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La quimera del oro

Comedia. Drama. Aventuras Obra maestra de Chaplin, en la que interpreta a un solitario buscador de oro que llega a Alaska, a principios de siglo, en busca de fortuna. Una fuerte tormenta de nieve le llevará a refugiarse en la cabaña de un bandido. En 1942 fue reestrenada en versión sonora. (FILMAFFINITY)
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Críticas 107
Críticas ordenadas por utilidad
20 de abril de 2010
44 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es la 4ª película muda de Chaplin que veo, me frotaba las manos antes de verla ya que la nota promete y El chico, Luces de la ciudad o El circo me habían emocionado y divertido. Ante el aluvión de 10 y 9 del que goza esta película mí 6 seguramente parecerá pírrico, pero es que a mi no me ha llenado. De las mudas de Chaplin para mi la más floja, casi no me he reído y no me ha emocionado. Tiene momentos sublimes como el baile de los panecillos, muestra la soledad de una manera emotiva pero uno encuentra a faltar el romanticismo, el amor y el humor como Chaplin lo sabía hacer.
Para mi Chaplin era capaz de mucho más.
mohinder
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9 de julio de 2008
43 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo reconozco, siempre he desconfiado un tanto del término cinefilia, esa indagación pormenorizada a través de los estantes y pasillos de la inabarcable Filmoteca. Me parecía que una dedicación tan exhaustiva tenía más de recuento de cadáveres o víctimas que de amor por ese ente esquivo llamado cine.
Será tal vez debido a mi naturaleza perezosa, pero siempre abrigué la convicción de que bastaba una sola película para poder amar el cine y que ese afortunado individuo contendría todas las demás posibles, las ya acabadas y las aún por concebir.

A pesar de que esa película no ha llegado a rodarse nunca es con las de Chaplin que descubrimos que ya existe, anterior a todas las que jamás lleguen a filmarse, referencia hacia la que escoran sus proas indefectiblemente y probablemente origen de todas ellas.

Cuando el viejo Scottie cantaba en fin de año (Auld Lang Syne) creí ver en los rostros entristecidos de las mujeres a Gretta (Dublineses), súbitamente atrapada por algo que pensó desaparecido. Y la introspección a la que esa música las lleva supone una ruptura -no se puede volver a bailar igual pese al jolgorio-, la misma que motivó a la Srta. Kubelik en una fiesta parecida, para nosotros posterior cronológicamente, en realidad la misma fiesta.
Y esa misma noche, pero en la cabaña, el sueño anhelante de Charlot prefigura la ensoñación a plena luz del día de aquel, en San Francisco, que tras un cambio de peinado y de traje es incapaz de discernir la realidad. ¿Son acaso el mismo hombre?

Considerando estos indicios no es de extrañar, entonces, la incesante búsqueda, ni las decepciones ni la envergadura de la tarea se presentan como obstáculos, ¿cómo renunciar a seguir el rastro de ese mundo que se introduce paulatinamente en el nuestro?
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Gort
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6 de febrero de 2008
25 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Qué puedo añadir yo acerca de este inmortal pionero del celuloide? ¿Qué podría aportar para expresar mi admiración hacia uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos?
Simplemente quiero granjearle mi agradecimiento por haber teñido mis fantasías infantiles de locas aventuras, humor y ternura, con la pátina de aquel blanco y negro entrañable y las animadas notas de un piano dotado de personalidad propia.
Me gustaría poder regresar atrás en el tiempo, hacia aquellos locos años veinte, y que mi camino se cruzase con el de ese personajillo eternamente vagabundo, pícaro y encantador. Me gustaría que me tocase su aura de bondad, de inagotable optimismo, de ingenuidad combinada con picardía; y sentir que para ser feliz no es necesario poseer riquezas ni una posición social elevada, sino un corazón alegre, cariñoso y emprendedor.
El eterno marginado, pobretón, famélico trotamundos desharrapado con aire de galán romántico trasnochado, gentil, amable y educado. Patoso y con una habilidad especial para enredar cualquier situación y para meterse involuntariamente en un lío tras otro. La figura del antihéroe por excelencia, que sin embargo consigue salir airoso y ganarse el corazón de su amada a fuerza de tesón, ternura, gentileza y su no deliberada capacidad para hacerla reír en vertiginosas escenas divertidas e hilarantes.
En los albores del séptimo arte, Chaplin, nuestro eterno Charlot, ya era todo un maestro de la comedia agridulce y socarronamente crítica. Brillantes guiones salieron de su fructífera inventiva, todos ellos en forma de parodias que satirizan la sociedad de una forma atemporal, mostrando las perpetuas lacras que arrastran todas las civilizaciones: la pobreza, la picaresca que abunda en el submundo de los que malviven a remolque de las comunidades. Pero Charlot no aborda el tema con excesos de dramatismo, sino que le imprime su toque de humor consistente en meteduras de pata, malentendidos delirantes y escenas de acción muy logradas, sazonadas de vez en cuando con dosis de acidez (como sus recurrentes escenas en las que su personaje, a fuerza de padecer un hambre crónica, acaba por comerse sus propios zapatos, mientras se nos ofrecen primeros planos de su rostro poco agraciado y ojeroso. Nótese que, pese a ser escenas humorísticas, nos dejan un leve regusto amargo... Mas Chaplin no pretende que nos pongamos dramáticos, y es un experto en eludir las sensiblerías facilonas). En suma, sus guiones plasmaban argumentos optimistas y muy completos en los que cabía un poco de todo, y por añadidura demostraron su calidad al ser capaces de deslumbrar no sólo a los espectadores primerizos de aquellos lejanos años, sino que continúan maravillando a generación tras generación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Vivoleyendo
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22 de septiembre de 2009
24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chaplin nos cuenta una historia de amor. La condición para contarla es que tenemos que tener la certeza que es un amor verdadero. Para ello crea escenas inolvidables que cualquier alma sensible recordará siempre.

