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Críticas de Chris Jiménez
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Críticas 2 190
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
7
14 de marzo de 2024
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"Caminando por el campo, las montañas y la playa,
por las colinas cubiertas de flores,
soy más feliz que tus ojos al mirar el cielo azul.
Sigo las sombras a través del bosque;
soñando, mis ojos arden de amor como los cerros en mediodía,
mientras mis días de juventud se llenan de alegría".

Este extracto del poema "Shonen no Hi", del prestigioso Haruo Sato, describe a la perfección los sentimientos que emanan de las imágenes de "No-yuki, Yama-yuki, Umibe-yuki", un viaje que Nobuhiko Obayashi decidió hacer cumpliendo así un sueño que se remontaba a sus años adolescentes, cuando quedó fascinado con la novela "Wanpaku Jidai", del mismo autor. Lejos, sin embargo, de llevarlo a cabo desde el drama, se lo toma con el desenfado y la inocencia propia de los protagonistas que ocupan esta sencilla y profunda historia, situada en años duros para la nación japonesa.
La burla surge desde el principio, cuando señala que Japón era una tierra de pícaros, incluso en la guerra los había. La bandera ondea poderosa y los niños marchan en silencio y con los kimonos tradicionales a la escuela...salvo Sotaro, que va dando saltos por las calles, la viva imagen del Sato niño (como su padre, el suyo también era médico), y sus aventuras son las que narran la novela. Obayashi se centra en el mundo de la infancia, aquellos días de inocencia que siempre supo retratar en su cine, y filma sin muchos alardes ni movimientos de cámara, influenciado por el estatismo clásico de Ozu; se podría decir que esto es una típica obra de Shimizu pero revestida del sentido absurdo de Suzuki.

Las situaciones ocurren con sencillez, y el tono de humor, aunque exagerado y surrealista, encaja de manera natural en el entorno. La trama, por su parte, se divide en tres capítulos, siguiendo la novela, aunque sólo cubriendo la parte de la niñez del protagonista; se enfrenta a los pequeños en guerras de guerrillas en el patio del colegio, se les hace tener sus primeros encuentros sexuales y se les coloca en situaciones que van más allá de su comprensión, sin un verdadero hilo conductor, sólo observamos una cotidianidad idealizada, mientras de fondo se nos recuerda que son los días de la servidumbre absoluta al emperador y la Guerra del Pacífico.
La modelo Isako Washio debuta en el papel de Osho y el director la filma transmitiendo a la cámara y a nosotros la emoción que le causa su hermosa presencia; ella sirve de alguna forma para conectar los episodios, las decisiones de los protagonistas y los hechos que irán desarrollándose, empezando por ser el objeto del enfrentamiento entre su desagradable hermanastro (Sakae Osugi, nada menos, futuro autor anarquista-socialista que tantas veces fue encarcelado y terminó asesinado, ¡lo cual es un anacronismo sin sentido en la película!), Sotaro y otro niño del colegio.

Tal vez Osho no sea más que la metáfora de Japón en aquel momento. En silencio y con estoicismo va encarando diversos avatares, los hombres (niños, en este caso), luchan a muerte por ella y los sueños de futuro y libertad que planea parecen imposible que se cumplan ya que su novio va a ser llamado a las filas del ejército, decidiendo entonces que lo mejor es preparar una huida. Es difícil conseguir un equilibrio tan eficaz entre humor y melodrama, absurdo y tragedia, pero Obayashi se ve capaz de ello al dejar que las cosas fluyan con naturalidad.
Tras un largo segmento centrado en la infancia todas esas subtramas dramáticas que circulaban de fondo toman especial importancia en el 3.er capítulo, donde la chica es la total protagonista, y cual princesa de cuento raptada, o cual Helena en la Guerra de Troya, todos los chavales del pueblo dejan atrás sus diferencias para rescatarla de las garras del dragón, representado en un famoso proxeneta al que todas las familias le están vendiendo a sus hijas para sobrevivir a la pobreza. Se llega a un clímax casi épico, con los pequeños luchando por la vida de Osho y las muchachas, pero inútilmente, provocando que el drama invada por completo la historia.

