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España España · Oviedo
Críticas de Sícoles
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Críticas 27
Críticas ordenadas por utilidad
8
26 de agosto de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
— Combatió usted en Etiopía. Combatió al fascismo en España.
— Bueno, ¿y qué?
— ¿No es curioso que siempre estuviera en el bando de los desafortunados?
— Sí, resultó una afición muy cara.

En este brillante diálogo de Casablanca (1942), Victor Laszlo evidencia la aparentemente insensata debilidad que Rick Blaine siente por las causas perdidas. Parece ser que últimamente me identifico con este comportamiento casi suicida, que a nivel cinematográfico se puede traducir en la defensa de ciertas películas: aquellas repetidamente vilipendiadas por los espectadores. No sé si motivado por esta especie de compasión o por ansias de llevar la contraria, hace unos meses critiqué positivamente Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008), de lejos, la peor valorada de la saga. Ahora me propongo hacer lo propio con La amenaza fantasma, entrega que se ha convertido en una de mis favoritas de Star Wars.

El primer aspecto encomiable son los personajes que se nos presentan, y es que están inteligentemente definidos y estrechamos lazos de afecto genuinos con ellos. Capitanea el episodio Qui-Gon Jinn, hombre humilde, honorable, valeroso, que sirve para ilustrar al Maestro Jedi ejemplar. Aunque haga gala de una sabiduría algo impostada, es un protagonista por el que sientes apego,¹ en parte gracias a Liam Neeson, que, desde mi punto de vista, lo clava.

En cuanto a los demás personajes, creo que están bien perfilados por una sencilla razón: porque me importan. Ya sea Obi-Wan, Padmé, o Anakin y su madre debido a su condición de esclavos. En El ataque de los clones (2002), por ejemplo, no me la puede sudar más lo que le ocurra al Anakin adolescente —quizás por culpa de la actuación de Hayden Christensen—, y como consecuencia he pillado algo de manía a dicha entrega.

A Jar Jar Binks le han llovido collejas por doquier y es comprensible. Sin embargo, a mí no me resulta tan molesto. Proporciona una pequeña dosis de humor claramente dirigida a los niños, pero no en detrimento de la épica de las grandes escenas (como sucede en Los últimos Jedi [2017], episodio en el que la comedia eclipsa con frecuencia los momentos dramáticos, dándole una horripilante sensación de parodia). En realidad, si exceptuamos sus intervenciones, queda una de las películas más serias de toda la saga.

Y qué decir de Darth Maul. Un antagonista que, sin apenas diálogo, inspira un temor cerval en cada aparición (en ese sentido me recuerda mucho al villano epónimo de Capitán América: El Soldado de Invierno [2014] que siempre he admirado). Gustó tanto entre los fanáticos que incluso lo reciclaron para otros trabajos pertenecientes al canon de Star Wars.

En el apartado visual, la cinta es la más equilibrada de las seis iniciales. Equilibrada porque logra una apariencia espectacular y orgánica al mismo tiempo. Soy de los que piensan que unos efectos excesivamente digitales roban verosimilitud a la acción, y es exactamente el principal problema que tengo con los episodios II y III. Cabe mencionar que la trilogía de Disney es impecable en este aspecto.

El vestuario, el maquillaje y la peluquería también ayudan. La caracterización de Padmé como reina, por mentar una, es fantástica. Además, la ambientación consigue transportarte a los exóticos y misteriosos lugares de la galaxia: el plano alucinante de Qui-Gon y Obi-Wan buceando hacia la ciudad submarina, con esas luces que resplandecen bajo el agua, es una prueba fehaciente de ello.

La amenaza fantasma es la primera película de la saga en orden cronológico, y había de cumplir con el cometido de ampliar un universo muy limitado hasta entonces. En mi opinión, llevó a cabo esta labor de expansión magistralmente, mostrando nuevos planetas, la Antigua República, el apogeo de los Jedi, el regreso de los Sith... Aportó también una mayor complejidad, sobre todo política. No es un largometraje abstruso, ni mucho menos, pero hay que reconocer que se aleja ligeramente de la austeridad argumental de la trilogía original.

