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Críticas de Chris Jiménez
Críticas 2 210
Críticas ordenadas por utilidad
7
26 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El nuevo siglo se destapó con novedades bastante interesantes. Una fue la evolución que estaba sufriendo ese cine de suspense habitado por asesinos en serie que tan lucrativo se volvió a mediados de la década anterior y la manera en que lograba subvertir sus propios códigos, y otra la recuperación de esos "thrillers" de gran carga erótica que comenzaron a cobrar importancia a finales de los '80.

Todo ello se unió a la expansión de un cine de raíces experimentales influenciado por el estilo europeo y las corrientes de los '60 y la aparición de directoras que entraron con fuerza en el panorama cinematográfico (tales como Mary Harron, Patty Jenkins, Mimi Leder o la pánfila de Sofia Coppola). Era sin duda el momento idóneo para una película como "En Carne Viva", proyecto de largo aliento que Nicole Kidman, ejerciendo por primera vez de productora, deseaba llevar a buen puerto junto a la neozelandesa Jane Campion, responsable de obras tan aclamadas y dadas al análisis como "Un Ángel en mi Mesa" o la preciosa "El Piano" (y con la que colaboraría en "Retrato de una Dama").
Su idea era adaptar la famosa novela "In the Cut" de Susanna Moore, publicada en 1.995, cuyo guión confeccionarían al alimón la propia autora y Campion, por lo que se trataba enteramente de un proyecto de incontestable enfoque femenino. Y no podría ser más acertada esta reflexión, pues sólo a través del evidente doble sentido que oculta el título del libro se hace fácil adivinar las intenciones de la historia y cómo la esencia femenina es lo primordial de sus pliegues; el comienzo del film también nos pone sobre aviso de su particular estilo.

Campion agarra su cámara como un puñado de papel de lija para desnudar el entorno y la parafernalia visual a la que estamos acostumbrados en el cine; nada escapa al ojo del objetivo, que capta al vuelo todos y cada uno de los estímulos que sabe nos puede provocar el ambiente. Un objetivo que se pasea a ras de acera, que filma con la luz natural de la calle y entre la gente, que nos transporta a ese escenario con ímpetu y vigorosidad como a Frannie, una profesora de literatura atraída por los olores y colores del mundo callejero cuyas sombrías aristas alimentan su imaginación para la poesía.
Como de costumbre en el cine de la directora, volvemos a hallar a un personaje femenino fuerte y dominado por sus impulsos y deseos más profundos sin vivir bajo la autoridad de un elemento externo (un hombre, claro). Pero un suceso inesperado ensombrecerá aún más las tonalidades del film: se trata de la misma ruptura a la que acudíamos en "Terciopelo Azul" (de la que Moore parece influenciarse) cuando Jeffrey observaba cual repugnante voyeur oculto entre las sombras una escena de masoquismo que le catapultaba al interior de un entorno tan sugerente como malsano.

Campion nos hace vivir una experiencia similar a través de una escena abiertamente sexual que en silencio observaremos junto a la protagonista. A partir de aquí se empiezan a desvelar las sombras de un violento "thriller" en el que el agente Malloy anda tras la pista de un asesino en serie cuya ola de violencia se está extendiendo hasta límites insospechados. El espíritu áspero y directo de Abel Ferrara se entrecruza con una intriga más bien perturbadora que bebe de Brian DePalma, Paul Verhoeven y el "neo-noir" más estilizado, sin embargo viéndose tergiversado por medio de unos personajes y enfoque que subvierten el orden de sus propios códigos.
Además comprobaremos que toda la trama referente al criminal no servirá más que de subterfugio para lo realmente importante: la sórdida relación que se inicia entre Frannie y Malloy (especie de joven reflejo del Wes Block de "En la Cuerda Floja"), que a través de morbosos juegos de sexo y seducción la convierte en su objeto de deseo, exteriorizando así el goce tabú que inconfesable se halla soterrado en su inconsciente y sus pulsiones más oscuras. Mientras se nos arrastra a unas penetrantes esferas en penumbra dominadas por un erotismo afilado y el fuerte aroma de la carne, que casi podemos oler al estar filmada tan de cerca, la directora despliega con inteligencia la desquiciada intriga y mantiene con ahínco el misterio sobre la identidad del asesino.

