Todos se conocen de algún modo. Desean salir corriendo. Transportarse a otro tiempo que desconozca el dolor por la guerra. No volver a estar solos. El duelo es esa cosa con alas que se aleja de la verdadera existencia. Necesita ser compartido y comprendido. Iniciado desde algo pequeño: vida, muerte y resurrección. Es aquí que intuimos que quien nace nuevamente vuelve con una actitud redentora, mesiánica. Las segundas oportunidades entendidas como un acto de dios. Cuál es el propósito del que carece de propósito. No entiendes lo que es el amor. Los que vuelven de la muerte no regresan por motivos sentimentales. Esto que pudo haber sido cierto en el pasado, ya no lo es. El que vuelve de la muerte, administra la muerte. El zombi toma muchas formas. Prometeo que no es humano, se lo ha descubierto dibujando un mapa sin vida humana. La vida no es importante, solo lo que hacemos con ella es importante.

No sé si se puede separar el cine de la vida. En una entrevista realizada a Huillet y Straub, este último dijo, algo así como que, cada premisa, cada nuevo planteamiento, funcionaba de cara a lo que nos traíamos entre manos en ese momento. Las reglas que te impones o te son dadas en un momento, poco o nada tendrán que ver con tus futuros proyectos. Si bien no es del todo cierto, es bonito el consejo que ofrece. Cambiamos, somos incoherentes, tramposos incluso, nuestros valores evolucionan, se presentan situaciones ante las que tenemos que reconocernos flexibles. Su cine es en primera instancia rígido, milimétrico, como una gran roca. Pero hasta en las grandes rocas escribe el agua y el viento. Como si estuviesen decididos a controlarlo todo y al mismo tiempo a dejar que pase de todo.

Que extraña se presenta. Que pequeña. Se dibuja en momentos cotidianos. Se esparce. Unas cuantas frases. Quiénes son estas personas de las que se nos dicen cosas ínfimas. Se cuenta a la vez que se dibuja. Uno diría que la fragmentación encierra, pero aquí abre y da luz. Ante grandes problemas, una frase cotidiana que entrega lo que una vez se prometió. No se trata del progreso o una fé en el progreso. Tan solo el enigma. La capacidad de, tal vez, aspirar a resolverlo. A ese enigma también podemos llamarlo esperanza, si queremos. Puede tomar muchos nombres.

Que lícito preguntarnos cuando niños, qué haremos una vez llegado al caramelo, sino preguntarnos por qué nos bajamos de él en un principio.

Se han empezado a dejar de hacer películas que hagan que las cosas se incendien. Un amigo dijo, una vez, que Evangelion era tan buena porque no se explicaba. No decía sobre si misma: esto soy yo. Mostraba las suficientes metáforas, para que cada vez que la viésemos, nos encontrásemos con algo nuevo.

Es al inicio que su nueva madrastra le dice: vayamos a casa. Como si no fuese preciso esperar al final del camino para que se nos muestre la vuelta al hogar. Vayamos a casa. Todas las películas de Miyazaki se descubren volviendo a casa. Retornando. Caminando de espaldas.

En la infancia las noches son frías, pero estallan con el fuego de la aventura. La realidad se mezcla con los sueños. Caminamos hacia atrás para ser sigilosos, para no agraviar a los muertos. La sinceridad rema de espaldas, sin ver a donde se dirige en el paraíso soñado.

En un mundo que durará un día más, hay que aprender a despreocuparse. De que vale pues, pensar que partirá. No se puede vivir para siempre, o resistirse a que algo perdure infinitamente. El futuro es inevitable. Qué sentido tiene darle más importancia de la que merece.

Del futuro se dice que es fruto incierto. Tal vez, que ya no haya estudio Ghibli después de Miyazaki, es solo síntoma de haber hecho un buen trabajo. Plantar las suficientes semillas para ver despertar el campo. En este sentido Miyazaki es como el hombre que plantaba árboles. No puedo quitarme de la cabeza que una persona, un grupo de personas, si pueda marcar el cambio.

Escrito en un pie de foto de Gloria Fuertes aparecía esta línea:

Abraza a los árboles, no cortes la flor, no ensucies la tierra, pisa con amor.

Aquí se habla sobre la flor que florece entre las llamas. La madre que se aleja diciendo no tengo miedo. Me encantará ser tu madre. Estoy tan orgullosa.

Los hijos nunca renuncian a ver a la madre viva. Incluso si ha muerto y por causas extrañas esta volviese a la vida, para el hijo, no habría regresado de la muerte, sino que, para él, ella habría estado muy lejos, como si hubiese vuelto de una larga estancia en el extranjero. Un lugar casi tan lejano como la muerte, pero sin llegar a ser la muerte.

Tres tiempos para conocerse. La misma pareja se recibe con casi un centenar de años de diferencia. En las idas y venidas hay un espacio para el silencio. No se hablan. La cinta se vuelve muda. El amor se lee. Consumidores de imágenes. No escuchamos. El amor es literario. Tres cuentos morales. Tres percepciones. La mesa de billar es verde como la blusa de ella. El lenguaje empleado da y recibe espacio. No es como que pasen tantas cosas. No obstante quién podría oponerse a la idea de que estamos viendo el mundo pasar a través de una ventana. Un mundo creado no es así falso. Como solo puede ser falso el ideal pornográfico en el que se revelan los detalles más íntimos a un público expectante. Quién es ella. Todo el rato intentando responder a la pregunta de quiénes son, que hacen ahí, que le debemos. A una persona enamorada le debemos el mundo, diría el poeta. Quizás sea la persona enamorada la que nos de, en ofrenda, el mundo. En cualquier caso, estamos frente a ellos para conocer sus gustos, sus gestos, si finalmente no hacemos más que conocerlos una y otra vez. Así se nos presentas los amantes, atados con cuerdas a los pies para que no salgan volando, moviéndolos de una sala a otra, de un tiempo a otro. Llegado a este punto, no hacen falta los juicios de valor, afirmar o negar, aquello que tenemos delante y que por veces no se ve ni se escucha. Vivimos con el otro. Vivimos juntos. En diferentes tiempos.