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Críticas de Hitchcock10
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Críticas 20
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
2
11 de noviembre de 2018
19 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de ver en el SEFF este truño pretencioso (segundo ya) premiado en Berlín y mi reacción ha sido se absoluta indignación. Qué pena que con el cuento de lo experimental y lo transgresor se acaben perpetrando cositas como 'Touch Me Not'.

Es innegable que tiene aspectos creativos -composición de las imágenes, juego con el espacio- interesantes que, sin embargo,no redundan en una valoración más positiva. Más bien al contrario, esos recursos resultan doblemente irritantes al estar al servicio de un discurso mojigato, conservador y de psicología de baratillo.

"Ninguna práctica sexual es mala y todas son respetables, salvo que entrañen peligro" o "las emociones no son buenas ni malas, simplemente hay que sentirlas tal como son" son solo algunas de las perlas en forma de obviedades que 'Touch Me Not' va mostrando a diestro y siniestro cual Coelho en un día tonto. Todo ello mientras desfilan ante nosotros personajes grotescos -ya se sabe que lo perturbador/conmovedor da mucho postín- y una protagonista en permanente modo compungido. Menos mal que algunos penes y tetas salpicados (literalmente) acá y acullá dan algo de vidilla al recorrido. Al igual que la aparición de la directora delante de la cámara por aquello de difuminar la barrera entre realidad y ficción, que siempre queda muy bien cuando uno hace algo posmoderno, oiga. A la pobre se le humedecen los ojos y todo (la ira, por lo visto, que no la deja vivir), pero contiene el llanto para que captemos su tormento.

Algunos culturetas sesudos verán en este bodrio algo así como videoarte que escarba en la psique humana. No. Es un pestillo con ínfulas. Si a esos espectadores de dedos en la barbilla esta suerte de humanismo pornográfico les parece revelador, es que toda su "psicología" se reduce a Coelho y Bucay y que su vida sexual es muy pero que muy triste.

Artificial, pretenciosa y muy aburrida. Y dirigida por una mujer. Tiene pinta de llevarse de premios.
Hitchcock10
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9
27 de abril de 2016
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que el género del western está experimentando un evidente revival en la presente década es una realidad corroborada por la sucesión de títulos como 'Valor de ley' (2010), 'Cowboys & Aliens' (2011), 'Django desencadenado' (2012), 'Los odiosos ocho' (2015) o 'El renacido' (2015), que, con mayor o menor fortuna, reproducen, actualizan o tunean los esquemas convencionales de las películas sobre el lejano oeste.

Desplegando unos modos originales pero a la vez respetuosos con los moldes clásicos que la inspiran, 'Bone Tomahawk' se apunta a esta tendencia de una manera tan triunfal que no sería extraño –ni inmerecido- que acabara convirtiéndose en una película de culto más pronto que tarde. En principio, la premisa no se aparta de lo esperable, con unos indios que secuestran a un hombre y una mujer de un pequeño pueblo cercano a la frontera y la decisión del sheriff y otros habitantes de lanzarse a la aventura del rescate. En el segundo acto, la travesía de los cuatro valientes a través del desierto (uno de ellos el malherido esposo de la secuestrada) continúa con los esquemas tradicionales de confraternización en condiciones extremas, con ritmo despacioso y tiempos muertos para que la película respire y deje poso. Es el tercer acto, en el que se produce el enfrentamiento con los peculiares indios, el que introduce el elemento de terror y gore del que ya había habido unos cuantos apuntes desde el inicio. El truculento retrato de los indios -trogloditas y caníbales, por añadidura- es sin duda el elemento de hibridación más singular de esta obra, y, si bien el espectáculo de casquería final a algunos pueda parecer ridículo por excesivo, un servidor, amante de lo sangriento y lo violento, lo encuentra un novedoso pero coherente énfasis de los peligros y horrores implícitos en la conquista de lo salvaje y lo atávico tan típicamente presentes en el western.

