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Argentina Argentina · Buenos Aires
Críticas de AQUILANO
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Críticas 52
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
4
15 de diciembre de 2019
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Creo que el comienzo del tema musical que caracteriza esta serie (muy bueno, por cierto, felicitaciones a Abel Pintos) resume la idea que da origen a esta crítica. La novela televisiva aún no ha finalizado su temporada, pero nada impide que ya pueda, a estas alturas y sobre sus capítulos finales, esbozar un concepto de todo (y lo poco) lo que pudo demostrar hasta ahora. Quiero decir con ello que la trama, que en su inicio insinuaba la promesa de un mejor producto va a continuar con su mediocridad, así pasen cien capítulos.
La intención era buena: ofrecer al principio una telenovela que se apartara de los cánones de las producciones argentinas (hechas en su gran mayoría con premura, grabación de varios capítulos en un día carentes de ensayo para abaratar costos, con dirección errática y por sobretodo, un marcado descuido en el desempeño actoral de los protagonistas). Quizás se aspiraba a mostrar algún resultado de mayor calidad, tal como ocurriera con ciertas superproducciones brasileñas, como "O bem amado", "Amazonia" o "El Clon", entre otras tantas.
No fue así. Todo quedó en el intento y volvió a caer en la fácil solución de acudir a la improvisación y a estirar innecesariamente una historia para aprovechar el rating de un público sin mayores pretensiones.
El primer dardo debe ser lanzado lamentablemente hacia el grupo de intérpretes, que es bien nutrido.
Pero, nobleza obliga, primero es justo destacar a quienes, dentro de un contexto imperfecto, vienen sosteniendo con su esfuerzo y talentos personales este emprendimiento fallido para que no caiga abruptamente. Todo ello, merced a sus calidades actorales innatas y apelando a jugadas aisladas y excepcionales, como ocurre con las individualidades en el fútbol, cuando cargan sobre sus hombros el salvataje de un equipo desarticulado y desparejo. En tal categoría puede situarse a Fernán Mirás (un personaje tragicómico que podría haber sido antológico de no haber sido por las fatigosas repeticiones a las que se ha visto obligado como consecuencia del estiramiento de una temporada que debiera haberse limitado a dos meses, como máximo). Aquí, y por idénticos motivos y en orden descendente, debe incluirse con méritos a Mercedes Funes, Virginia Innocenti, Federico Salles (una joven promesa que seguramente va a ir trascendiendo y que se ya se luciera en la película "Animal" de Armando Bó), María Eugenia Suárez (más conocida como "La China Suárez"), Benjamín Vicuña, Julia Calvo (la italiana Serafina que ya fue eliminada del programa, un tanto sobreactuada pero eficaz en comparación a su entorno) y Franco Quercia (un conflictuado y convincente Malek). En otro escalón pueden ubicarse, en un nivel parejo, a Mariano Saborido (un Paco Jamandreu más querible y simpático que su original), Matías Mayer, Gastón Cocchiarale, Albert Baró (quien despertó mucha expectativa por tratarse de un auténtico catalán como el Bruno al que le tocó encarnar y su procedencia de una exitosa serie española como "Merlí". Se defiende como puede a raíz de un guión que no ayuda a ninguno de los participantes) y Diego Domínguez (un gran fumador que no puede llevar adelante una escena sin la ayuda de un cigarrillo entre sus dedos).
Luego siguen los más flojos o quienes quizás quisieron y no pudieron. O bien que por su popularidad entre el público más joven fueron incluidos como "enganche" de audiencia y no estaban a la altura de las circunstancias.
En este grupo están Delfina Chaves (linda chica con una dicción irritante, tonos monocordes y sin expresión corporal adquirida, que oscila constantemente entre la sonrisa o el ceño fruncido y la mirada hacia el suelo conforme le requiera mostrarse feliz o enojada. Nada más). Empero, con tales carencias, le confiaron uno de los personajes principales, Gonzalo Heredia (un galancete que como actor está solo en los cimientos básicos), Malena Sánchez y Candela Vetrano (se trata de dos lindas chicas, al igual que la Chaves, que conforman junto a Heredia a los Moretti, y quizás por contagio con esta genética ficticia, los tres no saben qué hacer con las manos y los tonos en cada una de sus incursiones).
Párrafo aparte para Andrea Frigerio. No nació actriz, fue una modelo convertida en tal y dentro de sus limitaciones histriónicas aceptó la apuesta, primero como una regente de prostíbulo inescrupulosa y malvada, que por razones inexplicables se va humanizando y haciéndose solidaria de la noche a la mañana con las pupilas a las que venía sometiendo.
En lo que atañe al guión, dirección y producción, muy reprochables. Se ha querido situar la acción en la Argentina de 1938 primero y la de 1940 después y no se lo logró en lo más mínimo tal cometido. Es más, puede pensarse que hasta se trabajó sin convicciones, desde que nunca se logró la ambientación de esas épocas. Se registraron errores garrafales, como la forma de hablar de los actores, que no pudieron abandonar momentáneamente el siglo XXI, es decir, con tonos acordes a los modismos actuales y deslizando expresiones ajenas a la etapa temporal donde pretendió instalarse la historia, tales como "obvio", "olvidate", entre otras tantas que se constituyeron en "perlas" negligentes o insultos que hoy se han naturalizado y pasan desapercibidos, pero que en 1940 hubieran desencadenado una significativa lesión ofensiva para quien los recibiera. Nada de música ambiental relacionada con aquellos años, que fueron pródigos en intérpretes y compositores de jerarquía. Nada de vestuario, maquillajes, cortes de cabello uniformes en el elenco, acordes a la era que se quiso retratar infructuosamente.
