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Mauricio (Isla) Mauricio (Isla) · Vheissu
Críticas de Jean Ra
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Críticas 262
Críticas ordenadas por utilidad
7
25 de octubre de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el contexto de la I Guerra Mundial, Zacarías desembarca junto al resto de su tropa en las costas de Mozambique. Portugal debe defender sus posesiones africanas de los envites alemanes, que traman ampliar su territorio para obviamente servirse de sus recursos naturales con los que alimentar su desmedida campaña militar.

Este capítulo de la I Guerra Mundial, el de las batallas de potencias europeas en territorio africano durante la I Guerra Mundial, no ha sido muy abundado por la ficción cinematográfica, ahora mismo sólo recuerdo "Blanco y negro en color" de Jean Jacques Annaud, y sin embargo ilustra de forma muy clara la mentalidad colonial que regia en la época y cuyos residuos todavía colean en el subconsciente colectivo europeo. Zacarías vendría a ser fruto de esa mentalidad. Cuando se siente en apuros se encomienda a Dios, es capaz de brindar por la guerra y sin duda cree en la legitimidad de la campaña y de la prevalencia y superioridad de su raza.

Tan pronto queda aislado en territorio salvaje e inicia su persecución de sus compañeros, Zacarías queda en manos de los dos sirvientes nativos que tenía a su cargo. La relación de poder que se impone entre el joven soldado y estos dos hombres refleja el autoritarismo y la jerarquía, Zacarías los trata con una severidad que resulta más chocante si tenemos en cuenta que él es el último mono del ejército, uno de esos reclutas que han sido enviados a defender unos intereses que en verdad no son suyos, lejos de su casa, bajo condiciones muy exigentes. Nada de esto es observado por Zacarías, que se conduce en la autoridad con naturalidad, sin hacerse preguntas.

Más adelante tiene contacto con poblados realmente aislados, no hablan el idioma colonial y mantienen sus costumbres ancestrales. En ese poblado específico sólo quedan mujeres (es de suponer que los hombres han sido reclutados) y actúan con la naturalidad construida durante siglos, como si el cristianismo y las costumbres europeas no existieran. Viendo la película, ese capítulo es de los más vitales, dónde el soldado, valiéndose sólo de sí mismo, por mucho que intenta hacer prevalecer sus privilegios, empieza a comprobar la esterilidad de los mismos y encara la realidad empírica.

El principal valor de "Mosquito" es el como desenmascara y expone la naturaleza ficcional del poder colonial, sostenido por tradiciones impuestas de forma coercitiva y otras nociones que se inculcan en la mente de la clase dominante. No basta con invocarlas, no reside en la voluntad de los dominados el deseo de satisfacerlas; si no es mediante amenaza de represalias es absurdo pensar que se obedecerá de buen agrado. Por lo tanto, cada vez que escuchemos lo mucho que han hecho avanzar el paso de las potencias europeas por sus antiguas colonias, valdrá la pena ponerlo en duda y tener en cuenta como en la religión, la política o la sociología todo eso se ha metido a la fuerza en mentalidades foráneas y no por elección.

En el aspecto más cinematográfico, cabe alabar la labor del director, que maneja la cámara con soltura y construye planos en los que observa con cierta distancia la acción, planos que respiran y demuestran intereses antropológicos antes que líricos, si bien también suma no pocos momentos y elementos oníricos (cómo ese extraño esclavista que persigue a Zacarías y que representa la voz de su conciencia colonial). El mensaje político subyacente se arma con momentos de sutilidad, sin señalar con el dedo ni forzar las situaciones, y por mucho que puedan resultar ambiguos a mucha gente, en mi opinión le hace cobrar relieve y verosimilitud. Esos largos planos demuestran buen gusto estético, aunque también cabría reprocharle el empleo de lentes de corto alcance, que muchas veces dejan borrosos los imponentes paisajes y le resta potencial expresivo a la narración, siendo además un factor con peso en la narración: la amenaza de la naturaleza hostil que atemoriza la mente de Zacarías.

