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Críticas de Antonio Morales
Críticas 1 536
Críticas ordenadas por utilidad
6
26 de marzo de 2014
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si algún cineasta merece la consideración de gran olvidado es Allan Dwan. Por la magnitud de su producción y, pese a sus altibajos merece la consideración de coloso oculto. Como cineasta empezó en el periodo mudo, el cine estaba en el momento de su organización sintáctica e industrial. Gran parte de sus películas en el periodo mudo se perdieron para siempre, no obstante fue un director tan prolífico que todavía se conserva unas cuantas obras del mudo y todo el sonoro. En el libro de Peter Bogdanovich el cineasta cuando habla de su actitud ante el oficio se expone con naturalidad, sentido práctico y falta de orgullo personal.

En los años cincuenta el western y el cine de aventuras polarizaron la actividad de Allan Dwan. En la que nos ocupa, “La reina de Montana” hay un talento para la exposición de lo narrado que logra llevar adelante el film pese a un argumento algo sencillo y previsible. En ocasiones es la carencia de incisiones más profundas, la sequedad de lo expuesto, la falta de matices, la película no profundiza en los personajes, debido seguramente a un guión algo primitivo y poco elaborado, pero deja claro que la corrupción y la mezquindad afecta por igual al ser humano, tanto a los blancos como a los indios. El cineasta se decanta por el personaje femenino dotado de un erotismo soterrado encarnado por el talento de Barbara Stanwyck y un discreto Ronald Regan que le da la réplica.

Lo mejor de la película, sin duda, son las localizaciones en unas montañas y bosques de ensueño, con una estupenda fotografía en color que resultan más atractivos sus ríos y lagos. La naturaleza forma parte dramática y protagonista de la sencilla puesta en escena por parte de este artesano que casi siempre estaba al servicio del Estudio para el que trabajó. “La reina de Montana”, pese a no ser de lo mejor de Dwan, es una entretenida película de las que solían proyectar en las salas de programa doble y de sesión continua.
Antonio Morales
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7
29 de agosto de 2013
19 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un individuo mira hacia Manhattan desde un transbordador y luego se reúne con otros dentro de un coche. Son policías que se dirigen a la Corte de Justicia para llevar a un hombre a declarar contra un poderoso hampón, Benjamin Costain (Lorne Green, patriarca de la serie Bonanza). Uno de los policías bromea con el testigo “Esta noche serás uno de los hombres más famosos del país”, pero éste no parece estar tranquilo; tiene una mirada huidiza y se seca continuamente el sudor. Tras llegar al edificio de justicia, salen del coche el testigo y dos policías. Un plano general los muestra subiendo las escaleras hasta que suenan unos disparos: el testigo cae, los policías se inclinan hacia él y miran atrás: contraplano de un edificio alto con las ventanas cerradas: sensación de anonimato, de impunidad.

Este inicio del film que he relatado es lo mejor de la película de Karlson, la dureza de la fotografía en blanco y negro, la sequedad narrativa y el ambiente de las calles de la ciudad, reflejado con aire casi documental, es evidente que lleva su marca. Pero lamentablemente, a partir de ahí, lo que se nos ofrece es una especie de obra teatral, al parecer basada en una obra “Dead Pigeon” de un tal Leonard Kantor, con un interés más bien exiguo. Una vez eliminado el testigo que iba a declarar contra el hampón, al fiscal Hallett (un discreto Edward G. Robinson) sólo le queda el recurso de sustituir a aquél por una mujer que cumple condena en presidio: Sherry Conley (una Ginger Rogers en un gran papel alejada de sus trabajos habituales). La cuestión que plantea el film, y que resuelve recurriendo a un truco psicológico de una sencillez aplastante, es si la mujer estará dispuesta a declarar contra el hampón, ya que si lo hace pondrá en peligro su vida.

La pregunta se enuncia y se responde en un decorado casi único – la habitación de un hotel, en el que la policía protege a la reclusa -, quizá con la finalidad de crear una atmósfera doblemente angustiosa y opresiva: por un lado, para Hallett, que trata de conseguir como sea un nuevo testigo, y por otro, para Sherry que teme por su vida. Pero el cineasta no aprovecha bien los recursos dramáticos como hubiera hecho Mankiewicz o Kazan, pues Karlson es más cineasta de acción que de palabras y el tono teatral no lo domina. Tal vez con la intención de dar mayor dinamismo al relato, éste se ramifica en otras direcciones: el resentimiento de Sherry con la sociedad, la simpatía que siente por la carcelera que le acompaña y las vicisitudes del policía que la protege, Vince Striker (un excelente Brian Keith) en su relación con Sherry.