Elemento que dispara la duda entre las cuatro figuras masculinas que pivotan alrededor de Frannie (Malloy, Hector, John y Rodríguez, todos ellos posibles candidatos), además de zurcir los trazos de un drama íntimo y minimalista (que mucho debe a Iñárritu) cuyo espectro psicólogico es casi exclusivo de la mujer, sus deseos, dolor, pasiones, sexualidad y temores. En éste adquiere más importancia que nunca el papel de la hermanastra de Frannie, al que da vida una genial Jennifer Jason Leigh, siguiéndola de cerca un correcto Kevin Bacon (en cuyo personaje por desgracia no se profundiza como debiera) y un Mark Ruffalo sorprendente y a ratos inquietante.
Pero es inevitable que todas las miradas recaigan sobre esa Meg Ryan que a fuerza de una poderosa y muy comprometida actuación consigue deshacer su imagen de actriz de encefalograma plano que el cine le había estado dando desde hace ya tiempo; Campion logra extraer su faceta más seductora, compleja y magnética acercándose a ella como ningún cineasta ha hecho antes. No muy bien acogida por la crítica y el público en el momento de su estreno, esta ácida, truculenta y retorcida vuelta de tuerca a "Instinto Básico" y "Suavemente me Mata" (cuya principal referencia es el clásico "Klute" de Pakula) resulta ciertamente incómoda y difícil de digerir.

Para poder disfrutar de una propuesta tan ecléctica como "En Carne Viva" es preciso dejarse absorber por su energía cruda, su perversidad y sus estilizadas y carnales atmósferas...lo más seguro es que al final terminemos tan atrapados como la misma Frannie.
En ello radica el atractivo de este "thriller" erótico que viola brutalmente las normas del género.
Chris Jiménez
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2
26 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inevitable no oír hablar de él y de su imprecisa leyenda si uno es un aficionado a esos canales de curiosidades científicas y otros entretenimientos que más valiera que llevasen el prefijo "pseudo" para no confundir al teleespectador, como Discovery Max (por poner un ejemplo).

El Bigfoot, también Sasquatch, es una de esas criaturas que no pueden faltar en el imaginario colectivo de una nación profundamente ligadas a su folklore y a un conjunto de mitos cuyo fantástico origen se pierde en los tiempos (como el Yeti o el monstruo del Lago Ness). El eslabón perdido entre el simio y el homo sapiens que habita en los frondosos bosques del Norte de EE.UU. ha alimentado multitud de historias y fantasías y más aún desde que a finales de los '50 se confirmasen los primeros avistamientos del gigante homínido.
Pero fue "La Leyenda de Boggy Creek", film de Charles Pierce estrenado en 1.972 narrado en clave de falso documental, el que iniciaría un interminable y muy tedioso desfile de obras de ficción con la bestia de los bosques como protagonista. ¿Y qué mejor que los '70, cuando con más asiduidad se explotaba el filón de ese cine de terror con monstruo (capitaneado por el "Tiburón" de Spielberg) que sembraba el pánico entre la población? Pues se atisbaron títulos tan increíbles (por disparatados y mediocres) como "La Maldición del Bigfoot" o "La Leyenda del Yeti" y otros documentales y series de televisión de la misma pasta que no se hartaban del dichoso tema.

