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España España · Madrid
Críticas de Charles
Críticas 1 065
Críticas ordenadas por utilidad
8
5 de diciembre de 2017
2 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kenneth Branagh es un tipo listo.
Y no, no lo digo sólo por dirigirse su propia peli, ponerse de protagonista diciendo qué guapo soy y qué tipo tengo, y quedar como el más puto amo del lugar.
Sino porque, además de todo eso, se ha dado cuenta de lo grandiosos que eran los misterios de época con repartazo multigeneracional, y lo mucho que los echamos de menos.

'Asesinato en el Orient Express', así puesto, es el artefacto nostálgico refinado hasta la excelencia: no importa tanto el viaje como el de qué manera lo van a conducir sus maquinistas, y las apuestas suben cuanto más vemos cómo todos se han querido creer que están en los puñeteros años 30.
Es una fiesta de disfraces, una gran bacanal en el que cada uno intenta masticar sus palabras con más arte que el anterior, y aún así queda espacio para el suspense y la sorpresa, porque saber el destino no implica conocer el trayecto.
Branagh, perro viejo, has recreado perfectamente el Orient Express sin necesidad del tresdé: grandes personalidades chocándose en un espacio mínimo, a la vez que uno se queda boquiabierto por los lujos y complacido por la maestría técnica.

¿Hace falta decir que Hércules Poirot se encuentra en el tren y va a resolver el asesinato?
Pues sí, hace falta decirlo, el imperturbable detective belga Hércule Poirot se encuentra en viaje casual y misterioso a bordo del famoso tren, donde va a resolver el truculento asesinato de uno de sus excéntricos y sospechosos pasajeros.
Esa es la táctica de Branagh: consciente de que poco se puede añadir a lo ya dicho, embellece y bruñe la narrativa original, con la noble intención de sentirse releyendo un clásico inolvidable, que te vuelve a atrapar como si no lo hubieras descubierto.

El detalle obsesivo permite recrearse en la imponente armadura del expreso, en el juguetón exotismo de Estambul, pero sobre todo en cada uno de los viajeros que forman el rompecabezas del misterio.
No podrían ser más estereotípicos a no ser que llevaran una ficha de Cluedo pegada en la frente, pero gracias al exhaustivo interrogatorio en cada rincón de esta novela hecha carne empezarás a conocerles y empatizar con sus carácteres: ¿te acuerdas de aquella época en la que contar una historia requería tiempo, y se partía de un cliché al que una estrella prestaba toda su capacidad para sorprender?
Kenneth se acuerda, y desde luego no deja que sea promesa hueca: cada intento de lucirse, cada comentario afilado, sólo es un paso más en la perfidia que habita dentro de esta ratonera nevada.

Porque esa sigue siendo la palabra clave, "perfidia", emoción muy humana que esos cartones de apariencias que son cada viajero parecería que nunca han expresado.
Poirot, cavando solo bajo la nieve de la culpabilidad, se encuentra de pronto un terrible secreto, que amenaza con zarandear sus parámetros del bien y el mal, pero sobre todo la tranquilidad que siempre ha extraído de su existencia separada, la misma que equilibraba desde su mayestático mostacho (pardiez con el mostacho) hasta sus desayunos de buena mañana.
Y poco de este misterio nos puede sorprender, si no fuera porque nunca fue un misterio: sólo la toma de conciencia de una mente privilegiada, que se empeñó en ver blancos y negros y al final descubrió que el gris le ahogaba.

A los pasajeros no les corresponde la triste responsabilidad del descubrimiento, pues ya bastante tienen con sus almas dolidas, fracturadas y sin descanso.
Pero es el silencio, la mortal quietud tras un acto horrible, contrario a la naturaleza humana, lo que puede hacer perder la fe a un hombre, y darse cuenta de aquellos animales a los que investigaba.
Hércule Poirot sólo tuvo la maldición de oír en ese silencio, mejor que nadie, el grito de los inocentes que nunca en la bondad han logrado nada: la maldad, entonces, es sólo un punto de vista.
Ese era el único misterio a resolver del Orient Express.

Pero también se queda pendiente de un hilo, una muerte sobre el Nilo.
Seré sólo yo el único tonto al que se le dibuja una sonrisa de pensar que, en pleno S.XXI, una franquicia de Hércule Poirot nos podrían regalar.
El placer es mío, oigan.
Charles
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8
18 de febrero de 2015
1 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
El que 'Kingsman: Servicio Secreto' elija ser tan desprejuiciada por delante de ser un homenaje al cine de espías la hace llegar más lejos de lo que inicialmente sería.
Pero sucede que, feliz casualidad, en esa casi parodia del espionaje acaba encontrando una identidad, y, lo más importante, acaba siendo un verdadero homenaje a James Bond y cía.

