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España España · La Laguna (Tenerife)
Críticas de Spock
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Críticas 37
Críticas ordenadas por utilidad
6
17 de agosto de 2009
11 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película explora el universo que se creó en tiempos (es decir, a comienzos del siglo XVIII en este caso) alrededor de los "castrati", quienes, al quedar privados de las consecuencias naturales de la testosterona, mantenían una voz angelical y un aspecto andrógino a lo largo de su vida. Personalmente, ignoraba que algo así hubiera existido con este propósito hasta que supe de la película: eunucos cantores que hacían de la música y la ópera un medio con el que ganar fama y posición social, y a veces con notable éxito, como en este caso.

Es de destacar, y en sentido negativo, que la película comete muchas licencias con la vida real del cantante, de modo que sólo algunos hechos básicos de su biografía pueden tomarse como ciertos. No los detallaré aquí, pero es conveniente que el espectador sea consciente de ello. El resultado es que los personajes de Jeroen Krabbé (el célebre Georg F. Händel) y Enrico Lo Verso (Riccardo Broschi, hermano del protagonista) están exagerados en cuanto a su importancia real o simplemente muy desfigurados, mientras que el personaje de la adorable Elsa Zylberstein (Alexandra) parece ser una mera invención de los guionistas. Por tanto, no es extraño que la historia relatada sea también, en buena parte, ficticia.

Así pues, nos movemos en dos planos. El primero es el real, y comprende la recreación de la impresionante voz del cantante, así como del entorno en el que vivió. En este sentido es destacable el enorme esfuerzo de Dionisi para hacernos creer que es el "play-back" no es tal. Lo dejaremos en bastante aceptable, por la doble dificultad que supone tanto hacerlo como convencer a un espectador que es consciente de que el actor está, simplemente, haciendo su trabajo.

En el plano puramente ficticio, parece que los guionistas han querido meterse en la pìel de un "castrato" y reflejar de sus anhelos (alcanzar lo que no puede tener, debido a su carencia física), reproches (hacia los responsables de ello), conflictos emotivos (derivados de lo anterior), etc. Y es por ello que la figura del hermano del cantante, su amante y otros secundarios cobran un peso específico que excede con mucho a su trascendencia real, traspasando en ocasiones lo aparentemente razonable, y llegando incluso a rozar un incesto homosexual. La historia que resulta de ello puede gustar, no gustar, o dejarle a uno indiferente. Y a mí me sucedió esto último. Punto, pues, en contra.

En el otro plato de la balanza, además de lo ya mencionado, cabe citar la magnífica ambientación, incluyendo los decorados y, naturalmente, el vestuario. Esto, junto con la música y la aceptable labor de Dionisi y el resto del elenco, hacen de esta película algo recomendable. Eso sí: sin demasiados aspavientos.
Spock
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7
26 de agosto de 2009
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Así por lo menos la vi yo en su momento en el cine (hace casi treinta años, ahí es nada), y así reza en la versión en DVD que he comprado y que me ha permitido resaborear esta historia. Pero bueno, amén.

Se trata de un proyecto del legendario Bruce Lee que éste no llegó a ver por su temprana muerte. Y es indudable que la película habría ganado muchos enteros de estar presente el gran maestro chino-americano en lugar de Jeff Cooper o del propio David Carradine. No hay grandes pretensiones en este cuento épico que versa sobre la búsqueda de la verdad interior desde la perspectiva del budismo zen, del que Bruce Lee era seguidor. El escenario es un país imaginario donde se mezclan elementos desde grecorromanos a chinos, pasando por árabes, persas e hindúes. El protagonista (Jeff Cooper) busca al sabio Zetan (Christopher Lee) quien posee un libro donde se encuentran las grandes verdades del mundo. Y para ello debe enfrentarse con rivales en las artes marciales, así como superar una serie de pruebas y encuentros. Se trata, por lo tanto, de un camino iniciático en el que no es difícil hallar semejanzas con la instrucción de Luke Skywalker a manos de Yoda, por ejemplo. Por el camino, se cruza con un ermitaño ciego (David Carradine), cuyas únicas pertenencias son sus ropas raídas y su flauta de bambú (instrumento, báculo y arma), quien poco a poco le desvela las claves para acercarse a la verdad y a la iluminación.