Y en esas que llegó un individuo llamado Jim L. Ball con una historia dispuesto a producir que al final acabó en las manos de un tal James Wasson, quien no hizo absolutamente nada ni antes ni después de esta "La Noche del Demonio", iniciada con una secuencia tan pobremente filmada que ya da pistas del estilo que se mantendrá hasta el final (pero es indudable que nos llevaremos más de una sorpresa). En la habitación de un hospital, el profesor de antropología Bill Nugent narra la terrible pesadilla que él y sus alumnos sufrieron al aventurarse en la búsqueda de una misteriosa criatura culpable de varias muertes y desapariciones de personas.
Y llega la primera muestra de una técnica a la que Ball desde se aficionará a lo largo del metraje: la del uso del "flashback" (incluso del doble "flashback"); de hecho el argumento se irá construyendo a base de ellos, en realidad relatos de los personajes para aportar datos a los misteriosos sucesos, y donde por cierto también comprobamos el gusto por el "gore" más repugnante de Wasson, asegurando así un espectáculo de sangre, vísceras y demás hermosuras no apto para timoratos. Sin embargo, pese a contar con un arranque incluso interesante, el film se desinfla cuando aparezca en pantalla la criatura, en efecto el Bigfoot, y empiecen a hablar de ella y sus estragos cometidos en los bosques de la región.

Y así empieza la aventura del intrépido profesor y sus alumnos que así por las buenas deciden buscar al monstruo que tantos asesinatos ha causado, y no es que la historia consiga generar algo de tensión y terror, es que sencillamente no generan nada las imágenes filmadas por la cámara de un cineasta (si es que le podemos llamar así) que, lejos del batiburrillo de desnudos y muertes a cada cual más sangrienta y repulsiva, no se preocupa en ofrecer algo con sustancia ni mínimamente interesante...
Por lo que, a una historia con la mirada puesta en la "Profecía Maldita" de Frankenheimer y en un "slasher" descarado y descarnado a lo Hooper o H.G. Lewis, Ball mete con calzador una subtrama alucinatoria y enfermiza que incluye la destructiva relación entre el obsesivo sacerdote del lugar y su hija, que nos recordará a la ya vista en "Carrie", y una secta de chiflados adoradores de la bestia, que parece hacer referencia a "La Semilla del Diablo", con un añadido tan inclasificable y alocado como es el de...¡la cópula entre el Bigfoot y la hija del cura que acaba con el horrendo embarazo de ésta!, elemento de tintes sobrenaturales tomado sin duda de "La Profecía".

Entre todo este desaguisado de historias, dramas familiares y aberrantes argumentos que no llevan a ningún sitio y que no saben realmente hacia qué lugar conducir la película (la cual ya andaba muy perdida a mitad de metraje) tenemos más "flashbacks", más escenas innecesarias de inútiles conversaciones y desnudos, la aparición de personajes a cada cual más grotesco y, cómo no, más violencia, desatada por completo en ese último tramo donde se trascienden todos los límites de la censura, lo que le valió al film para contar con su puesto de honor en la lista de los Video Nasty.
Redondea el pésimo guión de Ball, que halla unas interpretaciones hechas a su medida, no destacando ningún actor por encima de otro (¿merece la pena nombrarlos?), y una banda sonora chirriante que produce más escalofríos que el monstruo, los efectos especiales, que son lo único realmente logrado, porque...¿a quién no se le revolvería el estómago con secuencias tan brutales como la de la castración del motorista o la del apuñalamiento de las dos boy scouts? Todo ello arropado por los trazos de una atmósfera malsana, viscosa y agobiante con la que el director nos impregna todo su olor a suciedad, putrefacción y sangre desde el mismísimo comienzo.

Atmósfera que de haberse apoyado en un buen argumento y unos buenos personajes se podría haber logrado una película de terror decente...pero no fue el caso y el tándem Wasson/Ball terminó cascándose una de las obras más delirantes, confusas, bizarras y atolondrantes que se recuerdan del cine "grindhouse" de los '80.
Descongestionante el momento en que el Bigfoot hace pedazos a un hombre en el techo de una caravana mientras en el interior su novia profiere unos desgradables alaridos de los cuales puedo jurar que son lo más parecido a un orgasmo que haya escuchado en mi vida. Secuencias como ésta hacen que a uno se le corte la digestión por semanas, sí, señor.
Chris Jiménez
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8
26 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando la ambición es el resorte perfecto para la traición, cuando la honestidad sucumbe a las más repugnantes manipulaciones, ¿en quién se puede confiar?, y, lo más importante de todo...
¿a quién hay que dejar vivir y a quién hay que matar?