Así, encontramos un relato acerca de cómo vivimos rodeados de ficciones, acerca de cómo al ser testeadas con la realidad, sin asideros artificiales, muchas veces las máscaras caen y por lo tanto el descolonizar la mente, observar críticamente muchas nociones que forman parte del día a día, es sencillamente ceñirse al orden natural de las cosas. Desde luego no es una obra redonda, aunque ya solamente por la experiencia sensorial que ofrece, su visionado vale mucho la pena.
Jean Ra
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7
17 de junio de 2021
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A Ondina se le cumple el deseo de cualquiera: a los pocos minutos de ser abandonada por Johannes, su pareja, se le aparece otra persona, Christoph, que además de guapete también se interesa por ella. Esos primeros compases de la historia son realistas, hasta que ella entra en el restaurante, contempla un gran acuario, se fija en el buzo y Christoph confiesa, así por las buenas, que trabaja como buzo. Desde ese momento ya sabes que lo que estás viendo es antes una abstracción que no una narración naturalista, estética a la que Christian Petzold habitualmente se ha adscrito, excepto quizá en "Yella", dónde también mezcla elementos fantásticos en la historia de su protagonista.

No hace falta que conozcas la leyenda de Ondina (como es mi caso), que en teoría inspira el director alemán, si comprendes el juego estético que se emprende en esos primeros compases bastará para sumergirse tranquilamente en la historia y dejarse arrastrar por sus extraños sabores y atmósferas, en la que los elementos mágicos se entremezclan con los estrictamente realistas: apariciones fantasmagóricas sobrenaturales se incorporan en viviendas de rentas bajas y los trabajos temporales.

Si acaso, para demostrar que esa ensalada de materiales no es aleatoria, deberíamos fijarnos en, por ejemplo, cierto detalle de la dramaturgia: si en verdad Ondina es una ninfa de agua, el único hombre que puede amarla de verdad es un buzo, alguien habituado a sumergirse en el líquido elemento.

Si no la he entendido mal, Petzold establece desde un ángulo diferente otra reflexión acerca del amor, en como afecta a la mente hasta conducirla hasta límites antes impensables. Libre del arraigo histórico que late en "Barbara", la narración que sigue a "Ondina" se puebla de personajes de pasiones arrebatadas, de terribles juramentos, y fugas poéticas. No es una película para ser absorbida de forma literal, eso está claro. En cambio vista como una fábula medieval encajada en el mundo contemporáneo, el visionado se demuestra confortable y fascinante.

El estilo a la vez pulcro y expresivo, sobrio y elegante, de Christian Petzold contribuye a dotar de atmósfera a la cinta, que sin duda tiene como su momento más llamativo el del inicio, cuando quiebra la pecera y los personajes quedan empapados por esta recién descubierta pasión que reemplazará las anteriormente existentes y les arrebatará el juicio e incluso la percepción de la realidad. Sin duda una fábula propia del romanticismo que en malas manos podría haber resultado la enésima chuchería para adolescentes, pero al ser tomada por las expertas manos de Petzold adquiere relieve, y todo lo que tiene de extraño lo tiene de atractivo; la falta de respeto por ciertas leyes no escritas de la verosimilitud se convierte en un ejercicio de libertad estética e introspección en una forma de entender la pasión que, a día de hoy, casi se puede entender como anacrónica.
Cómo logra apuntalarlo todo? Quizá sea debido a la sobriedad de su dirección de actores, a su talento para la composición del plano o al sabio manejo de las localizaciones, eso ya corre a cargo de cada espectador, en todo caso, quien se deje transportar por esas aguas, sin duda disfrutará de una experiencia poco usual.
Jean Ra
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8
4 de enero de 2019
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
De entrada admitiré que dado el excelso nivel de Trapero, uno de los mejores directores americanos en activo, en esta ocasión el argentino no da tanto en el clavo y baja ligeramente (muy ligeramente) el listón. De todas formas un acierto con flaquezas de Trapero sigue siendo algo mucho más pleno y satisfactorio que lo que otros directores menos capacitados puedan ofrecer en el mejor de sus momentos. En esta ocasión sus expectativas parecen apuntar hacia abajo, pero a cambio se atreve a jugar con los códigos del melodrama desaforado, rozando incluso con los de la telenovela. Es por eso que vemos secretos familiares, pasiones prohibidas y escenas de explosiva carga dramática. Es la destreza del creador lo que le permite destilarlos en una historia con relieve y sustancia. A mi entender los puntos que le permiten salir airoso son los siguientes.

