Star Trek a la muy japonesa, y ya está. Es decir, el mismo puente de mando con siete tripulantes muy comprometidos con su capitán, las mismas lucecitas y las mismas misiones que se resuelven apretando un botón tras varias explosiones en los pasillos que hacen volar a algún marinero descuidado. ¿Y entonces esta peli para qué? Pues para ver que se puede hacer una adaptación de una serie japonesa y convertirla en una peli japonesa con más efectos especiales, más gritos pronunciando el nombre del amigo sacrificado y muchas incongruencias temporales. ¿Cómo es posible que en el siglo XXIII o así los tripulantes lleven chupas de cuero, pistolas de 1965, micrófonos con cable, carpetas con bolígrafo y demás. Pues no lo sabemos. Pero no pasa nada, el pequeño truño es muy disfrutable y todos tienen pelazo que se mueve al viento como una palmera.

Los setenta no fue la década más interesante para los thrillers. Los pantalones de campana, las patillas, las camias desabotonadas y demás no aportaban mucha magia a los muy casposos ladrones y polícías. En España teníamos el ahora muy prestigioso cine macarra y en Francia tenían cosas como 'El matón', también con intérpretes veteranos (Jean Gabin y Jacques Richard, muy aburridos de sus papeles), chicas guapas (increíble Uschi Glas) y escenas de persecuciones por las calles. Menos mal que las pelis duraban poco.

La sinopsis de 'Un domingo en el campo' cabe en esas galletas de la suerte que tanto salen en las pelis antiguas de Hollywood: un anciano pinto disfruta de la visita de sus hijos un domingo en su casoplón en la campiña. Y ya está. No hay más. Pero tampoco menos. Tavernier narra todo con sutileza dejando la la aparición de la hija Irene (maravillosa Sabine Azéma) para revolucionar todo y aportar algo de nervio al asunto. Una peli muy bonita con una secuencia, la del baile en el bar a orillas del Sena, que recuerda a clásicos como 'Casco de oro'. Bravo.

Todo un giallo que se salta algunas normas, la primera es que sabemos quién es el asesino desde el primer momento. Pero permanecen otras, como la sangre de colorín colorado, las bellas modelos acuchilladas y el ambiente lujoso y decadente de las grandes mansiones italianas con un actor norteamericano de protagonista, en este caso canadiense. El resto se ve con cierta apatía, sacudidad de vez en cuando con las súbitas apariciones de un Jesús Puente con peluquín. Entretenida.

Revisado el debut de Sofia Coppola veinte años después, la cosa no era para tanto. Sí, se nota el poder visual de la joven realizadora, su capacidad para revivir mundos desde una perspectiva moderna, casi megapija, pero empiezan a notarse sus inconsistencias narrativas (palpables en su última película, 'Priscilla') y sus decisiones de 'sí porque me da la gana'. Demasiadas cosas no tienen sentido en las peripecias de las seis hermanas, empezando por su supertrágico final, y eso puede arruinar una película. En su momento, en el ya muy lejano 1999, no ocurrió, también gracias a las maravillosas canciones de tantos grupos de la época y de los Air franceses.