Las temibles, peligrosas y abisales profundidades de la mafia japonesa ya han sido investigadas desde todos los ángulos por una infinita cantidad de cineastas, muchos dedicando gran parte de su carrera a convertir su interés por ese inmenso submundo de muerte, corrupción y demencial honor en auténtica pasión; bien pueden servir de ejemplo clásicos como Fukasaku, Masuda o Hasebe o más contemporáneos, caso de Ishii o Kitano, que revitalizó y reinventó los códigos del cine yakuza. Pero seguramente nadie haya dedicado tanto tiempo, esmero y atención a dicho género como Takashi Miike.
En 2.001 el incombustible realizador ya llevaba la friolera de diez años en producciones para la gran pantalla, el mercado del vídeo o la televisión, y a lo largo de todo ese tiempo no descuidó ni un solo año, ni uno solo, para inmiscuirse en el universo de la yakuza y ofrecer un nuevo relato sobre él y sus tan curiosos seres, y seguro que desde un punto de vista diferente cada vez. "Araburu Tamashii-tachi" (o "Agitator") fue uno de los muchos títulos que decoraron el mencionado 2.001 en la filmografía del nipón, pero por desgracia lo haría junto a otros que obtuvieron mayor reconocimiento ("Ichi, the Killer", "La Felicidad de los Katakuri", "Visitante "Q" "...).

Y ello radicó en la decisión de Miike de distanciarse considerablemente de su característico estilo para acometer un proyecto realmente ambicioso, serio y completo, de cuyo guión se encargaría Shigenori Takechi, uno de sus estrechos colaboradores. Lógico es que el fan medio del director, tan acostumbrado a su cine más alocado y aberrante, desconozca la no así fascinante obra que nos ocupa y que nos mete de cabeza en los oscuros entresijos y rencillas de dos principales familias enemigas, la Yokomizo y la Shirane, y cómo un asesinato de un miembro de la segunda sirve de catalizador para iniciar una sangrienta guerra cuya evolución nadie sospecha.
Aunque Takechi distribuye la atención de manera equilibrada entre los muchos personajes, son el teniente Yoichi y su soldado Kunihiko los que se hacen con el protagonismo a raíz del asesinato de su superior, el supremo jefe de la Yokomizo, mientras una amenazante silueta llamada Numata va sembrando la discordia entre todos. No hay velocidad en los sucesos ni gratuitos alardes de violencia explícita pese a casuales estallidos de brutalidad, necesarios y justificados; Miike se contiene, se mueve por el espacio con soltura y a la vez con calma y milimétrica precisión, y se toma mucho tiempo para reparar en los personajes con el objetivo de hacer al espectador parte del mundo que ellos habitan.

Por eso mismo filma la crueldad, el desamparo, la violencia, la soledad, la traición, la tristeza, la injusticia, el desprecio, el miedo y el sadismo inherentes a dicho mundo desde todos los puntos de vista posibles: el del amigo, el de la esposa, el de la hija, el del padre, el del jefe, el del subornidado, seres diferentes pero conectados por los nefastos e inesperados giros de un destino susceptible de acabar en tragedia debido a las pérfidas maquinaciones humanas. Entran en conflicto la lealtad de la verdadera amistad con la lealtad organizada por conveniencia, la hostilidad en el seno de la familia biológica con la unión y el respeto imperante del clan.
De hecho esta unión se llega a observar como una auténtica familia, cuyos miembros únicamente se tienen los unos a los otros frente a las vicisitudes de una repugante sociedad donde los irreparables odios del pasado son el resorte de las matanzas del presente y lo esencial para ganar es seguir vivo, sin importar la sangre derramada. Desde las primeras secuencias del film, Miike subraya así el pesimismo y desasosiego que exuda la atmósfera, implacable, agobiante, sin variar ni un ápice la densidad de la trama ni la sobriedad de su técnica (salvo por algunas secuencias algo inexplicables cuya presencia resulta enigmática).