Comenzando por el impoluto Harry Hart, magníficamente interpretado por un caballero británico como Colin Firth, espía de chaqueta planchada, raya al medio y paragüas atómico.
Es su fascinación por el trabajo bien hecho, y aún más importante, el equipo adecuado para llevarlo a cabo, la que nos lleva de cabeza, como el protagonista Gary, a la sociedad secreta de los Kingsman, esa estirpe de caballeros (geniales las referencias a la mesa redonda artúrica) que velan por el equilibrio del mundo en momentos complicados.

Matthew Vaughn rompe y rasga, lima el cómic, le saca todo el jugo y consigue una aventura que logra echar de menos los viejos tiempos sin perder el impulso de los nuevos.
Como bien pone en boca de sus personajes, ojalá fuera esta esa película de espías trajeados, megalómanos, bases secretas y estar al servicio secreto de su Majestad. Pero como también dicen sus personajes "esta no es esa clase de película". Y ni falta que hace, habría que añadir.

Sucede que cuanto más coquetea con la idea de que los Kingsman son los únicos estandartes de cierta elegancia y saber hacer más identidad gana.
En un mundo loco, donde cualquier pirado puede hacer estallar el caos de la manera más simple, parece ser que la diferencia entre ser un verdadero caballero y un cualquiera (y, ojo, que nadie se lleve a engaño, aquí no cuenta el dinero) podría ser la única diferencia que valga la pena.
Así queda expresado en el fantástico (por concepto y por interpretación) magnate Valentine, tipo de chándal y gorra perpetuos, que con su forma de hablar y actuar es el contrapunto perfecto de Harry: resulta maestra esa conversación entre los dos, en el que uno confiesa que le habría gustado ser el magnate megalómano y el otro el espía elegante, pues no dejan de ser dos caras de una misma moneda, que si han llegado lejos es por ser la máxima expresión de sus respectivos estilos.

Ese dilema (ser o no ser... caballero) podría ser el que perturba a Gary todo el rato, pero la resolución en él mismo tiene más de diálogo que de enfrentamiento, probablemente conocer los dos lados pueda ser la mejor opción.
Viven los Kingsman, pero adaptados a los nuevos tiempos, sin ser los típicos estirados de club de campo... ni tampoco unos barriobajeros que no respetan ni a su madre.

Elocuente discurso para una historia que había empezado tratando de legitimar a James Bond (pero el de Roger Moore) y acaba dando más de una patada en la boca a este mundo loco donde la única solución, a veces, parece ser simplemente repartir unas cuántas hostias.
Aunque luego la damisela en apuros nos espere para algo más que un beso... los tiempos han cambiado, y sin duda a mejor.
Charles
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7
22 de octubre de 2017
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
A la hora de juzgar esta película, es necesario tener en cuenta una serie de cosas: no sólo es secuela de una primera parte muy mejorable, sino que su foco de atención está puesto sobre una muñeca nada atractiva como artefacto sobrenatural, y encima viene con la etiqueta de "hermana pequeña de" una saga más potente tanto en ambiciones como en escala.
Todos estos detalles, que otro director llamaría contratiempos, David F. Sandberg los convierte en ventajas, simplemente con cambiar el contexto y fijándose en crear una atmósfera opresiva antes que una montaña rusa.

'Annabelle: Creation' navega por aguas más clásicas a la saga que la vió nacer, y eso que podría ser su principal debilidad se convierte en un soplo de aire fresco: no tenemos prisa por irnos a ningún lado, y tampoco tienen prisa por cazarnos todas las presencias malignas que habitan la oscuridad.
Como primer indicio de esta quietud, la propia Annabelle es manufacturada en un prólogo cercano y acogedor, quizá reflejando el mimo que se le ha puesto a la propia película, y pese a que su cara (esa jodida cara) ya está presente, nadie la haría receptora de malos sentimientos.
Pero entonces otra cara de muñeca se rompe violentamente, y el hogar de los Mullins nunca volverá a ser el mismo: brutal transición a un dolor que marca toda la narración.

