Que nadie acuse a Miike de nada, y mucho menos de haber pasado un mal rato por culpa de la estrambótica Ichi the killer, cuando la tipografía del título de la peli en cuestión está dibujado con el esperma del psicopático y depresivo protagonista, que gotea copiosamente por haberse satisfecho ante la observación de un maltrato doméstico de gran brutalidad. Si esa es la particular rúbrica de la película, nadie podrá culpar a Miike de haberse propuesto continuar con el delirante metraje de Ichi the Killer.

Quedáis advertidos, porque la película lejos de bajar el listón de atrocidades seguirá subiendo escalones, y muy probablemente los estómagos de la gran mayoría de incautos no sabrán seguir el ritmo del ascenso, o ciertas retinas no conseguirán borrar de sí algunos de los impactos a los que se verán expuestas, sin la menor compasión y con gran copiosidad.

Así es Ichi the killer, en suma, una genial animalada gore, y no del gore al uso precisamente, sino un eslabón perdido entre el gore y el cine negro de yakuzas. Y sí, además de todo eso también es cruel, de veras cruel, y también simpática, surrealista, humorística y oscuramente hilarante (vamos, que reirás muchas veces al mismo tiempo que te sentirás culpable por hacerlo). En definitiva, que depara todo tipo de emociones desordenadas como casi cualquier película de la extensísima y enfermiza filmografía de Takashi Miike. Junto a Visitor Q y Gozu, os diría que es ésta, junto a las citadas, que formaríamos la santísima trinidad de Miike, su universo enfermizo para paladares más especiales que selectos, un interesantísimo puñetazo cinematográfico sobre la mayoría de supuestos fílmicos occidentales, una completa subversión de los cánones que cualquier género ha podido imponer. Una herejía en toda regla: una joya para algunos (entre los que me cuento) y una barroca inmundicia para otros (me temo que de una gran mayoría, y además me veo incapaz de reprochárselo).

Sean cautos al recomendarla (esencial eso) y sean astutos al verla e intenten vaciar su mente de mecanismos de defensa morales de cualquier tipo, disfrutarla —si les es posible— por las leyes que imperan en ese Universo del autor, y no las del nuestro en el que vivimos día tras día. Porque si no la vemos un poco así nos resultará sin asomo de duda: insoportable.