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Chile Chile · Santiago
Críticas de wambo
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Críticas 23
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
26 de agosto de 2016
8 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Continuación de La danza de la realidad; Poesía sin fin viene a terminar de contar la historia de su director en Chile hasta su partida hacia Francia.

En esta suerte de película autobiográfica familiar, en donde sus hijos juegan papeles fundamentales (Adán interpreta a su padre, el mismo Alejandro Jodorowsky de jóven; y Cristóbal, a su abuelo Jaime), se puede apreciar más calidad que en su antecesora pero que, sin embargo, vuelve a pecar en ese afán ególatra y narcisita.

Repitiendo la fórmula narrativa empleada en La danza de la realidad, así como los recursos que suele usar en toda su filmografía tales como enanos, mutilados, travestis, circo, payasos; Jodorowsky consigue el mismo resultado: una película interesante por lo bizarra, y cautivante por el magnífico trabajo artístico. Porque la película antes que una autobiografía es arte. El arte mismo de los recuerdos de un radicalizado francés que añora su Chile natal. Ese Chile que se fue y que vio la necesidad de reconstruir.

Una narración continua, fluida y atrapante, Jodorowsky solo a ratos hace apariciones algo fantasmales que buscan ser el sabio maestro de sí mismo haciendo una retrospección de su vida para darle una enseñanza a la audiencia. Porque es inevitable: a sus seguidores les encanta sentirse iluminados por él, y no temerán en aplaudir de pié y considerarla sin pensarlo, de culto.

Poesía sin fin posee locaciones bien seleccionadas, haciendo referencias en clave de míticos lugares de Santiago como por ejemplo, el extinto bar Il Bosco. A autores connotados de la escena poética nacional como a Nicanor Parra y Enrique Lihn y Stella Díaz Varín.

Se trata de una película que dista mucho de las excelentes primeras películas del director (El topo, La montaña sagrada) pero que tampoco es mala, solo más de lo mismo, y con un extraño sabor que recuerda a Fellini.
wambo
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Los amantes y el déspota
Documental
Reino Unido2016
6,5
242
Documental, Intervenciones de: Choi Eun-hee
10
26 de agosto de 2016
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
The lovers and the despot es brillante. Pareciera tratarse todo de una gran broma. De un guión cinematográfico del género fantástico, de una novela de realismo mágico… pero no. Ross Adam, Robert Cannan reconstruyen de manera brillante la que fue una de las fugas más increíbles del régimen del Amado Líder.

Las recreaciones de época son magistrales. Los recursos para realzar las pruebas de la veracidad del relato, geniales. Las imágenes mismas de Corea del Norte, alucinantes. Estamos frente a un documental que no peca en la vanidad. Que su interés es contar una buena historia. En atrapar al espectador y que él, desde la lejanía, se deje convencer poco a poco.

Esta historia es de por sí increíble: Shin Sang-ok, un aclamado director surcoreano, es secuestrado por ordenes de Kim Jong-il. A su vez, Choi Eun-hee, su ex esposa (quien es actriz) también es capturada por la inteligencia de Corea del Norte, con la intención de hacer del país más aislado del mundo, una potencia cinematográfica con películas de calidad que triunfen en los más respetados Festivales internacionales y superar, claro está, a la otra Corea.

Con ese fin, Shin y Choi se verán obligados a ser los encargados de conseguir la grandeza que Kim Jong-il anhela obtener para la República Democrática de Corea del Norte. ¿No es la vida irónica e impredecible? Un matrimonio quebrado, que no mostraba ningún atisbo de reconciliación, tiene una nueva oportunidad para el amor gracias a la ambición de un tirano que los reunió a la fuerza sin que se lo esperaran.

De manera brillante el documental cuenta que no hay peor prisionero que un director de cine pues éste está constantemente buscando como escapar. Revisando como hacerlo, buscando inspiración en películas de fuga que ha visto, armando un guión para dicho fin… Y con una consigna en mente: una alocada idea deja de serla por el mero hecho que si pasa en las películas también puede pasar en la vida real.

Pero por otro lado, bajo el amparo de Kim Jong-il, Shin tenía al mecenas que necesitaba para crear su propia productora millonaria. ¿Por qué renunciar a ello?