Una puesta en escena sofisticada, elegante y sin embargo ajustada a las necesidades de la historia. Los planos secuencia sirven para remarcar por ejemplo la entrada del personaje de Mía a la casa, el entorno familiar que es el fruto de la historia que estamos por ver. Y como ése Trapero reparte más momentos cinematográficos de vuelo alto.

Atrevidas imágenes de descarnada sexualidad. No cualquier director es capaz de convencer a actrices de nivel internacional para filmar según qué escenas que vemos en 'La Quietud', como ahora la de la paja a dos. O puede que sí, claro, que se ha dado más de un caso, el acierto sin embargo reside en hacernos ver que la pasión lúbrica ocupa un lugar esencial en la vida personal de sus personajes, tanto es así que definió ciertos capítulos de sus pasados y eso, a su vez, en cierto punto avanzado de la historia, le sirve al director para demostrar hasta qué punto sus dos protagonistas son seres generosos y de espíritu elevado. Si mal no recuerdo, en los seriales, a pesar de la importancia de las relaciones íntimas, siempre son muy conservadoras en ese punto: pudorosas a la hora de ser expuestas y estrechas en la forma que son vistas, con personajes posesivos y dependientes.

Y por descontado esa serie desaforada de secretos le sirven para abordar un capítulo histórico de su país. 'La quietud' está íntimamente conectada con 'El clan'. En ambas narraciones conocemos a personajes beneficiados por la dictadura militar, aunque desde marcos temporales diferentes e incluso variando el perfil de los afines de Videla y los milicos. En 'El Clan' son seres brutales que se ensucian, los de 'La quietud' son más de guante blanco. La forma que tiene Trapero de exponer la posición ideológica de los personajes demuestra sutilidad: basta con un comentario suelto en una cena, con llamarlos 'Gobierno militar' para que comprendamos qué se cuece en esa casa.

La estructura de la obra demuestra estar bien meditada y que hay una conexión muy justificada entre la historia personal de sus personajes y el capítulo histórico abordado, dónde se producen una serie de juegos de espejos. En ambos casos se nos habla de relaciones con límites muy difusos, dónde las posesiones son dudosas e inestables, las apariencias esconden grandes oscuridades y los márgenes de los afectos son ampliamente móviles y algo vaporosos. La grandeza del conjunto reside en que en un lado nos sirve para comprobar la mezquindad inherente en la Historia y en el otro como en medio de tanta podredumbre puede surgir luz y que depende de la amplitud mental de las personas saber hacer justicia y no restringir avariciosamente el uso y disfrute los bienes de este mundo.

Imposible obviar la enorme entrega y la excelencia demostrada por su trío protagonista. A pesar que en más de un momento alguna escena parece algo sobreescrita o pasada de estridencia, las actrices consiguen dar relieve y credibilidad a cada instante de sus personajes y hacernos pensar, por gracia del ilusionismo, que estamos frente a seres de carne y hueso.