Esto remite a las grandes tragedias femeninas de Mizoguchi, donde las mujeres han perdido su condición humana para convertirse en objetos, y por acción de sus propias familias; ahora que no tienen un hogar, ¿dónde van a ir?, claro, ¿van a huir?, ¿y para qué?, todos son pobres en todas partes, y los que no lo son o se aprovechan o quedan al margen. Triste realidad social que significa sobre todo el inicio de la toma de conciencia que han de afrontar Sotaro, Sakae y sus amigos, aún pequeños para entender nada de nada.
Con la inclusión del novio de Osho en el ejército y ésta viéndose forzada a renegar de su libertad no hay lugar para el humor aunque Obayashi siga empeñado en dejar caer algunas ocurrencias surrealistas, que ahora se sienten incómodas. Por eso este capítulo está fuera de lugar en comparación con los dos anteriores, no terminan de equilibrarse bien los géneros ni las emociones, y uno, ya empapado de la atmósfera cálida, agradable y nostálgica de la historia, sólo desea que todo termine bien...por desgracia las sorpresas que da la vida no son siempre satisfactorias y llegan tan inesperadamente como en la historia. Por supuesto, al igual que Sotaro y los demás, yo no deseaba esa conclusión.

A los niños, que han experimentado la pérdida, la desilusión, la muerte, la quiebra del sueño, sólo les queda el gesto de rebeldía contra sus mayores, un puntapié a la violencia adulta y la injusticia militar rematada con un apunte onírico-simbólico al estilo inconfundible de Obayashi.
Aunque en el reparto tengamos a Koichi Sato, Riki Takeuchi y veteranos como Tomokazu Miura, Sanae Nakahara o Jo Shishido, son los pequeños Yasufumi Hayashi y Junichiro Katagiri quienes roban nuestra atención al aparecer en pantalla. Realizada en dos versiones, una en precioso blanco y negro y otra en color para su emisión televisiva, el cineasta logró otro éxito de crítica y público.
Chris Jiménez
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10
13 de marzo de 2024
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Qué díficil es decir "Adiós" a un ser querido, y más aún si es para siempre. Aquí, bajo las estrellas de la playa de Yobuko, en la ciudad portuaria de Onomichi, muchos deberán despedirse...
El dolor y la pérdida es inevitable, pero también es importante pensar en el mañana, porque lo mejor para honrar a aquellos que se fueron es recordarles viviendo donde ellos no podrán.

La simbiosis entre Nobuhiko Obayashi y su ciudad natal es algo muy especial, y cuando coinciden en pantalla se plasma en forma de indescriptible emoción. Ésta recorre y alimenta la denominada Trilogía de Onomichi, tan importante para su filmografía; a mitad de los '90 realizaría otra serie de obras para rendir homenaje a ese lugar tan querido, y "Ashita" es quizás la mejor, nueva adaptación de un libro, del versátil Jiro Akagawa: "Gozen 0-ji no Wasure-mono", por deseo de su propia esposa, Kyoko, que ejerce de productora. Es difícil ubicarse debido a las grandes elipsis de los dos tiempos presentados en unos pocos minutos antes de empezar la historia como tal.
Flota ese halo de perpetua nostalgia cada vez que nos asomamos a esta Onomichi glorificada por el cineasta, si bien el peso de la melancolía distingue a la gran cantidad de protagonistas que uno tras otro van apareciendo; la manera en que se nos acerca a sus vidas es natural y directa, y ayudan mucho las brillantes actuaciones en un plantel donde nadie destaca por encima de otro. Lo que además les une es que han sido convocados en el puerto a las 12 de la noche...y que los remitentes de dichos mensajes fallecieron hace meses en el naufragio de un ferry...

