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Críticas de Sergio Berbel
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Críticas 924
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
10
24 de agosto de 2024
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De un simple artesano de Hollywood como Taylor Hackford nunca hubiera esperado un film de la dimensión de “Eclipse total (Dolores Claiborne)”. No sólo por la calidad que destila como obra fílmica en dos espacios temporales diferentes con distintas texturas visuales que se van entremezclando sino, sobre todo, por un guión que, enriqueciendo enormemente uno de los mejores textos literarios de Stephen King, ajeno a fenómeno paranormal alguno, aborda todos los temas candentes de nuestra sociedad: el machismo social, los abusos sexuales, la violencia machista, la lucha de clases, el alcoholismo, los secretos familiares como detonantes de nuestros problemas psicológicos, la asfixiante sociedad habida en las pequeñas poblaciones, la misoginia, el feminismo como única herramienta de supervivencia, los problemas de salud mental como consecuencia de todo lo vivido, el ultra conservadurismo de las pequeñas poblaciones impregnándolo todo hasta la náusea, la tiranía de la burguesía sobre el proletariado… Todo está presente en esta obra cinematográfica de referencia que, como ocurriera con “El resplandor” de Stanley Kubrick, parte de una novela de King para engrandecerla y otorgarle una polisemia espléndida.

Y, sobre todo, es un tratado sobre las zonas oscuras que todas las familias ocultan y que el espléndido guión de Tony Gilroy consigue hilvanar a través de dos épocas diferentes que se van superponiendo en pantalla para complementarse y explicarse la una a la otra. Por un lado, conocemos a Selena, una periodista que recala su la pequeña isla de origen para cubrir el presunto asesinato que parece haber cometido su madre contra su patrona, la mujer sin corazón para la que trabajaba como empleada doméstica durante dos décadas. Pero ese es sólo una de las dos muertes violentas que sobrevuelan a esta familia, porque sin resolver también lleva décadas la muerte en extrañas circunstancias del padre de Selena y marido de Dolores Claiborne, un alcohólico machista y maltratador que les había hecho la vida imposible. Ambos crímenes tienen puntos de conexión que acabarán surgiendo a lo largo de sus exactos 131 minutos de metraje.

Desde el punto de vista técnico, destacan dos cuestiones que resultan indiscutiblemente magistrales:

1 La brillante dirección de fotografía de Luis Gabriel Beristáin, capaz de crear dos texturas distintas: una más fría y azulada para el presente; otra más luminosa y cálida para el pasado. Sencillamente magistrales ambas. Perfectamente acompasadas por la partitura musical original del gran Danny Elfman.

2 Su elenco actoral, sobre el que se impone y brilla con luz propia una diosa llamada Kathy Bates (necesitó este film y “Misery”, también basado curiosamente en otra novela de Stephen King, para que el mundo cayera en la cuenta de su dimensión actoral). Frente a su interpretación, todo resulta poco y pequeño, aunque son ciertamente notables los trabajos de Jennifer Jason Leigh como Selena y de David Strathairn (en el mejor trabajo de su carrera) como el marido maltratador. Ojo a la participación como secundario en un jovencísimo John C. Reilly.

Y finalmente está el eclipse de sol, claro, que marca la trama y algunos momentos estéticos insuperables en este film injustamente tratado y a reivindicar.
Sergio Berbel
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10
23 de agosto de 2024
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Jacques Audiard es, para mí, la mejor voz propia del cine francés contemporáneo. Con “De latir, mi corazón se ha parado” me cautivó. Con “Un profeta” me noqueó. Con “De óxido y hueso” me captó para siempre, siendo el film de Audiard que más me cala. El genio galo es el mago del cine negro europeo al que hace confluir con desgarradoras historias de amor. Su obra está por encima del bien y del mal y nace clásica. Todo en sus planos es perfecto y necesario, todo es violento y descansa a su vez en el equilibrio de lo bien hecho, todo es mágico de forma pura.

