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Críticas de Juan Marey
Críticas 681
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
8
23 de junio de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película dirigida por Otto Preminger y realizada tras deleitarnos con dos obras maestras de la talla de “Anatomía de un asesinato”, y “Tempestad sobre Washington”, por supuesto, no llega a tener el nivel de estas dos admirables películas, pero sí es un más que estimable film. Está basada en un personaje real, un sacerdote americano de origen irlandés, que llegó a tener un cargo importante en el Vaticano hasta llegar a ser nombrado cardenal, por cierto, llama la atención saber que el asesor oficial del Vaticano para esta película de 1963 fue Joseph Ratzinger, que en 2005 sería el Papa Benedicto XVI. Preminger se adentra por los meandros de púrpura en los que se debate un hombre que tiene que hacer frente a la historia y compaginarla con sus propios conflictos personales; ambiciosa de principio a fin, el director opta por echar una profunda y larga mirada a algunos de los recovecos de la institución eclesiástica, con virtudes que no importa mostrar y con, sin duda, muchos defectos que no deja de denunciar.

La vida de “El cardenal” es la de un hombre al que le ha tocado observar el paso del optimismo desbocado que se instala tras la Primera Guerra Mundial, a la desolación de los tiempos previos a la Segunda, una desolación que por fortuna tuvo fecha de caducidad, nos referimos a la aquiescencia de una parte de la iglesia con el totalitarismo, o con la segregación racial. Y es que, pese a lo que pudiera pensarse, el argumento de “El cardenal” no se centra tanto en los entresijos eclesiásticos como en ese discurrir de todo un periodo histórico, bastante confuso de por sí, aunque naturalmente, los interiores vaticanos tengan su relevancia, principalmente a la hora de abordar el choque entre renovadores y conservadores.

Preminger se ganó a pulso la reputación de tiránico con los actores y tanto fustigó en esta ocasión al protagonista, Tom Tryon, que, después de dos rodajes más, uno de ellos con el propio Preminger como secundario en “Primera victoria”, decidió abandonar el cine iniciando una rentable carrera como actor televisivo y una sorprendente vocación literaria que le llevó a adquirir una nueva fama, mucho más consolidada, y probablemente merecida, como autor de novelas de ciencia ficción, terror y misterio, su debut literario,”El otro” (1971), alcanzó enorme repercusión, y al año siguiente fue llevada al cine por Robert Mulligan, uno de los más reconocidos cineastas de la llamada generación de la televisión, con guion del propio Tryon. En cuanto a la película en sí, hay que destacar también la excepcional banda sonora de Jerome Moross, la cuidada dirección fotográfica de Leon Shamroy y la brillante dirección artística de Lyle Wheeler, nombres desconocidos para la gran mayoría pero que componen un excelente equipo técnico para secundar las órdenes de un extraordinario director.

Una excelente película llena de lecturas y con unas estupendas interpretaciones entre las que sobresale un trabajo secundario pero convincente de John Huston. Entre cánticos eclesiásticos, escarlata de intriga, testimonios de historia y atormentadas dudas, es hora de afrontar sin prejuicios una película que destaca por su imparcialidad, por su poca prisa por contarnos con detalle que el material del que están hechos los hombres de la iglesia también está compuesto por carne humana, una película que el paso de los años no ha hecho más que mejorar, tal vez sea porque también estamos viviendo tiempos turbulentos.
Juan Marey
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6
21 de junio de 2024
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Esta fue la decimosexta y última de la serie de películas que John Wayne protagonizó para la “Lone Star/Paul Malvern Productions”. La historia no es nueva, ya se había utilizado antes: el encubierto hombre del gobierno, John Wayne, persiguiendo a un grupo de falsificadores liderados por Yakima Canutt, que operan desde una ciudad fronteriza entre Estados Unidos y México, en este caso para conseguir sus propósitos Wayne se une al show medicinal del Dr. Carter, Earle Hodgins. Hay un toque de ligero humor proporcionado por los discursos fanfarrones de Hodgins y por Gordon Clifford y Perry Murdock como Mike e Ike, cantantes del show, y claro, como no podía ser de otra manera en una película del oeste de la época, un pequeño lío amoroso entre Marion Burns (Linda Carter, la hermosa hija del Dr. Carter) y nuestro intrépido John Wayne. Por cierto, en 2008 “Legend Films” coloreó y renombró la película como “Guns Along The Trail”, para una colección de DVD que presenta varias otras películas del John Wayne de la época.