En definitiva un thriller de serie B, nada despreciable, pero inferior a otros trabajos de este cineasta, poco conocido, pero que merece más atención a sus obras por parte de los espectadores, destacando en mi opinión, el excelente trabajo dramático de Ginger Rogers, pues aunque es famosa como compañera infatigable de Fred Astaire en los musicales de la R.K.O. también hizo sus pinitos lejos del baile en papeles dramáticos.
Antonio Morales
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6
11 de mayo de 2017
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
El apartheid fue el denigrante sistema de segregación racial que imperó en Sudáfrica, consentido por el gobierno británico durante muchos años por intereses geoestratégicos y políticos, que bajo el dominio de una minoría blanca estuvo en vigor hasta 1992. Ese lamentable régimen afectó indirectamente a los países vecinos que Sudáfrica pretendía anexionarse como era el protectorado británico de Botswana, asolado por la pobreza, cuando era un rico territorio en oro y diamantes. Básicamente, este sistema de discriminación racial en Sudáfrica consistía en la creación de lugares separados, tanto habitacionales como de estudio o de recreo, para los diferentes grupos raciales, en el poder exclusivo de la raza blanca para ejercer el voto y en la prohibición de matrimonios o incluso relaciones sexuales entre blancos y negros.

Es lo que denuncia este film a través de un “biopic” sobre Seretse Khama (David Oyelowo) que luchó por la independencia y derechos humanos para Botswana. Se trata de un clásico melodrama sentimental en un determinado marco político y social basado en hechos reales. El film se sitúa en 1947 centrándose en la relación sentimental entre un futuro rey de un pequeño país africano y una oficinista británica blanca. Seretse y Ruth, se conocen, se enamoran y se casan, en un Londres posbélico, en contra de sus familias y varios gobiernos, es la trama de amor alrededor de la que se articula un drama humano como motor sociopolítico de un mundo intransigente. La difícil convivencia de un matrimonio en una época hostil y asfixiante para las relaciones interraciales.

La película resulta bastante previsible y convencional, aunque no carente de momentos emocionantes, como cuando Seretse se dirige a su pueblo liderando nobles ideales. El trabajo de Rosamund Pike, actriz emergente de belleza singular, como la abnegada esposa resulta aceptable, sobre todo por su interés en adaptarse a un nuevo mundo para ella, llena de dificultades y discriminaciones. La ambientación está muy lograda, aunque quizás peca un tanto de ser poco objetiva y un tanto simplista a la hora de retratar a los malvados británicos, representados por políticos y funcionarios mentirosos y mezquinos por sus interese bastardos.

Una visión bastante dura del colonialismo británico, que se apoderaba y explotaba los recursos naturales de los territorios que controlaban. El pensamiento crítico es un ingrediente primordial de todo totalitarismo, pero la directora del film es incapaz de dar matices a unas imágenes convertidas en postales, demasiado platónicas e incuestionables, demasiado complacientes y poco profundas. En todo caso el film se deja ver y gusta por su elegante humanidad que seduce a todo tipo de espectador, pero que no termina de convencer a los más exigentes.
Antonio Morales
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8
20 de septiembre de 2016
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Francisco Rovira Beleta fue un cineasta catalán culto y preparado, que estudió arquitectura y derecho, ejerciendo el periodismo. Más tarde entró en CIFESA, donde se inició en el cine, del que guardo mejor recuerdo en su primera etapa de cine social y policíaco, que de su etapa esplendorosa con films reputados en Hollywood, como “Los Tarantos” o “El amor brujo”. Porque me parece que era un cine más cercano y popular, nada académico ni pretencioso y muy directo al espectador medio que vivía entonces, aquellos problemas y realidades que apreciamos en sus películas. Este estilo de cine social no ha envejecido porque se mantiene como testimonio veraz de su tiempo, portentosamente expresado de forma cautivadora.