Por pura casualidad descubrí ayer por la noche que Movistar ofrecía el preesetreno y que podía ver esta película en mi casa en el momento más conveniente. Una cinta así sin duda de disfruta mucho más en una sala de cine, que es dónde las películas se expresan en toda su plenitud, sin embargo los cines de Barcelona que han decidido exhibirla no me quedan precisamente al alcance, por lo tanto, de pura potra, he podido verla en la semana de su estreno. Por más que piense que la utilización de los temas musicales apesta un poco, la historia tarda un buen rato en cobrar forma y que en algunos puntos la historia quede algo desequilibrada, no puedo dejar de pensar que habría sido una pena perdérsela porque no todos los días se nos muestra partes del mundo que habitualmente nos están vedadas y a la vez se nos emociona y sorprende de formas poco convencionales. Yo creo que no se le puede pedir más a 105 minutos de cine.
Jean Ra
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9
17 de octubre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fui a una sesión en la que unos cuantos de los espectadores era gente 'veterana'. Los que tenía en la fila de atrás comentaron algo acerca de "Los 400 golpes" de Truffaut. La mujer no recordaba que al final hubiese una escena en una playa y preguntaba si Antoine Daniel se tiraba al mar o algo. No, le replicó su acompañante, era una imagen poética que expresaba libertad y soledad. Ni que decir tiene que al finalizar la proyección, sus comentarios eran de verdadera estupefacción. No intuían nada de lo que iba a ver. Otro espectador maduro se quejó en voz alta.

Efectivamente no es una película ligera y masiva. Ninguna de las películas de Noé lo es. "Climax" a la fuerza ha de repeler a un buen número de espectadores. Sus detractores la tacharán con los adjetivos habituales como ahora caprichosa, tremendista o hiperventilada. Incluso con otros muy socorridos y tópicos como pedante o ombliguista. Por otro lado, tampoco es el tipo de experiencia recomendada a cinéfilos que crean que el cine culmina en Ozú y Bresson. Tampoco para aquellos que acabaron hasta el gorro de los giros de cámara y demás maniobras provocadoras de Noé en "Irreversible".

Por lo demás es una oportunidad de disfrutar de algo inusual, sorprendente y a la vez, vagamente reconocible. Es decir que si vives cerca de una ciudad y tiene veinte y tantos es posible que te hayas metido en ambientes dónde se vea a gente igual de hipersexualizada, drogada y hostil. Para mí sería un error tomarse "Climax" como una narración realista. Como todas las de Gaspar Noé, es una ficción melodramática, dónde todos los conflictos y las reacciones están exageradas para adentrarse en las zonas más primitivas y viscerales de la mente humana. Al director le interesa más el subsconsciente que no la parte racional de la mente. Debería verse como una representación muy inmersiva y física, pero no naturalista.

Según parece el guión no ocupaba más de cinco páginas. Como ya han probado otros directores antes, es una posibilidad interesante y una forma de entender el cine como una experiencia audiovisual y sensual, unos conceptos previos bastan como soporte para desarrollar atmósferas y ambientes que están alejados de la realidad cotidiana. La historia abordada se podría ver como una torre de Babel, dónde una colectividad construye algo esperanzador para al final desmoronarse de forma catastrófica. El cineasta maneja los códigos del cine de terror y el musical para al final llegar a la conclusión (explicitada) que convivir es una experiencia colectiva imposible. En el final del trayecto vemos que los que parecen haberse librado son los que se han retirado a la intimidad de las habitaciones, de la experiencia más privada. El LSD es un catalizador que destapa las esencias más primitivas de las mentes de sus personajes. La discoteca como una experiencia posmoderna en la que se mezclan sexos, sexualidades, edades, razas y clases, una amalgama sonorizada por Aphex Twin, Lil' Louis, Giorgio Moroder y otros. Ese escenario colectivo nos sirve para mezclarnos con nuestros congéneres, hallar la persona adecuada y retirarnos antes que el ambiente se repliegue en su egoísmo, su competitividad y las envidias. Algún crítico agudo podría señalar que parece transmitir un mensaje reaccionario y anti-hedonista.

