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Críticas de Sergio Berbel
Críticas 865
Críticas ordenadas por utilidad
8
14 de marzo de 2024
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Resulta indiscutible que el cine sevillano se encuentra en el mejor momento de su historia. Por cantidad y calidad, Sevilla se ha convertido en referente del Séptimo Arte y se multiplican las películas y series que se localizan en sus calles y que son llevadas a cabo por equipos técnicos y artísticos sevillanos de notable calidad. “Mamacruz”, aunque su directora sea de origen venezolano, es un film profundamente sevillano al que hay que agradecer sacar a la luz un tema que es puro tabú social: la sexualidad de las mujeres mayores. Y lo hace de forma abierta y desprejuiciada, quizás con cierta ligereza propia del tono de comedia que decide utilizar como camino narrativo, pero sin duda con valentía.

Y, sobre todo, basándose en una interpretación omnipresente y maravillosa de la gran Kiti Mánver, encarnando a una anciana sevillana de misa y comunión diaria y que cose todo el ajuar de las imágenes de la parroquia del barrio que, un buen día, descubre que, a pesar de lo que los demás piensen, sigue siendo una mujer con una dimensión sexual viva y un deseo por satisfacer. Y ello no va a poder resolverse en casa, porque su marido (espléndido actor sevillano Pepe Quero) dejó de tener intención de acercarse a ella desde hace demasiado tiempo.

Su hija intenta ser una figura de la danza y ello la ha llevado a ser una ausente permanente. Se encuentra en Viena haciendo unas pruebas. La misma está interpretada por la siempre maravillosa Silvia Acosta, que eleva todo producto en el que aparece. Aquí lo hace tan sólo a través de la pantalla de la tablet de su madre, a través de la que habla con ella, pero consigue emocionarnos incluso de esta forma indirecta. Todo ello hace que Mamacruz tenga que cuidar a su nieta, permaneciendo de por vida atada a las obligaciones domésticas y familiares, tal y como siempre se desarrolló su vida.

El guión de la propia Patricia Ortega y José F. Ortuño es muy oportuno, para recordarnos que las mujeres mayores también tienen derechos, necesidades, apetencias, deseos y sueños por alcanzar, que no son un electrodoméstico más del hogar a nuestro servicio, como tendemos a pensar desde el egoísmo propio de los entornos familiares.

La dirección de Patricia Ortega es muy interesante, sabiendo dónde colocar la cámara en todo momento y dejando hacer a su elenco actoral, lo cual se beneficia de una estéticamente interesante y muy colorista dirección de fotografía de Fran Fernández Pardo, mientras que de manera sutil y sin llamar la atención la partitura musical de Paloma Peñarrubia siempre sabe lo que hace.
Sergio Berbel
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6
2 de febrero de 2024
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“O corno” es una buena película, pero da muchísimo menos de lo que promete. Jaione Camborda nos entrega un film comprometido que entra en territorios poco transitados y bastante peliagudos, desde la asfixiante sociedad rural gallega hasta el aborto o el contrabando como única forma de vida, pero lo hace, como sus personajes, de una forma hierática, fría, distante, demasiado lejana para que nos emocione. Cuenta una historia terrible de una manera plana, quizás por culpa de una caligrafía visual anodina y unas interpretaciones comedidas en exceso. Me gusta, pero no me emociona en ningún momento a pesar de pisar charcos que llaman a mi compromiso con facilidad en una historia de sororidad femenina en tiempos y lugares difíciles que merecía más.

Estamos en la Illa de Arousa en 1971. María es mariscadora, pero también ayuda en los partos a las mujeres de la isla. Pero un mal día todo se complica y tiene que huir, comenzando un periplo vital itinerante que le hará conocer la Galicia más profunda y todo lo que esconde la aparente calma rural. Una idea fantástica que el guión de la propia Jaione Camborda explota en cuanto a su faceta comprometida, pero que deja pasar la oportunidad de causar emoción en el espectador, que termina el visionado de la cinta un tanto impertérrito. Interesa mucho el planteamiento inicial de su protagonista en el pueblo pero va decreciendo la trama conforme se enreda y se va convirtiendo en imposible.

