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Críticas de Halcón
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
7
31 de diciembre de 2011
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
La revolución de octubre supuso un antes y un después en el devenir de la historia, y en un hemisferio del pensamiento humano, fue gloria lo que trajo, en el otro, miseria e injusticia. No entraremos a juzgar esos hemisferios, ni rezaremos porque aparezca un género humano capaz de pensar con los dos, pero este es un concepto que debe quedar claro antes de hablar de Octubre, una de las obras más valoradas de Sergei Eisenstein.

Valorado el cineasta por la historia y la crítica como uno de los grandes revolucionarios del montaje cinematográfico, en esta obra nos muestra con claridad ese rostro de evolucionista de la imagen. Es un montaje dinámico y cargado de recursos el que nos regala el creador.

Las escenas multitudinarias y la representación de los buenos y malos valores son espectaculares y evidentes, y son estos dos factores los que convierten la película en bendita y maldita. Es de agradecer que en ningún momento haya un intento de engañar, que al desentrañar el misterio de la trama no haya mentiras, y que el director nos muestre su intención desde el primer al último minuto, pero es esta un arma de doble filo, ya que el maniqueísmo y la evidencia pueden llegar a rozar los confines del tedio.

Por otro lado, esas escenas multitudinarias, ese montaje que convierte cada secuencia en un festival de imágenes y de simbolismo, puede también convertir el visionado de la película en un mareante viaje en montaña rusa. Como Deleuze planteaba, es imposible extraer una identidad individual del colectivo, las similitudes vienen de la diferencia, y entre esa masa de ideas y de personas, es difícil lograr entrever la identidad, la esencia de la obra.

Aquí nos movemos entre dos aguas, ya que por un lado es puro cine, esta obra, tenemos un montaje elaborado y que nos desvela de forma simbólica los aspectos más importantes que destacan de la historia, existe una lucha terrible, que solo por su maniqueísmo queda fuera de comparación con las tragedias clásicas, olvidando esa dualidad entre el bien y el mal que podrían representar el destino y la voluntad.

Pero en la otra isla tenemos las carencias, también importantes, y es que falta una verdadera historia humana, falta pasión dentro del análisis y razón dentro de la lucha. La visión sesgada de la obra de Reed, en la que se basó Eisenstein para desarrollar su película se sesga todavía más con las imágenes de los malos, con cara, y de los buenos, una masa unida que combate contra la opresión.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Halcón
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9
31 de diciembre de 2011
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ingmar Bergman, autor sueco fallecido hace escasos años, realiza con Persona un ejercicio de innovación cinematográfica digno de elogio a través de la historia de un tratamiento psicológico, la compañía de la hermana Alma a una actriz que, en medio de una representación de la tragedia griega Electra y en las jornadas posteriores, permanece aislada en un mutismo absoluto.

Sin embargo, la película no comienza con esa escena dramática, sino con imágenes simbólicas de aspectos tan trascendentes de la imaginería de la sociedad del siglo XXI como son la religión o el sexo, pasando por el mundo de la farándula. Nos sumerge después, de lleno, en el silencio absoluto de la intérprete y la incontinencia verbal de su cuidadora, Alma, un nombre apropiado para una persona que ametralla los oídos de su auditora con toda suerte de historias sobre su vida, sus sentimientos y su forma de interpretar y reaccionar ante la vida, sin llegar a revelar su verdadera esencia en ningún momento, una esencia que sale a relucir en las expresiones y miradas que se le escapan mientras monologa. Todos estos matices representados con escalofriante credibilidad por Bibi Anderson en un trabajo magistral.

No estamos ante una obra común, ya que el silencio de Elisabeth, interpretada por Liv Ullmann, carga todo el peso auditivo sobre su interlocutora, y a través de una expresión cambiante y siempre analítica, el personaje de la actriz se desarrolla en la relación que mantiene con la hermana Alma.

El genio sueco no escatima en recursos a la hora de colorear estos personajes, que se muestran desde el comienzo antitéticos en múltiples aspectos de la vida, mostrando una mayor definición de fondo, pero mucha mayor habilidad para ocultarlo Elisabeth, y en cambio, la abstracta psique de Alma parece confundirse entre la cantidad de historias y reflexiones que realiza.

Es una obra de silencio, una obra que nos traslada a la soledad de una costa en que la sociedad ha quedado en el retrovisor, y desde luego, es una obra analítica con los temores más oscuros del ser humano, que sin mostrarlo explícitamente nos revela el miedo a la muerte, a las convenciones sociales, a la opinión de los que pueden interactuar con nuestras vidas e, incluso, a la maternidad y a todas las responsabilidades que ello conlleva.