La película cuenta con actores de lujo como el mencionado Christopher Lee, Eli Wallach o Roddy McDowall, pero sus intervenciones están fuera de lugar, pues no encajan demasiado bien en una película así (McDowall en particular tiene un aspecto ridículo). Algo semejante podría decirse del resto del reparto, excepto quizá de Carradine en el papel del ermitaño (no es el único, pues hace tres roles más en la historia). En cuanto al desarrollo, transcurre por derroteros muy previsibles, final incluido. Esta cinta, pues, no cuenta nada nuevo: un héroe que se sirve de sus habilidades con puños y piernas evoluciona en sus ideas sobre el mundo a medida que su búsqueda le acerca a la ansiada recompensa. El mayor atractivo habrían sido, sin duda, las peleas. Pero la ausencia de Bruce Lee las deja muy descafeinadas.

En mi retina se grabarían para siempre el "strip" de la deliciosa Erica Creer, así como su posterior suerte. Como ya señalé en otra parte, aparece el musculoso Earl Maynard, en un papel tan poco sustancial como sus dotes artísticas: cualquier musculitos habría servido.
Spock
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8
2 de septiembre de 2009
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Primera recreación cinematográfica sonora (las tres anteriores eran mudas) de la novela romántica escrita por Sir Anthony Hope a finales del siglo XIX, y que ya había sido llevada al teatro con notable éxito, acometida por un reparto galáctico (diríamos hoy) a las órdenes del ya curtido John Cromwell. Espectaculares interpretaciones de C. Aubrey Smith (insuperable, aunque gozaba ya de una buena experiencia teatral en esta misma obra, pues ya había interpretado a todos sus papeles masculinos), Raymond Massey (nadie mejor que él para dar vida al malvado Duque de Strelsau), Douglas Fairbanks Jr. (si Sir Anthony hubiese levantado la cabeza, le habría reconocido inmediatamente como la viva encarnación de Rupert Hentzau), e incluso Mary Astor, quien atesoraba ya una gran trayectoria. El dúo protagonista, sin embargo, se queda corto: Madeleine Carroll da vida, en efecto, a una muñeca rubia y hueca (a veces, incluso tonta), y Ronald Colman tampoco insufla demasiados hálitos de grandeza a su personaje, lo que le convierte en un héroe "light", fácilmente eclipsado por los secundarios (años más tarde, Stewart Granger desharía el entuerto con brillantez). Tampoco puedo alabar a David Niven, demasiado limitado a la pose y la sonrisa fácil.

La iluminación y la fotografía constituyen el segundo pilar de las excelencias de esta obra en B/N, algo por otra parte muy común en la época. Pero necesario para recrear escenas de tensión e intrigas palaciegas en castillos o pabellones de caza. Magnífico diseño de vestuario y puesta en escena (que sería luego reproducida casi al pie de la letra por la versión de 1952). Adaptación bastante fiel, en lo esencial, de la historia de Hope. Romance descafeinado y por momentos excesivamente teatral, sobre todo en las escenas finales. El duelo a espada sería ampliamente superado en la secuela de Richard Thorpe, con Granger y James Mason como antagonistas, demostrando así las limitaciones de Colman y Fairbanks como esgrimistas.

Por lo tanto, contemplar esta gran obra resulta un placer para los sentidos, con las salvedades expuestas. Es inevitable pensar en la versión posterior y compararla con ésta... pero ésa es otra historia.
Spock
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9
27 de enero de 2009
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dos planos se entremezclan en esta terrible y a la vez maravillosa historia. Por una parte, la espantosa tragedia del pueblo camboyano, arrojado en las manos criminales de los fanáticos guerrilleros maoístas del "Khmer Rouge" y abandonado luego a su suerte por la mostruosa política de los EE.UU. en Indochina y, por otra, un hermoso canto a la amistad y a la vida, encarnado en el dúo protagonista. Ambos hilos se entretejen en la terrible y paralizante narración. El gancho de la película también abarca la lograda reconstrucción de los escenarios, así como los personajes, entre los que sólo hay un héroe: el camboyano Dith Pran (Haing S. Ngor), un periodista local que actúa como mano derecha del corresponsal del NY Times, Sydney Schanberg (Sam Waterston). Entre ambos, deben cubrir un conflicto cuyos avatares habrán de marcar decisivamente sus vidas.