Esta contraposición civilización-barbarie existe de hecho desde el mismo germen de los Estados Unidos como colonia puritana en un entorno inhóspito y amenazante en el siglo XVII, una época en la que lo salvaje e ignoto era considerado demoníaco y la civilización equivalía a virtud y moralidad. Este hecho, ampliamente expuesto por antropólogos e historiadores, tiñe algunas de las más emblemáticas obras literarias norteamericanas (La letra escarlata) y ha sido también recientemente explorado en clave de terror en la magnífica 'La bruja', vista, como 'Bone Tomahawk', en Sitges 2015 (¡vaya dos pedazos de debuts directoriales!) y que asomará a nuestras pantallas en mayo.

El elemento de terror y la mezcla de géneros no es de extrañar si echamos un vistazo al currículum de ese tipo polifacético que es S. Craig Zahler, novel en la dirección pero con una sólida trayectoria como músico (y no precisamente de canción melódica, sino de heavy metal), novelista y guionista (de la muy bestia 'The Incident' – aka 'Asylum Blackout'-) y que en sus distintas incursiones artísticas ha cultivado el western, la ciencia ficción y el terror.

Su inexperiencia como director hace aún más sorprendente el tremendo pulso que exhibe, la elegante a la par que dinámica puesta en escena del filme y su dirección de actores, todos ellos excelentes. Kurt Russell se mueve como pez en el agua en la piel de un oficial de la ley expeditivo, montaraz y parco en palabras, mientras que el blandito de Matthew Fox está más entonado que nunca. Patrick Wilson también lo borda, sobreponiéndose a sus heridas para cumplir con su casi imposible objetivo (la comparación con el DiCaprio de 'El renacido', el otro western del pasado año, está servida y Leo no sale muy bien parado de ella). Por último, mención especial para un Richard Jenkins inmenso como el entrañable y divertidísimo ayudante del sheriff, un personaje que ilustra por sí mismo las virtudes de una película que no es solo una hábil combinación de géneros, sino de registros. En efecto, la alternancia de ternura, escalofríos y comicidad (¡!) se da con tal precisión quirúrgica que nos conmovemos, aterrorizamos y reímos sin que nada en esta mezcla de sentimientos chirríe lo más mínimo.

Tras este énfasis en la aglutinación y multirreferencialidad a todos los niveles, muchos pensarán en el humor ágil y del pastiche posmoderno de Tarantino. Pero -que me disculpen los incondicionales de Quentin- la amalgama de componentes de Craig Zahler late con vida y no es un virtuoso juego estético tan divertido como vacuo. 'Bone Tomahawk' posee sin duda más calado emocional. Y es que, pese a la debilidad por la sangre y lo asqueroso, uno es en el fondo un sentimental, y prefiere películas en las que los personajes importen. Y la odisea de estos cuatro vaqueros dejándose la piel en el rescate (perdón por el chiste fácil) importa. También a diferencia de Tarantino, Craig Zahler muestra más apego al western clásico pese a la bienvenida desviación final.

Esto no significa negar la influencia de Tarantino. Hay en esta cinta algo de Tarantino, e incluso de los Coen, claro está. De la intertextualidad posmoderna en general. Y al mismo tiempo de los cánones del western de toda la vida. También del "survival horror" desértico de 'Las colinas tienen ojos'. Pero sobre todo hay un director con un futuro brillante.

P.D. No puedo dejar de felicitar al Festival de Cine Europeo de Sevilla por su nueva sección SEFF365, que durante la primavera ofrece películas como esta, difíciles de ver en cine por su escasa distribución. Me siento orgulloso de que mi ciudad crezca con iniciativas de este tipo.
Hitchcock10
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7
27 de abril de 2016
6 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
'The Invitation' se alzó con el galardón a la mejor película en el pasado Festival de Sitges, algo que no es de extrañar dada su combinación de intriga a fuego lento y explosión final de violencia sangrienta, tan del gusto de los festivales de terror. No por casualidad, 'Bone Tomahawk', ganadora del premio al mejor director en la misma edición, también presentaba ese esquema.

Aunque en mi opinión esta última es muy superior y hubiera merecido la máxima distinción del certamen, 'The Invitation' no es en absoluto desdeñable y constituye un digno ejemplo de thriller entretenido y resultón.

