Típico producto de terror y psicokiller hollywoodiense destinado a incautos adolescentes, a ¿mayor? gloria de la neumática chillona de turno, y vehículo ideal para las fantasías onanistas del nutrido público objetivo. Con todos los defectos y clichés del género, el único enigma a resolver es por qué, si de calentar al personal se trata, la Richards no sale directamente en pelotas en la primera escena y se ahorran hacer la película (no os animéis, no pasa de algún que otro escote pronunciado). ¿Piensa, acaso, que eso haría que se la tomara menos en serio, que se la considerara peor actriz? ¿Es ello posible? ¿Nadie le ha dicho que sus dos únicos méritos interpretativos se hallan a quince centímetros de su barbilla?

Interesante filme de fantasmas, que demuestra que la cinematografía mexicana se halla en muy buen estado de forma. Es cierto que la cosa no es muy original, pero, al menos, está bien hecho, entretiene y no nos inunda con mares de falsa hemoglobina. Ciertamente, al final se le va la mano con los consabidos sustos generados por ordenador, pero, hasta entonces, la tensión estaba bien llevada. Pues eso, para pasar un buen rato, sin más.

En la memoria de toda una generación, y, por tanto, ampliamente homenajeada y parodiada en series y películas, se halla esta cinta de Michael Anderson, muy maltratada por el tiempo. Y es que, aunque parte de una idea impactante y original, el tratamiento y resolución de la misma y, sobre todo, la psicología de los personajes, es francamente decepcionante y casi pueril, incluso para su año de realización.

Con una estética pop, apropiadamente resaltada por la música de Goldsmith, la película se ve hoy día como un entrañable pasatiempo, con interpretaciones de obra escolar (excluyendo a sir Peter, claro) y un desarrollo muy ingenuo de la acción.

Aunque, eso sí, le da sopas con honda a esa copia infumable que el señor Bay hizo en el 2.005, sin ni siquiera tener el detalle de reconocerlo en los créditos. O de cambiar mínimamente el final, por ejemplo...

Sin ser nada del otro mundo (valga el chiste fácil), la idea original de esta película no estaba nada mal. Pero, claro, pasa lo que pasa, que del dicho al hecho se jorobó el invento, y, así, al Harold este le salió un churro fino, un cruce entre "Ghost" y "Al cruzar el límite" que no hay quien se lo trague. Pero, bueno, tampoco está para fusilarlo al amanecer...

Y, encima, no tiene el detalle de mostrarnos la anatomía de la Alba en todo su esplendor. ¿Para qué entonces las escenas de cama?

Película infumable, que pretende compensar la escasa entidad del guion con la escasa vestimenta de las intérpretes. Ni la aristocrática presencia de Narciso Ibáñez Menta consigue darle algo de empaque a este vodevil del destape y del despropósito, que no desentona en absoluto en la filmografía del inclasificable Klimovsky.

Para onanistas poco exigentes y amantes del terror menos exigentes aún.