En síntesis, se trata de una experiencia fallida, basada más en el rédito económico que en el afán de dejar un legado trascendente que pudiera cambiar el magro nivel que hoy caracteriza a la televisión argentina.
No obstante, seguramente el año próximo tendremos novedades en nuestro "Oscar criollo", el Martín Fierro, con las premiaciones inmerecidas a las que nos tiene acostumbrados.
AQUILANO
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9
11 de agosto de 2019
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Con esta segunda película, Armando Bo II se viene afirmando como un excelente director cinematográfico. Ya tuve oportunidad de comentar su anterior producción "El último Elvis" y advierto que ha crecido mucho más desde aquella ocasión y sobresale del conjunto de directores argentinos (que los hay, y buenos, pero en su generalidad tienden a abordar temas localistas y costumbristas y no universales). Él, como coautor también del guión, siempre con Nicolás Giacobone, aborda una cuestión que no es sencilla y poco digerible para el espectador inadvertido: una faceta del tráfico de órganos (no deja de serlo aún cuando aquí se lo instrumente en forma indirecta) que tanto inquieta al mundo en general, especialmente cuando subyace en los países como el nuestro, subdesarrolado o en vías de desarrollo (como mejor quiera catalogárselo). Que existe, existe, por eso hay una ley penal expresa que lo pune y se traduce en un aspecto tabú de nuestra existencia diaria: mejor miremos para otro lado, digamos que consiste en una leyenda urbana e ignoremos la causa del por qué desaparecen periódicamente tantos niños (sobretodo adolescentes) sin dejar rastros y vinculémoslo mejor a algo como la trata de personas, comercio altamente infame pero no tan macabro como nos suena ésto.
Armando sabe calar hondo en asuntos que conmueven y ponen incómodo al espectador. Ya lo demostró en el exterior y con un director de renombre, cuando escribió también en forma conjunta los guiones de "Biutiful" y "Birdman".
Es así que evidencia una técnica poco común en nuestro medio, muy superior y acorde a la evolución del cine del primer mundo.
Para eso apela a una fotografía soberbia, unos efectos harto sugestivos que aparecen en el decorrer utilizando un rojo intenso y a las descollantes actuaciones de los principales intérpretes. Sitúa la acción en lugares que no son los clásicos y reconocibles de los films argentinos, especialmente en la tradicional ciudad balnearia de Mar del Plata, que retratada en una forma que nada tiene que ver con el turismo, bien podría tratarse, de acuerdo a como la refleja, de una playa española, italiana o tal vez croata, por dar algún ejemplo.
La evolución del crescendo también sorprende y angustia, con un sostenido trabajo de Guillermo Francella (lejos de la machietta de un anteriormente no logrado Arquímides Puccio) que últimamente ha decidido volcarse a papeles dramáticos para abandonar el clásico y eficaz comediante al que nos tenía habituados históricamente.
Compone con holgura el rol principal y es secundado por un grupo sólido de actores, entre los que sobresale el joven Federico Salles (una promesa que ojalá siga en desarrollo y no se contamine con la necesidad de papeles para sostener económicamente la vida de un artista). Una revelación, al menos para mí, pues no la conocía, su partenaire en la composición de una pareja lumpen, Mercedes De Santis. Ellos, junto a la credibilidad que transmiten Carla Peterson, Gloria Carrá y Marcelo Subiotto, entre otros, conforman el ambiente para un trhiller que supera incluso a quienes antes intentaron abordar este tema urticante de uno u otro modo: "Huye " o "Get out", "The Clinic" e incluso la recordada "Coma", basada en la novela de Robin Cook, por con su trabajo ha logrado una historia mucho más creíble que éstas realizaciones.
La narración incluye en una única mezcla la diferencia de clases, la lucha sin escrúpulos por la supervivencia y el egoísmo del ser humano cuando se enfrenta a terrible disyuntiva "o él o yo" y la indiferencia hacia su vida del propio sistema.
AQUILANO
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9
15 de octubre de 2018
9 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si no lo estoy interpretando incorrectamente, "Jusqu'a la garde" (título original) significa en francés "hasta la empuñadura" o "hasta la raíz", entre otras acepciones. Esta es quizás la definición más apropiada para esta película que, en nuestro idioma, se la ha bautizado con el insípido título de "Custodia compartida". Y digo apropiada porque hinca emocionalmente con una historia común, muy frecuente en nuestros días, como es la desavenencia de las parejas que converge generalmente en una separación que no lo es tal, porque quedan ligadas no ya en el amor o el afecto, sino en los rencores y resentimientos mutuos que genera el no querer ceder lo que se ha creado en conjunto.