Está claro, como en toda película de gángsters, que los múltiples engaños, manipulaciones y trifulcas llevarán el argumento a un desenlance cuando menos apocalíptico y encarnizado en el que el rojo de la sangre y el blanco del restallar de las armas compondrán su sinfonía de muerte. Por tanto no es el final lo más importante ni tan siquiera lo más interesante, sino el devenir de los acontecimientos que nos conducirán a él. Un imponente Masaya Kato y el siempre fantástico Naoto Takenaka encabezan triunfantes un extensísimo reparto donde hallamos a conocidos colaboradores del director (quien también nos honra con una aparición impagable).
Colaboradores como Renji Ishibashi, Jung-Il "Hakuryu" Jun, Mickey Curtis o Kenichi Endo, además de los buenos Daisuke Ryu, Hiroki Matsukata, Taisaku Akino, Masato Ibu y Yoshiyuki Yamaguchi, todos ellos al servicio de una historia de pliegues verdaderamente descorazonadores y ásperos en los que no faltan trazos de agrio drama psicológico y un humor negro corrosivo que se desliza insinuante en el epicentro del horror, la inmundicia y la desesperación.

Si el nipón ha disfrutado haciendo lúdicas parodias de este cine ("Fudoh", "Osaka Tough Guys", "Full-metal Yakuza"...), ahora se acoge a su espectro más clásico, todo ello sin intención alguna de buscar la originalidad, sino más bien de rendir un tributo solemne, casi romántico, al género, lo que consigue con creces en el que permanece como su fresco definitivo de yakuzas.
Más de dos horas y media que conforman su trabajo más denso y complejo, al cual guardaré un especial cariño y recuerdo, pues ha sido ni más ni menos que la 40.ª película de su filmografía que pasa por mis ojos. Y he de admitir que este hombre nunca deja (ni seguramente dejará) de sorprenderme.
Chris Jiménez
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9
26 de febrero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Tienen que ocurrir tantas cosas para que dos personas se conozcan...". Y es verdad. ¿Qué hace falta para unir en el mismo camino a un conjunto de almas que parecían perdidas?
¿Qué es necesario?, ¿qué cúmulo de sentimientos y experiencias llevarán a otro?, ¿quién ha de perder 21 gramos de su vida para que otra persona los recupere?...

A veces es inevitable pensar que, de algún modo u otro, el ser humano está conectado a través de hilos invisibles en el ciclo interminable de la existencia; nadie sabe cómo puede influir en la vida de un individuo que se halla a millones de kilómetros de su cuerpo y pensamiento pero sucede sin que aparentemente nada lo proponga. La vida y la muerte concernientes a dos planos de realidad separados pueden unirse de repente y compartir una realidad. ¿Hay un plan establecido?, ¿un plan divino?, ¿o es simplemente la ironía del siempre cambiante destino? Esas son algunas de las fundamentales cuestiones que se plantea "21 Gramos".
Desde mitad de los '90 ha ido surgiendo poco a poco una especie de nueva ola de realizadores desde las profundidades de las tierras mexicanas que han logrado un abrumador éxito de público, pudiendo emigrar fácilmente a EE.UU. para seguir carreras prometedoras; un batallón encabezado por Guillermo del Toro, Robert Rodríguez o Alfonso Cuarón en el que destaca como oficial Alejandro González Iñárritu, aclamado en medio Mundo nada más estrenarse su agresiva ópera prima, "Amores Perros".