Su condición y caracteres tan diferentes garantiza una fascinante riqueza humana: aquí un viejo yakuza (Kanazawa), una dama de sociedad (Mitsuko) y un amargado constructor (Yoji), allá una profesora de instituto (Sayuri) y dos estudiantes (Megumi y Sayuri); dos hermanos también yakuzas (Tsuyoshi y Satoshi Sasayama) y un par de amigas que disfrutan de sus vacaciones (Rumi y Noriko) coincidirán con los demás porque así lo ha querido el destino (al arco de Noriko se le presta mayor atención pues Mitsugu, el chico del que siempre estuvo enamorada y que hace años que no ve, trabaja ahora para Kanazawa).
La trama se divide en dos partes, y la 1.ª se dedica a juntar a todos esos individuos bajo el techo de la caseta del muelle, por tanto la acción avanza gracias a sus interacciones, diálogos y emociones, además de a los vistazos que echamos a sus respectivos pasados sin tener que recurrir, y esto es muy inteligente, al tan manido uso del "flashback". La atmósfera en ese reducido lugar, lejos del contrapunto violento que dan las luchas entre los hombres de Kanazawa y los hermanos Sasayama, es confortable y cálida...y de repente, en el ecuador del metraje, sucede algo tan inesperado como que, al llegar las 12, el mismo barco que se hundió emerge de las profundidades con todos sus pasajeros.

La única diferencia con la novela es que Akagawa imaginaba toda esta situación en una parada de autobús; Obayashi prefiere el ensoñador escenario de las playas de Onomichi (si bien la de la película fue recreada artificialmente), y tal vez pensemos que este increíble momento, catarsis del impulso lacrimógeno, debiera suceder al final...pero nada más lejos. Porque tras suceder el mágico encuentro entre el mundo real y el mundo de los espíritus y que los que quedaron llorando desconsolados hayan podido abrazar a los que se fueron...¿ahora qué?, ¿qué sucede después? Y el director nos sacude con este desgarrador dilema.
La tristeza por la pérdida y el amargo recuerdo los compensa el deseado reencuentro y los sueños realizados, pero esta situación, tratada con la mayor naturalidad, y esa es la mejor baza de "Ashita", no puede durar. Lo que se desarrolla a partir de aquí son las dudas, el miedo y la incertidumbre a volver a experimentar ese adiós, el desconsuelo, además de la consumación de aquellas promesas de amor en su día incumplidas (la historia personal de Noriko y Mitsugu); el drama de Megumi y Jun es el mejor ejemplo de lo fácil que es desear reencontrarse con las personas que perdimos pero lo difícil que sería prometer una unión eterna con ellos.

En este sentido, "Ashita" se relaciona estrechamente con otros títulos del director, como "Ijin-tachi to no Natsu", donde la unión entre vivos y muertos es un imposible ya que unos no pueden interferir en la realidad de los otros; varias veces se pondrá de relieve que lo más importante es aprovechar la vida, continuar día tras día con valor y que sólo en el recuerdo y en los sueños sea donde debamos honrar a nuestros difuntos. Esta poderosa atmósfera de tristeza y nostalgia atraviesa toda la historia, pero en especial durante la 2.ª parte, hasta impregnarse en cada milímetro del encuadre y elevarla a las alturas más sentimentalmente poéticas del melodrama.
Aquí no hay otras intrigas salvo las luchas yakuza (débilmente apoyadas por algún sentido lógico), el resto se basa en simples y emotivos encuentros, sentimientos a flor de piel, confesiones íntimas y profundos dilemas de connotaciones universales. El reparto, con algunas de las caras más conocidas del cine japonés contemporáneo (Kaori Takahashi, Toru Minegishi, Yoriko Doguchi, Mai Hosho, Ittoku Kishibe, Hitoshi Ueki...), es la fuerza que impulsa todo el film, además de la sensibilidad visual que brindan Obayashi y su director de fotografía Noritaka Sakamoto y la conmovedora banda sonora de Taro Iwashiro.

Tomoyo Harada, cuya aparición fue improvisada casi en su totalidad, pone la guinda a esta bella experiencia cinematográfica, que hay que vivir al menos una vez, interpretando la canción principal.
Es difícil no sentirse abrumado por la catarata de emociones que se desbordan en "Ashita" delicadamente durante sus casi dos horas y media. Obayashi nos hace soñar y retorcernos de dolor con la misma intensidad...logrando una de sus obras maestras definitivas.
Chris Jiménez
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7
12 de marzo de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
El sabor del sukiyaki que prepara mamá...la fuerza con que papá lanza la bola de baseball...el césped del patio de atrás recién cortado...la sandía refrescándose en la cocina...la partida de cartas en el salón...
Son bellos recuerdos, de una época mejor, más pura, más cálida. Recuerdos que no pueden revivirse...¿o tal vez sí?

