Si hay que puntuar una obra por el placer que a uno le produce, yo a ésta no tengo más remedio que ponerle un ocho. Por lo menos. Me parece ingeniosa y divertida a más no poder. Tiene el aroma de los cómics canallas, underground (comix), de los años ochenta y noventa. No sé si es un humor más o menos fácil o sofisticado, no me tengo por un sibarita, me da igual si me lo paso bien. Se me queda corta la categoría de simple aspirante a los premios Goya, aunque supongo que el humor lo tiene más difícil para conseguir premios de fuste. En Clermont-Ferrand y otros varios festivales fue ganadora, lo que me parece justo. El guion (obra de Mercero hijo) funciona como un mecanismo de relojería, lo que no quita, sino al contrario, para que el resultado sea fresco, ágil y descacharrante. Las interpretaciones, estupendas, resaltando la del actor protagonista. Veintidós minutos de puro regocijo. Así da gusto

Sarah Kane, la autora del guion, es una más que interesante dramaturga británica que se suicidó a los veintiocho años, víctima de depresión, y toda su obra está atravesada por un sentido trágico. Es una de las dramaturgas más representadas en Europa, innovadora y rompedora, y sólo por eso ya merece visionarse este corto que bien puede servir como introducción a su trabajo, necesariamente poco extenso. Pero además ofrece once intensos minutos a través de los que asomarse a su concepción extrema y violenta del amor y la vida. Hay también una muy buena interpretación de su actor protagonista. Échenle un vistazo si resisten bien las impresiones fuertes.

Empieza atropellada y sin atractivo, pero al poco rato se entona y cobra un ritmo que ya no decae hasta el final. La protagonista es una estúpida y con unos arranques de mal carácter que ya, ya, pero al final se redime, o casi. Las cuatro actrices componen un cuadro potente y vitalista que anima, y cómo, la función. Se agradece que, en una película con impronta feminista, la protagonista no sea precisamente una santa y los personajes masculinos no sean un estereotipo de tipos impresentables: el padre es una ternura de señor, y poco menos cabe decir del interpretado por José Mota. Los chicos del bar con música, esos sí que son unos comparsas desdibujados y, alguno, lamentable. Vamos, que está requetebién lo de no caer en ese maniqueísmo tan simplón. Pero sí que hay una clara moraleja, y ésa es irreprochable. Película sin altas pretensiones, pero las que tiene las cumple con creces. Divierte, alecciona y vale la pena, al menos para mí. Aprobado alto.

Película de un costumbrismo casi amable que remata en un final muy duro y sin concesiones. Algunos por aquí dicen que es una película victimista y que justifica la violencia de los negros. A mi no me lo parece. De hecho creo que el director se muestra bastante crítico con los de su propia raza. Mientras los personajes italoamericanos y asiáticos que aparecen son emprendedores que montan sus pequeños negocios, los personajes negros llevan vidas indolentes, con visos de vagancia y, eso sí, se les da muy bien protestar e intentar imponerse y avasallar a los otros con la coartada del victimismo. Y no me parece que el final de la película justifique la violencia, al contrario, creo que la presenta como algo lamentable y cobarde por quienes la protagonizan. El propio personaje negro que encarna el director, Spike Lee, es bastante miserable. Eso sí, todas las partes, los italoamericanos también, tienen sus sombras; el racismo, esa lacra de la que pocos se libran, es manifiesta en todos (negros también, muy clara en su trato a los asiáticos que aparecen), y es el caldo de cultivo en que prende la mecha de la violencia. El tribalismo, esa pulsión tan primitiva pero tan vigente, envenena esa calle de Brooklyn en la que se desarrolla la totalidad de la película.

No me explico como González Sinde y Gutiérrez Aragón juntos pueden haber perpetrado una película que para mí se acerca un tanto al bodrio. Y lamento decirlo, porque respeto mucho a ambos, y "La Mitad del Cielo", de Aragón, es una de mis películas preferidas de siempre. Pero el mejor escribano echa un borrón. La historia en principio tiene pegada, hay una muy lograda ambientación rural, buenos actores y actrices, pero los personajes tienen comportamientos inconsecuentes, y no porque se quiera presentar personajes incoherentes en sí, sino por incoherencia o descuido del guion. Una frase de Luis Tosar, "soy peluquero, pero no soy tonto", resume tanta incongruencia y dejadez. Hay alargamientos y decaimientos del ritmo que desmayan el interés. La película pretende gran intensidad emocional (tragedia griega, han dicho algunos), pero en mi caso lo que ha provocado es hastío. Me cuesta mucho dejar una película a medias, aunque me aburra o me harte, de hecho nunca lo hago, pero ésta es de las que me pasé toda la última parte pensando "señor, aparta de mí este cáliz". En fin.