Mi lejanía ante una propuesta que “a priori” parece tan mía no sé si es porque la cámara de Camborda aporta poco, si porque la dirección de fotografía de Rui Poças es bastante plana o si porque la interpretación de su protagonista, Janet Novás, es sutil en demasía. La veo, me gusta, me encantan los temas que toca pero no me roza el corazón ni de lejos en ninguna de sus escenas importantes y mucho menos en algunas que están algo forzadas y metidas con calzador porque estamos ante un claro ejemplo de cine que va de más a menos.
Sergio Berbel
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10
23 de octubre de 2021
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejandro Amenábar recupera el pulso y vuelve a ser una de las referencias capitales de nuestro cine con “Mientras dure la guerra. Si tuvo que venir el iraní Asghar Farhadi a retratarnos sociológicamente como nadie en el cine contemporáneo con “Todos lo saben”, el gran retrato político de este país lo ha hecho Amenábar.

Y no salimos bien parados. Todo lo contrario. Bien lo dice el personaje de Unamuno en una escena capital de la cinta: “Charlar no es algo que se haga en este país. Aquí se discute”. La biografía de Miguel de Unamuno, nada hagiográfica ni condescendiente con el personaje, afortunadamente, es el telón de fondo que Amenábar utiliza para poner un espejo delante de nuestros ojos y lograr que nos sintamos reflejados.

Sencillamente porque vivimos en un país donde es imposible y, sobre todo, imperdonable tener pensamiento propio que te aparte y te aleje de los tuyos, o que te haga cambiar de tuyos. Donde está castigado y mal visto cambiar de opinión. Donde solo caben verdades absolutas y buenos y malos, y los matices, y el arrepentirse de los matices, no está permitido y se valora negativamente.

Se dice, y muy bien dicho, en la película: Unamuno fue de todo, pasó por todas las tendencias políticas, se arrepintió de todo lo que hizo y jamás se sintió cómodo en ninguna trinchera, porque siempre supo ver el mal habitando en las posiciones intransigentes y absolutas de unos y de los otros. O sea, este país no podía perdonar ni comprender a una figura como la de Miguel de Unamuno, un país que aún hoy sigue viendo a través de los ojos de sus líderes que mean agua bendita y que son el bien absoluto frente al mal del resto.

Amenábar retrata esa dicotomía, ese cambio de parecer, ese arrepentirse de todo y de todos de Unamuno de una manera que el propio escritor hubiera firmado como propia. Y eso no se perdona en este país, donde los unos han acusado a Amenábar de traidor de la sagrada patria, mientras que los otros lo acusan de tibio en el retrato del bando nacional, señal inequívoca de que Amenábar ha puesto el dedo en la llaga en el retrato de un Unamuno que supo poner el dedo en todas las llagas para acabar escarbando en la propia, que tampoco era menor.

Alejandro Amenábar vuelve a crear un retrato certero y fidedigno de un personaje víctima de su independencia de ideas, su rebeldía y su soledad buscada y querida frente a la sociedad, y hace de Unamuno (impresionante transformación, más que interpretación, de Karra Elejalde) otra Hipatia de Alejandría como la de su “Ágora” u otro Ramón Sampedro como el de su "Mar adentro", los tres personajes eternos y paradigma de lo duro que es ser intelectual en mitad de una sociedad mediocre, embrutecida y adocenada por sus respectivos líderes.

Pero Amenábar va mucho más allá en su retrato cinematográfico. Porque no quiere solo subrayar que “una de las dos Españas ha de helarte el corazón” como avisaba Antonio Machado, sino que, cargado de valentía y buen cine, está dispuesto a destripar ante la cámara las miserias del bando fascista.

Sin caer en la caricatura fácil y simplona, pocas veces (o ninguna) se ha retratado a la figura de Franco de una forma tan fidedigna: un personaje gris, sin carisma alguno, sin verbo, sin la personalidad fuerte y atractiva de otros dictadores, un don nadie muy mediocre que solo tenía una virtud: el don de la oportunidad y de no ponerse nervioso.