Gracias a su narración breve y fluida, el prestigioso guionista y autor Taichi Yamada nos lleva a través de los recovecos insospechados del recuerdo en el que fue uno de sus trabajos más famosos, "Ijin-tachi to no Natsu", publicado en 1.987, donde sigue al poco sociable Harada, más preocupado de su vida profesional que de su familia, y recientemente divorciado, hacia un misterio relacionado estrechamente con el mundo de los espíritus. ¿La versión nipona de "The Turn of the Screw"? Aquí, con devenires a la fantasía sobrenatural, también se trata la influencia de estos espíritus, tan placentera como perjudicial...
¿Qué pasó por la cabeza de los ejecutivos de Shochiku cuando pidieron a Nobuhiko Obayashi realizar una exitosa película de terror para el verano...utilizando esta novela de base? Pues nada relacionado con el sentido común. De hecho lo que recibió fue una breve sinopsis de la historia y un sorprendente final muy propio del "j-horror" con una cara implicación de efectos especiales; por fortuna éste y Shinichi Ichikawa decidieron ser fieles al texto original, empezando por destacar la actualidad del protagonista, un tipo igualmente ensimismado con su trabajo, con la ficción televisiva que cada día escribe y observa, desapegado del mundo real.

Morio Kazama, en una actuación flemática similar a la de Koji Yakusho, interpreta este solitario papel de maravilla, también guionista de televisión, aunque no un álter-ego de Yamada. Tras poner de relieve su divorcio y el amor que su compañero de trabajo (Mamiya) siente por su ex-mujer, el director no profundiza en los aspectos trágicos de su vida (la muerte de sus padres cuando era un niño, la de su abuelo, que le cuidó más tarde, su empeño por aprobar sus estudios, gracias a un tío suyo), donde nunca existió la presencia de un núcleo familiar; en lugar de eso le sitúa en el epicentro de un misterio narrado con sobriedad casi poética.
También aparece la extraña vecina, Kei, rechazada en un principio, que mantendrá con él un romance casi furtivo. El viaje a Asakusa cambia las tornas del argumento; como si la magia del espectáculo de variedades al que asiste impregnara la realidad, Harada se encuentra de repente con un hombre de apariencia similar a su padre, incluso le invita a su casa de forma natural, donde espera una mujer igual a su madre. La clave del misterio es que ellos están muertos, pero Obayashi desliza esta fantasía espectral delicadamente por los cauces del melodrama.

El acercamiento es conmovedor gracias a su puesta en escena. Cuando Harada entra en la casa de esta pareja, que no son sino los espíritus de sus progenitores, sólo cunde el desconcierto y la confusión, pero cuando él, aceptando su presencia, regresa una y otra vez a visitarlos, ese hogar se transforma en un cálido refugio lejos del cinismo, la frivolidad, la envidia y el individualismo de la sociedad exterior. Este sentimiento llena las páginas del libro de Yamada, quien a través de él hace un viaje a la Asakusa en la que nació y se crió (su padre también era dueño de un restaurante).
Obayashi lo plasma como en aquellas obras que filmó en su ciudad natal, Onomichi: con especial atención en la nostalgia. El ritmo lento y el inadecuado escenario (¿no sería mejor reubicar esta historia en una estilizada era Taisho, igual que la trilogía de Suzuki?) impide mantener al principio un gran interés, pero así como Harada se ve arrastrado a ese imaginario situado al margen del mundo de los vivos es inevitable ser arrastrado por la atmósfera de la película, en particular durante los instantes compartidos como familia entre los protagonistas, que rezuman una pureza, una inocencia difícil de describir. Y la cual deja un poso de amargura ya que esa felicidad no es algo que pueda ni deba durar mucho más.