La principal creación, lógicamente son los hijos, quienes van a pagar los platos rotos de la guerra que sucede al divorcio afrontando situaciones que, como en esta historia, los marcará seguramente de por vida.
Luego de la judicialización del caso -contenido hasta esa instancia en la esfera privada familiar- nada será lo mismo. El Estado expropia el conflicto y los niños y jóvenes que hasta ese momento convivían en familia comienzan a sufrir las consecuencias de las tiranteces y el belicismo entre las dos partes confrontadas que, hasta hace poco tiempo, eran sus padres convivientes.

Xavier Legrand asume con maestría esta cuestión y la retrata vívidamente en un film que no permite distracciones, logrando una obra que será difícil superar cuando se aborde la misma temática en el futuro. Advierto que tiene un antecedente sobre esta misma problemática y se trata de un cortometraje que, debo reconocer, no he podido ver hasta ahora ("Justo antes de perder todo"). Es un director joven que promete y aborda en esta realización un guión simple para exprimirlo intensamente hasta lograr la simbiosis entre una situación de violencia familiar y un thriller para el que no necesita acudir a viejas recetas ya consabidas.

Es verdad que contribuyen decididamente a este clímax las formidables actuaciones que se conjugan sin que ninguna desentone. La revelación, sin duda alguna, es el niño Thomas Gioria. Pero no pueden dejar de mencionarse en este homogéneo desempeño a Denis Menochet (una cara conocida por "Bastardos sin gloria", "Hannibal Rising" y "La vie en rose", entre otras), Léa Ducker y Mathilde Auneveux, quienes corporizan la familia perturbada y deshecha por la triste experiencia de una separación y la ferocidad de un hombre desquiciado. En síntesis, una muestra de inteligencia artística puesta al servicio del buen cine.
AQUILANO
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7
13 de octubre de 2018
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las historias de secuestros de aviones y las vicisitudes experimentadas por sus pasajeros tuvieron un auge importante en la década de los 70'. Quizás ahora a lo lejos, puedan haber perdido vigencia, como ocurrió con dicha modalidad terrorista que originaban frecuentemente estos sucesos. Es posible que las nuevas generaciones de espectadores no encuentren atractivos estos relatos porque evidentemente los gustos han cambiado.
Pero rescato algunos aspectos interesantes que presumo van a constituir una opinión aislada por las 7 (como los días en Entebbe) críticas adversas que me han precedido.