Porque está historia habla de dolores e incapacidades, presencias que sólo podían quedarse y otras que no quieren irse, limitaciones que impiden hacer vida normal y a las que sólo queda acostumbrarse, como le sucede a la pequeña Janice, coja desde que tuvo la polio, y triste desde que no puede salir a jugar como todas sus compañeras, pese a que su amiga Linda intente siempre animarla.
La llegada de un grupo de niñas y su novicia tutora al vacío caserón parece en principio un acontecimiento capaz de paliar la limitación de los Mullins: quizá las risas cantarinas y las travesuras destierren el silencio que se les impuso hace mucho tiempo, pero pronto nos damos cuenta de que no será así cuando vemos moverse una presencia fuera de plano... tal vez esperando por un jugoso bocado.
Por supuesto, nadie podía prever que Janice vendría, y dentro de ese cesto juvenil habría una manzana tullida.

El ambiente que se vive dentro y en las proximidades del caserón es fascinante: Sandberg se las apaña para construir un espacio opresivo e inquietante, jugando con lo que se ve o se ha creído ver, sin apresurarse ni un milímetro, dejando que nos vaya calando una sensación de inseguridad acrecentada por la indefensión de las niñas y tutora. No hay nadie en mil kilómetros a la redonda, y amenazantes pasos acompañan a la que en el llano se aventura.
Janice entonces empieza a visitar la habitación contigua a la suya en la madrugada, una llena de maravillas infantiles que por algún motivo ha permanecido cerrada, y a su inicial alegría le sigue un escalofrío: alguien ha querido dejarla entrar, y ahora no querrá verla salir.
Incluso en los sustos de simple impacto se persigue esa idea de que Janice ya no puede huir, porque la presencia está hambrienta de su delicioso dolor: sólo basta ver el infame recorrido por la escalera para darse cuenta de que "ella" no busca matarla, sólo asustarla hasta que empiece a dudar de cualquier ayuda que le quieran dar.

Bajo su enormemente disfrutable estructura de artesanal espectáculo terrorífico, 'Annabelle: Creation' se puede leer como una interesante reflexión respecto a los pecados que los niños heredan de sus mayores: los Mullins prefirieron un placebo malévolo en forma de muñeca para curar su roto hogar, y eso es lo que acaba por afectar a sus inocentes huéspedes, que nunca pensaron en una gran mansión como en la que están ("un palacio" lo llaman) ni en una hermosa casa de muñecas, mucho menos una simple sábana, como terrores nocturnos de los que hay que escapar.
La hermana Charlotte cuenta acerca de la fuerza de espíritu y parece que se refiere a la fe cristiana, pero en realidad habla de resistir frente al mal: justo lo que en todo momento intenta hacer Linda por su amiga Janice, aunque se muera de miedo, porque las promesas más puras tienen ese poder de enfrentarse hasta al demonio más temible.
Nadie diría que la inocencia se mantiene en un ambiente tan agresivo, y sin embargo es la única luz que alumbra en oscuridades donde se han perdido adultos deformados por sus culpas o incapaces por sus traumas, tratando de ignorar sus pecados.

Todo esto para acabar creando un relato de lo más apañado, al que si hay algo que reprocharle es su poco interés en la propia Annabelle: cuesta creer que alguna niña pudiera encontrarla amable.
Aunque aquí se la ha usado de la mejor manera, como pertenencia de difunta que recuerda en todo momento su tragedia, encendiendo la duda de si muchas veces lloramos a los que se han ido porque les queríamos, o porque en realidad nunca les queremos ver marchar del todo.

Mucho más escalofriante eso que cualquier mirada que sus ojos inertes nos puedan dirigir.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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6
7 de junio de 2016
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El primer asesinato nos pilla por sorpresa.
Apenas un borrón de repentina violencia, seguida por la lenta agonía de la asfixia detallada en primer plano. Brutal, aunque el audiovisual más reciente ya haya ideado un modo de blindarnos contra ella.
Entonces aparece este hombre de chaqueta negra y corbata, esta especie de tertuliano sin pelos en la lengua y nuestra reacción es otra: perplejidad, de que el tío nos esté contando la mejor manera de hundir un cadáver.
La situación se repite, una y otra vez, sin necesidad de buscar nuestra aprobación, solo nuestro interés.