Dinamitando a sus posibles adversarios (ese accidente aéreo en el que muere el que iba a ser líder de los sediciosos, el general Sanjurjo, siempre será un misterio insondable), va buscando referencias a las que agarrarse ante la ausencia total de características de liderazgo en él. Y Amenábar, de forma magistral, nos va relatando como vuelve a la bandera monárquica para optar a lograr el apoyo de los monárquicos (cuando lo sublevados golpistas utilizaban la bandera republicana también como propia); como rescató un añejo himno monárquico como himno del país por la misma causa frente al Himno de Riego que había asumido inicialmente como propio; como cayó en la cuenta de que debía convertirse en católico converso y confeso (cuando no era muy practicante) como forma de hacerse con el impagable apoyo del clero… Todos los elementos que para muchos constituyen motivos patrióticos para llevar todo el día el pecho henchido se van conformando por causalidades y ocurrencias. Y en eso la película es una lección magistral que nadie debería perderse.

Dicho sea de paso, y ese subrayado de Amenábar es definitivo, asaltando la Jefatura de Estado del país en contra de buena parte de los militares sublevados de forma provisional y tan solo “mientras dure la guerra”, expresión que da título a esta obra maestra.

E igualmente ocurre con el personaje de Millán Astray, magistralmente interpretado por el colosal Eduard Fernández, tan histriónico como fascista, tan excesivo como malvado, tan canalla como listo. Un ser al que hay que tener siempre bien lejos y del que siempre se debe temer y que fue quien convenció a Franco de ser Franco. Colosal retrato de un ser tan peculiar como inexplicable.

Es llamativo el análisis de los discursos patrióticos del fascismo de 1936 que se reflejan en la película, señalando a Catalunya y Euskadi como los cánceres que hay que extirpar de la gloriosa "patria española". Para no olvidar y constatar que nunca hay nada nuevo bajo el sol. O cara al sol.
Si todo ello se adorna con una caligrafía cinematográfica virtuosa marca de la casa de Amenábar, un maravilloso abuso de los primeros planos, una banda sonora espectacular y mágicamente inolvidable que, como siempre, firma el mismo director y un empaque y ambientación histórica documentada y perfecta, estamos en presencia de una obra maestra de madurez.
Sergio Berbel
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10
25 de enero de 2021
0 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El siempre apasionante Manuel Martín Cuenca factura en esta ocasión una película que está impregnada de esencia sevillana (ácida crítica, certera crónica) como lo es una de las más grandes películas de Manuel Martín Cuenca, “El autor”. Junto con Alberto Rodríguez y Paco Cabezas, son (para mí) los mejores directores andaluces. Martín Cuenca, además, está regalándonos un periplo andaluz, a través de su maravillosa filmografía, absolutamente imborrable de la zona más noble de nuestra memoria: “La mitad de Óscar” nos traía el enloquecedor viento del Cabo de Gata almeriense: “Caníbal” el intimismo gélido y negro de Granada; ahora “El autor” es un trozo de la tragicomedia permanente que es Sevilla, la ciudad más hermosa del mundo pero el reino de las apariencias.

Adaptando una novela de Javier Cercas y con cierto aire fácilmente reconocible (y yo diría que hasta expreso) a la genial “En la casa” de François Ozon, Martín Cuenca se licencia “cum laude” en la comedia (tragicomedia de las que hielan la sonrisa en el rostro por la dureza del material con el que se produce la parodia, inmisericorde con la naturaleza humana, que casi siempre da asco) con esta valiente historia de un personaje, Álvaro, omnipresente en todos los planos de la película, con menos bondad de la que aparenta, que pierde su trabajo y su mujer (magnífica María León en su breve aportación a la cinta) simultáneamente y que, ante la nada que aparece ante su nueva vida, decide alquilar un piso sin amueblar en pleno centro de Sevilla y dedicarse al fin a su sueño de toda la vida: escribir una novela que pase a la historia de la literatura, ser un escritor universal, convertirse en referencia inmortal.

Da igual que no tenga cualidades para ello, puesto que esta sociedad infantilizada y americanizada nos ha pretendido explicar una y mil veces que todo lo que soñamos se puede hacer realidad con esfuerzo, cuando esa es la mentira esencial piedra angular del capitalismo.