Por último, cuenta con una de las mejores batallas de sables de todo Star Wars. Muchos detractores incluso afirman que es lo único salvable del episodio.

No sé, puede que le rasque más virtudes de las que posee. Lo cierto es que la aberración perpetrada por Disney —especialmente la falta de originalidad y el tono— me ha hecho revalorizar la trilogía precuela que, con sus defectos, se esfuerza en contar su propia historia. Y no soy el único al que le ha asaltado este pensamiento.

De todas formas, nunca se sabe cómo puede cambiar la opinión de uno. Por ejemplo, en este último visionado de la saga lloré al final de El retorno del Jedi (1983), episodio que nunca había tenido en alta estima. Por tanto, no dudaré en retractarme en el futuro si se da la situación. Mi perspectiva actual es que La amenaza fantasma es una película valiente y con alma, que demuestra devoción por el Universo Star Wars y sus seguidores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sícoles
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7
3 de mayo de 2020
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando una secuela de una gran saga decepciona a la mayoría de los espectadores, suelo formar parte de este segmento del público desencantado. No ha sido el caso de esta película, que en mi opinión se ha minusvalorado injustamente por culpa de la nostalgia y las expectativas incoherentes de algunos seguidores. Es cierto que no soy un fan acérrimo de Indiana Jones, ni mucho menos (he visto la trilogía original por primera vez durante esta cuarentena de 2020), pero creo que merece la pena reivindicar este trabajo que, si bien no logra sorprender como En busca del arca perdida (1981), alcanza el nivel de El templo maldito (1984) y La última cruzada (1989).

Las películas de Indiana Jones son, además de cintas de aventuras arquetípicas, comedias de acción. Por tanto, opino que no tiene sentido ponerse a criticar la credibilidad o la seriedad de un filme de este género. ¿La comedia aquí es mala? Pues sí, a veces. En concreto tenemos los diálogos entre Indy, Marion y Mutt que dan bastante vergüenza ajena, la verdad. No obstante, se pueden perdonar dado que hay numerosas escenas que consiguen arrancar unas buenas risas. En definitiva, creo que la esencia de Indiana Jones está ahí y es meritorio que hayan sabido conservarla. Porque no es tan fácil. No se puede decir lo mismo de Star Wars, por ejemplo. En dicha saga los personajes sufren, se sacrifican, mueren trágicamente… No existe la certeza absoluta de que al final de la película todo vaya a salir bien. Por este motivo, la comedia es un elemento secundario, algo que los realizadores de los últimos episodios no han entendido para nada.

Lo más positivo de esta entrega es que, gracias a las evidentes mejoras técnicas respecto a las películas anteriores, han conseguido una acción más pulida y un ritmo narrativo ágil, resultando la más entretenida de toda la saga (personalmente, encontré El templo maldito bastante cansina por una sobredosis de combates que terminó agotándome). Cuenta con secuencias de acción increíbles y alocadas, como la persecución por la selva, casi propia de una película de Kingsman. ¿Inverosímiles? Por supuesto, en el espíritu de Indiana Jones. Solo hace falta recordar a Indy aferrándose a la parte inferior de un todoterreno en marcha.

Se achaca al argumento haberse valido de la ciencia ficción. No entiendo qué problema supone esto, sobre todo porque desempeña el mismo rol que la magia o los poderes religiosos ocultos presentes en la trilogía original. Además, contribuye a esa aura de misterio y misticismo de la arqueología. También se critica a Shia LaBeouf y a Cate Blanchett por sus papeles. A mí no me han entusiasmado pero tampoco creo que estén horribles, especialmente Shia LaBeouf, que me parece un digno sucesor de Harrison Ford.