El argumento se centra en una típica cena de reencuentro de amigos treintañeros, dos de los cuales, antes matrimonio pero ya separados, perdieron a su hijo trágicamente años atrás. Después de esto, nada se sabe de ella hasta que de repente organiza una cena en la que desde el principio muestra una actitud “me la bufa que mi hijo muriera porque yo elijo si sufro o no y yo soy la dueña de mi vida” que da muy mal rollito. Igual de siniestros a pesar de (o en parte debido a) la serenidad que exhiben son los amigos y el nuevo novio de la buena mujer, que también la acompañan y tienen una pinta de chiflados de secta que no pueden con ella.

Con este punto de partida, la directora Karyn Kusama ('Jennifer’s Body') construye una película que sortea el riesgo de llevar al espectador al tedio que suele dañar las películas en las que el suspense se articula de forma despaciosa. Y lo hace básicamente gracias a un potente envoltorio visual que consigue generar tensión mediante la fotografía, la iluminación, los planos, los encuadres y los movimientos de cámara (portentosos travellings cenitales).

Es el mayor acierto de una obra en la que el estilo, la forma, están un peldaño por encima que lo que se cuenta, pues el argumento y guión son astutos pero algo rutinarios. Se incorpora también de pasada una reflexión sobre la pérdida y la elaboración del duelo, que, sin poseer el calado de –por pensar en ejemplos recientes- 'The Leftovers' o 'Black Mirror' (episodio 'Be Right Back'), tiene el punto justo de profundidad para dar realce a la historia.

En cuanto a las interpretaciones, admitiendo las desigualdades que se suelen dar en estas pelis de reuniones de amigos con repartos corales, la mayoría resultan convincentes, si bien es cierto que los personajes podrían haber estado mejor escritos.

'The Invitation' es en suma es una cinta más hábil que brillante, pero tiene genuinos destellos de clase a nivel de realización. Es más efectiva que compleja, pero consigue inquietar y mantener en vilo. Cuenta además con el morbo añadido que despiertan las sectas (pronto escribiré en esta web sobre 'The Path', una serie ambientada en este mundillo) y con un final que acojona mucho.

http://www.ojocritico.com/criticas/the-invitation-intriga-juguetona-muy-bien-presentada/
Hitchcock10
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8
9 de marzo de 2016
41 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que una novela con una premisa tan jugosa como 'The Man in the High Castle' ('El hombre en el castillo') todavía no hubiera tenido una adaptación cinematográfica o televisiva era algo difícilmente entendible. Esta obra del gran Philip K. Dick ganó en 1963 el premio Hugo y siempre ha gozado de enorme popularidad y prestigio. Aun así, y tras varias tentativas frustradas, ha tenido que pasar más de medio siglo para poder disfrutar en imágenes de esta apasionante historia. La espera ha merecido la pena.

Ambientada en una “ucronía” o realidad histórica alternativa posterior a una victoria del Eje en la Segunda Guerra Mundial, esta versión libre de la novela nos presenta a unos Estados Unidos que han sido repartidos entre Japón y Alemania, potencias que en plenos años 50 libran su particular Guerra Fría (como ocurrió de hecho con Estados Unidos y la Unión Soviética) en medio de conspiraciones y tejemanejes varios que amenazan con derrumbar el precario equilibrio de poder establecido tras el fin de la contienda.

En este escenario, y para rizar el rizo, unas misteriosas cintas (libros en la novela original) que contienen grabaciones de una realidad alternativa en la que fueron los Aliados los que se impusieron al Eje introducen el elemento de ciencia-ficción y desencadenan una trama espionaje en la que se ven envueltos algunos de los protagonistas, miembros de la resistencia. Paralelamente, hay ciudadanos de la Norteamérica ocupada que apoyan o toleran el discurso de las fuerzas de ocupación, y altos cargos de esas fuerzas de ocupación que deben replantearse sus lealtades cuando la unidad ideológica de sus países comienza a resquebrajarse.