-Lo dejaría todo si encontrara un hombre bueno y honrado –le dice ella a su amiga.
Y mira, y mira, y mira entre todos los hombres que tiene delante, todos en la barra del bar, y no ve a nadie que cumpla esa condición. Justo a nuestro héroe, el vagabundo, le tiene delante, a un palmo de sus narices y no le ve.

Esa escena lo dice todo. Porque nosotros sabemos que ese es el hombre bueno y honrado. Virtud del buen cine expresada en imágenes a la perfección.

La otra escena es cuando cae a la cubierta del barco. Ahora sus andrajosas ropas son un disfraz. Ella reconoce al vagabundo y le defiende ante los marineros que piensan que es un polizón.

Ahora sabemos que ella también es buena y honrada.

Tenía que quedar claro que esa categoría pura de entendimiento es A=B. Ambas afirmaciones son verdaderas. El uno para el otro.
floïd blue
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2 de mayo de 2023
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace muchos años, FilmAffinity nos invitó a cenar en el 'Arabia' a un grupo de plumíferos amantes del buen cine: Javier, Santi, Telmo, Óscar, yo mismo y, por supuesto, la anfitriona. Fue una velada memorable. Sigo manteniendo el contacto con varios de ellos, incluso he asistido a un par de bodas y a una ordenación; no siempre se evaporan los encuentros virtuales. Escribí un texto que más adelante retiré, quizás por juzgarlo demasiado circunscrito a aquella mesa –sinécdoque de todas las personas con las que comparto el vicio de la cinefilia.

Igual que sigo recordando aquella cena, ‘La quimera del oro’ pervive en mi memoria como una de las cumbres de una forma de hacer cine. Sería inútil pretender verbalizar sus fotogramas. Su magia perdura en algún punto indefinible entre nuestro mirar y el celuloide.

Eran otros tiempos, en Hollywood y en esta página de cine de la que tanto he disfrutado y a la que ya, lustros después, apenas pertenezco. Sólo uno de los comensales continúa, de tarde en tarde, escribiendo por aquí. No quisiera ser yo el último de Filipinas. Recupero aquellas líneas como prenda de agradecimiento para quienes me han leído alguna vez. Hasta siempre.

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[31 de enero de 2009]

El grito del cinéfilo
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El paladín de la mejor cinta de Charlot no puede ser otro que el mejor de los cinéfilos.

- ¿Maldito Bastardo?
- No. Bastardo es el segundo.

El paladín de la mejor cinta de Charlot ríe con una risa universal –pero no es Gilbert.

El paladín de la mejor cinta de Charlot posee una visión inalcanzable –pero no es Tomine.

El paladín de la mejor cinta de Charlot es dulce y con carácter –pero no es Khaledia.

El paladín de la mejor cinta de Charlot vive en la magia del lenguaje –pero no es mi pata Macarrones.

El paladín de la mejor cinta de Charlot es alguien insustituible, inmejorable, irrepetible.

- ¿Servadac?
- ¿Ese fiambre afrancesado?

No.

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- Si os portáis bien, hoy veremos una peli de mayores: ‘Grease’.

A la edad de cinco años, encaramado en el sofá, gritó el menor de mis dos hijos:

- ¡No, no, yo quiero Chaplin!

Y, de nuevo, pusimos ‘La quimera’.
Servadac
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