Vi por primera vez Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal en el cine de niño y he podido comprobar que aún me acordaba de prácticamente todo, particularmente el duelo con espadas sobre los vehículos y las hormigas asesinas. Sinceramente, solo eso ya hace que quiera valorar la película con benevolencia. No sé qué impresiones causará Indiana Jones 5, prevista para 2022 y en la que Harrison Ford posiblemente parezca más un fósil que un arqueólogo. De momento seguiré pensando en esta última entrega como una notable continuación de algunas de las películas de aventuras más importantes de la historia del cine.
Sícoles
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5
3 de febrero de 2023
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
AdirondACTS es un campamento de teatro para niños que se organiza todos los veranos con recursos muy limitados. Cuando la directora Joan (Amy Sedaris) sufre un ataque cardiaco y entra en coma durante una representación, la administración del campamento pasa a manos de su hijo Troy (Jimmy Tatro), un joven influencer sin ningún interés en las artes escénicas, que tratará de evitar la bancarrota y consecuente absorción de AdirondACTS por una empresa vecina. Ajenos a los apuros económicos del campamento, los instructores, liderados por la longeva amistad de Amos (Ben Platt) y Rebecca (Molly Gordon), comienzan a preparar una función en honor a Joan.

Rocambolesco planteamiento, sin duda. «Theater Camp» empieza fuerte, desplegando una comedia agilísima. Los chistes se suceden uno detrás de otro en un intercambio más verbal que visual. Al principio, muchos llegan en forma de texto, impreso sobre pantalla en negro, una técnica que demuestra ser tremendamente eficaz y se recupera al final. Los primeros minutos establecen un tono amigable, de buenrollismo ante la adversidad, que se mantiene durante casi todo el metraje.

Y aquí está el problema. Llega un punto en el que, al menos para mí, la comedia empieza a cansar y te sientes como en una fiesta de la que te quieres marchar cuanto antes. Los chistes ya no pegan de la misma manera y el reparto está tan histriónico que hasta le coges manía. Entiendo que la comunidad retratada en el filme, la dedicada al «drama» (así es como se conoce en inglés), exige esta faceta exagerada de los personajes, pero no comulgo con ella.

No dejo de pensar que simplemente es una película dirigida a un sector del público concreto, al que obviamente no pertenezco. Dicho en términos más feos, que no entro en el target del producto. Tampoco estoy tan seguro de que esta sea la razón por la que la película falla; el caso es que después hablé con una chica estadounidense que, precisamente, había ido a campamentos de teatro de niña, y sus impresiones habían sido parecidas a las mías.

La pasión de los actores se ve, de eso no cabe duda, pero no alcanza a los no iniciados en el tema. Por la presencia de Ben Platt, me viene a la cabeza «Pitch Perfect», una película que sí logra transmitir esa pasión. Poca broma, es toda una hazaña que cuatro chiflados por el canto a capella —o por lo que sea— te hagan comprender su locura y te involucren como espectador. En «Theater Camp» lo tienen todo a favor para emocionar: al fin y al cabo, se trata de artistas, comediantes, que improvisan y se sacan historias del aire con su imaginación como única materia prima. Sin embargo, conforme avanza la película más te distancias de ellos.

El estilo de la película es medio falso documental; queda bien para lo que quieren contar. En general, bastante indie: planos detalle y cámara en mano esporádica. Hay un montaje de los niños bailando muy estimulante, del tipo «secuencia de entrenamiento». De los pocos momentos que recuerdo de puro cine, de abrir la boca como un bobo.

Sí observo en la película un sentido de comunidad que funciona. En el campamento, todo el mundo es una drama queen, como dice el bueno de Marty Hart. Lo normal es lo estrambótico, lo queer, la creatividad al servicio de nada (hay una escena en la que los niños son camareros en una cena de inversores e interpretan personalidades extrañas para hacerlo más llevadero) y la expresión desmesurada de las emociones. Por resumirlo en un chiste, un chico hetero al que le gusta el fútbol americano tiene que jugar a escondidas. Este humor basado en la conciencia de comunidad y en la inversión de las «reglas» del mundo real resulta muy acertado.