Sin duda lo mejor de este Western de serie B lo constituye la presencia de un estupendo John Wayne, además cuenta con una serie de escenas de acción muy bien realizadas. La trama es bastante interesante, con nuestro querido Wayne tratando de desmantelar esa red de falsificación, aunque en ocasiones resulte no muy creíble. Wayne todavía estaba progresando como actor y aún no era la gran estrella y el gran actor que todos llegamos a conocer, pero está realmente bien y es uno de los principales motivos por los que esta película resulta bastante recomendable. El guion es de Robert E Mmett y no está mal, consiguiendo que la trama avance a bastante buen ritmo y resulte interesante. El elenco de actores realiza un buen trabajo, destacando un villano llamado Yakima Canutt que nunca resulta aburrido, el actor que interpreta al "Doctor" también está muy bien, a mi particularmente me recordó mucho a Walter Houston, con un estilo de actuación muy similar, por último, la heroína que encandila a un jovencito John Wayne, Marion Burns, aceptablemente bien sin más.

Entretenido western, una emocionante aventura del oeste en la que por supuesto no podían faltar tiroteos, persecuciones a caballo o peleas a puñetazos. Una buena película lamentablemente olvidada y bastante subestimada, de visita obligada para los fanáticos del género.
Juan Marey
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8
19 de junio de 2024
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine clásico ya había sido casi totalmente barrido del mapa a mediados de los años setenta, tan solo ciertos destellos, lanzados por algunos de los sobrevivientes de aquella época, afloraban entre el tremendismo y la violencia que desprendían los mayores éxitos del cine comercial anglosajón de aquella década, y de este modo el medio televisivo se convirtió en una especie de albergue que cobijó a varios de esos viejos genios que no encontraban su sitio entre los proyectos auspiciados por los nuevos magnates del cine americano, entre ellos George Cukor, una luminaria que aún paseaba su aroma clásico allí donde le dejaban, uno de esos cineastas que forjó la leyenda del séptimo arte mundial cosechando en su extensa filmografía varias de esas piezas inmortales marcadas con letras de oro en cualquier manual dedicado al cine que se precie.

Bajo la producción de ABC circle films (propiedad de la American Broadcasting Company, una de las compañías estadounidenses más poderosas en lo referente a seriales y TV-movies) Cukor se desplazó al Reino Unido para dirigir un telefilm muy particular. Por un lado se trataba de un producto que se alejaba en espíritu y forma de la mayoría de producciones televisivas de los setenta, no, no había asesinatos por resolver, ni policías luchando contra el crimen, ni bellezas jóvenes y rubias, al contrario, el elenco estaba liderado por dos leyendas del cine en el declive de sus carreras como eran Laurence Olivier y Katharine Hepburn. Además la puesta en escena estaba bajo la tutela de Cukor, un cineasta que siempre prefirió apostar por la elegancia y la pulcritud en detrimento de los fuegos de artificio y los efectos impostados, con historias entretenidas que nunca decaían en el letargo, merced al ritmo ágil pero acompasado con el que componía el bueno de George.

“Amor entre ruinas” es una película excelente que parte de un guion espléndido de James Costigan, Costigan elabora su guion sobre algunas premisas básicas: por un lado, es una comedia con toques de melodrama melancólico con horizonte empedernidamente romántico, además es una película de personajes en la que la trama, el “macguffin hitchcockiano”, una demanda judicial que denuncia el incumplimiento de una promesa matrimonial, cede ante el combate de palabras, maniobras, secretos y olvidos del pasado de dos personas, dos personajes muy fuertes aunque una domine arrolladoramente la escena y el otro, aparentemente más pasivo, domine los engranajes de la relación, porque posee el tesoro de un secreto sentimental que ha labrado toda una vida. Pero si el guion es pieza esencial, no lo es menos la puesta en escena, “Amor entre ruinas” cuenta con George Cukor, un maestro del clasicismo más depurado, un tipo culto, elegante y sofisticado, dominador absoluto de la dirección de actrices y actores, un pintor de los sentimientos, pasiones y emociones humanas, uno de esos cineastas capaces de comprender el sentido de un decorado o un vestuario, no por su sentido ornamental, sino como un elemento más de su puesta en escena, de su visualización del guion, “Amor entre ruinas”, se convierte así en un prodigioso combate de reproches, maniobras, recuerdos y olvidos, palabras, silencios, miradas que componen la relación entre ese ilustre abogado llamado Sir Arthur Granville-Jones (Laurence Olivier) y su cliente, Jessica Mendlicot (Katharine Hepburn).

