John Wick: Chapter 4 está dirigida por Chad Stahelski, quien vuelve a la carga con una saga que está protagonizada por el inigualable Keanu Reeves. En su anhelo por ser liberado de la Alta Mesa, que lo utiliza para asesinar, John deberá enfrentarse a todo el sistema, lo que incluye viejos amigos y nuevos enemigos. Entre los viejos amigos contamos con el hombre ciego más peligroso del mundo, que es amigo y enemigo a la vez (Donnie Yen), el Rey (Laurence Fishburne) o los gerentes de Nueva York y Osaka (Ian McShane y Hiroyuki Sanada). Entre los nuevos villanos tenemos al Marqués (Bill Skarsgard) o un rastreador acompañado por un perro (Shamier Anderson). El caso es que el bueno de John comenzará el filme ya en plena persecución por el desierto, obteniendo a cambio la promesa de que no podrá desligarse de la mesa a menos que sea por los pies por delante. Sin embargo, es terco como pocos y buscará cualquier resquicio para lograrlo, por muchas vidas que haya que arrebatar.

Al margen del guion, que se va complicando pero es sencillo, lo que más brilla en John Wick es precisamente la acción. No tengo recuerdo reciente, aparte de las anteriores entregas y Nadie, que me haya hecho disfrutar tanto de este tipo de cine. Los combates son coreografías repletas de buen gusto, con pistolas, katanas, armas blancas y un largo etcétera. La visceralidad es evidente en cada nueva situación, como lo es también el original emplazamiento en el que se localiza cada batalla campal, con París como principal foco de acción: Sagrado Corazón, Arco del triunfo (esta especialmente espectacular), etc. Hay que destacar una que ocurre en una casa abandonada, con planos aéreos que son una oda a los Grand Theft Auto antiguos. Lógicamente, contamos también con el empaque de un Keanu Reeves que apenas tiene diálogo, pero que no le hace ninguna falta. A su lado, un gran elenco de actores que ya hablan por él y que, además, logran aportar más carisma al conjunto.

En definitiva, JOHN WICK 4 es una película muy larga, sí, pero no se hace pesada en absoluto y sus tramos valle son bastante cortos. El resto, es una sucesión de combates, cada cual más espectacular que el anterior, con una crudeza tremenda y unas coreografías hipnóticas. No sabría decir si es mejor que las anteriores, pero sí que vale la pena como espectáculo y, evidentemente, es una de las mejores películas de acción del año. Podemos decir que deja en evidencia a las demás. No os la perdáis.

Bajo terapia está dirigida por Gerardo Herrero, quien introduce una terapia psicológica un tanto atípica, pues la psicóloga de las tres parejas que intervienen cita a estas en un loft para realizar una terapia de grupo. Así pues, dispone cartas que han de ser abiertas en orden y que trabajan miedos y aspectos importantes sobre la relación de las parejas. Poco a poco irán tocando temas importantes que hará que estalle su relación y pongan a prueba su amor. Las parejas son los personajes de Alexandra Jiménez y Fele Martínez; Antonio Pagudo y Eva Ugarte y finalmente Malena Alterio y Juan Carlos Vellido. Juntas, trataran temas tan peliagudos como los celos o el sexo.

La película entremezcla elementos de comedia con tintes dramáticos, derrochando gran ironía y complicidad entre los intérpretes. La película se torna educativa y casi imprescindible para tratar el tema del machismo y es toda una sorpresa agradable en la cartelera de las comedias españolas, que últimamente están tomando deriva demasiado simple y de brocha gorda. La mayor parte de sus conversaciones tienen una chispa que nos hace sonreír, incluso cuando no debemos hacerlo, y su final nos sacude con fuerza, siendo tan sorprendente que no te lo esperas. En cuanto al filme en sí, es tan simple como una habitación donde todo ocurre; cierta claustrofobia que se deja sentir en algunas parejas, para las que la terapia parece no acabar nunca.

En definitiva, BAJO TERAPIA es una sorpresa para la comedia española que es muy recomendable y con la que se puede trabajar el machismo en clase. Un soplo de aire fresco que divierte y nos golpea a partes iguales. Su estilo teatral, además, hace que sus protagonistas se luzcan y traspasen la pantalla sus diálogos. Muy recomendable, no os la perdáis.

Scream VI está dirigida por Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, quienes se toman la sexta película como una oportunidad para reírse de lo que supone el género slasher, hacer pensar que le dan la vuelta a la tortilla y quedarse como estaban. Nos ofrecen una película que quizás es la que mayor sangre y asesinatos destila, pero no es tensa, ni crea expectativa y, ni mucho menos, dudas sobre el posible Ghostface de turno. En esta ocasión, los supervivientes de la quinta entrega (Melissa Barrera, Jenna Ortega, Jasmin Savoy Brown y Mason Gooding) se mudan de Woodsboro a Nueva York. Lejos de explotar la gran ciudad, aparte del metro escasamente, todo es más de lo mismo. A ellos se les une de nuevo una Courteney Cox que a poco que se descuide se derretirá en bótox, y nuevos personajes manidos que lo único que crean son cierta confusión, aunque el espectador con cierta capacidad sabrá pronto de qué va la cosa.

