Su mensaje de amor y esperanza llega con fuerza a través de la vivencia cercana a la muerte del niño, la cual se ve reforzada por la imagen de un Jesús pintado por una niña que pasó por una experiencia similar y en la que el niño reconoce al Jesús que le acompañó por el cielo. A veces no comprendo por qué el padre (no conocía a este actor y me ha sorprendido con su excelente interpretación) tiene esas reacciones airadas y tan alejadas de la comprensión hacia la experiencia de su hijo, costándole de tal manera aceptar esa vivencia, aún siendo el pastor de una iglesia. Camino duro el de la comprensión a veces.

El mensaje de la película es de amor y esperanza, y seas religioso o no el mensaje llega si no sacas a relucir los prejuicios de esta sociedad materialista que no acepta que no vivimos la vida, que es la vida la que nos vive y somos muchos más que este cuerpo efímero.

Estamos bastante dormidos y nos negamos a aceptar que no somos este personajillo insignificante lleno de miedos y juicios.
Y estas películas nos remueven algo adentro. Y hay quien las desprecia (con sesudas críticas egóicas) y quien se abre a ellas y la integran (en el corazón).
Paz o conflicto.
Elige. Así de simple.

La clásica historia de superación que subyace a lo largo de la película lastra el mensaje espiritual, que sin duda es lo más logrado.
Lo mejor: Nick Nolte, como llena la pantalla en cada una de sus apariciones con sus palabras, precisas y preciosas.

Recomendable.

Tremenda película por la que no pasan los años. Al contrario, cada vez es mejor.
Toda en ella es brutal y perfecto: banda sonora, fotografía, ritmo, actuaciones, escenarios...
Esa misma subordinación, humillación, sometimiento, los tenemos nosotros hoy. No hay gobierno, sino una serie de corporaciones. Y lo que defienden es el dominio del capital. Es como una maldición. Sobrevivimos y convivimos con esas monstruosidades, como en la película.
En aquella España rural de los años 60 que retrata la película, los sometidos eran los campesinos, el matrimonio de Paco y Régula -Alfredo Landa y Terele Pávez- y el cuñado retrasado, Azarías -Paco Rabal-. El poder, altivo e insensible, residía en "el señorito" de la finca, encarnado en Juan Diego.
"Los santos inocentes" se estrenó un 4 abril de 1984. Ni siquiera Camus, que venía de triunfar con la adaptación de "La colmena" y de la serie "Fortunata y Jacinta", ni tampoco el productor, Julián Mateos, daban un duro por ella, pese a que sabían que allí había "una película formidable", pero fue un tremendo éxito que llegó a recaudar 500 millones de pesetas y triunfar en Cannes.
Auténtica obra maestra que revisionar una y otra vez.

Esperaba más de esta película, con ese arranque tan interesante, pero parece que no acaba de arrancar nunca ni de transmitir un mensaje más potente.
Tampoco me ha llegado a interesar el personaje de Spacey, y su actuación con esa cara de bonachón despistado me ha llegado a saturar. Y tampoco sé bien qué relación tiene ese granjero con la venida de un habitante de K-pax.¿Acaso no ocurren desgracias así todos los días a lo largo y ancho del mundo?
La peli promete y el planteamiento es bueno pero al final es un churro total.

Amplia y hermosa, la película transcurre por la inmensa taiga rusa y nos da a conocer a un personaje singular, Dersu Uzala, que con su conocimiento y amor por la naturaleza más salvaje le da sentido a todo el metraje.
Me encantaría que se filmara una versión actualizada, porque por esta de Kurosawa el tiempo ha pasado de una manera adversa con esos planos largos y fríos que a veces no dejan llegar la esencia de la escena. Además de la fotografía, que parece de los años 40.
El canto a la naturaleza, sin duda, es con lo que hay que quedarse.
Y con ese personaje, hermoso y salvaje como la naturaleza misma.