Esta historia que sin lugar a dudas causa el mayor de los asombros, y plantea inevitablemente agudos cuestionamientos sobre la veracidad de lo relatado, consigue abordar de manera magistral toda duda con grabaciones que hicieron a escondidas y lograron llevarse a occidente de conversaciones que mantuvieron con Kim Jong-il.

Si bien cuesta creer que pudieran tener acceso a una grabadora, y más que los agentes norcoreanos no los revisaran de pies a cabeza, todo pareciera indicar que se trata de material auténtico. De ser así, estamos frente a una de las más notables historias jamás contadas.
wambo
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10
28 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en las anotaciones de dos exploradores que se hacen llamar científicos, Guerra construye un relato alucinante, en donde tal cual viaje, deleita con una cosmovisión ancestral y ajena al hombre blanco, impregnada de la sabiduría de la Selva.

La película cuenta dos historias en dos épocas distintas: La primera, sobre el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg, quien, gravemente enfermo, es llevado por su asistente Manduca a buscar la ayuda del chamán Karamakate, conocedor de los secretos de la yakruna, la flor de una planta sagrada de su pueblo.

La otra ocurre décadas después y es acerca de Richard Evans Schultes, un científico estadounidense quien también va tras la yakruna luego de conocer los diarios de Theodor, e impulsado por el contexto de su época.

Mediante Karamakate -el chamán- ambas historias convergen y se van desarrollando. Los vacíos argumentales en El abrazo de la serpiente no existen justamente por este recurso brillante que hace de la película en toda su extensión, exquisita y absorbente. Karamakate es alma que hace palpitar el corazón mismo de la historia.
Un auténtico ensayo audiovisual

De una manera sutil pero de calidad y elegancia, Guerra expone porqué al hombre blanco solo se le adjudica ese color por la piel (y nada más).

Por un lado, los señores del caucho mataban y explotaban al aborigen como si fueran bestias para el beneficio personal y en nombre del dinero; por otro, las misiones católicas se encargaban de aniquilar pueblos por un bien mayor. Por la voluntad y en el nombre de Dios.

Así, toda lengua aborigen era considerada la lengua del demonio. Los niños debían llevar nombres bíblicos y vestir a la usanza cristiana. Debían hablar, pensar, cantar como el hombre blanco, máximo redentor de los que se han privado de conocer la Palabra.

El sincretísmo cultural no se daba en esta parte abandonada del mundo (como sí se dio en latitudes más australes). Al menos no de manera dogmática, sino más bien para endiosarse. Se acababa desde adentro con una cultura -que como tantas otras- tenía su propia tradición que cantar pero que, sin embargo, nunca se oirá.

¿Dónde está la verdadera genialidad de la película? No está en su fotografía (que por cierto es preciosa). Tampoco en su guión (magnífico). Menos aún en sus locaciones (majestuosas). La verdadera genialidad -y que la consagra como obra maestra- es que está hablada en más de un 95% en la lengua de los aborígenes. Esto no sólo le da un bello toque de distinción, sino que además es, de alguna manera, una forma de entonar esa canción prohibida por el colonialismo de un pueblo sojuzgado, que permanece sin ser oído; de esa tradición ancestral casi extinta. El último grito de américa directo desde algún lugar de la Selva colombiana.

La genialidad de Guerra queda reflejada precisamente aquí, en lo lingüístico, ya que no deja pasar por alto las barreras del idioma en la construcción de su ficción. Hay un trabajo loable de los actores de empaparse culturalmente, rompiendo así con el método Hollywood. Me explico:

Durante toda la historia humana ha existido un constante trabajo intelectual por parte de diferentes civilizaciones para aprender a hablar el idioma del otro. Esto, que es tan obvio, suele “solucionarse” con un personaje secundario que las hace de traductor y que únicamente está ahí para hacer más verosímil la historia. Aquí no. Hubo preparación para abordar la comunicación entre las partes, con un debido aprendizaje por parte del elenco que dio como resultado un guión que desarrolla un estereotipo diferente del blanco al que estamos acostumbrados: ya no se trata del explotador, indolente y sádico, que se comunica por medio del látigo y privaciones (el que tan bien interpreta Klaus Kinski en las cintas de Werner Herzog); sino la de un hombre letrado, culto; que aprende el idioma en busca del conocimiento que permita perpetuar una cultura ya casi extinguida.