Unos años de descanso y proyectos dispersos (como el segmento para la saga "The Hire") le unieron de nuevo con su estrecho colaborador Guillermo Arriaga con el objetivo de volver a explorar algunos de los temas que componían el marco emocional de su anterior obra conjunta, la cual iniciaría la conocida Trilogía de la Muerte, luego completada por "Babel" y la que nos ocupa, que encuentra su perfecto nexo de unión o efecto espejo en "Amores Perros" proponiendo tres historias paralelas y ocupadas por tres personajes principales que cruzarán sus vidas.
Estos individuos son Paul, un profesor aquejado por una enfermedad cardiaca que le está consumiendo poco a poco ante los ojos de una resignada esposa; Cristina, una mujer que ha dejado atrás sus días de drogadicción y alcoholemia gracias a una maravillosa y estable familia; y Jack, quien ha encontrado en la religión un refugio seguro para huir de sus delitos cometidos. Cada uno de ellos vive el día a día de su pesar, su alegría y su tristeza con firmeza y esa conformidad a las insondables vueltas de la vida que estamos condenados a aceptar los humanos...hasta que la tragedia se presenta en forma de infortunado accidente de coche (acercando aún más la premisa a la del debut del mexicano).

A raíz de este suceso la realidad parece quebrarse y cada uno de los protagonistas es lanzado a los misterios del destino. Arriaga e Iñárritu no condenan ni juzgan, sólo observan, pero nada escapa a su mirada; es una mirada no muy distinta de la del cine de Clint Eastwood, Sam Peckinpah o Kenji Mizoguchi, que enfoca la existencia de los seres y su devenir con tremenda lucidez, con un humanismo crudo que no deja lugar a la duda ni a la apariencia. Todo es duramente sensible, agrio, sincero y tangible, y cualquier cosa o sensación, hasta las más imperceptibles, forman parte de un todo que se toca desde la distancia o la proximidad.
Mientras, ambos colaboradores vuelven a recurrir a la licencia narrativa fragmentada de la novela; así, los protagonistas pasan de nuevo por el inicio ingeniándoselas la película para confundir las pistas, para empezar por el final, para desorganizar la cronología de los acontecimientos hasta el punto de volver a cruzar por ese final a medio camino, para abrir "flashbacks" que abren a su vez otros "flashbacks", saltos adelante y atrás en el tiempo que confieren poco a poco un sentido lógico a las desperdigadas piezas, relacionando a través de éstos distintas situaciones que hallan su espejo o imagen especular (ya sea una caricia, una palabra, una lágrima o un movimiento) en el tiempo.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

En el lado técnico, la seca y abisal fotografía de Rodrigo Prieto, el milimétrico montaje de Stephen Mirrione y, cómo no, la espontaneidad y vigorosidad de Iñárritu tras la cámara, y es que el mexicano volvió a acertar de pleno con su drama de historias cruzadas y una vez más la crítica se desharía en elogios al tiempo que se obtenían unas magníficas cifras en taquilla.
Desgarradora y absorbente, "21 Gramos" fue la confirmación de su talento como cineasta de pleno derecho, a lo que seguiría su consagración definitiva tres años después con la épica, aunque ineludiblemente menos poderosa, "Babel".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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5
16 de enero de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando se estrenó en 1.982, "Poltergeist" titubeó durante su primer fin de semana, pero en poco tiempo los ingresos en la taquilla se dispararon hasta superar los 70 millones.
Nominada a los Oscar y con un puñado de alabanzas por parte de la crítica, la jugada no le salió nada mal a Spielberg y Tobe Hooper a pesar de sus interminables (y memorables) rifirrafes durante el rodaje.

