Acercamiento al cine de psicópatas en la España rural que se salda con bastante solvencia. Sara es una adolescente con sobrepeso objeto de burlas continuas en un pueblo de la Extremadura profunda, lo que la ha convertido en alguien retraído y poco sociable. El único consuelo que parece conseguir es la aparente simpatía de un asesino que acecha a la pequeña comunidad.

Ante todo, quiero decir que estoy maravillado porque Laura Galán haya interpretado a una menor de edad con casi 37 años, porque en ningún momento nos hace cuestionarnos que haya tal diferencia. Se puede sospechar que sea mayor, pero veinte años no hay forma de adivinarlos. Y focalizo en ella porque es la estrella absoluta del film y copa casi todos los minutos en pantalla, para bien y para mal. Para bien porque hace un esfuerzo supremo para representar, primero la ansiedad de la víctima de acoso, luego la angustia de haber hecho algo deplorable pero oscuramente satisfactorio, después la ira y la rabia reprimidas por fin desatadas y, finalmente, el desahogo que proporciona la liberación.

Para mal porque tanta sobre explotación arriesga a convertir a su personaje en una caricatura. Hay momentos en lo que uno piensa que merecería dos hostias por su incapacidad para expresarse, pero se nos olvida que se trata de una menor obesa en un entorno rural cerrado, sometida a la burla generalizada y con un ambiente familiar que tampoco favorece mucho desarrollo intelectual. No podemos pedir a los urbanitas que se pongan en el pellejo de Sara, simplemente, muchos son incapaces. Hablando del pueblo, está fenomenal la puesta en escena, las estrechas calles soleadas, las cortinillas de tiras de plástico, la charleta nocturna en sillas plegables, los caminos de tierra, ese sol de verano sobre campos amarillos...

El relato costumbrista está tan bien conseguido que nos viene a la cabeza la palabra maldita: tópico. Puede que algunos personajes sean estereotipos, como el de la madre, pero es que la ama de casa irascible de Carmen Machi es un estereotipo en sí mismo, cualquier día lo registra. Sobre el asesino, cumple bien su papel de, no tanto de interés amoroso de Sara, porque no lo es, pero sí de única fuente de consuelo en un mundo que no para de agredirla. No sabemos quien es ni falta que hace, como en otras tantas películas en las que no se nos explica por qué el psicópata de turno hace lo que hace. Le baja la nota el clásico mal de las películas españolas: la dicción de los actores deja mucho que desear, aún más al forzar el acento extremeño en sus personajes principales. Pero no es excusa, activen los subtítulos y no la dejen pasar.

Inexplicable secuela de 47 Meters Down, de la cual solo toma el título, los tiburones y los personajes insoportables. Un grupo de amigas se sumergen en un laberinto maya inundado porque es lo que hacen los pijos en su tiempo libre. Allí descubren un tiburón que les corta el rollo.

La primera película ya era mala pero aún contaba con fuelle para acompañar una siesta. Esta secuela prefiere ser irritante antes que irrelevante, y vaya si lo consigue. Aun estamos a la espera de una película de jóvenes con tiburones en la que no nos pongamos de parte del tiburón. Los escualos, además, tienen que tener el tamaño de un trolebús, parece que no hubiera tiburones de distintas medidas. Aquí hay una discriminación por razón de tamaño clarísima. Este es enorme pero se mueve con soltura por túneles submarinos, y es ciego, aunque si me dicen que es zombi también valdría, pero no se golpea con nada en su peregrinar persiguiendo a las chaladas de turno.

Las chicas sufren menos de lo que deberían a tenor de su estupidez. Pero lo más pintoresco de todo es que las dos hermanastras van a un instituto ¡con piscina! ¿Qué nuevo nivel de pijerío es este? Y piscina descubierta de recreo, nada de instalaciones deportivas. Ah, la vida alegre de las clases acomodadas. Así pasa, que aparece un tiburón ciego, se las merienda y no saben hacer la o con un canuto. Pues que se jodan.

Cinta de suspense que logra mantener la dignidad a pesar de sus no pocas flaquezas. Una pareja en no su mejor momento ve interrumpido su viaje por carretera por un incidente con un camión en el que creen ver algo extraño. Entre que deciden si hacen algo al respecto o no los sucesos se les vienen encima.

La verdad es que la cinta tiene factura de producto de baja estofa, incluso televisivo, con numerosas conveniencias de guión de esas que de tan repetidas acaban causando malestar. Que si no hay cobertura para el móvil, o se le acaba la batería, o el coche no funciona bien, o se queda sin gasolina... A esto le acompaña un villano que se toma con calma cada paso que da, el hombre tranquilo de los criminales, la parsimonia hecha personaje de ficción. No sabemos nada de él ni falta que hace porque todo gira en torno a Zakes y su capacidad para sobreponerse a todo lo que sucede.