Un deleite visual

El resultado es tan espectacular, que de alguna manera increíble, Guerra demuestra que no era tan loco después de todo privarnos de los colores de la selva, pues lo consigue mediante un trabajo a dos tonos impecable; que sin pretenderlo probablemente, evoca el trabajo fotográfico del peruano Martín Chambi. Porque a ratos, la película nos regala verdaderas postales maravillosas. A lo Chambi.

El abrazo de la Serpiente decanta la sustancia misma de la selva: como evocadora de locura, de desquicio y enfermedad para el hombre blanco. Y como fuente emanadora de sabiduría y vida, para el aborígen.

Imposible no evocar a las películas de Herzog. Sea Aguirre la ira de Dios, por los paisajes y las eternas navegaciones por el Amazonas; Cobra Verde, por ese vestigio a colonialismo; y Fitzcarraldo, por el negocio del caucho y la hipocresía.
wambo
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10
20 de julio de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siglo XVII. Han llegado tiempos de paz en Japón y con ello, miles de samuráis han quedado errantes por no contar con un amo.

Sin mucho más instrucción que la batalla, un importante número de ellos se ha vuelto inútil y visto obligado a optar por la limosna. Otros, más dignos, en practicar el Harakiri, máxima ceremonia para redimirse y recuperar el honor, que consiste en destriparse con un Tantō, mientras un ayudante lo decapita de un sablazo.
Harakiri es una película inteligente. Con una manera de relatar fuera de lo común que va deconstruyendo una historia pasada para darle sentido a un suicidio inminente.
Un cuchillazo directo al vientre


Harakiri destaca dentro del cine de género samurái por una sencilla razón, y es que aborda de manera crítica las prácticas de los clanes guerreros. En ningún caso prima el honor, la lealtad, la determinación; la elegancia del acero justiciero que es blandido por un guerrero ejemplar… No. Harakiri es un grito de protesta. Un cuchillazo directo al vientre del sistema feudal japonés del siglo XVII, en donde la hipocresía de los líderes maquillan ritualidades otrora honorables para mantener las apariencias del prestigio de los clanes samuráis.

En Harakiri se expone cómo mediante un rito honorable, se atenta contra la dignidad del ejecutante. Harakiri es una película filosófica, que lleva a cuestionarse ética y moralmente el actuar de los involucrados; por lo demás, invita a un ejercicio muy similar al que se logra en Rashômon de Akira Kurosawa sobre qué es la verdad, cuando solo se conoce la consecuencia pero no la causa. ¿Qué se obtiene? Una deliciosa narración que termina por revelar el origen de su anhelo a redimir lo que parecía ser cobardía, al más loable honor.


Lo que hace de Harakiri una obra maestra, recae en cómo el protagonista logra hacer viajar al espectador con su relato a las causas mismas de su determinación a cometer dicho ritual de suicidio. ¿Y cómo lo hace? bajo la más fría serenidad en que se encuentra sentado, sumada a la tosca impronta al hablar; algo inquieta, algo ansiosa, incluso a ratos llevada con la más completa mansedumbre, consiguen una narración nerviosa, y aquí el juego brillante: constantemente uno se lleva a preguntarse ¿podrá terminar de contar su historia?

*Extraído de wambollywood.com
wambo
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8
12 de julio de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iván Vasilievich es nada menos que el nombre mortal de uno de los zares más recordados de Rusia. De Iván IV o también conocido como “Iván el terrible“. De él trata la historia. Bueno, y de un científico, y de un ladrón, y del administrador del edificio en donde se inicia la historia.

Todo comienza cuando Shurik -nuestro científico- quema nuevamente los fusibles del sistema eléctrico del edificio en donde vive. ¿La razón?, la gran demanda energética que necesita para sacar adelante su nuevo invento: una máquina del tiempo. La indignación de sus vecinos no tarda en llegar y luego de una corta introducción en blanco y negro (en donde se justifica mucho la utilización de éste), da comienzo de lleno nuestra historia.