Una estupenda película que pienso que que todo amante del cine clásico debería revisar, pues además de estar seguro de que os va a encantar, emerge como uno de los últimos esbozos de una forma de hacer cine que nunca más volvería a repetirse con estos mismos mimbres e ingredientes.
Juan Marey
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8
16 de junio de 2024
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Padre Padrone” se basa en el relato autobiográfico de Gavino Ledda en el que un joven pastor se libera de la tiranía de su padre que lo arrancó de la escuela, hasta llegar a ser lingüista y escritor, con 18 años Gavino dejó a su familia y el campo y se enroló en el ejército, allí estudió y se licenció como sargento experto en electrónica, en 1961 consiguió terminar la enseñanza media, y entró en la universidad de Roma, hoy día es uno de las grandes lingüistas italianos, autor de numerosos textos.

Extintas las últimas llamas del Neorrealismo a finales de la década de los cincuenta, una nueva hornada de realizadores italianos decidía dar un paso al frente para asumir el relevo de la conciencia social si bien adoptando perspectivas y estilos del todo particulares, entre estos jóvenes cineastas, los hermanos Paolo y Vittorio Taviani proponen una obra en la que se amalgaman una firme vocación de denuncia, auspiciada por su militancia en el Partido Comunista y enmarcada tanto en la actualidad como en una lectura crítica de la Historia, junto con la devoción por los clásicos de la literatura, con León Tolstoi como autor de cabecera, y el desarrollo de un sello artístico personal de notables aspiraciones estéticas. “Padre Padrone” es una de las cumbres de su filmografía, avalada por la Palma de Oro obtenida en el festival de Cannes de 1977, y una de las muestras más representativas de su cine.

Es difícil expresar en palabras el impacto que te provoca al visionado de "Padre padrone", rodada con medios ínfimos, y en 16 mm. Es una indiscutible obra maestra del cine europeo, pese a esa escasez de medios, sus imágenes, sus planos frontales, lindan con "el cine pintura" y el "cine poesía", en “Padre Padrone”, los hermanos Taviani, logran desarrollar un peculiar realismo poético, impregnado de la ideología de la izquierda italiana de los sesenta, en su descripción cinematográfica de la realidad; como ya hemos comentado, el personaje de la película es Gavino Ledda, hijo de una familia pobre de Cerdeña, quien sólo conoce el dialecto local y padece a un padre tiránico opuesto a todo aquello que atente con su autoridad, incluida la instrucción escolar, la película narra unos hechos, pero deja abierta una puerta a la reflexión, los hechos, a la hora de verlos, son universales, se dan en todos los lugares, con mayor o menor fuerza, la película puede servir de base para realizar un repaso reflexivo sobre la amistad, el espíritu de superación, el conocimiento, el rechazo de la injusticia, el derecho a la educación, y los factores que lo entorpecen. El conflicto entre Gavino y su padre es el pretexto para un cuadro de alcances más amplios: el silencio, la falta de educación, la dependencia, no son temas que se circunscriban a un personaje, y ni siquiera a un lugar determinado del mundo, esa Cerdeña donde transcurre la acción de esta película, se puede reflexionar sobre el derecho a la educación y a la igualdad de oportunidades, la necesidad de la formación de cara a la socialización y a la búsqueda de un trabajo, el maltrato de padres a hijos, la dependencia de muchos niños de padres y maestros, la posibilidad de salvar las barreras con otras oportunidades, la educación de adultos...