Y Sevilla. Como un personaje más, y qué personaje. La belleza sublime de la capital de Andalucía y una de las ciudades más bonitas del mundo en cada plano de este primer acercamiento a la comedia de Martín Cuenca, una Sevilla que le ha sentado genial al director almeriense para dejar respirar un poco su obra entre tanto drama asfixiante, aunque, si hay que ser sincero, esta comedia es más bien tragicomedia, porque el resultado final del cuadro hiela la sonrisa al más optimista, tras ver hasta dónde es capaz de llegar la naturaleza humana para alcanzar las metas que se propone y que la sociedad nos exige.

Otro alarde autoral también en mitad del metraje de "El autor", como ocurre siempre en la filmografía de Martín Cuenca: impresionante puesta de sol en tiempo real por el Aljarafe mientras que los protagonistas dialogan en el mirador de las Setas.

Para lograr su sueño inalcanzable, Álvaro no duda en interactuar con los nuevos vecinos del edificio, espiarlos y provocar natural o artificialmente todas las situaciones que fueren menester para que su novela avance narrando lo que allí pasa. Como si de un malévolo demiurgo se tratase, Álvaro va interactuando con el vecindario para provocar situaciones que den forma a su novela, introduciendo la maldad en el microcosmos de la escalera tan solo por el placer de poder describir las consecuencias en su obra.

Pero la película es, sobre todo, un alarde interpretativo de Javier Gutiérrez, perfectamente secundado por Antonio De la Torre (sigue pareciéndome el actor más en forma de este país, y la escena de su explosión en clase está ya por derecho propio en los anales de nuestro cine) y una Adelfa Calvo que se merienda cada plano en el que aparece con su rotundidad de cuerpo y espíritu en una entrega mucho más allá de lo normal.
Sergio Berbel
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9
3 de octubre de 2020
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A medio camino entre el thriller y el terror real sin fenómenos paranormales de por medio (el bueno), en conexión subconsciente directa con una joya del género como “Mientras duermes” de Jaume Balagueró, Carles Torras nos deja una pequeña gran película apasionante y adictiva como “El practicante”. Segundo peliculón sobre un tema similar con el que me topo este año tras la inquietante “Para Elisa” de Juanra Fernández.

Este placer culpable maravilloso sobre un ser humano perturbado que siempre tiene que salirse con la suya y ganar todas las batallas incluso después de quedar parapléjico a consecuencia de un accidente de tráfico, funciona con la precisión de un reloj suizo en su capacidad para crear atmósferas malsanas y enrarecidas, en mostrar lo más miserable de la condición humana, en asfixiar al espectador en la claustrofobia de un pequeño piso, en atemorizar al espectador con la sangre más gélida.

Todo ello a través de una dirección de Carles Torras impactante, y como muestra un botón, el plano inicial con el que principia la cinta, una lección magistral de recursos narrativos en un solo plano para captar la atención del espectador ab initio y hasta el último de sus planos, que cierra de forma magistral un peliculón con todas las de la ley y un gozoso final canónico.

Y el asunto funciona, sobre todo, por el alarde interpretativo de su pareja protagonista: un Mario Casas en el mejor momento de su carrera (quién iba a decir que se iba a convertir en un actor soberbio de nuestro cine, y a las pruebas de esta lección magistral que aquí nos deja, y a la que igualmente derrocha en “Adiós” del andaluz Paco Cabezas, me remito) y de una espléndidamente bella y maravillosa actriz llamada Déborah François que conforma una víctima épica e inolvidable.

El aspecto musical está igualmente muy bien cuidado y te prometo por mi conciencia y honor que, a partir de la visualización de esta cinta, ya siempre te resultará inquietante el tema “Un sorbito de champagne” de Los Brincos. La cinta barniza de mal rollo esta canción clásica como “Verónica” de Paco Plaza nos cambió para siempre el jingle publicitario de Centella.

Y ojo a su actualidad absoluta, un detalle no menor de ubicación y ambientación cuando con un solo comentario de radio nos ubica en Enero de 2020 al hablar de que en China se está expandiendo un virus letal.
Sergio Berbel
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