También dejemos a un lado lo inveraz de algunas de sus acciones, las cuales se producen, otra vez, por conveniencia. No obstante, el film se las apaña para mantener un hilo de tensión incluso engordando de turbiedad la trama a medida que avanza, y el tempo narrativo consigue no decaer hasta un final que podríamos considerar satisfactorio. Conveniente de nuevo, pero satisfactorio. Eso si, no le pidamos mayores explicaciones a por qué ocurre lo que ocurre, qué entramado hay detrás de todo, porque eso ya es tarea del espectador. Al final, aunque precariamente, mantiene el tipo.

Corea del Sur lo vuelve a hacer con una superproducción épica que enaltece a uno de sus héroes nacionales. A finales del siglo XVI, una pequeña flotilla de doce barcos derrotó a una flota de cientos de naves invasoras japonesas, gracias al genio estratégico de Yi Sun-Shin, un almirante desconocido en Occidente pero que pasa por ser uno de los mayores genios militares de la historia.

La película nos ofrece dos partes bien diferenciadas. La primera hora nos da a conocer a los personajes, nos ofrece el perfil de Yin Sun-Shin, sus rivales japoneses, como encara la batalla que se avecina y cual será su estrategia. Es una primera mitad con mucho diálogo, aunque estos nunca superan unas pocas frases. Hay mucho gesto y mucha pose propias del cine asiático y, por supuesto, la exhibición de diseño de producción y vestuario habitual en el cine surcoreano de gran presupuesto. Todo un lujo para los sentidos, pero es cierto que toda una hora empleada para presentar todo ello se puede hacer algo larga.

Pero en el segundo acto las cosas cambian radicalmente, y nos encontramos con un monumento a la épica que pocas veces he podido apreciar en el cine moderno. Y cuando pienso en ello solo me vienen a la cabeza producciones asiáticas. La batalla naval es impresionante de principio a fin, y dura prácticamente una hora. Son sesenta minutos de heroísmo, espectáculo y grandiosidad absolutamente apabullantes, incluso en las escenas más inverosímiles (se hace difícil pensar que los barcos llegaran a ser tan veloces como nos muestran). El CGI ha debido usarse a cascoporro, pero solo en muy contados momentos se notan los cromas. La recreación del combate naval es detallista hasta el extremo, sin una sola escena que sobre. Lógicamente, al ser un héroe nacional, el almirante Yin Sun-Shin es retratado como un líder de aire casi místico, con zooms y primeros planos con los que destacar su absoluto dominio de la situación, casi sobrenatural. Aunque el factor decisivo de sus victorias era su minucioso conocimiento de la costa surcoreana y su habilidad para que la naturaleza y geografía jugaran a su favor.

Y por si fuera poca la épica narrativa, le acompaña una banda sonora que la realza y la eleva a un nivel que, quizá resulte cargante a veces, pero no se puede negar que es la compañera de viaje perfecta para el espectáculo que estamos viendo. Es una película para una pantalla grande, con el más moderno sistema de sonido para poder disfrutar de un esfuerzo cinematográfico colosal, algo a lo que nos vienen acostumbrando desde el país asiático desde hace años. Cine bélico de época que es puro deleite y que, además, nos acerca a un periodo histórico muy desconocido por estos lares.

Otro thriller malrrollero procedente de Australia que, aunque tiene su punto, juega una mano de cartas ya vista. Una pareja de psicópatas secuestra a una joven para someterla a abusos varios. La pareja mantiene una relación de sumisión de ella hacia él y la chica tratará de explotarlo para ganarse su favor.

Pero no se crean, esto último sucede en una escena y luego no tiene continuidad. Estos trhillers se asemejan a los provenientes de USA pero la particularidad aussie es añadirles una capa extra de cochambre y mugre bajo el sol australiano, que hace que casi puedas oler el sobaco apestoso de quien por allí pulula. Me ha recordado a la también australiana Snowtown (2011) y a la estadounidense Chained (2012), con otros dos exponentes de asesinos lunáticos de cariz familiar.

Es bastante turbia, pero los curados de espanto no se van a escandalizar. El final no me termina de convencer, retomando sin apenas sentido de la continuidad lo mencionado al comienzo del párrafo anterior. Y ese deus ex machina para posibilitar el desenlace es un poco forzado. Si no están habituados este tipo de cine de aire malsano, aunque sin llegar al torture porn, les va a remover. Los que sí lo están, es otra más que añadir a la lista de visionadas.