Presentándonos una ejemplar muestra de la Barcelona portuaria de principios de los 50, dentro de la corriente de cine policiaco y de denuncia social que habían inaugurado films como “Brigada criminal” y “Apartado de correos 1001”, en un tono neorrealista, filmando en la calle, tal y como se vivían entonces sus ambiente populares, en esta ocasión con un melodrama neorrealista en tono de thriller social y mezclando técnicas del documental. La ruda fisicidad de un Francisco Rabal espléndido que alcanza aquí el estatus de grandioso actor, un trabajo dramático colosal y desgarrador. La angustia de un marinero orgulloso que pierde su empleo, un afligido padre, que no encuentra salida digna a sus acuciantes problemas económicos, teniendo que aceptar un empleo insuficiente para malvivir, dejándose arrastrar por la desesperación en el camino de la delincuencia para alcanzar sus objetivos e ilusiones frustradas por la miseria de una clase social, pobre y abandonada a su suerte.

Una película extremadamente dramática, que defiende y honra a la familia, como no podía ser de otra forma entonces, La familia como institución purificadora y bálsamo de la injusticia social, de la desesperanza y de la fatalidad del destino. Narrada bajo un largo “flash back” que abarca casi toda la cinta, donde las mujeres aportan con su abnegación y sacrificio, la parte más positiva e ilusionante, el amor y la entrega del ser humano, la lucha infatigable contra la adversidad que encarna la esposa de Miguel (Julia Martínez) en un laberinto urbano poblado de contrabandistas, carabineros, estraperlistas, usureros, estafadores, todos ellos conviven y merodean en el Raval (barrio chino) y sus aledaños, malviviendo en casuchas destartaladas con escaleras interminables y patios de vecinos comunitarios. Venta ambulante, casas de empeños y por letras, música de organillos, betuneros infantiles y pícaros ladrones.

Todos los personajes transmiten una realidad manifiesta que te atrapa, con un ritmo trepidante y a la vez infatigable que te involucra en la tensión que viven los protagonistas, en medio de unos decorados naturales inmejorables, filmados muchas veces desde panorámicas y grúas para emplazar la cámara. Un matrimonio lleno de ilusión con el que te emocionas a pesar de sus encontronazos, con Víctor, un niño conmovedor por su nobleza y sencillez, a los que la suerte desgraciadamente les ha dado la espalda, efectuando un retrato social y económico apabullante de la época. Un película inolvidable, de las mejores del cine Español.
Antonio Morales
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7
11 de noviembre de 2015
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como hiciera el gran Fernán Gómez, 23 años más tarde, con mucho mejor presupuesto y evocando la memoria y recuerdos de un cómico, Galván (José Sacristán) con una compañía de teatro por los pueblos de España en plena postguerra. Mario Camus en su ópera prima y gracias a el productor Ignacio F. Iquino hicieron una película humilde con talento y sensiblidad, pero mucho más dura y desesperanzada, mucho más sangrante que la posterior ganadora del goya. Un lúcido y patético retrato de la derrota y la humillación moral del mundo de los cómicos, hambrientos y sin techo donde cobijarse, huyendo permanentemente de los acreedores, boticarios y dueños de fonduchas y garitos.

La película casi desconocida, al menos para mí, abarca muchas ideas, muchos conceptos narrativos, diferentes registros emocionales y estéticos. Su estructura es tan itinerante como la de los propios protagonistas, adocenados en una cochambrosa camioneta de alquiler, un grupo de actores que recorren puebluchos y aldeas mugrientas por caminos inhóspitos, iglesias, escuelas y recintos privados, ofreciendo sus espectáculos “a la carta”, por unas míseras pesetas que apenas les da para comer, desde un denigrante y vergonzoso striptease a una obra de teatro clásico. El film es una crónica cotidiana, a menudo tierna, y en muchos momentos cruelmente desgarradores de unos perdedores que no encuentran una salida digna a sus vidas. Una visión demoledora del inestable mundo del teatro.

La narrativa de Camus se percibe vigorosa por una fotografía en blanco y negro que refuerza ese ambiente pesimista que refleja la grisura de lo cotidiano. Protagonizado además por un grupo de actores españoles casi desconocidos entonces, acordes con los personajes que transmiten una cercanía y humanidad asombrosa. La compañía de comedia “Don Pancho” acostumbrados a improvisar sobre las tablas, maltratados por la sociedad y la vida. Otra joya maldita del cine español que merece un reconocimiento.
Antonio Morales
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