Tipico telefilm de sobremesa para echar una cabezadita si no tomas antes un buen café que te mantenga despierto.
Recuerda los follones familiares de la serie Dallas, todo por dinero y poder, negocios sucios, corrupción, alcohol, juego y otros vicios. Pero no le lllega ni a la suela de los zapatos.
La mitad del film lo marca un entierro y posterior juicio al puro estilo americano ... lo que sigue y el final ya lo habremos visto un montón de veces, muy predecible.
Conste que hago esta mini crítica porque no hay otra en el momento de escribirla y porque tengo 5 minutos para perder además de los 90 que me ha costado aguantar el tostón.

La película acompaña a un grupo de expertos artificieros destacados en Irak, y asume el objetivo de retratar la guerra como adicción, como una droga que se asienta en el imaginario de sus participantes y los convierte en mercenarios de su propio deseo de acción adrenalínica. Para conseguirlo, la dirección construye un sofisticado mecanismo ritual en el que, misión tras misión, los artificieros se entregan a la tensión de la inacción, a la espera del estallido final.
No hay en el relato rastro de ideología, ni intereses petrolíferos, ni armas de destrucción masiva, sólo tres hombres enfrentados a la única fuerza motora posible para el ser humano en guerra: la supervivencia. Más allá, cuando la condición militar se hace tragedia, emerge la venganza.
A nivel dramático, el film recuerda intensamente a las películas bélicas de Samuel Fuller (Más allá de la gloria/The Big Red One, Cascos de acero/The Steel Helmet) mientras que la puesta en escena podría formularse como una suerte de Tony Scott vaciado de épica y de estallidos catárticos, o mejor aún, la trascripción bélica de lo conseguido por el gran Johnnie To en The Mission, una poética de la suspensión de la acción.
La película roza la crisis cuando se acerca a la psicología (los traumas de los personajes), pero los resuelve con un ingenio ejemplar, como en el caso del soldado que lleva consigo una caja con aquellos objetos “que podrían haberlo matado” (detonadores de bombas y un anillo de boda).
En resumen el film intenta transmitir el lado más humano de los soldados, un aspecto más cercano en el que se muestran sus sentimientos y emociones. No obstante, se trata de un largometraje estadounidense donde los protagonistas, los buenos de la película, son los norteamericanos; pero los iraquíes pasan a un segundo plano y se convierten en los verdugos.
Los secundarios de lujo Guy Pearce, Ralph Fiennes y David Morse, esporádicos pero aportando su granito de calidad.

Ambientada en la fría y nevada Minnesota, la película entra derechamente en ese subgénero que podríamos clasificar como “películas para la vida”. Ya saben, situaciones cotidianas aderezadas con lazos fuertes, enfermedades, amores, desencuentros, amistad y todas esas minucias que decoran nuestra existencia.
Duncan Shorter es un joven de 25 años que vive una vida normal. Sale con sus amigos, tiene trabajos esporádicos y le presta el departamento a su hermano para que duerma con su amante.
Pero ha llegado la hora de sentar cabeza y además, acompañar a sus abuelos en la “recta final”. Lo que sucede es que el padre de Duncan murió cuando el era muy joven y su referente paterno directo fue siempre su abuelo, quien ahora sufre de un Parkinson en estado avanzado y solo quiere dejar de vivir.
Allí Duncan jugara el papel de hijo-nieto-amigo con su abuelo y de compañero-confidente con su abuela, quien debe lidiar con la enfermedad de su marido y otras cosas tan o más cotidianas.
La vida es normal y sin mayores sobresaltos, hasta que Duncan conoce a Kate, la enfermera de su padre.
Kate podría haber sido solo una más en su vida, pero su espíritu libre y forma de vivir, terminan capturando a Duncan, quien se enamora perdidamente de ella.
La pareja recién formada deberá lidiar con la muerte de Ronald (abuelo de Duncan) y la inminente partida de ella a la soleada California.
La forma normal y pausada de la película la hacen plausible. La narración, personajes normales y situaciones cotidianas la enmarcan dentro del género “de vida” que antes mencionaba. Como nace el romance entre Duncan y Kate, como su abuelo fomenta la relación al ver contento a su nieto, ya saben, van construyendo algo que a todos nos gusta e identifica.
Al final, no piensen que están frente a una cinta lacrimógena, sino frente a un cuento sencillo y directo, con una pequeña moraleja que pueden aplicar o no, dependiendo si están en una situación similar o no.
Una banda sonora hermosa me ha acabado de satisfacer de la visión del drama.

Recrea el hecho real de la deportación de los últimos judíos que quedaban en Berlín, al campo de Auschwitz, el abril del 1943. Centrada en un centenar de personas encerradas durante días en un vagón de transporte de rebaño, entre los cuales hay dos recién nacidos y una niña. La lógica dice que, en estas condiciones, sin casi ni agua ni comida, los primeros en morir son los más débiles. El antisemitismo de los nazis, la capacidad del ser humano por intentar sobrevivir en condiciones extremas o las chispas de humanidad que brillan en medio de tanta oscuridad (el oficial alemán que se juega la vida por darlos agua y comer) son otros elementos de esta película que se enmarca en el intenso trabajo que hace el cine alemán sobre el nazismo.
La película está promovida por el productor y superviviente del Holocausto Artur Brauner y por la Deutsche Bahn, la compañía de ferrocarriles alemana, que ha sido criticada por haber rechazado que a las estaciones alemanas se mostrara una exposición francesa sobre niños deportados. Joseph Vilsmaier, reconocido director alemán autor de obras como "Leche de Otoño", "Stalingrado", "Rama dama" o "Comedian Harmonists", entre’d otras, y la actriz y directora txeca Dana Vávrová (musa habitual de Joseph Vilsmaier y también su mujer) dirigen esta película ganadora de un Premio Bavaria.
El estreno de la película coincide con la celebración del Día Oficial de la Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad que se celebra el 27 de este mes de enero, fecha en la cual se conmemora la liberación del campo de exterminio de Auschwitz (Polonia). Una película de la que el Nueva York Times ha dicho: "Un trabajo increíble... Intenso, conmovedor y extraordinariamente rodado."

Comedia británica negra, negrísima sobre una abuela que busca desesperadamente una manera de conseguir dinero para pagar el costoso tratamiento de su nieto. Pero se ha casado joven y no ha trabajado en su vida, por lo que su empeño topará con la inexorable realidad del mercado laboral. La desesperación la llevará a responder a un anuncio de azafata, el cual no es más que una tapadera de un club erótico. Aunque escandalizada, Maggie accederá a trabajar allí para poder pagar el viaje a Australia que su familia necesita a fin de curar al niño. Pronto se verá inmersa a las críticas y cuchicheos del pequeño pueblo inglés donde vive, en el que la hipocresía social está a la orden del día. El problema radicará en conjugar los dos mundos: el de su trabajo prohibido en pleno centro de Londres y la vida doméstica en un pueblo de las afueras.

La cantante Marianne Faithfull encarna a la viuda inglesa con una verosimilitud fuera de lo corriente, haciendo de su actuación algo excepcional. La evolución de su personaje a lo largo resulta creíble en medio de una película que en ocasiones recuerda a Ken Loach, con ese tono duro y seco. El tratamiento del "codo de la pajillera", símil del que sufren los tenistas, me ha parecido de lo más ocurrente y humorístico.

A pesar de la sordidez del tema, no apreciaremos ningún detalle de mal gusto, y aunque el nivel formal podría estar algo más trabajado, no decepciona en absoluto.