Dos cosas preocupaban al ejecutivo aquella mañana, su peso y la muerte.
Me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco, me estoy volviendo loco poco a poco, poco a poco...
El demonio de los celos invade y devora, también corroe al bueno de Pepe o Federico, santo inocente que era tan feliz hasta ese infausto momento, es siempre peor que la ignorancia el conocimiento, ojos que no ven, díselo a Edipo.
Tras más o menos una hora de simpático tedio suave, aproximadamente pavoroso y estúpido, descubres sorprendido y agradecido, ese maná caído del mismo cielo, que no todo había sido un sueño y que aquello, a pesar de los pesares y de todas las desgraciadas apariencias, tenía su mucho, claro sentido, exacto, bonito, sabio, artístico, no era burdo azar ni un timo, ni improvisación ni una chapuza, a saber, borrar o difuminar las farragosas y erróneas distinciones entre realidad y teatro, entre los genitales de los diferentes seres, meros instrumentos, no fines, siempre medios, entre casados y solteros, subalternos y jefes, engels, el vulgar mito de los cuernos para el zafio populacho, entre drama y comedia, tragedia y broma, locura y salud, sueño y pesadilla, y que, claro, a pesar de la ridícula y machacona insistencia actual en la mayor negar y en tratar de postular justo lo contrario de lo que es tal cual, hay que programar, los hombres son muy tontos y son manejados a modo por las mujeres que les dan mil vueltas, que hacen con ellos lo que quieren y, como remate, una autopsia al cadáver siempre vivo de radio televisión española con tanto sádico cariño y juguetona preminencia hecha, y una crítica/risa de la creación misma, y al cine, y a todo, leve, a sí mismo el primero, al director o jefe de todo esto que es el que menos pinta, el último mono, un mandado, todo es chanchullo y mamoneo, tráfico de influencias y camas, enchufismo y mangoneo, amantes, novios, queridas, mantenidos, entretenidas y otros animales siempre interfieren, los primeros los ponen, vivan los venéreos intereses, todo se cuece en la trastienda, entre las sombras, a contrapelo, y contado tanto tonto trasunto con delicada fiereza de elegancia llena, con planos secuencia bellos, con un sentido del humor pleno y llevadero, a fuego lento, bravo.
Temimos caer por despeñaperros y acabamos subiendo el aneto, sin bombona de oxígeno, a pelo, a pecho descubierto, por delante.
Película libérrima e inspirada, con gracia, complicada/ligera, que juega a la tontería supina y termina con galanura y pericia, un artefacto cómico filosófico de gran calado irónico, una experiencia habanera, greguería, y me encantan los actores Gómez (supremo, colosal cuando esgrime todas las posibilidades ante Sacristán), Ladoire (enorme, una pena su poca presencia en el cine, nuestro Antoine Doinel), Victoria, Bibi, todo quisqui, saca el güisqui cheli para el personal, suma de pequeñas maravillas, y la fotografía en penumbra y el plató en construcción/desolación y hasta el comité de empresa luchando a brazo partido por las horas extra, vivan la revolución y la barahúnda, tanto arrebato.