Así, estamos siempre entre el silencio y la expresión verbal, entre el lado más amable y el más oscuro de los entresijos de la psicología humana, y en este viaje las inquietudes del cineasta escandinavo se convierten en las nuestras en una simbiosis que por hermosa no deja de ser trágica, ya que lo bello, en Persona, es también cruel y desalmado, porque como el reflejo en que se convierte este film con respecto a nuestra especie, la realidad de nuestra existencia está cargada de dudas, complejos, certezas y errores.
Halcón
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10
31 de diciembre de 2011
2 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando afrontamos el visionado de un film romántico, estamos condicionados, actualmente, por la estética de algodón de azúcar que envuelve el cine estadounidense actual, pero gracias a esta obra de Griffith, Broken Blossoms, podemos afirmar que el amor trágico aún vivía en el siglo XX, en contra de lo que se pueda intuir.

Con un telón de fondo trágico per se, el maltrato de un padre alcohólico, ex boxeador, a la joven Lucy, un ángel, un lirio que se rompe con la crueldad que el mundo despliega contra ella cada día, nos adentramos en una historia épica desde los pequeños detalles.

Un hombre amarillo, de origen asiático y ascendencia noble, viaja hasta Londres con el objetivo de modificar los crueles pensamientos y comportamientos de los anglo-sajones, de esos bárbaros que con su excusa de civilización se dedican a la barbarie. Pero con el paso del tiempo, la fe de este oriental religioso, cuyo único objetivo era transmitir las enseñanzas de Buda, se va quebrando ante la falta de empatía y de bondad en los corazones de los londinenses.

Con el opio como refugio, el drama se plantea mientras observa pasear a la inspiradora Lillian Gish, una joven frágil y vencida por su existencia, subordinada a los deseos de su violento padre y que mira a su alrededor con cuidado, como temiendo recibir otro golpe de la vida. La interpretación de esta musa de Griffithes conmovedora, y con cada gesto, con cada tímida reacción a los estímulos que llega hasta ella, conmueve cada fragmento de nuestro ser.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Halcón
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5
31 de diciembre de 2011
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para empezar, es necesario advertir que Ordet es una película poco pretenciosa en su forma, pero mucho en su fondo, y esque esta historia de fe y descubrimiento en la Dinamarca de principios del siglo XX nos abre un universo de conversaciones teológicas y de enfrentamientos dialécticos entre diferentes visiones de la fe.

El planteamiento es sencillo, y es la vida de una familia granjera. Uno de sus miembros, Johannes, tiene problemas psicológicos desde que se enfrascara en el estudio de la filosofía de Kierkegaard y tiene un sentimiento mesiánico en su interior, hablando por la boca de Jesucristo, afirmando ser su ser vivo, y lamentándose de que los teóricos creyentes no confían en realidad en el Mesías vivo, mientras anhelan el mensaje del muerto.

Se trata, pues, de una familia religiosa y con cierto aire irreal, habitan en un enclave idílico, natural, pero se mantienen en una gris existencia en que el embarazo de la mujer de Mikkel, Inger, es el suceso que mantiene la esperanza.

Por su parte, Anders, el tercero de los hermanos, busca proponer matrimonio a Anne, pero varios problemas le acechan en su camino a realizar ese matrimonio deseado. Estos problemas tienen nombre propio y los mismos genes que los interesados, y son los progenitores de ambos, que por un enfrentamiento de carácter religioso no desean que la unión se lleve a cabo.

Este es el contexto en el que se maneja Dreyer para plantear su pensamiento, desarrollado a través de las conversaciones que los personajes mantienen. Se forma así una fenomenología de religión, de ciencia, que va entrelazando hilos como si se tratase de esa esposa fiel y paciente que esperaba a Odiseo en Ítaca.

La oposición entre el nuevo luteranismo que proliferaba en Dinamarca, representado por el granjero, y una visión más sacrificada, más retraída de la religión, que se personifica en el padre de Anne, Peter, tiene también un lugar en el espacio de pensamiento de Dreyer.

Así, este cuadro que va mostrando sus pinceladas poco a poco se nos muestra abstracto, se nos muestra como el planteamiento de una serie de ideas que con mayor o menor fuerza van oponiéndose como tesis y antítesis de los mismos conceptos, visiones sobre ciencia, religión, sobre la propia vida y sobre la relación que esta tiene con la muerte se suceden en medio de una trama que se va complicando y creando conflictos de fe y razón para los que la protagonizan.
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Halcón
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