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México México · Monterrey, Nuevo León
Críticas de Angel Sanabria
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Críticas 52
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
9
13 de febrero de 2016
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta es una obra excelente y anecdótica, las películas de chinacos son el equivalente mexicano de los western norteamericanos, porque están ambientadas en la misma época (siglo XIX), y tratan sobre los pistoleros en las zonas rurales, auténticos héroes populares; sólo que los chinacos no peleaban contra los indios, sino contra los oficiales y caciques que oprimían al pueblo, lo cual es un reflejo de los tiempos convulsos que se vivían.

En esta cinta el protagonista es Antonio Badú, gran actor, hijo de inmigrantes libaneses; Pedro Infante debutó en esta película, pero como personaje secundario, aquí se le ve tímido y sumiso, muy diferente al enorme intérprete en que se convirtió en los siguientes años, el cual eclipsaría a Badú y a muchos de sus colegas, y quien se comería a la pantalla entera y a la audiencia con su sola presencia. “La Feria de las flores” no lo sabía, pero estaba gestando en su seno un ícono del cine mexicano.
Angel Sanabria
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9
20 de septiembre de 2014
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Cantinflas”, de Sebastián del Amo, es una obra cuyos elementos visuales están tan cuidados como los trapos que “el peladito” de Tepito siempre llevó encima, con una cadencia que se mueve al igual que la cadera del “bolero de Raquel”, y un argumento que imita la verborrea del reinventor del caló mexicano; pero, sobre todo, es un hermoso homenaje a una de nuestras grandes figuras, resultado directo, y no fortuito, del esfuerzo de un buen equipo creativo, una pléyade de rostros del nuevo cine mexicano, y una brillante interpretación del actor español Oscar Jaenada, transformado, no gracias al maquillaje, sino a sus dotes histriónicas, en nuestro Mario Moreno; obra que en conjunto muestra que la influencia de Cantinflas no sólo está en haber creado un neologismo en la lengua de Cervantes, sino también en lograr el reconocimiento entre los parlantes del idioma de Shakespeare, quien por cierto no era “el primo de Toluca” de nuestro reconocido actor.
Angel Sanabria
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10
3 de diciembre de 2012
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Gárgolas, brujería, libros prohibidos, laberintos, pactos con el diablo, inquisición y monjes asesinados son sombras tenebrosas que se ciernen sobre una abadía benedictina del norte de Italia; en la cual, sin embargo, brilla la luz de la razón de William de Baskerville y su pupilo Adso de Melk, quienes tratarán de exorcizar el pandemónium que tiene cautivas las mentes desecadas de monjes mentecatos. Esto y más es “El nombre de la rosa”, un cuento de misterio de Jean-Jacques Annaud, según se lo contó su compinche de parrandas góticas Umberto Eco.

Leitmotiv:

“Empecé a escribir en marzo de 1978, impulsado por una idea seminal. Tenía ganas de envenenar a un monje”, dice Umberto Eco, en sus Apostillas a El nombre de la rosa. Pero en su crápula fantástica, Eco mata no a uno, sino a cinco virgíneos monjes en el breve lapso de una semana. Días aciagos en los cuales se cierne omnipresente la mirada de un monje ciego, quien se apoya en un abad hermafrodita, un bibliotecario cuasimudo y un quasimodo cuasiloco, que por orate sale con un dislate que da con todo al traste.

Deus absconditus:

-¿Maestro? ¿Cree que éste es un lugar abandonado por Dios? -pregunta Adso a Baskerville.
-¿Has conocido un lugar donde Dios se sintiera a gusto? -contesta el maduro fraile.

Diálogo cáustico y meta-teológico del autor intelectual de esta obra criminal, de un Eco, cuyo eco se sigue oyendo en las mil reproducciones de su historia, gracias a la complicidad de Jean Jacques Annaud y a una semiótica digital omnímoda, ya vislumbrada por el mismo Eco.

Sacramentum caritatis:

-¿Maestro? ¿Habéis estado alguna vez enamorado?
-¿Enamorado? Muchas veces.
-¿De veras?
-Naturalmente. De Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Tomás de Aquino…
-No, no, quiero decir de una…
-Mmm, ¿no estarás confundiendo amor con lujuria?
-Tal vez, no lo sé.

Confesión del imberbe y pubescente Adso de Melk, quien acaba de ser desvirgado por una campesina sensual y chamagosa, la cual lo ha despertado al amor.

Debates escolásticos:

No sobre rebuscados temas que ocupaban las mentes calenturientas medievales, como cuántos ángeles caben en la cabeza de un alfiler, sino sobre dilemas más piadosos como dilucidar si Cristo era pobre o si alguna vez rió.

-La risa es un viento diabólico que deforma las facciones y hace que los hombres parezcan monos -dice el monje anciano Jorge.
-Los monos no ríen -contesta Guillermo de Barkerville-. La risa es un atributo humano.
-Como el pecado -dice el anciano-. Cristo nunca rió.
-¿Podemos asegurarlo?
-En ningún momento de las Escrituras se dice que riera.
-Tampoco en ningún momento se dice que no lo hizo…

(Continúa en el spoiler)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Angel Sanabria
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7
24 de julio de 2012
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Witness”: testigo en peligro, único testigo, testigo de Jacob Ammann, testigo de Menno Simons, testigo de Jehová, es el testimonio que nos cuenta Peter Weir en este trepidante-protestante thriller con un imberbe y acertadísimo Harrison Ford en uno de sus primeros papeles como el eterno inocente perseguido.