A su vez, este doble plano se desglosa en dos partes que dividen claramente la trama de la película, cada una de ellas con un ritmo diferenciado. En la primera parte, alternan los momentos electrizantes de acción bélica con interludios cargados de incertidumbre y, por ende, de tensión. En la segunda parte, sin embargo, la acción desaparece casi por completo, sustituida por escenas de gran impacto emocional y visual que hipnotizan al espectador. La banda sonora, que apenas se escucha en el primer tramo (excepción hecha de la magnífica escena de la evacuación), cobra aquí singular protagonismo. Mike Oldfield, por decirlo en términos llanos, lo borda.

Este fue uno de los primeros filmes que, a lo largo de la década de los 80, mostraron sin tapujos las terribles miserias de las guerras de Vietnam y Camboya, siguiendo la senda abierta por Michael Cimino en "El Cazador". Para la historia quedará la monumental banda sonora, y para la incógnita, por qué Haing S. Ngor, tras éste su debut cinematográfico, saldado con el Oscar al mejor actor secundario, vio limitada su carrera a las series televisivas, hasta su temprana muerte en 1996. John Malkovich, Craig T. Nelson y Julian Sands completan un magnífico reparto. En dos palabras: Im-prescindible.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Spock
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7
3 de septiembre de 2009
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
El galán australiano Errol Flynn y la soberbia Olivia de Havilland trabajaron por séptima y última vez juntos para recrear (es un suponer) la vida y aventuras del general George A. Custer, héroe de la guerra civil americana y comandante del mítico Séptimo Regimiento de Caballería de Michigan. Todo ello, por supuesto, convenientemente endulzado por el novelesco romance entre el dúo protagonista, en la mejor tradición de los héroes de caballería (nunca más adecuado). Estas historias encajan mejor con Flynn que con De Havilland, siempre dulce y encantadora, pero demasiado encorsetada en papeles románticos en los que, sin embargo, hacía gala de su inmenso talento (con su encarnación de Melanie Hamilton en "Lo que el viento se llevó" como punto culminante, sin duda).

Tal y como sucede en otras historias del dúo protagonista con trasfondo supuestamente histórico, aquí sólo se salvan algunos retazos como fieles a lo que verdaderamente sucedió. El personaje de Custer está muy idealizado, pues el general de verdad llevaba, sí, los cabellos largos (de ahí el apodo dado por los indios), gustaba de los uniformes muy ornamentados y era arrojado como pocos en el combate. Sin embargo, su desprecio hacia los indios (que no le impidió tener una esposa india e incluso tener un hijo con ella, dicen), así como su altanería y arrogancia no se corresponden con la interpretación de Flynn.

A destacar la breve aparición del entonces jovencito Anthony Quinn como el jefe Caballo Loco, demasiado fugaz como para cantar excelencias, pero sobria y adecuada a la historia.

Al hilo de otras historias interpretadas por la pareja, la película alterna situaciones desenfadadas con vibrantes escenas de acción, muy bien acompañadas por la excelente banda sonora, todo lo cual la sitúa a la altura de los míticos westerns de Hollywood. Constituyó para niños de varias generaciones (yo entre ellos) el ideal de escenas de batallas entre la caballería americana y las naciones indias de las praderas. En este sentido, la película hace justicia, aunque con barniz, a la verdadera causa de estas guerras: la codicia y la ambición de los blancos, encarnados aquí en el malvado personaje de Arthur Kennedy, pero también constituye un canto a unos héroes del ejército americano que tuvieron muy poco de tales... aunque murieran con las botas puestas.
Spock
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