Curiosa y original comedia con un estilo propio de los 70s en la que los mejores chefs van cayendo uno a uno de formas tan pintorescas como satíricas a manos de un misterioso asesino en una película que mezcla con acierto el humor negro y una trama detectivesca.

Un muy buen trío protagonista y casi todos los gags posibles sobre el mundillo de la alta cocina y más concretamente sobre los inflados egos de sus grandes chefs intercalados como si nada uno tras otro y con un buen toque de mala leche pero sin dejar de ser simpática y graciosa, casi todo funciona bien en esta película.

Una película de serie b, o más bien z, que sigue la fórmula del slasher, con actuaciones amateurs y donde el mayor gasto es el de la casa rural alquilada para el fin de semana.

En este caso el asesino en cuestión es un policía maniaco que rinde culto al diablo y con antecedentes psiquiátricos y una doble identidad.

Tomándola en serio la cinta es muy pobre y bastante mala, pero como comedia involuntaria, debido sobretodo al guion, los diálogos y los personajes estereotipados de los 80s, puede resultar mínimamente entretenida si se ve con ojos amables.

Una extraña mezcla de fantasía, comedia y cine negro, en parte sueño y en parte pesadilla. Nos sitúa en un futuro cercano distópico, en una realidad burocrática, asfixiante, espeluznante y totalmente deshumanizada de la que el protagonista procura alejarse todo lo posible, evadiéndose mediante sus ensoñaciones y buscando el amor, sin lograr escapar jamás.

Se trata de una obra larga, excesiva, barroca y reiterativa, pero su mensaje es necesario, valiente, y sin duda merece la pena. Además cada detalle cumple una función, incluso lo desagradable, para ofrecer la visión de un mañana sin esperanza que aún no ha llegado, pero al que en muchas ocasiones parecemos dirigirnos, una crítica social mordaz de un mañana que aún puede cambiar.
El apartado estético es absolutamente brillante y todo un paseo por la imaginativa mente de Terry Gilliam.

Paul Dalio compone un retrato sobre dos personas enamoradas, que tienen la poesía en común y también un trastorno de la mente que afecta a sus estados de ánimo.
Debido a que el mismo lo padece, lo trata con realismo, y muestra los episodios cíclicos de manía y melancolía, una oscilación extrema entre alegría y tristeza.

El Sol y la Luna le sirven de metáfora para estos patrones ineludibles en constante cambio, con los que los personajes caminan continuamente por el abismo, ya sea con el ciclo de la manía, con la que tienen una energía muy elevada o la depresión.
Su relación es complicada, ya que se retroalimentan el uno al otro, haciendo que todo se intensifique para bien y para mal. Como artistas tiene un efecto acentuado en la intensidad de su creatividad y de sus creaciones, sin embargo, sin estabilidad no se es productivo, y sin equilibrio esa pasión puede perderse en el caos.

Una historia de luces y sombras de dos jóvenes llenos de esperanza que se aman y quieren disfrutar del presente pero que también comparten una adicción por las drogas.

El tema está tratado de un modo realista y áspero, desde pedir dinero a familiares y conocidos, el riesgo de sobredosis, la prostitución o delincuencia asociadas, y la ansiedad por conseguir el siguiente chute.

Y se sustenta en las interpretaciones de Abbie Cornish, cómo Candy, y Heath Ledger, como Dan, en una de las últimas y menos conocidas actuaciones de este gran actor.