Como sea, al final de cuentas nos llevamos imágenes impactantes y poco corrientes, una banda sonora estupenda y unos planos secuencia que enfatizan el tiempo presente como una espiral dionisíaca (la elección de la sangría creo que no es casual). Será fácil dejarse llevar por el sensacionalismo de sus elementos aislados pero también hay que prestar atención a esos otros elementos subyacentes que invitan a una lectura más jugosa. Si alguien creía que después de "Love" Noé ya había dicho su última palabra y que ya no podía impactar y provocar al espectador de la misma forma, está claro que andaba errado. O alucinados, como esos espectadores desprevenidos de la fila de atrás.
Jean Ra
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7
21 de julio de 2023
3 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El director polaco Jerzy Skolimowski es un verdadero superviviente de la cinematografía europea, un hombre que, cuando ya tenía más de 84 años, reunió fuerzas para lanzar otra nueva bala, que se añadió a su filmografía, que cuenta con casi veinte largometrajes a sus veteranas espaldas.

Para este título, Skolimowski parece tomar como mecanismo poético la máxima de los activistas pro derechos de los animales, que en ocasiones antropomorfizan los sentimientos de los animales porque los ven como semejantes, iguales dentro de un mismo ecosistema, de forma muchas veces proyectan sus propias emociones en los animales. Así, presenciamos las peripecias de Eo, un asno no especialmente grande o brioso, en quien se proyectan las cualidades del estoicismo, la paciencia, la integridad y dignidad de un ser que atraviesa el mundo sin hacer daño a nadie.

Es inevitable que esta versión nos recuerde a la película de Robert Bresson “Al azar de Balthazar”, dónde aquel asno se elevaba a símbolo de la bondad y establecía entorno a él una escala con seres humanos que van de lo vil a lo bondadoso. El director polaco todavía se implica más en las posibles emociones de este burrito hasta convertirlo en un héroe romántico, que sufre mil penurias y siempre recuerda a su amiga Cassandra, que convivía con él en el circo, y fue quien más lo amó, tanto que al final transmite la sensación que existe enamoramiento más que un fuerte vínculo de amistad. Sé que esto conmoverá a no pocas personas, a mí me resultó quizás demasiado artificial, si bien el tono general de la obra es de cuento, ahí se insufla demasiada fábula pastoral.
Eo recorre Polonia y llega a Italia, a su alrededor también se concentran desde lo más violento y abyecto en forma de unos hooligans polacos, hasta que vagabundos anarquistas que lo liberan de forma desinteresada. El que más me interesó fue el camionero polaco que transporta a Eo y unos caballos hacia Italia, un personaje iluminado con luces rojas, que en la simbología del filme se asocia con la muerte y el mal, y sin embargo por sus actos demuestra generosidad a pesar de la ambientación ligeramente peyorativa que se crea a su alrededor.

Por descontado, Skolimowski no se limita a dibujar la relación del asno con las personas, también con el resto del ecosistema, la fotografía recrea entorno a ese animal un mundo envolvente, de matizadas texturas verdes en el bosque y en cambio recurre al feísmo para mostrar la civilización humana, una experiencia visual muy cuidada e inmersiva, también un mosaico amplio y matizado de la condición humana, aunque menos de lo que podría esperar en una obra de mayor entidad.

Otra película con la que comparte cierto hermanamiento espiritual es “Gunda”, dirigida Viktor Kosakovski, un documental acerca de un cerdo que algún usuario de esta web calificó de propaganda totalitaria del nuevo orden mundial. Una película sobre un cerdito también es totalitarismo para algunas pobres cabecitas. Lejos de eso, en ambos títulos lo que sí se hace es apelar a la empatía del espectador, a sus emociones para que mire con más sentimiento a los animales, si bien tanto humanizar a los animales puede crear imágenes un tanto deformadas del mundo natural, en general no tan beatífico y bondadoso, el reino animal también es depredación y matanza, pero ésta no es la ocasión para recordar tal idea, si no en recrear en las poderosas imágenes del veterano director polaco y acercarse con más bonhomía a las otras especies con las que compartimos espacios. Una obra conmovedora y tierna, que no vendría mal enseñar a los más peques para recordarles las bondades de la empatía y la generosidad.
Jean Ra
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