No es una película a la que podamos catalogar como “culta”, sino más bien didáctica, llana, directa, áspera, tosca, brutal, pero accesible para todos los espectadores. Va directamente al tema, no busca actores consagrados, no se detiene en el paisaje hermosos de Cerdeña, no importa la acción, se sirve del cine como un medio de conocimiento de la realidad, como lo hicieron maestros de la talla de Rossellini o Renoir. Una gran película llena de sensibilidad y compromiso.
Juan Marey
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8
9 de junio de 2024
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La película nos habla de las aventuras de Franz Biberkopf, un expresidiario que a la salida de la cárcel (en Berlín, 1928) se promete a sí mismo ser honrado, una trama lo suficientemente apasionante como para que el interés se renueve minuto a minuto, se centra en la peor barriada berlinesa donde se dan cita proletarios, rameras, mendigos y familias al borde de la miseria además de agitadores extremistas. Está basada en la novela homónima de Alfred Döblin, publicada en 1929, que refleja el ambiente de la Alemania de la República de Weimar: paro, inflación, delincuencia, el caldo de cultivo del nazismo, Döblin, en su novela, profundiza en una tragedia colectiva tanto mediante la indagación en la ciudad —Alexanderplatz y los barrios bajos de Berlín son los verdaderos protagonistas— como a través de la adopción de un punto de vista subjetivo, el del personaje central, Franz Biberkopf. La primera versión cinematográfica que se hizo de esta excelente novela es la película que hoy nos ocupa, “Hampa” (también titulada en castellano como “Berlín Alexanderplatz”) e interpretada por Heinrich George, Maria Bard y Margarethe Schlegel, fue realizada en 1931 por Phil Jutzi, utilizando un estilo a medio camino entre el más puro expresionismo y la vanguardia.

Jutzi, que simplificó la profusa trama de Döblin, insistió en su film en el aspecto colectivo del mundo narrativo, tratando con discreción los primeros síntomas del nazismo, sin hacer nunca del protagonista un héroe típico, se muestra más interesado por el tema del amor, la posibilidad de amar sin que se tenga que recibir algo a cambio, y sin que se termine en una situación de frustración. El interés por el melodrama se expresa también en la estética del film: cuidado extremo en la ambientación, ángulos y movimientos de cámara antinaturalistas y, sobre todo, una iluminación fascinante, con destellos, contraluces, luces intermitentes y claroscuros, los diálogos son escasos, pero las imágenes nos lo dicen todo, se observa, bajo mi punto de vista, una pienso que clara influencia de ese maestro de la luz que fue Joseph von Sternberg.

Jutzi sorprendió al mundo en 1931 con esta adaptación de la novela de Alfred Döblin, Jutzi se desempeñaba mayormente como director de fotografía, eso era lo que había hecho durante toda su vida, algunos títulos inferiores como director durante la era del cine silente era lo único que podía sumar antes de embarcarse en un proyecto tan ambicioso, ambicioso porque se trataba de una de la novelas más importantes de la literatura alemana y porque su complejidad estética la había marcado como una obra muy compleja para ser llevada a la gran pantalla. Por buena fortuna para Jutzi, el propio Döblin se sumó para trabajar el guion que sería llevado a la pantalla, sin duda el haber contando con el escritor del material original fue sumamente beneficioso en el resultado final. Para el director esta película se convertiría con el tiempo en una especie de testamento, unos años después, con el ascenso de Hitler al poder, Jutzi dejaría de dirigir y se concentraría en trabajos menores como director de fotografía, pero antes de despedirse le dejó de legado al mundo “Hampa (Berlin Alexanderplatz)”, por cierto, lo que serviría como base para que unos 50 años más tarde otro director germano, Rainer Werner Fassbinder, realizara una adaptación más completa de la obra de Alfred Döblin, una serie que consta de trece episodios más un epílogo y que es realmente magnífica, totalmente recomendable .

El trabajo de Heinrich George interpretando al desdichado Biberkopf es fabuloso, su presencia en pantalla abruma y tiene momentos brillantes, el representaba toda una clase obrera, él era el prototipo de los hombres que tuvieron que enfrentar la crisis de los años 20 en esa Alemania posterior a la primera guerra mundial. George logra de manera impecable poner en escena un personaje atormentado por su pasado, que se muestra inseguro de su futuro y que reacciona de manera violenta por el miedo que le arropa, es él quien lleva en gran parte el peso del filme y es su energía la que motoriza todo.

Una obra sin duda de un alto valor cinematográfico y de una importancia histórica irrefutable.
Juan Marey
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