Los dilemas morales que unos y otros deben afrontar al decidir su nivel de adhesión a la causa y su grado de sacrificio personal en aras de un bien mayor, o simplemente al sopesar qué es y qué no es traición constituyen uno de los aspectos más atractivos de la serie. Sobre todo porque esta rehúye cualquier maniqueísmo y convierte a sus personajes (con excepciones) en seres de múltiples aristas en los que no todo es o blanco o negro. El resultado más inquietante es que tenemos a unos nazis pluridimensionales que logran que a menudo nos sorprendamos empatizando con ellos mucho más que con los en teoría héroes de la historia. Gran parte del mérito hay que atribuírselo a los actores que los encarnan (inmensos Joel de la Fuente y Rufus Sewell), quienes inyectan una ambigüedad a sus personajes que debería tener algún reconocimiento en forma de premios en los próximos meses.

Junto a esa profundidad moral, la otra gran baza es el diseño de producción, que con un espectacular despliegue logra crear un mundo distópico en el que Berlín se ha convertido en una urbe colosal y los Estados Unidos aparecen plagados de simbología imperialista japonesa y nazi, edificios emblemáticos transformados o calles llenas de Volkswagen. El efecto es de veras deslumbrante.

Lamentablemente, junto a todas estas virtudes, 'The Man in the High Castle' adolece de ciertas debilidades que lastran el conjunto e impiden que sea la obra redonda que podría ser. La primera de ellas es que, mal que nos pese, lo que decíamos de los “malos” no podemos aplicarlo también a los “buenos”, personajes un pelín pánfilos y planos cuyos conflictos internos no nos importan tanto como deberían y que socavan en parte la complejidad moral que es el motor de 'The Man in the High Castle'. Estos insustanciales partisanos dan penita pero cansan un poco, y aunque me temo que ya venían defectuosos de fábrica, las interpretaciones de Alexa Davalos, Luke Kleintak y Rupert Evans tampoco ayudan demasiado. La primera –a la que curiosamente ya habíamos visto en una película sobre la resistencia anti-nazi, 'Resistencia', junto a Daniel Craig- es muy guapa y atormentada, pero solo conecto con su tormento de manera intermitente, y a los papafritas de sus compañeros directamente entran ganas de inflarlos a hostias para que espabilen. En el caso de Luke Kleintak además le quitaría el cigarrillo que lleva siempre pegado a la boca en plan “fumo porque soy un tío en permanente estado de lucha interior”. Acuéstate.

Otros personajes secundarios (como el vendedor de antigüedades pro-invasores al que de repente le da por sentirse humillado y va a degüello a por los japos) también muestran irrisorias motivaciones de parvulario para sus actos que hacen que nos distanciemos de lo que está sucediendo en la pantalla.

El segundo pero que se le puede poner a la serie tiene que ver con su ritmo, a veces rayano en lo plomizo. Es esta una historia de espías de maneras clásicas, y en este marco la melancólica fotografía en difuminado sepia y el suspense lentamente in crescendo con puntuales subidones de tensión le sientan extraordinariamente bien. Aún así, lo alambicado del guión y el que haya tantos frentes abiertos hacen que tengamos demasiadas historias cocinándose a fuego lento pero con poco tiempo para que nos interesen y agiten. Se echan en falta una mayor agilidad y más escenas que galvanicen una tensión emocional que en ocasiones amenaza con diluirse. El frecuente montaje paralelo o cross-cutting con el que dos tramas se retroalimentan y potencian mutuamente salva en parte este escollo, como lo hacen los cliffhangers con los que acaba cada episodio. Sin embargo, aunque efectivos, estos recursos resultan insuficientes.

(continúo en la sección "crítica con spoiler" por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Hitchcock10
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8
2 de marzo de 2016
15 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
En vísperas del estreno de la cuarta temporada de 'Bates Motel', me decido a escribir acerca de una serie con la que disfruto como un enano a pesar de sus obvias debilidades. Y es que posee Bates Motel un extraño encanto que hace que sus imperfecciones sean de sobra contrarrestadas por sus virtudes.

De entrada, la propia premisa argumental es bastante absurda. Sus responsables han definido esta historia como una “precuela contemporánea” de 'Psicosis', una etiqueta ciertamente peculiar. Para entendernos, se nos muestra a Norman Bates y a su madre (Norma) mudándose a un pueblo de California y emprendiendo la aventura de abrir un hotel de carretera… Solo que la acción transcurre en nuestra época, pese a presentar los antecedentes de una historia que originariamente se desarrolla en 1960. ¿Cómo se come esto? Pues con muchas tragaderas y predisposición a dejarse engatusar y a pasarlo bien.