Y es que pende la amenaza de la muerte. Un espejo actúa de reflejo de una realidad aterradora, pero no se trata desde el horror, sino más bien desde la tristeza. Recuperando el anterior unas emociones nunca sentidas con tanta intensidad, ¿cómo abandonarlas ahora? El adiós, como siempre, es trágico. En un izakaya de Asakusa, Obayashi nos atraviesa el corazón con una secuencia de despedida que está entre las mejores cosas que haya filmado en toda su carrera (sin olvidar las brillantes actuaciones de Tsurutaro Kataoka y Kumiko Akiyoshi). El fallo más grande del guión, además de no preocuparse por el compañero de Harada, es el rol de Kei.
Hay algo misterioso flotando alrededor de ella, la única conexión que por ahora mantiene con la realidad...desgraciadamente el director, o Ichikawa, o quien quiera que fuese, derrumba toda la credibilidad del personaje en un clímax fuera de lugar y fuera de la trama cumpliendo así con las expectativas de los productores...pero que sólo produce la incómoda sensación de que su presencia debería haberse eliminado por completo (o haber tomado otro camino). En un pésimo remate, se tergiversa el sentido de la historia (la mujer, aun oculta en la incógnita, debería ser lo que aparta a Harada del mundo de los fantasmas...¡y no lo contrario!).

De todos modos el gran poder visual y la conmovedora narrativa hicieron del film todo un éxito de taquilla y crítica. Curiosamente el libro ha vuelto a ser adaptado en versión anglosajona (rebautizada "All of us Strangers"), con varios cambios sustanciales, sobre todo uno importante de género...
Y habrá captado el interés de muchos por su ocurrente temática oportunista...pero no el mío, ni lo más mínimo. Nadie reemplaza a Obayashi ni a la bellísima Yuko Natori.
Chris Jiménez
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6
11 de marzo de 2024
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La chica que saltaba a través del tiempo, Kazuko, atrapada entre amores adolescentes, entre problemas cotidianos y entre grietas que se abren en el espacio hacia realidades ya vividas o quizás imaginadas...
Todos conocen ya su historia, de alguna manera u otra.

Aunque resulte fácil llegar a la increíble aventura de esta chica tan especial gracias a la archiconocida película de anime que catapultó a Mamoru Hosoda en 2.006, "Toki wo Kakeru Shojo", en su origen un relato de Yasutaka Tsutsui de 1.965 publicado por entregas en la revista juvenil Gaku-shu Kenkyu-sha, cuenta con muchas adaptaciones anteriores y posteriores. La presente, aunque casi totalmente desconocida en Occidente, sigue siendo en Japón un amado icono de la cultura popular de los años '80; y también fue un proceso accidental...
El todopoderoso Haruki Kadokawa, con los derechos adquiridos desde hacía tiempo, deseaba realizar una versión propia; el detonante fue su amor incondicional hacia Tomoyo Harada, una estudiante de 14 años de Nagasaki que soñaba con convertirse en toda una "idol". Por desgracia, y aunque acabara tomando los roles protagonistas para las versiones televisivas de "Nerawareta Gakuen" y "A Sailor suit & A Machine-gun" (ambos, curiosamente, interpretados en el cine por Hiroko Yakushimaru), la suerte le iba dando de lado en proyectos más importantes, quizás por su apariencia tan poco "exótica" y moderna...

Llevar la novela a la gran pantalla por primera vez fue el regalo de Kadokawa a Harada, quien casi deja para siempre la industria del entretenimiento; y al ilustre Nobuhiko Obayashi, responsable de grandes éxitos para la productora, y siempre con historias ocupadas por jóvenes, lo requieren casi con súplicas para encargarse de la de "TokiKake" (repitiéndose exactamente el mismo proceso que en la adaptación de "Nerawareta Gakuen"). Es también un regalo para él, ya que recibe total libertad sin verse obligado a respetar el complicado material original (en realidad pocas opiniones coinciden sobre el gusto por la mezcla de ciencia-ficción, fantasía, drama adolescente y humor negro que imaginó Tsutsui, con sus habituales salidas de tono, tan controvertidas).
Su guión, en colaboración con Wataru Kenmochi, tardó casi un año en desarrollarse, sin embargo el rodaje fue más apresurado de lo que hubiera querido: sólo un mes, para poder estrenar la película junto a "Tantei Monogatari" (protagonizada por Yakushimaru) y asegurar el éxito comercial. Lo que entonces decide el director es utilizar la novela sólo de sugerencia lejana; cualquiera que conozca su estilo personal lo verá grabado en todos los planos de ese inicio en mitad de un escenario nevado y en blanco y negro. Es la presentación del trío protagonista, Kazuko, Goro y Kazuo, amigos y compañeros estudiantes.