En principio, celebro que un director latinoamericano como José Padilha haya entrado al cine internacional por la puerta grande. Sus películas en su país natal ("Tropa de Elite 1 y 2") y sus series televisivas ("Narcos" y "El Mecanismo") lo hacen merecedor de esta distinción. Por eso puede darse el lujo de fallar de vez en cuando.
Me atrajo el modo en que hilvana el desarrollo de la trama mediante el hilo conductor de un grupo coreográfico de danza moderna que por sí sólo merece la atención y justifica la visión del film. ¿Habrá querido este director incluir una especie de coro de las tragedias griegas que va conduciendo la historia mientras ésta se desarrolla en otro plano independiente?. Esta inclusión coral no es gratuita, y por eso constituye un acierto, porque motiva, impresiona y emociona por la plasticidad y fuerza de estas escenas que valen por sí mismas, independientemente de historia central.

La respuesta a este interrogante la da el propio Padilha en cuanto consideró que la película debía comenzar con los bailarines, vestidos con indumentaria de judíos jaredíes, saliendo a escena y preparándose para interpretar la secuencia de la "danza de las sillas" de la obra del coreógrafo israelí Ohad Naharin "Echad Mi Yodea". Eso simboliza la llegada del pueblo judío a Palestina justo antes y justo después de la Segunda Guerra Mundial.
La hipnótica danza, interpretada por la compañía de baile Batsheva, incluye una fila de sillas sobre el escenario. A lo largo de la película, se van intercalando más pasajes de la danza, que culminan en un final espectacular ejecutado durante los títulos de crédito de cierre.Con su energía contenida, los cuerpos de los bailarines, sus movimientos que sugieren dolor autoinfligido, constituyen un comentario implícito sobre la historia que están presenciando los espectadores.
A medida que avanza el baile, los bailarines se van quitando su ropa jaredí. "Metafóricamente, se están despojando de su ortodoxia", explica Padilha. "Se están liberando de la tradición a base de abrirse a nuevas ideas que podrían contradecir sus viejas creencias".

Por su intensidad dramática y metafórica, este recurso coreográfico debió haber sido más aprovechado para unirlo al desarrollo de la trama central que no se le corresponde y parece ir por otros carriles. Una oportunidad desperdiciada que podría haber potenciado al film jerarquizando su originalidad. Las actuaciones son correctas pero no deslumbrantes. Otro aspecto interesante lo constituye la interna política entre el Primer Ministro Rabin y el entonces Ministro de Defensa Shimon Peres, que ha quedado debidamente reflejada.
El resto se diluye en un final anunciado y sin el crescendo dramático que ameritaba este acontecimiento verídico, a raíz del antiguo conflicto territorial entre judíos y palestinos que persiste hasta nuestro días y ha dado lugar a tensiones bélicas que aún no fueron superadas.
AQUILANO
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9
27 de mayo de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
No había visto este film que ha cumplido ya tres años. Quizás por eso mi comentario llegue un poco a deshora, pero llama la atención que pese al tiempo transcurrido no haya tenido más reconocimientos que los consignados en la ficha técnica.

De impecable factura, con actuaciones soberbias, especialmente las de sus dos protagonistas principales, Nora Navas y Francesc Garrido, uno va introduciéndose en una trama que parece estar viviendo realmente. Como diciendo "esto o algo parecido me ocurrió a mí", lo que puede abarcar muchos aspectos de la corrupción generalizada en todos los ámbitos y al parecer en muchas partes del mundo, pero cuando corroe un tema tan sensible como lo es la adopción cala más hondo.

Desde una de las secuencias iniciales relacionadas con el equipaje de la pareja va perfilándose un contexto hostil en la que ésta se sumerge para ir deshaciendo sus ilusiones y buenos propósitos. La coacción está presente y se agiganta porque las víctimas son dos extranjeros que tratan de vencer al sistema perverso que han descubierto sin proponérselo. Nos indigna, nos estremece, y nos hace participar de la pesadilla padecida por los personajes como si fuese verdadera. Están allí y podríamos ser nosotros. Podría ocurrir en cualquier lugar del planeta y, va de suyo, en nuestra propia tierra.

Un gran aplauso para la directora Féjerman que, con gran maestría, lleva este relato a buen puerto y sin lagunas, dejándonos un final inesperado que sólo habré de sugerir en la "Zona spoiler".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
AQUILANO
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