Las escenas "tirantes-toalla-piscina" basadas en las bondades físicas del elenco (básicamente en las de Pen Badgley), parecen la prioridad para una película que, sin llegar a aburrir, no consigue crear la atmósfera de tensión necesaria para un producto de estas características. Aunque, para qué tanto reproche, si lo cierto es que esos "tirantes-toalla-piscina" están perfectamente bien ejecutados... ¡Bien por Pen Badgley!

Mario Casas ante la interpretación de su vida (¿todavía queda alguien que se atreva decir que no es buen actor?), en una película que recoge con acierto el testigo de los momentos más brillantes de Berlanga y José Luis Cuerda.

Ana Torrent -y en cierta medida también Geraldine Chaplin, como su contrapunto adulto- sostiene con un magnetismo digno de análisis, una de esas adictivas historias que unen infancia y perturbación. Las obsesiones, miedos y desafíos frente a cámara de la niña, logran transportar al espectador a la opresiva atmósfera -propia del cine de Bergman (los largos silencios, la escena en la cama)- de una clase acomodada que, en la desgastada dictadura franquista, constantemente se debate entre la tragedia y la felicidad (interior y exterior del hogar familiar, correspondientemente). Mención especial merece el cameo de Jeanette y, por supuesto, el de las amigas de Florinda Chico.

Clásico de los ochenta donde el tiempo deja en evidencia sus puntos débiles: una comedia negra demasiado contenida y una historia que no ahonda en ningún elemento ni personaje. No obstante, este análisis retrospectivo también pone al descubierto su mayor acierto: el atractivo del trío protagonista -sobre todo las féminas- (Meryl Streep, Goldie Hawn, y Bruce Willis), convirtiéndose el mismo -obviamente- en el mayor reclamo de la cinta.

Aventuras intergalácticas, rebosantes de maquillaje y efectos especiales, con la misma historia de siempre pero con una muy efectista banda sonora y un nuevo antihéroe (Chris Pratt) con gran carisma