El resultado de esta extraña mezcla es una ambientación anacrónicamente kitsch en la que los protagonistas usan internet pero visten como en los años 50, o tienen un smartphone pero conducen coches antiguos. No hay ni una sola referencia a la actualidad sociopolítica o cultural, de ahí que la serie se mueva en una especie de seductora atemporalidad en la que construye su propio mundo. Todo muy en la línea de la última temporada de 'American Horror Story (Hotel)', serie con la que 'Bates Motel' tiene numerosos puntos de encuentro pero también notables discrepancias.

El motel y la casa son réplicas de los que aparecen el clásico de Hitchock (quien a su vez para la vivienda se inspiró en un cuadro de Hopper) y, al formar estos ya parte del imaginario colectivo, contribuyen a crear una atmósfera inquietante desde el inicio. Lo llamativo en este caso es que este aire escalofriante va de la mano de un tono considerablemente cómico, sin que ninguno de los dos efectos sea anulado por el otro sino más bien mutuamente potenciados. Es precisamente aquí, en su capacidad para arrancar la sonrisa o la carcajada al tiempo que lo que ocurre en pantalla nos da muy pero que muy mal rollo, donde reside el mayor mérito de 'Bates Motel'.

Mucha culpa de todo esto la tienen Vera Farmiga y Freddie Highmore, que están inmensos. A ambos pertenece por entero una función en la que el resto de integrantes del reparto sirven de meras comparsas catalizadoras o explicativas de acontecimientos. A veces, también de adorno, como el sheriff y sus imposibles pestañas (¿son de verdad suyas?).

La actriz de 'Up in the Air' o 'Expediente Warren' encarna a la progenitora sobreprotectora y muy mal de la azotea cuyo rasgo más característico es una alarmante propensión al histrionismo que incita a gritarle aquello de “Paca, bájate del escenario” que Fermín Trujillo le espeta tantas veces a Estela Reynolds en 'La que se avecina'. Solo que, reconozcámoslo, es sobre el escenario que ella misma monta donde Norma brilla con su modo teatral de afrontar sus no pocas desventuras. El contraste entre su tendencia a tomarse a la tremenda situaciones que hasta un niño de diez años gestionaría con más madurez y su afán por quitar hierro a circunstancias objetivamente preocupantes es para un servidor lo más hilarante de la serie. Una auténtica “loca del coño”.

Norma es además, para bien y para mal, profundamente humana, y sin duda bienintencionada, por lo que es inevitable empatizar con ella y comprender hasta cierto punto sus desconcertantes reacciones. Como remate, la buena señora cae una y otra vez en una contenida (¿e intencionada?) provocación sexual que le aporta aún más complejidad y profundidad. La espléndida composición que Vera Farmiga realiza con este personaje de veras merece ser vista.

Y, ¿qué decir de Freddie Highmore? El joven actor está igualmente colosal como hijo de Norma y esquizofrénico en ciernes. Su obsesión por su madre es tal que si Edipo viera la serie se llevaría las manos a la cabeza y diría “Este chico está muy mal”. En él el contraste es entre su genuina candidez (esa sonrisa tímida e inocente desarma a cualquiera) y unas idas de olla que a veces acaban con algún cadáver de por medio. El modo en que su creciente locura -porque el chaval va de mal en peor- se combina con su ingenuidad es realmente siniestro, y Highmore posee por añadidura esa cualidad que tanto buscaba Hitchcock en sus personajes de resultar aterrado y aterrador al mismo tiempo. El maestro del suspense se habría relamido con este pedazo de interpretación.

Y si por separado tanto Norma como Norman son personajes fascinantes, las escenas que comparten son con frecuencia lo mejor de cada episodio. Con una interdependencia enfermiza no exenta de una fuerte carga de erotismo soterrado, la relación entre ambos madre e hijo es tan acojonantemente tóxica –de aquellos polvos vienen estos lodos- que no es de extrañar que Norman se encamine hacia un futuro (pasado) poco alentador en el que, como todo espectador familiarizado con la obra de Hitchcock sabe de antemano, acabará regentando el motel familiar a las afueras del pueblo de un modo singular.
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Hitchcock10
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