En este episodio la crítica es mordaz, ayudada por una gran interpretación de Rosemarie Dewitt, pero la manera de llevarla a cabo creo que termina por ser algo cargante: acostumbrado a los giros argumentativos típicos de Black Mirror el final me sabe predecible, y la historia no termina de embaucar. Lo que sí embauca es la puesta en tela de juicio del nivel de sobreprotección y control de los padres sobre sus hijos que se desborda hasta sus máximos con una credibilidad pasmosa. Ese afán por dirigir y restringir la vida y el mundo de los descendientes nos lleva a cuestionarnos las cotas de invasión de la intimidad, enfrentamiento a la realidad o el desarrollo de una personalidad espontánea y no tutelada. Al final resulta que lo prohibido atrae y excita (no es nada nuevo), y todo aquello que intentas regular se vuelve en tu contra.

Yo prefiero ese "papá genial" de Adam Sandler.

Es un deleite subir a la palestra el tema del reconocimiento social, de la aceptación social, y tratarlo con la suave y tensa delicadeza que muestra la inseguridad y vulnerabilidad de una persona dada en un mundo de likes, retuits, calificaciones... Realmente no es un "futurismo" al uso, es la actualidad a grandes rasgos, donde nuestra personalidad se vence a la popularidad que podamos tener por las redes sociales, y nos preocupa más qué opinión tienen los demás de nosotros, que la opinión que nosotros mismos tenemos de nosotros, o qué podemos hacer sentir a la gente por encima del qué sentimos nosotros (ejemplo claro: el café de terciopelo, la galleta alegre; foto curiosa, ordenada y atractiva, sin embargo no traga la pasta, igual es muy insulsa, hace un mohín desagradable al café, pero está vendiendo la gloria). Todo es un fingimiento, una fachada colorida y lleva de vida y alegría que alberga habitaciones mugrientas y vacías.

No podemos negarlo: somos retoños del "qué dirán", somos los hijos de la superficialidad.

Gigoló de la infancia, desternillándonos hasta la médula con su inoperancia sobre las "nenas". Es todo un reto cambiar de canal si aparece un capítulo de este "Elvis rubio, moderno y musculado" porque te engancha y no te deja escapar, te esclaviza en el sillón o en el sofá y te divierte hasta la saciedad.

Generation Kill se nos presenta como una miniserie documental sobre la expedición de un grupo de marines en la guerra de Irak, con un amplio elenco de personajes carismáticos —he de mostrar mi preferencia por los interpretados por Skarsgard y Ransone—. Pero no son unos simples capítulos rememorativos y chovinistas para ensalzar el orgullo patrio americano con su ejército, sino que el meollo de todo este engranaje bélico es lo que conlleva la guerra en sí y para sí, entre lo que cabe recopilar: el asesinato de civiles, la incompetencia que pueden llegar a desarrollar un alto mando, la desobediencia de algunas órdenes, las entrañas reflexivas de los propios marines, la preocupación que tienen para con civiles inofensivos y aldeas pacíficas, el avituallamiento de las tropas, las ruinas de bombardeos, los cadáveres colonizando carreteras... Con un guión excelso, nuestro amigo David Simon (conocido por ser el creador de The Wire) diseña unos capítulos bélicos en los que las propias palabras y las propias imágenes dicen mucho más que tres escenas de acción con bidón de sangre y toneladas de armamento mediante, es un claro ejemplo de que en recreaciones para cine o televisión de conflictos bélicos no hacen falta balas para impresionar.

Todo aquel cuyo criterio sea medianamente decente sabe que The Wire es una de las mejores series de la historia, una obra maestra, magnífica, una serie excelsa de Norteamérica. Es una gran novela que entretiene, divierte e intriga con sus perfectos relatos y sus perfectos marcos espaciales. Ninguna otra serie refleja tan brillante y detalladamente cada uno de sus temas variopintos: el trabajo policial, las dificultades de un caso que en ocasiones ni tan siquiera se acaban, se archivan y pasan al siguiente, las complejidades legales de cada situación, el compañerismo entre policías, los dilemas de cada agente; el mundo del narcotráfico, la venta de drogas y la lucha callejera por abarcar el mercado, los crímenes que de ésto se deriva, las propias personas que consumen drogas; la alcaldía y los altos rangos de la policía, sus relaciones, la corrupción y las mentiras que hay tras ellos; la educación, cómo afecta a cada uno de los chavales las situaciones que se viven en Baltimore; la prensa, la capacidad para inventar historias o para detallarlas; el derecho, las complicaciones judiciales que existen en cada archivo policial y lo que sufre un policía por conseguir hacer una escucha; el alcoholismo; etc.

Y todas estas historias no se crean externamente como quien piensa hacer una novela de ciencia ficción por ejemplo. No, estas historias son reales por el hecho de que el creador fue reportero de las crónicas del Baltimore negro, y el co-guionista policía de la misma ciudad. Ese ese matiz el que hace que la serie sea tan íntima y crudamente real como la vida misma.

The Wire es oro, una auténtica joya. Si no la habéis visto perdéis el tiempo leyendo críticas, todo serán elogios, pues cualquier adjetivo jamás será negociable.