No es la alegría de la huerta precisamente nuestro personaje, que cuando habla parece que lo tiene todo siempre claro y apenas asoma en su personalidad algún rasgo de alteración, nada de ira, nada de mala leche, nada que se salga de su línea, siempre calmado y todo bien medido. No es que caiga mal, todo lo contrario, para tomar algo juntos y charlar de vez en cuando personas así, amigos así, son necesarios en la vida siempre. Pero claro, en lo personal jamás sería el alma que quisiera yo tener al lado de la mía de forma permanente. En un momento dado su pareja le reprocha que habla sermoneando, y detectar eso cada día debe ser un suplicio.

En todo caso no es un desastre, puede verse como curiosidad, aunque estemos en los primeros años después de la desaparición del cabrón del dictador español y no se le haga ni una referencia. Los tiempos están cambiando en la calle y no lo parece, las alusiones al contexto son mínimas, apenas su hija adolescente realiza algún apunte. Eso se tiene que echar de menos sí o sí, la distancia respecto a los hechos del presente es absoluta, de manera que el interés gravita en Max y sus alrededores. Y ahí está todo, si te gusta bien y si no, tampoco hay más.

Así pues no es cine comprometido, no es cine memorable por lo que nos ofrece ni por lo que nos cuenta Max, ni mucho menos por lo que le sucede. Es una pequeña película algo curiosa que ahí seguirá en el olvido. Y la culpa no es del actor protagonista, es sencillamente que de lo que hay no se puede sacar más.

Busca y encuentra algún chiste bueno en "Medellín"; si consigues ver uno detrás de otro y no paras de reírte enhorabuena, habrás pasado un rato delicioso y podrás elogiar y defender una comedia con todas las letras. Mi impresión sin embargo es mala, malísima, ojalá hubiera encontrado una joya, ojalá hubiera sufrido un subidón de adrenalina con las aventuras de sus personajes y hubiera caído extasiado de placer cinéfilo clavado a mi sofá. Lejos de defenderla me encuentro tecleando sobre lo mala que es. Un par de chistes buenos y no más. Una historia ridícula lejos de todo interés y una acción muy poco relevante. Es mala, es mala de cojones, es de esas tan malas que se acerca más a lo ridículo que a otra cosa. Es insignificante. Tiene escaso interés. Es prescindible. Es lamentable...

Aparece ante nosotros uno de los más conocidos rostros de la historia del cine, un John Wayne en pleno despegue de su carrera, aunque bien es cierto que para la realización de esta película ya llevaba pegados unos cuantos tiros. No obstante es inevitable destacar su juventud, la frescura de su presencia y gracias al papel que interpreta, un protagonismo mucho más agradecido que su compañero y rival en Oklahoma. No es una obra maestra desde luego, pero no cabe duda que para los aficionados y seguidores del western supone una muy buena manera de invertir el tiempo. La misma aparición de Wayne en el tren es memorable, con la silla de montar de un caballo y una rudeza que sí va a ser característica propia suya en muchas más películas en adelante.

Estamos en Oklahoma, en un boom de los tantos que hubo en el nuevo continente, en esta ocasión agarrados de la mano de la fiebre del oro negro. No importa cómo pero Wayne se ve metido en el negocio de la extracción del petroleo, aparecen por ahí unos indios lamentables (las cosas como son) y los personajes con más o menos gracia van tirando a veces para el lado de la comedia y a veces para el propio desenfreno del cine de aventuras a todo ritmo. En todo caso no es una película memorable, pero mola ver al joven Wayne (aunque ya tenía 37 tacos aparenta menos) dando caña allá donde va.

Para empezar, me ha parecido tremendamente original, algo que bien entrado el siglo actual y con todo lo que se ha visto en el cine, no es poca cosa. Todos sabemos que detrás de cada película de M. Night Shyamalan hay muchísima gente esperando, tanto para bien como para mal, seguidores y fans incondicionales y detractores dispuestos a ser los primeros en rajar de lo lindo. ¿Qué más da lo que ha hecho anteriormente?; ¿qué más darán las expectativas y el runrún?; lo que debería interesarnos es la presentación, esa media hora de lujo cinéfilo, de muchísimos kilates.

No sabemos nada de los que llaman a la puerta, se presentan sí, sabremos sus intenciones pero ni la pareja homosexual ni nosotros lograremos entender las misteriosas razones que lo empujan todo. Es una incógnita detrás de otra, lo que toca es valorar esa ausencia de explicación. Pero mola, es ciencia ficción, es cine con mucha tensión, sin grandes efectos especiales, te atrapa y te abofetea. Y después de casi cien críticas en FA poco puedo aportar más, porque la literatura nos tiene que importar bien poco y si se mira esta película con los ojos vírgenes de quien desconoce quién es su director lo que tenemos delante es una historia acojonante.

Viajar a países exóticos (para nosotros) supone siempre un esfuerzo de adaptación mínimo si realmente se quiere disfrutar. Eso es algo necesario tanto para las visitas reales, cuando uno toca el suelo de forma material, y también lo es para lo que nos interesa aquí, que es el cine. En concreto hablamos de Malasia, en el sudeste asiático, y ya da igual si hablamos de un país mayoritariamente musulmán, si el budismo lo abraza todo o si son del norte o del sur: lo que importa para la película es que viven con un vínculo poderoso respecto al agua, al mar, a los ríos y a lo de que ese agua extraen para sobrevivir. Y lo hacen inevitablemente a su ritmo.

No, no es una película que transcurra en la capital, en una e esas megalópolis que todos podemos conocer de una manera u otra. Lo que interesa, lo que atrapa sí o sí, es que ese espacio rural protagonizado por el agua es único, aquello es especial, no puede haber otra película igual. El protagonismo recae necesariamente en la mujer, como concepto, como argumento, y lo mismo da si son dos o tres los personajes femeninos importantes. Son ellas las que de una manera u otra dirigen el destino de los demás.

"Has vuelto a mí"; susurra ella... qué bonito, y a quién no le ha pasado, volver, con la frente marchita desde luego. Él calla, no hace falta pedir perdón. Ellos no necesitan hablar más de lo necesario y el ritmo, ¿hace falta hablar de ritmo?; ¿tan malo es hacer las cosas así?; no tengo ninguna duda que lo sano, lo que yo quisiera para mí es vivir como ellos. Sin complejos, la calidad de vida si hablamos de ritmos es la de ellos. Y la película es malaya cien por cien, aquí no hay gritos, pasión desatada y esas cosas latinas. Al que le guste perfecto, enhorabuena. Al que no le guste esto tal vez ni llega al final.

Yo he visto mucha humanidad, mucha poesía...