Cary Grant, Katharine Hepburn y James Stewart participaron en clásicos reconocidos y de enorme éxito, y la combinación de los tres en esta película memorable fue un acierto total.
La clase de Grant se une al ingenio de la Hepburn y la gracia innata de Stewart en una comedia con toques románticos y aires de crítica social.
Aunque la historia no interese, solo por los protagonistas merece ser vista y recordada.

Somos muchos los que hemos crecido con Harry Potter, los libros y películas, y esta segunda parte supone, para todos nosotros, el final de algo que nos ha marcado.
Si la primera parte narraba un viaje lleno de accidentes y encuentros sorprendentes, para ésta nos dejan toda la acción: batallas, luchas, sangre, conjuros, y algún que otro momento emotivo que logra emocionar y hace asomar alguna lagrimita porque, a fin de cuentas, con Harry se va también una parte de nosotros.
Los efectos especiales se superan a sí mismo en una película que, pese a algunas omisiones, es bastante fiel al libro original y logra contar todo lo importante sin que parezca acelerado o apretujado. Con el prólogo incluido, una vez más Yates demuestra que ha sabido captar la esencia potteriana mejor que ningún otro realizador, y nos deja con una sensación de vacío pero, a la vez, con una sonrisa entre agradecida y melancólica.

Richard Gere defiende con uñas y dientes el papel protagonista, un abogado luchador que da todo por defender a su cliente.
Sin embargo, Edward Norton, el presunto asesino al que defiende, le eclipsa con una actuación digna de recordar: un joven católico que es acusado de matar al cura que lo protegía y que sufre un trastorno de personalidad.
Con momentos geniales y una gran química entre Gere y Norton, ésta es una de esas películas que todo aficionado al Derecho no puede perderse.

“Lo normal en una familia es que no haya nadie normal”, dice el personaje de Pilar Castro en esta película. Y aquí se cumple al máximo.
Los hermanos de bíblicos nombres tienen historias a cada cual más peculiar, con personalidades más complejas de lo que parece al principio, y motivos más que sobrados para actuar como lo hacen. Su padre, cabeza de familia, es el cemento que les une, el espejo en que se miran, y un personaje perfectamente ejecutado por el grandioso Héctor Colomé. A su lado, brillan todos y cada uno de los actores, incluso el breve y mudo Raúl Arévalo, y Sánchez Arévalo vuelve a demostrar que lo suyo es la tragicomedia. Risas, sí, pero también lagrimitas, todo regado con una banda sonora que parece hecha a medida y que acompaña los momentos cumbre de forma magistral.

En primer lugar, cuando hablamos de esta película, hay que recordar que está producida, dirigida, y co-protagonizada por los mismos hombres que hicieron posible "Piratas del Caribe", por lo que es normal buscar (y encontrar) más de un parecido. Pero también es cierto que esta ecuación ya demostró que funciona de maravilla y, aunque algo menos, vuelve a hacerlo.
El llanero solitario es un film divertido, entretenido, que no se hace largo pese a su amplio metraje gracias a las numerosas peleas, persecuciones, e historias que suceden. Los efectos especiales y la música son acertados y, dejando de lado todo eso, cabe analizar a los actores. Johnny Depp borda el papel de indio loco que, por otra parte, ya conoce muy bien, pero, para mí, el gran descubrimiento y acierto es Armie Hammer. Desconocido, o al menos poco conocido, consigue dar credibilidad a un héroe que empieza siendo torpe, cobarde, y nada convencido de su labor, y acaba aceptando el destino que le llame.
Dos horas y media entretenidas, sin gran trascendencia, pero salpicadas de agradables toques de humor y la ya mítica marca Depp.