Esta historia inmortal del gánster que necesita redimirse a través del piano resulta ser un gozo insuperable para los sentidos. Cuanto más violento es el personaje, atrapado en un mundo familiar asfixiante y repugnante alrededor de la especulación inmobiliaria (junto a la turística, la más execrable), más necesita de la música para encontrarse. Cuantos más planos nos ofrece Audiard, más imprescindible es en nuestra vida.

Su protagonista es el hijo de un mafioso del ladrillo. Compran inmuebles, golpean a sus inquilinos, les introducen ratas en sus hogares, los maltratan, los torturan… La cuestión es que dejen sus viviendas libres para iniciar una cadena de especulación con la que enriquecerse. La pura realidad ante la pantalla. El capitalismo sin tapujos, mostrando sus vergüenzas. Y, en ello, Jacques Audiard retrata la violencia como nadie, sórdida y deslavazada, atronadora y desgarradora, no etérea y estética como en los americanos Coppola, Scorsese o Tarantino.

Estamos ante un remake que supera con creces al original norteamericano setentero “Melodía para un asesinato” de James Toback, para relatarnos que hay lazos familiares que atrapan a los seres humanos y que no los dejan respirar, que hay padres que exigen deudas de sangre y vínculos con sus oscuros negocios a sus hijos, que existen lealtades inquebrantables, que nunca se supera la muerte de una madre. Pero también Audiard nos asoma a la infidelidad marital, al terrible drama de estar enamorado de quien no se debe, al poder corruptor del dinero y a los asquerosos satélites que pululan a su alrededor, a la música como única salida posible a tanta oscuridad. Todo ello en apenas 107 minutos. Una capacidad de síntesis asombrosa y necesaria.

Un edificio que se sostiene en las magistrales interpretaciones de su trío protagonista: Romain Duris como Tom, el hijo modélico del mafioso y el magnífico pianista; Lihn Dan Pham como la paciente profesora de piano; y una espléndida y maravillosa Aure Atika como la mujer que puede hacer detonar todo por su sensualidad, bondad y resiliencia, la pieza clave del film.

Como en todo el cine de Audiard, la parte estética es fundamental y se sustenta en una brillante dirección de fotografía de Stéphane Fontaine muy adecuada a la concepción de noir que tiene la cinta. Al igual que resulta perfecta la música del gran Alexandre Desplat. No ganó por casualidad 8 Premios César de la Academia Francesa en su edición de 2005, gracias a los que Jacques Audiard logró notoriedad mundial.
Sergio Berbel
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10
20 de agosto de 2024
6 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Miguel Faus logra la cuadratura del círculo conformando una pequeña gran joya de cine social a través de una mezcla que él logra hacer posible entre Ruben Östlund y Yorgos Lanthimos con expresos ecos del cine de Fernando León de Aranoa. Porque “Calladita” es una gozada y lo tiene todo: es divertida, profunda, comprometida, gamberra, caústica, fascinante, espontánea, tiene unos personajes inolvidables y una metáfora sobre gatos que pasa por ser uno de los más bellos momentos anticapitalistas de la historia del cine. Y en eso emparenta con “El triángulo de la tristeza”.

Mientras la veo, me emociono, me importa todo lo que le ocurre a su protagonista, me indigno con sus empleadores, me dan ganas de acabar con la burguesía, quiero que la revolución social de Ana se fragüe, me río, me tenso y hasta se me escapa alguna lágrima. ¿Acaso el cine no era esto? El cine es “Calladita”.