El cielo estrellado a lo lejos, la nieve, las miradas inocentes, los jóvenes que imaginan un futuro soñado más allá de la aburrida rutina. Obayashi se pierde, y se perderá, en estos pequeños instantes íntimos enfocando en primer plano el rostro de sus debutantes actores; Harada, aun no tan magnética como otras actrices de su generación, desprende una dulzura atemporal, y la cámara, al parecer sabiendo que el film está por entero dedicado a ella, se regocija en destacar su hermosa presencia. Flota en el aire una levedad que poco recuerda al libro; esta versión es muy personal y profunda.
El principal motivo es que está rodada en Onomichi, ciudad natal del director, como sucedió en su obra anterior, "Tenko-se", con la que comparte no pocos puntos en común temática y estéticamente. Aquí deja de nuevo que la sensación de nostalgia se apodere de todo, creándose una atmósfera más propia del melodrama romántico clásico; aunque se produzca temprano el desastre en el laboratorio de química que trastocará la vida de Kazuko no habrá cambios de ritmo, y los fans de los locos desvaríos del nipón se darán de bruces con un cuento de amor adolescente que fluye a través de una poesía evocadora.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

Destaca entre tanto joven la presencia de dos leyendas del cine japonés, Ken Uehara y Takako Irie, a quienes el director les ofrece unos hermosos personajes ausentes en el libro, y a través de los cuales enfatiza el hecho de que por mucho que se deseen cambiar las cosas y "traer de vuelta" a alguien desaparecido, la vida toma otros caminos más crueles...
La película, pese a la cantidad de errores de guión que tiene, y a un rodaje lleno de accidentes y complicaciones por culpa del ajustado plazo, batió récords en taquilla sorprendiendo a toda una generación de adolescentes que sólo pretendían disfrutar con la aventura de Yakushimaru y por partida doble también encontraron otra chica muy interesante...y, por qué no, excitante. Obayashi, por otro lado, se ganó, cual John Hughes nipón, el apelativo de "El cineasta de la juventud", lo que seguiría manteniendo en años futuros...
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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7
9 de marzo de 2024
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Aguarda en los confines de su castillo, la niebla espesa y el manto de la noche revelan su auténtica apariencia, y nada puede escapar de ella. Las aterradoras leyendas le preceden.
Todos temen que aparezca en la noche de Walpurgis, y hacen bien. El conde puede salir de su tumba y absorbernos el alma para siempre...

Y al salir de dicha tumba uno no puede sino detener su mirada sobre ese brillo tan especial que emerge de sus ojos. Para un servidor esos, y no otros, son los ojos del cine de terror, lo que mejor le representan, unos ojos bajo los cuales se agazapa una amenaza de tierras desconocidas, remotas; los de Béla Lugosi, el Dracula del 7.º Arte para la posteridad, por mucho que otros llegasen más tarde y lograran enormes encarnaciones del ya legendario personaje de Stoker. Podría ser mejor el de Christopher Lee, pero no tenía su misma aura, ese misterio indescifrable, y a la vez la misma elegancia...
Defender esta película centrándose en otros términos consiste en la subjetividad del cinéfilo. Una película que fue la obsesión del productor Carl Laemmle y cuyos derechos de la novela original adquirió legalmente para su explotación (no como el sr. Murnau); con la muerte de Lon Chaney fue Lugosi quien se hizo con el papel ya que lo interpretaba en la popular obra de teatro de Broadway, además de aceptar un sueldo más bajo para hacerlo en pantalla, donde todo cambia con respecto a la lógica del texto. ¿Qué hace el mequetrefe de Renfield en Transilvania y dónde está John Harker? Es, en realidad, una invención, como todo lo que veremos, y lo más alejada posible de la novela.