El conflicto central de «Theater Camp» se encuentra en la amistad de los dos instructores a cargo de escribir la obra teatral, Amos y Rebecca. Carece de la suficiente fuerza para sustentar la película; no obstante, en sus discusiones se aprecia alguna decisión interesante a nivel cinematográfico. Glenn (Noah Galvin) es otro personaje relevante: se encarga de la iluminación, pero su verdadero sueño es actuar en el escenario. Ninguno de los personajes termina de convencer. Creo que si hubieran habilitado algún otro momento dramático me habría implicado más en la historia. Pero en fin, qué sé yo, la mayoría de la sala se lo pasó bomba.
Sícoles
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8
27 de febrero de 2022
6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
[No desvelo nada muy concreto, pero hay algún spoiler].

Tres horas de pausa absoluta, de reflexión no apta para cualquier persona, o más bien para cualquier circunstancia. Se requiere atención, curiosidad, para despejar a unos personajes hechos de capa, tras capa, tras capa. Crees que empiezas a entenderlos, y de repente un diálogo, un plano, lo cambia todo y vuelta a empezar.

En el núcleo, quizá, están dos historias paralelas. Un hombre, Yûsuke Kafuku, y una joven, Misaki Watari, que comparten sentimientos reprimidos, culpas moldeadas por años y años de silencio. Hace falta mucho valor para enfrentarse al sufrimiento; cuando se encuentra a la persona adecuada, hacerlo puede ser profundamente liberador.

Decía el profesor de La ruleta de la fortuna y la fantasía (2021) que conocerte a ti mismo y actuar conforme a lo que eres es el único camino posible para enamorarte de otra persona. Puede que aun así nunca ocurra. Y algunos te odiarán por ello, te odiarán sin ningún otro motivo. Pero si no eres fiel a tu ser, eliminarás esa única posibilidad. Algo parecido le dice Takatsuki a Kafuku entre lágrimas: debemos seguir los dictados de nuestro corazón, a pesar de los peligros de dejarse llevar por las emociones.

Una infidelidad en un matrimonio difícil; unión incompatible, de temperamentos opuestos, pero sustentada por el amor auténtico. E impulsos violentos, incluso criminales. Las relaciones humanas son complejas y exigen liberarse de prejuicios y moralismos. Solo así podremos llegar a entender qué es lo que verdaderamente mueve a las personas.

Con total valentía, Drive My Car conecta explícitamente con la sensibilidad de nuestros tiempos. La aceptación y el perdón llegan con el contacto humano. A partir de ahí, el cambio de perspectiva, la segunda oportunidad tras el aprendizaje.

Como los protagonistas a la noche de Hiroshima, alzo mi cigarrillo por los nuevos comienzos. Y por Hamaguchi, por las dos preciosas películas que nos ha regalado este año.
Sícoles
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8
24 de febrero de 2022
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
La hija oscura (The Lost Daughter en su original) ha sido una de las grandes sorpresas del último año de cine. La ópera prima de la actriz estadounidense Maggie Gyllenhaal es sorprendente tanto por su frescura formal como por su atrevido tratamiento del tema de la maternidad. La película adapta la novela homónima de Elena Ferrante y supone, también, el primer trabajo de Gyllenhaal como guionista, que le valió el Premio al Mejor Guion en el pasado Festival de Venecia.

La cinta arranca in extrema res con una escena sombría, en la que vemos a la protagonista, Leda Caruso, caminar vacilante hacia la orilla del mar. El vestido de Leda —interpretada por Olivia Colman— muestra una mancha de sangre a la altura del vientre. La mujer llega tambaleándose a la orilla y se desploma, momento en el que aparecen los títulos de crédito iniciales.

Esta carta de presentación introduce algunos de los síntomas que transmitirá toda la película. El primero es la confusión, la ambigüedad; la cinta está repleta de símbolos y de comportamientos desconcertantes de los personajes que exigen atención plena al espectador. Otro de estos síntomas es la angustia, esa sensación constante de que algo perturbador está por ocurrir. Para crear esta atmósfera, la película se sirve de una excelente banda sonora, que mezcla temas cálidos con motivos indudablemente siniestros. El primer ejemplo lo encontramos en la escena inicial que describía, cuando suena la canción «Leda», claramente discordante respecto a lo que vemos en la pantalla.