La historia es bien sencilla a la par que dura. Nos hace vivir un mes de Agosto en una casa de campo de una familia de la alta burguesía catalana junto a la empleada doméstica interna originaria de Colombia. La misma, como le indica la señora de la casa, debe reducir su vida a “a trabajar mucho y estar callada”. Es la esclavitud decimonónica reproducida en pleno siglo XXI delante de nuestros ojos. Un caserón cuya subsistencia y la de sus veraneantes recae exclusivamente sobre los hombros de Ana, teniendo que soportar los caprichos de la señora, las manías del señor y las salidas de pata de banco del hijo pijo y de la hija guay. Un infierno del que sólo puede olvidarse a través de un gato que visita de incógnito la casa y de Gisela, la asistenta doméstica de la casa de al lado, también de origen colombiano, una chica despampanante por dentro y por fuera, con más experiencia que Ana y que trata de espabilarla y buscarle algún rincón en el que poder vivir y respirar. El personaje de Angie es puramente adictivo y me hace levitar en varios momentos del film. Todos soñamos con tener una Angie en nuestra vida.

La cinta se sustenta en un guión maravilloso y certero del propio Miguel Faus, desarrollando un corto que había rodado previamente de manera poderosa. Pero, sobre todo, gracias al trabajo actoral que atesora el film. Sin duda, Paula Grimaldo está magistral encarnando a Ana y sosteniendo todo el peso de la cinta. Pero también resultan impresionantes tanto Ariadna Gil interpretando a la odiosa señora de la casa como Luis Bermejo como su impertérrito marido. Resultan también profundamente inquietantes Pol Hermoso y Violeta Rodríguez como los hijos repugnantemente pijos de la familia. Pero brilla por encima de todos, lo cual tiene muchísimo mérito dado que se trata de un personaje secundario, la portentosa Nany Tovar como Angie, la cual se merienda todas las escenas en las que aparece.

Sus 92 minutos apenas son un suspiro conforme la tensión social crece en el interior de la casa y la lucha de clases comienza a conformarse, tanto en el reino humano como en el animal. La metáfora felina es una de las más logradas que haya visto en toda mi vida en una pantalla de cine.

La bellísima dirección de fotografía de Antonio Galisteo resulta magistral recogiendo la belleza rural del Baix Empordà catalán, al igual que resulta colosal la música de Paula Olaz. Todo funciona con la precisión de un reloj suizo en este film que, por cierto, está apadrinado por un tal Steven Soderbergh, ahí es nada.
Sergio Berbel
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10
19 de agosto de 2024
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
En 2000, el planeta entero contuvo la respiración ante el estreno de “Deseando amar (In the mood for love)”. Probablemente, Wong Kar-Wai había estrenado la más triste historia de amor habida en el cine y, sin duda, la más plástica de todas ellas. Su maestría no tenía antecedentes ni tuvo consecuencias, porque ninguno de los films que conforman su filmografía le llegan ni al tobillo a esta hipnótica obra maestra. Nunca una historia de amor había sido tan sutilmente desgarradora y, desde luego, jamás tan esteticista. Su melancolía se puede palpar, se saborea, se huele desde ese lugar en el que sus protagonistas compran tallarines mientras la lluvia más fotogénica del cine cae sin piedad sobre sus personajes.

Esta forma tan difusa de entender las familias a través de pisos con habitaciones alquiladas a distintas familias tan propia del Hong Kong de 1962 en que se ambienta el film, fundamenta su excelencia como una de las grandes películas de la historia del cine en varios elementos concurrentes:

1 El portentoso virtuosismo plástico de Wong Kar-Wai no tiene precedentes. Nunca un film fue capaz de ser tan bello, ni de sacarle partido con tal capacidad artística a la cámara lenta, ni de fotografiar la lluvia o el tabaco más elegantes de la historia del cine. El derroche de genialidad de la colorimetría, de la dirección de fotografía de Christopher Doyle y Mark Lee, de la mejor ambientación y vestuario sesenteros jamás vistos, del ritmo cadenciosamente hipnótico de sus reflejos en los espejos y sus cámaras con movimientos de ida y vuelta… Una lección magistral.