Porque parece que ni uno de los personajes del film posee una descripción fiel a sus homólogos literarios. De eso el espectador se olvida durante los primeros minutos; el veterano del mudo Tod Browning, que no exhibía mucho entusiasmo cuando le contrataron para la tarea, y su director de fotografía Karl Freund, envuelven de un halo poético y escalofriante las atmósferas en las que nos vemos atrapados. El expresionismo y la mística del horror gótico se unen entre capas de neblina, suntuosos decorados, una sensación de inquietud realzada por el brillo de los ojos perpetuamente abiertos de Lugosi y la belleza del diseño artístico de Charles Hall.
Ojalá la trama hubiera permanecido más tiempo dentro del castillo...porque cuando sale de él todo se dirige a terrenos algo mediocres, de nuevo por la lectura tan libre de los hechos; y es que lo que vemos es, atención: el segundo borrador del guión adaptado de la segunda revisión de la adaptación teatral de lo escrito por Stoker. ¿Qué va a quedar entonces? Pues casi nada, por desgracia. Con el viaje del conde a Inglaterra vemos a unos Harker reducidos a la nada, sobre todo a Mina, tan inteligente y resolutiva en su origen, aquí es la damisela en apuros que hay que salvar, mientras personajes como Holmwood y Morris dejan de existir.

Sí destaca Edward Van Sloan en su encarnación del valiente y perspicaz Van Helsing, igual que Dwight Frye en la del demente Renfield, que aporta algo de vívida expresión a un plantel aplastado por la caracterización aburrida; tal vez por culpa de la dirección despreocupada de Browing, David Manners, Herbert Bunston, Frances Dade y en especial Helen Chandler, resulten demasiado acartonados. Es la dirección visual y artística de Freund y Hall lo que equilibra un poco las cosas; y no se halla precisamente en esos efectos especiales inevitablemente ridículos vistos hoy día...
Sino en momentos como ese en que el conde se persona en la habitación de Lucy y acerca sus dientes a su cuello, cuando Renfield aparece en la bodega del barco con sus expresiones desencajadas, en ese pequeño espejo de la caja de cigarros que revela una terrible verdad, en el rostro hechizado de Mina en el balcón. Esa atmósfera que rompe con las líneas de la realidad arrastrándola a la teatralidad melodramática más excesiva (al tratarse de la adaptación de una obra), a la extraña sensibilidad del expresionismo y a la dinámica del cine mudo (de ahí esa abundancia de planos silenciosos y largos y el afán por centrar la atención en los ojos y los rostros).

El compendio de todo esto es, como mejor ejemplo, el Dracula de Lugosi. El personaje demacrado, viejo y monstruoso, que Murnau mostró en "Nosferatu", ya no existe; al conde le sigue envolviendo un aura amenazante, mitológica, y a su vez sabe adoptar una apariencia civilizada y humana, se convierte en una encarnación sofisticada e incluso casi afable de un Mal aristocrático y arraigado a la superstición extranjera que representa. Van Helsing es un científico del siglo XX, la encarnación de una sociedad moderna que debe aceptar dicha superstición para poder luchar mejor contra ella.
Una lástima que Mina y John no sirvan para absolutamente nada y que todo el 3.er acto carezca de verdadero ritmo, ahogándose en un clímax poco emocionante para lo que debería haber ofrecido en esos decorados tan increíbles. Browning, aunque ya no se sabe si era él quien estaba tras la cámara, filma atropelladamente, las cosas pasan sin el ingenio de la novela y casi sin que sepamos cómo pasan. Lo cierto es que, desde que la trama salió del castillo (se supone que Harker se quedaba largo tiempo en él, pero aquí Renfield y Dracula parten en un santiamén) el espíritu y parte del encanto se perdieron por el camino.

Mientras Lugosi se mete a conciencia en su papel, sin prácticamente mediar palabra con nadie, en Chandler se resienten sus problemas con el alcohol, y ni Van Sloan, ni Manners (quien era el sustituto de un sustituto) ni el propio director sentían verdadero cariño por la producción, que termina siendo el éxito de Universal, tanto que impulsa el terror en Hollywood como género por derecho propio.
El actor húngaro, por su parte, se niega a volver a interpretar al personaje por miedo a encasillarse...sin saber, pobre de él, que le iría persiguiendo hasta el final de sus días.
Chris Jiménez
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