El ladrón se llama George Miloslavsky quien pretende robar un apartamento en el mismo edificio donde vive Shurik y administra “Iván Vasilievich Bunsha”, nuestro tercer personaje en esta historia y que por pura casualidad lleva el mismo nombre del Zar que ya presentamos.

Tras una serie de situaciones, Miloslavsky y Vasilievich Bunsha terminarán en pleno siglo XVI en la misma corte de l Zar; y éste a su vez, llegando a un extrañísimo futuro socialista en donde el poder lo tiene el Estado y no existen las clases sociales.

Daría para pensar que los soviéticos irían aún más lejos con las temáticas recurrentes en esos tiempos pero no. Nada de propaganda. Nada de espías. Nada de sociedades distópicas ni de opresión. Sino de un Moscú en el que se puede respirar tranquilo. De una sociedad común y corriente en donde hay lindas mujeres, autos y que no pareciera tener que envidiar mucho a la vida occidental. Y a la vez, de una Rusia monárquica en donde reina un Zar déspota y con atribuciones divinas; que se rodea de súbditos temerosos y lleva una vida llena de opulencia tal cual como sucedía en la mayoría de las monarquías europeas.

He aquí los dos ambientes. Dos épocas que son dos escenarios de una misma historia y en que en ninguno se opaca, y en donde ninguno predomina, y en donde jamás se pretende mostrar lo glorioso de uno en detrimento del otro. No. Nada de eso. Porque la película es totalmente cómica. No se ven mensajes persuasivos ni sugerentes. Se trata simplemente de una buena comedia que no busca otra cosa que risas. Nada de hacer un contraste entre ambas rusias en función a la evolución del poder.

Incluso más. El tipo de humor recuerda mucho al inglés. Pienso en Benny Hill y sus persecuciones eternas y veloces, o en las rutinas de Charles Chaplin (quien hizo gran parte de su carrera en EE.UU) lo que le da mucha gracia visual por lo que se puede ver sin volumen y subtítulos y te reirás igual. Eso es seguro. Es cosa de considerar las técnicas de bajo costo -pero de mucho ingenio- que emplearon para realizar esta película. El uso moderado de Stop-motion, o el exceso de hielo seco para crear un ambiente científico, o la gestualidad exagerada para hacer personajes divertidos, o los desenfoques para yuxtaponer la transición entre épocas, o el uso de hilos “invisibles” (que son más que visibles) para hacer que determinado objeto vuelva a su posición original, e incluso el mostrar una escena al revés o con zooms abruptos, le da mucha carisma a la película. La empapa de un cierto encanto.

Al ser tan artesanal, despierta por un lado ternura y por otro gracia. Ternura porque en esos años ya se hacían películas con buenos efectos especiales como El exorcista (William Friedkin, 1973) lo que da para pensar que o bien la URSS estaba muy atrasada en estos aspectos o que se hizo así de ex profeso. Es cosa de verla para concluir que fue lo segundo porque este precario nivel técnico termina por ser no un bodrio sino que jocoso. Arma en un dos por tres la estructura cómica de la película.

Tiene además una genialidad que sostiene una complicidad constante con el espectador. Y es muy sencilla: la de buscar los anacronismos. Porque claro, que dos hombres del siglo XX estén en la corte de un Zar que vivió hace 5 siglos es el mejor escenario para que se den anacronías. Por nombrar unas pocas: el firmar con lápiz pasta (cuando estos no existían y se usaban plumas), o el usar un encendedor o andar con zapatos, en fin… Un gran número de elementos que despiertan ciertas sospechas que se deben ocultar para mantenerse a salvo. Se produce todo un juego con el espectador. Muchos guiños que de por sí causan sonrisas.

Iván Vasilievich cambia de profesión se trata de una historia simple, divertidísima y lúdica que se bifurca en un inicio para ir entrelazándose narrativamente yendo y viniendo con saltos temporales hasta detonar en un final tan brillante como inesperado. Lo loable a su vez es que la película no aborda las temáticas imperantes del momento. Nada de espionaje, ni criticar al modelo capitalista, ni reivindicar lo perfecto del régimen comunista. Como ya dije es sólo Ciencia ficción con un exquisito humor. Eso y nada más. A diferencia de lo que hacía el cine americano en donde todo tenía dobles lecturas y analogías directas contra la otra superpotencia.
wambo
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