En Scream VI Ghostface se dedica a llamar al personal, para variar, pero no crea un clima tenso, sino una persecución que acaba con potentes imágenes y asesinatos, posiblemente lo mejor de la película. Sin embargo, los diálogos e interpretaciones de ciertos personajes ya nos dan demasiadas pistas sobre el pastel, además de que se autoparodian constantemente y hace que la película pierda el componente de tensión pura que anteriores entregas poseían. Por no decir que linchan a Ghostface, como siempre, y el tío es autodestructivo y ellos unos inútiles, puesto que no rematan la faena y se dedican a esperar a que se levante para salir corriendo de nuevo. Alguna carcajada que otra debido a esto sí que os echaréis.

En definitiva, SCREAM VI es más de lo mismo, aunque os vendan lo contrario. No es la mejor de la saga, ni mucho menos, pues no supera a las dos primeras, que son las únicas de las que me acuerdo. Que haya sangre no es sinónimo de calidad y que haya más asesinatos contundentes no la convierte en lo que se está vendiendo. Si os gusta el género la veréis, pero cuando dejéis pasar un tiempo, estaréis conmigo en que la olvidaréis rápido.

Creed III está dirigida y protagonizada por Michael B. Jordan, quien está en plena forma pese a que Adonis Creed ya se ha retirado. En el negocio del boxeo está, plácidamente viviendo junto a su mujer e hija (Tessa Thompson y Mila Davis-Kent) cuando un viejo amigo aparece en su vida tras pasar veinte años en la cárcel. Este es Damian (Jonathan Majors), que hace que Adonis recuerde su vida pasada y atormentada y, en busca de una posible redención, le da trabajo en su gimnasio como sparring. Sin embargo, Damian buscará algo más que eso, la gloria incluso, alzándose como campeón de los pesos pesados, haciendo que Adonis vuelva a coger los guantes para volver a ponerlo todo en orden. Hay que decir que es un espectáculo visual, pero hay poco combate y más momento valle que otra cosa, lo cual afecta al conjunto.

Y es que en CREED III la cosa está más relajada y es menos entretenida cuando no tenemos a Stallone comiéndonos la oreja. En lo único donde la película se mantiene en alto es en unos combates efectivos, llenos de cámaras lentas y golpes terribles que llegan al espectador. Sin embargo, son contados y su duración no es ni mucho menos larga ni mucho menos tan épica como en las anteriores. Quizás el personaje de Adonis ya está quemado y otra persona deba recoger el testigo de la saga. En cualquier caso, Adonis Creed quizás haya logrado su último título de peso pesado con este filme. Por lo demás, Jonathan Majors cumple con su papel, decir que los dos se machacan y lucen espectaculares, y Tessa Thompson y Mila Davis-Kent simplemente están para dar un poso más humano a Adonis. Quizás el filme se pierde demasiado en esos momentos familiares que no aportan al conjunto.

En definitiva, CREED III es una buena película deportiva, pero no siento que sea tan potente como las anteriores y la enorme sombra de Rocky y de Stallone pesa sobre ella. No sé qué pasará con la saga de ahora en adelante, pero necesita una renovación urgente, puesto que es más de lo mismo y al espectador acabará por aburrirle. En cualquier caso, los combates están muy bien llevados. Nos la perdáis si sois fans del género.

Irati está dirigida por Paul Urkijo Alijo, que se llevó cinco nominaciones a los Goya, aunque se fue de vacío. A pesar de eso, es un filme redondo que nos lleva a la espada y brujería de antaño, con una aventura que ya les gustaría a los de Hollywood, con elementos de la tradición vasca con seres como la lamia. En el Siglo VIII comienzan a desaparecer las creencias paganas en favor del cristianismo, que se expande a gran velocidad. El padre de Eneko (Eneko Sagardoy) hace un pacto de sangre a una diosa ancestral y hace prometer a su hijo que liderará al pueblo tras su muerte. Años más tarde, Eneko tendrá que recuperar el cuerpo de su padre para erigirse como líder, pero para ello tendrá que visitar las cuevas donde habita la diosa. Lo guiará una pagana de la zona, Irati.

Ella será el alma de la película, una historia de amor bien llevada, platónica e inhóspita, tanto como los bosques y las cuevas que visitan, donde les esperan los seres más olvidados, pero todavía con nombre, que existen. Los efectos especiales están muy bien conseguidos, así como el vestuario y maquillaje, nada que envidiar a las grandes producciones y, sobre todo, con un mimo y gran respeto por la imaginería vasca. Estrenada en el Festival de Sitges, es una de las grandes películas españolas, que se destaca por su escasa producción fantástica, sobre todo del corte espada y brujería. Hay que decir que es todo un soplo de aire fresco para el género y un camino a seguir para los directores. Es visceral en sus escenas de acción y tremenda en su contundencia visual.

En definitiva, IRATI es una gran película española, de las mejores del año. Su trato y cuidado hacia la fantasía y la gran historia de amor que narra la hace imperdible a la par que interesante. Todo lo que la rodea está realizado con esfuerzo y dedicación, al igual que las interpretaciones de Eneko Sagardoy y, sobre todo, Edurne Azkarate. No tendría que haberse ido de vacío en los Goya, pero la vida es así. Seguid de cerca a Paul Urkijo Alijo, se lo ha ganado.