestancia formal, dinamismo, creatividad, una gran dosis de armonía y, por encima de todo, compromiso con el cine.
Con el buen cine.