Puede que, tras aquella no demasiado satisfactoria experiencia, éste último decidiera abstenerse de repetir en un proyecto de gran envergadura y corriendo el peligro de volver a perder el control artístico por culpa de los productores...sin embargo no fue así, y tras su lucrativa aventura de fantasmas, Menahem Golan y Yoram Globus, dueños de la Cannon Group, una de las productoras más míticas de los '80 (en lo que a cine "exploitation" se refiere), prepararon un contrato de tres películas para él, siendo esta "Lifeforce" la primera, para la cual reunieron la nada desdeñable cantidad de 25 millones de dólares con la intención de realizar su "blockbuster" definitivo.
La idea era adaptar la novela "The Space Vampires" del autor y filósofo Colin Wilson (responsable directo de popularizar el llamado nuevo existencialismo en Inglaterra), tarea que recaería sobre el especialista de la ciencia-ficción y terror Dan O'Bannon. Pero el texto, de interesantes conceptos científico-filosóficos y claras inspiraciones "lovecraftianas", sufriría considerables cambios para en el film, como el final, totalmente modificado, y otro sugerido por el propio Hooper: hacer del cometa Halley un elemento esencial de la trama (pues estaba previsto que en 1.986 volviera a pasar cerca de La Tierra), el cual deben estudiar los tripulantes americanos e ingleses del transbordador Churchill.

Pero en el transcurso de su misión encontrarán una inmensa nave extraterrestre que alberga unos seres fosilizados con aspecto de vampiros y tres especímenes conservados en buen estado dentro de unas cápsulas...descubrimiento que será fatal para los astronautas y, más tarde, para los seres humanos del planeta. Un fascinante prólogo de aproximadamente 20 minutos con claras alusiones a "Alien" (se nota la mano de O'Bannon) da comienzo a esta aventura que mezcla ciencia-ficción con suspense y fantasía mientras rinde un particular homenaje al cine de serie "B" de antaño; tanto es así que "Lifeforce" recordará a veces a "Quatermass and the Pit" (tercera de las aventuras del doctor).
La acción se traslada entonces a Londres, lo que le da un aspecto original al film (estas historias suelen ocurrir siempre en EE.UU.), donde el despertar de uno de los humanoides, cuya forma es la de una atractiva mujer, establece los principios de la trama: los alienígenas tienen la capacidad de absorber la fuerza vital de los humanos, quienes se convierten en unos horrendos seres que necesitan seguir absorbiendo energía para vivir, lo que prepara el terreno para una colosal plaga de "zombies"-vampiros en la ciudad, como si se pretendiese combinar, sin más intención que la de entretener, "La Invasión de los Ladrones de Cuerpos" y "Zombi".

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Si la estructura narrativa y el montaje son el mayor hándicap de "Lifeforce", sus virtudes son la banda sonora del maestro Henry Mancini, los increíbles efectos especiales del genio John Dykstra y la fotografía de Alan Hume, cuya combinación logra facturar unas imágenes de gran poder visual (es decir, el aspecto técnico y la belleza formal). En el reparto vemos a unos correctos actores como Steve Railsback, Frank Finlay o un Patrick Stewart previo a su estrellato con "Star Trek", aunque mención aparte merecen (en el lado positivo) la joven y bellísima Mathilda May, que muchos recordarán por su infame papel en "La Teta y la Luna" y que se pasa prácticamente la mitad de la película desnuda.
Y (en el lado negativo) ese mediocre Peter Firth con aires de gran intérprete que cada vez que abre la boca parece estar recitando una tragedia "shakespeariana" y que además sorprende con una colección de expresiones faciales de lo más indigestas. Como estaba previsto, "Lifeforce" pasó sin pena ni gloria por la taquilla, a lo que no ayudó el enfrentarse contra la superior "Cocoon"; fantasía, horror, ficción y erotismo pretenden darse de la mano, aunque lográndolo a medias (en sus primeros tres cuartos de hora) en este homenaje a la serie "B" de los '50 y '60 con presupuesto de gran película de Hollywood, entretenida por momentos y hueca e incoherente la mayoría del tiempo.

Serviría, además, de inspiración para la posterior y mejor "Species". Wilson, muy descontento con el resultado, afirmó que se trataba de la peor adaptación de una novela al cine de todos los tiempos.
Motivos no le faltaron al hombre...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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