2 La ambientación musical del film también resulta insuperable. La mezcla de una de las BSO más bellas de la historia de la música para cine de Michael Galasso, sacando de la cuerda el más bello de sus sonidos, embelesa tanto como el uso magistral de algunas canciones de Nat King Cole, que cobran vida propia cuando se unen a la hipnótica cadencia de la cinta.

3 Las interpretaciones de su pareja protagonista: si Tony Leung Chiu-Wai borda el papel de hombre enamorado de quien no debe, lo de Maggie Cheung no tiene nombre. La actriz nos regala una lección magistral de sutileza, de saber mirar a cámara (impresionante momento en el que se le escapan las lágrimas en un primer plano apabullante), de gestionar una economía gestual minimalista para decirlo todo casi sin moverse. Su interpretación no es de este mundo.

4 La historia: el guión, del propio Wong Kar-Wai, es un prodigio de contención. Casi susurrando, nos cuenta que las infidelidades destrozan las familias, que causan heridas incurables, que desgarran tejidos internos para siempre y que generan víctimas irrecuperables. Pero también nos habla de la asfixiante sociedad que todo lo mira, lo comenta y lo juzga. Y de las diferencias de clase. Y de la bondad que impide a sus personajes hacer lo mismo que les hacen a ellos. Todo contado con una elegancia inaudita. 95 minutos que apenas resultan un suspiro y que dejan ganas del doble, del triple, del cuádruple de metraje. Un film para ver de rodillas.
Sergio Berbel
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10
19 de agosto de 2024
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En 1996, debutaba con una ópera prima gozosamente impactante uno de los más importantes directores del cine europeo actual, Fernando León de Aranoa. “Familia” no dejó indiferente a nadie, y sigue sin dejarlo, porque nunca se ha ironizado con tanta socarronería, acidez y corrosión la institución familiar en particular y nuestra sociedad en general. El resultado resultó magistral y abrió el camino a una de las mejores filmografías europeas.

Santiago se despierta la mañana del día de su cumpleaños y baja a ser felicitado por su familia. Sólo hay un problema, y es que algo no encaja en la forma de relacionarse de Santiago con la familia, algo aparenta ser falso. La farsa de la vida idílica que tanto y tan bien se nos vende es la piedra angular de un film que, aunque su guión esté firmado por el propio León de Aranoa, podría ser del mismísimo Rafael Azcona. Como siempre, lo que más brilla en un film del magistral cineasta son sus diálogos, impagables, hilarantes y lúcidos a la par, imprescindibles siempre. En esta ocasión, además, le debemos muchos el descubrimiento del juego de buscar objetos en las formas de las nubes.

Juan Luis Galiardo es Santiago, mientras que una excelente Amparo Muñoz ejerce como su esquiva esposa, la cual tiene una relación un tanto tensa y particular con el personaje que interpreta Chete Lera, hermano del protagonista y que está casado con la mujer que encarna la histórica Ágata Lys. Ese extraño matrimonio tiene un hijo adolescente (Juan Querol) y una hija (impresionante y dueña de la función, fantástica y jovencísima Elena Anaya). De la madre del dueño de la casa se encarga Raquel Rodrigo.

Las situaciones esperpénticas y con un inteligentísimo halo misántropo se suceden unas a otras y las risas, cargadas de humor negro e inteligencia, son inevitables conforme evoluciona tan enloquecida trama y la sensación de familia idílica se va disolviendo por momentos ante nuestros ojos, mostrando toda la falsedad y mentira que esconde tras su perfecta apariencia.

Ojo al homenaje que se incluye en el film a “Repulsión” de Roman Polanski, porque ya se sabe que a las familias las carga el diablo. Como no podría ser de otra forma, se alzó con el Goya a la Mejor Dirección Novel en 1997, suponiendo el inicio de una imparable carrera que culminaría con la, para mí, mejor película de nuestro cine, “Los lunes al sol”.
Sergio Berbel
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