El arco

Poesía y alegoría sobre el amor. Para algunos la poesía es abrazar el todo desde la nada, es decir, partir de la nada para convertirse en el todo. De la nada, la increíble fuerza estética se desarrolla, exuberante, voluptuosa, orgullosa hasta convertirse en la belleza absoluta. Esto se enmarca dentro de lo que es la visión existencial, donde la poesía es el medio óptimo para enaltecer la existencia.
Aquí nos encontramos con dos seres extraordinarios, seres poéticos y alegóricos. Estos seres hablan sin hablar, eso es lo poético, y se comunican a través de ligeras flechas que ambos en cada tiempo oportuno deciden arrojar. En las flechas esta todo, allí se encontrara el lenguaje de estos dos seres, desde el amor pasando por la avaricia y el odia y hasta la lujuria. Como seres poéticos, escuchan música donde no la hay, no es necesario el sonido melodioso, la exuberancia estética se encarga de todo. El viejo pescador, portador del don poético, enseñó a la joven muchacha el don de tender hacia el todo; la clarividencia sobre el futuro no es más que algo accesorio al don.
Alegoría sobre el amor. Dos seres viven el sueño; alejados de todos, en un apacible desierto de aguas, alternando amaneceres y hermosos crepúsculos, la belleza y el amor saltan de las aguas como vaporosas gotas de aguas, dos seres comentados íntimamente entre sí y con el todo viven la esencia del amor, el amor se hace real. Pero luego el amor no solo es bello sino que también es cruel, y lo real ya no es más real sino ilusión. Un tercero, en efecto, quiebra la armonía. Después de todo el amor nunca deja de ser una bella ilusión, y afuera, afuera siempre hay algo más…

Una vez la fuerza visual e imaginativa de oriente rompe con una buena parte de los esquemas y limitaciones racionalizantes de occidente. El guión es poesía y magia mezclada con la vida cotidiana, con nuestros sueños, deseos y fantasías. La historia es una de esas rarezas que reiteradamente te sorprende, que te imposibilita adelantarte y predecir; en vez de llevarte un lugar conocido la historia te abre las puertas a un misterioso horizonte de posibilidades, te acerca a lo inaudito de manera verosímil. La locación (sólo una en toda la película) está a medio camino entre lo más simple y lo más trascendente, un punto intermedio entre lo terrenal y lo eterno. La fotografía es sencillamente inmejorable, es otro personaje de la película, el placer estético de todo lo que se ve en el film, desde la belleza de la protagonista hasta el decorado o la locación te permiten cancelar por momentos el juicio de lo narrativo para dejarte llevar por lo visual, o dicho de otra manera lo visual es en la película parte relevante de lo narrativo. Las actuaciones, hechas de miradas, de sonrisas, de tensión, de silencios te cautivan e hipnotizan constantemente. En resumidas cuentas, una rareza para deleitarse.

¿Cuántas veces hemos querido que un instante durase para siempre? ¿Cuántas veces hemos querido que un abrazo con las personas que amamos se prolongase infinitamente? ¿O un beso? Esa sensación de éxtasis, de placer absoluto. Las mejores películas consiguen mantener esa sensación durante dos horas. El arco, del maestro Kim Ki-duk, es una de esas películas. El director coreano utiliza un recurso tan discutible como la cámara lenta únicamente porque él está enamorado del Hombre y de la Tierra. Es tal su amor, tan intenso, tan absoluto, que puede caer en errores. Pero igual que todos cuando nos dejamos llevar por las pasiones. Puede que esta sea una película desequilibrada, que el guión caiga en algunos tópicos o que sea demasiado preciosista. Pero, ¿quién no se maravillaría ante semejante belleza?

Es lo que le pasa al protagonista de esta historia. Un viejo pescador que encuentra a Dios reencarnado en una bella muchacha. El milagro del cine expresado en el rostro de una actriz. Difícilmente encontrarán en el cine contemporáneo un rostro tan inocente y tan pulcro como el de Han Yeo-reum. En la mirada de una mujer comenzó el cine a ser Arte (antes era solo entretenimiento, industria...). También ahí comenzó el Pecado del Hombre. Bendito pecado. La belleza de su rostro se proyecta a todas las cosas de la película. Kim Ki-duk, enamorado también de la actriz (en los mentideros se dice que la acosaba), proyecta su belleza a todas las cosas. Y quiere que duren para siempre. Por eso la película avanza tranquilamente, con parsimonia. Por eso el director y el espectador terminan reencarnados en el viejo pescador. Todos cometeríamos delitos por tener un milagro junto a nosotros.

La mejor película de uno de los más grandes directores del cine reciente.

A Ki-Duk Kim no le hace falta mucho para contarnos historias de amor mediante imágenes y música. La película, con altibajos y redundancias, se ve bien.

Bajo una excelente banda sonora Kim Ki Duk factura uno de sus mejores films con la curiosa cualidad de que ninguno de los dos personajes principales pronuncia una sola palabra a lo largo del metraje, lo que le da al film un sentido melancólico, incluso de fábula, sobre la historia de una niña que es recogida por un viejo marinero y que, tras diez años de convivencia, se debate entre salir de un barco que cada vez se le hace más pequeño o quedarse con la única persona que le lleva mostrando afecto.