También contribuye, como no podía ser de otra manera, la actuación apabullante de Olivia Colman. Su personaje es una profesora universitaria —y madre de dos hijas— de 48 años que viaja sola a Grecia para pasar unas vacaciones tranquilas. La película la sigue durante los días previos al incidente de la playa. Desde su llegada a la casa en la que se aloja, Leda percibe ciertos indicios de que su estancia no va a resultar tan pacífica como esperaba: el sonido del faro por la noche, que la molesta para dormir; la fruta que coge de la mesa y voltea, descubriendo que su cara oculta está podrida; y el insecto repugnante (al menos para ella) que se posa al lado de su almohada y la despierta.

Las relaciones que entabla con la gente de allí tampoco son muy halagüeñas: el primer día, Leda está en la playa leyendo en silencio cuando una gran familia se asienta cerca de ella y la disturba. Callie, una mujer embarazada algo más joven que la protagonista, le pide que se cambie de sitio; Leda se niega y discuten. A partir de entonces, la antipatía surge entre Leda y los miembros de la familia, que se encargarán de incomodarla preguntándole por qué no está con sus hijos, o simplemente juzgándola con la mirada. Gyllenhaal utiliza de forma inteligente planos subjetivos de la protagonista para transmitir al espectador las sensaciones que experimenta de inhospitalidad, de sentirse una intrusa en una comunidad que la critica por el mero hecho de ejercer su libertad. En un principio, la única persona con la que se siente a gusto es Will (Paul Mescal), un chico que trabaja en el local de la playa.

Sin embargo, Leda conecta inesperadamente con una madre joven de la familia, Nina, interpretada por Dakota Johnson. Al observar a Nina con su hija pequeña, Leda ve en la madre a una versión pasada de ella misma y, de alguna manera, comienza a rememorar sus primeros años de maternidad. En este punto, la narración de la película se bifurca y accedemos a los recuerdos de la protagonista; la Leda joven, a la que da vida de manera muy creíble la actriz Jessie Buckley, lucha por compaginar sus ambiciones profesionales con su condición de madre. Este relato paralelo está llevado con verdadero acierto: Gyllenhaal muestra las conexiones necesarias entre la Leda joven y la actual para explicar los motivos de la conducta del personaje.

La hija oscura refleja la experiencia de la maternidad a través de lo mejor y lo peor. En los momentos tiernos, de amor incondicional hacia las hijas, la cámara es tremendamente cercana y sensorial, casi se mete en la piel de las actrices. Es capaz, incluso, de expresar lo emocionalmente poderoso que puede ser el vínculo entre una madre y sus hijas mediante algo tan nimio como una naranja. Por el contrario, hay escenas en las que se palpa la desesperación que sufren las madres por tener que atender a las exigencias de sus niñas. Como prueba, el calvario por el que pasa Nina cuando su hija pierde una muñeca, la cual se revela como una metáfora significativa de la historia. No digo hijas o niñas por error; Leda y Nina no tienen ningún hijo varón, circunstancia que se resalta en un diálogo en particular.

En ciertos momentos, la película expresa la privación de las libertades inherente a la condición de madre. Leda se ve frustrada en su juventud por no poder centrarse en su vida profesional. Y no solo eso; también siente una fuerte frustración sexual. El matrimonio y la maternidad la obligan a reprimir un deseo de experimentación —o una experimentación de su deseo, si se quiere— que apenas consigue sofocar. Resulta muy interesante cómo se representa la sexualidad femenina en el personaje de Leda, concretamente en una o dos escenas (el número depende de quien las vea, claro) memorables por su punto de incomodidad o de extravagancia.

En conclusión, Maggie Gyllenhaal compone una película compleja, tanto en la forma como en el fondo, fresca y, sobre todo, muy valiente. La cineasta narra con una mirada desprejuiciada la maternidad, y, por si fuera poco, elevan el nivel de la cinta las interpretaciones de un reparto mayoritariamente femenino. Una ópera prima sensacional, con una atmósfera incierta y angustiante muy lograda, que invita a disfrutar del cine sin juzgar injustamente a sus protagonistas.

P. S.: ¿En serio nadie ha titulado su crítica «Madres paralelas»? ¡Qué oportunidad desaprovechada! XD
Sícoles
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