Cine y religión. ¡Qué gran combinación! Y ahora Witness es el pretexto para retratar una comunidad poco conocida: los Amish, secta protestante fundada en 1693 por Jacob Ammann, de donde toma su nombre, la cual es una rama de los menonitas del siglo XVI, surgidos de las enseñanzas de Menno Simons. Los Amish emigraron a Norteamérica hace 300 años y se encuentran confinados en Pennsylvania en donde forman un reducto de unos 2000 individuos. Ellos viven apartados de la civilización y la tecnología, a las que consideran malas, y dividen a los seres humanos en “amish” (los fieles y buenos) y “english” (los infieles y malos).

Witness toma como punto de partida el primer viaje que un niño amish, acompañado de su madre, hace a la ciudad. Y tal parece que sólo va a la “civilización” a confirmar lo que su doctrina religiosa le enseña sobre los “english”, que son malos, pues le toca ser testigo de un homicidio brutal. Situación que provoca una persecución del gato y el ratón en la que se ven involucrados el niño testigo único-índigo-unívoco, su madre piadosa-hermosa-amish-tosa, y el agente John Book-Juan Libro-Harrison Ford. Fuga en la que Juan Libro verá no sólo amenazado su pellejo, por parte de sus perseguidores-esbirros-incansables, sino, lo que es más grave, acorralado su corazón por una pacífica “hermana evangélica”, de hermosos ojos taciturnos, quien por su parte descubre que los “english” puede que sean malos, pero no son tan feos… (El flirteo de esta simbiótica pareja es uno de los más emotivos y hermosos del cine.)

Witness tiene también cara de pseudo-documental político-antropológico-teológico, porque hace una valiente denuncia de la corrupción en la institución policíaca, divulga la singularidad de una comunidad religiosa en peligro de extinción, y nos predica la utopía de que el paraíso bien puede tener una embajada a la vuelta de la esquina, en la casa de esos vecinos raros, que pueden llamarse: “amish”, “testigos de Jehová”, “mormones” o simplemente “cristianos”.
Angel Sanabria
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7
12 de julio de 2012
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Agnosia-amnesia-inopia-miopía es la historia que nos presenta Eugenio Mira, quien bien mira, observa, devela, atina; cine de época que en otra época no hubiera existido por su peccata minuta de anacronismo, que el buen espectador perdona por recibir a cambio un suspense inteligente con una hermosa parábola del cine y su magia.

La historia se desarrolla en una Barcelona decimonónica y “victoriana”, en donde una hermosa fémina, quien debería llamarse “Agnosia”, pierde la cabeza, la visión, los amigos y hasta el pundonor; todo por culpa de un beligerante invento producto de la mente trasnochada-trastornada de su progenitor.

Un accidente-incidente marca de por vida la frente y la mente de “Joana Agnosia”, convirtiéndola en un cíclope miope, incapaz de distinguir entre gimnasia y magnesia, agnosia y amnesia, y los mostachos de Gómez y Noriega. Criatura inerme e inerte, quien, sin saberlo, guarda el secreto del invento perdido de su difunto padre, por el cual deviene en presa de cazadores insaciables e inmorales que la persiguen: un par de vejestorios traicioneros y rapaces, quienes buscan apoderarse del invento; un “señorito” maculado y pellejero, comprometido a casarse con ella; y un fámulo infame que quiere aprovechar un siniestro plan para violar la asepsia de “Agnosia” y hacerla suya.

Y todo este dramón alcanza su clímax en los tres días que “Agnosia-Joana” pasa en la oscuridad; según el Dr. “Meissner-Mengele”, para su recuperación; según el narrador fílmico, para robarle el secreto a la víctima; según mi propia agnosia, para resaltar la magia del cine. Joana es introducida en un cuarto oscuro y solitario para privarla de toda sensación del exterior y supuestamente lograr así su recuperación. Pero ella ha sido llevada ahí para ser engañada, pues no está sola, sino que es observada en lo oculto, y los autores de ese experimento quieren aprovechar su padecimiento para que confunda a los personajes que se le presenten y así obtener su secreto.

¿Acaso no se parece este experimento a una proyección en una sala de cine? ¿No buscan todos sus componentes colocar al individuo en la oscuridad y el aislamiento mental, y producir en él un efecto de agnosia por el cual no sólo confunda personajes y tramas, sino sobre todo la ficción con la realidad? ¿No es un engaño voluntario al cual se presta el espectador para creer que lo que desfila ante sus ojos es real? ¿No es también observado por esos ojos ocultos de otros espectadores de la sala, quienes evalúan sus reacciones ante la proyección? Y sobre todo, ¿no es cierto que una película le roba un secreto a cada persona del público? Sabemos que esto es así cuando al terminar la obra las personas opinan sobre lo que han visto, sin darse cuenta que revelan algo de ellas mismas más que de la película. Así, creo que esta obra trata no sobre una enfermedad, sino sobre la magia del cine, y sugiere a los cineastas que para obtener mejores resultados, en adelante harán bien en encomendarse a “Santa Agnosia”.
Angel Sanabria
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