Ya de partida nos vemos en una nave con personajes planos y una trama más simple que el pijama de Tarzán (nave infestada de bicharracos creados digitalmente), luego le añadimos un personaje chino que no se sabe muy bien qué pinta (pero que acepta lógicamete la supremacía del americano, pues ya se sabe que los americanos siempre salvan el mundo), una becaria de microbiología que pega patadas de taekwondo, dobles mortales, lanza nunchakos, en fin, ya sabemos que los personajes del futuro saben todo sobre artes marciales. Por cierto que la chica se supone que lleva meses combatiendo contra los bicharracos sin ducharse y sin lavarse los dientes y los tiene más limpios y blanqueados que la pupila de Popeye. Y como diría Bernd Schuster no hase falta nada más que disir.

La película funciona inicialmente. El tema de los videos con crímenes familiares ritualizados es suficientemente interesante como para sostener la trama y desarrollar un buen tema. Ya de por sí el comienzo con la familia colgada del árbol es increíblemente impactante. El fallo es renunciar al desarrollo de esa buena idea y empezar a introducir una mezcla inconexa de clichés de pelis de miedo, que desembocan en ese absurdo desenlace del culto a Baal.

guiños y homenajes; habitación 237 de El Resplandor, espirales de Vértigo o de Psicosis, el propio guión de un barco vacío, que Hitchcock pensó en convertir en película, etc.. Los homenajes están tratados con gusto e incluso tienen un ligero toque musical. Sin embargo no me gustó el final, el puzzle se completaría mejor al descubrir que siempre falta un pasajero por matar, Heather.