'Ocurrió Cerca de su Casa' es un documento difícil de clasificar, pero sobre todo (y esto es lo más preocupante) fácil de ver.
Acompañamos a Ben por los barrios suburbiales de París, por las peores cloacas y las más mugrientas tascas, a la vez que le asistimos en una racha de asesinatos por los que no sentimos culpa alguna (o si la sentimos se nos ha pasado en diez minutos). El germen del moderno youtuber está aquí: un tipo al que no le importa lo que pienses, que ni pide permiso ni lo tiene, que te cuenta las cosas porque puede, y que sabe que le vas a escuchar por una especie de inercia atrayente.
A la vez es una especie de humanista, un enamorado de las dinámicas que rigen la sociedad, tan consciente de ellas que no puede evitar infiltrarse para desmontarlas a escala pequeña. Como él mismo dice, mejor no llamar la atención y divertirse con las piezas más pequeñas, cosa que hace después de discutir la arquitectura de los modernos edificios-fichero para jóvenes y jubilados: es un observador, un observador inteligente.

Contando con todo eso, ¿cómo no vamos a acompañarle?
El equipo de rodaje somos nosotros, pero también es nuestra curiosidad, de descubrir un submundo que solo se aparece a través de esa cámara, en un blanco y negro que resalta todas sus imperfecciones. Es imposible no acompañar a este retorcido Chaplin moderno, que se mueve por la ciudad como pez en el agua, y que nos la descubre como nunca la habíamos visto.
Bajo sus irónicas divagaciones, todo se convierte en un juego, al que tampoco querremos evitar jugar: ya participan el cámara y el sonidista por nosotros, conscientes de que una oportunidad así no se tiene todos los días. Las dudas sobre moralidad cada vez se disipan más, y lo cierto es que no importaría que la cinta siguiera cuantas horas fueran necesarias, mientras nos sentamos en el agradable rincón pútrido donde se recuesta nuestra maltratada conciencia y se regodea nuestro delicioso, repugnante morbo.

Es fantástico poder besar a un anciano y luego estrangular a una sucia puta. Ya ni nos extraña que Ben pueda manipular el rebobinado mientras analiza el plano de nuestro visionado, tan implicados que estamos en su vida privada.
La violación y el asalto a los ricos están permitidos, los límites han muerto, viva nuestra perversión.


Entonces, un golpe. Despertando nuestras conciencias, avivando el miedo a las represalias. Convirtiéndonos en víctimas otra vez, las que somos todos.


Durante hora y media, nos han puesto un espejo ante el que nos hemos deleitado cruelmente. Es solo cuando se rompe que nos da miedo.
Pero el recuerdo de esa hora y media puede perdurar lo suficiente como para darnos cuenta de que las hemos disfrutado. Probablemente lo volveríamos a hacer, si nos dieran la oportunidad.
Charles
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5
8 de febrero de 2016
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dale al público lo que quiere. O no masticar más de lo que se puede tragar.
Dos fundamentos que cualquier director de cine debería tener en mente en cada película que haga.

'End of the Line' es una suerte de suspense psicológico que entra a matar en su inicio para acabar siendo algo rutinario a medida que se acerca el final.
Juego de inteligencias entre personajes, y algún que otro indicio paranormal, pero pronto queda claro que hay más buenas ideas que buenos desarrollos. Hay una secta, hay un grupo de viajeros acojonados, un metro cerrado y la sensación de que afuera están pasando cosas malas: el esquema nos lo sabemos de sobra, pese a un potente inicio que destroza las expectativas con sustos bien colocados e imaginativos, sin dejar de desvelar ciertas sorpresas e interconectar historias.

Es cuando la historia se queda parada y se convierte en simple supervivencia cuando a la película se le acaban las cartas: no hay interés, solo la truculencia con la que la secta ejecuta a sus enemigos y el comportamiento perturbado que tienen en todo momento.
A su favor, un agradecido toque gráfico al no apartar la mirada en los asesinatos más sangrientos, que podría confundirse con falta de sutileza, pero es un tópico que consigue superar consciente de que no puede llegar a más por otros caminos.

Valga recalcar que si alguien espera alguna aparición de los monstruos de la portada que se desengañe, porque solo aparecen al final, demasiado tarde para salvar la función con su siniestro diseño. ¿Habría sido interesante convertirlos en el enemigo a batir? ¿Mejor no haberlos presentado si su única aparición iba a ser limitadamente decepcionante? Ambas respuestas son ciertas.
El resto, se mueve entre el tedio y la más interesante idea de que realmente los iluminados sectarios estén cumpliendo una misión divina, necesaria para ahorrar sufrimiento al prójimo. Solo su locura, evidente y sobreactuada, es capaz de sorprender frente a unos aburridos supervivientes con traumas personales requetevistos.

Parece algo imposible, pero se consigue: que un Apocalipsis religioso sea aburrido.
Charles
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