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Andrei Rublev

Drama A comienzos del siglo XV, el monje pintor Andrei Rublev acude junto con sus compañeros a Moscú para pintar los frescos de la catedral de la Asunción del Kremlin. Fuera del aislamiento de su celda, Rublev comenzará a percatarse de las torturas, crimenes y matanzas que tienen aterrorizado al pueblo ruso... La biografía del pintor ruso Andrei Rublev -Andrei Rubliov-, famoso por sus iconos, sirve de base para hacer un minucioso retrato de ... [+]
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Críticas 60
Críticas ordenadas por utilidad
25 de marzo de 2010
15 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una buena experiencia al terminar de visionar la película de Tarkovsky es contemplar el icono de Rublev y preguntarnos si esa imagen de tres ángeles junto al encinar de Mambré pudo conquistar los corazones rusos inmersos en ese mundo tan cruel que se nos va presentando a lo largo de las tres horas de film. Acostumbrados a las imágenes dolientes nos cuesta trabajo comprender que el icono de Rublev sea la hipóstasis del Redentor, y que su contemplación anticipe la salvación.
Rublev representa la concepción bizantina del símbolo propia de la escuela de Nougorod. Sus imágenes se ponen del lado de la concepción iconoclasta de la Iglesia Ortodoxa triunfante en el Concilio de Nicea, que reconoce el papel central del icono en la relación de los hombres con Dios. Por eso Rublev sólo puede pintar si tiene fe, y ésta la encuentra en el genial episodio de la campana donde, entre otras cosas, se demuestra la capacidad para el movimiento de masas de Tarkovski. Boriska llora desesperadamente, Andrei lo consuela, por primera vez rompe el silencio, se compromete a retomar los pinceles. Las brasas del fogón viran del blanco y negro al color para darnos un recorrido por la famosa pintura, que termina con una toma de unos caballos (¿la humanidad redimida?).

En el libro “Esculpir en el tiempo”, escrito por Tarkovsky a modo de diario estético, nos llama la atención sobre dos concepciones pictóricas que contrapone: por un lado Rafael, por otro Vittore Carpaccio. Dice de la Virgen Sixtina que representa a una mujer burguesa normal y corriente, cuyo estado interior se basa en la verdad de una vida, y señala en ello cierta tendencia a lo dulzón y lo alegórico. Las pinturas de Carpaccio, en cambio, expresan para él valor y dignidad entre las nuevas interrelaciones individuales y la realidad material.

La segunda película de Tarkovsky, además de ser una biografía imaginaria del pintor de iconos es una manifestación de su vida espiritual y nos deja el siguiente interrogante: ¿Cuál es la esencia de un artista genial?

A Luis, Hector y Eugenio
félix alonso
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27 de junio de 2010
12 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
La vida del pintor ruso Andrei Rublev, famoso por sus iconos, le sirve a Tarkovsky para hacer un retrato de la vida social, política y artística en Rusia a principios del siglo XV. Película en la que se estudia un período caracterizado por la invasión de los mongoles y de los tártaros y por la creciente influencia del Cristianismo; una Rusia medieval filmada de manera realista por este gran director (los rostros de los individuos, su ambientación naturalista, recuerdan al pintor realista ruso Iliá Yefímovich Repin que en el siglo XIX ilustró la "Eterna y Santa Rusia"). Tarkovsky creó una película en el que el cristianismo es la esencia de la identidad histórica rusa durante un periodo oscuro y cambiante pero que con el tiempo se convertirá en el Imperio Zarista.
Y en este contexto histórico, Andrei Rublev inicia un viaje iniciático desde que sale de su monasterio (resguardo vital) para conocer la realidad (los hombres y sus miserias humanas, la debilidad de las tentaciones, los rituales paganos frente a la religiosidad cristiana ortodoxa, el lado oscuro y malévolo del hombre). Andrei Rublev también es débil llegando a un conocimiento elevado a través de su viaje interior, doloroso, de introspección existencial. Pero resurgirá como un ave cenit desde la culpa y la fragilidad humana para transformarse por medio de su arte en algo más trascendente. Para Tarkosky religión, filosofía, arte son los pilares sobre los que descansa el mundo, y fueron inventados por el hombre para condensar la idea de infinito.
Película que invita a la reflexión sobre nosotros, el hombre contemporáneo, sobre el arte y su esencia y su lugar o función en la sociedad, sobre el significado de la existencia y de la fe, sobre valores humanos y el temor a perderlos. Buscar respuesta a los interrogante del hombre en el tiempo que le toca vivir.
Herodoto
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23 de septiembre de 2006
26 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sublime. Entre las grandes obras de arte hay categorías. No todas nos producen las mismas emociones ni inciden en nuestra sensibilidad y en nuestra conciencia con la misma fuerza, dejando una huella indeleble, capaz no sólo de perdurar en el tiempo, sino de ejercer sobre nosotros una influencia casi transformadora. Obviamente, hay un elemento subjetivo. Pero si una creación artística es capaz de sobreponerse a los antojos de la individualidad y a los prejuicios de ciertos conocimientos adquiridos (que han modelado nuestros sentimientos y nuestra percepción de las cosas), entonces es indudable que estamos ante una creación que merece el honorable título de obra maestra.

Este es el caso del filme “Andrey Rubliov”. Por supuesto, la cotidianeidad, las rutinas e incluso las contingencias de la vida diaria impedirán que la contemplación de una obra de arte como el filme de Andrei Tarkovsky nos transforme hasta el punto de hacer de nosotros personas distintas (supuestamente mejores), como le sucediera a Moisés tras el encuentro con la zarza ardiente: al final de la película, al espectador no se le rizarán ni la barba ni la cabellera (sobre todo si padece de alopecia) con un blanco nuclear, ni estará capacitado para separar las aguas del Mar Rojo con el objeto de cruzarlo de orilla a orilla, seguido de todo un pueblo. No. Pero el espectador sensible se sentirá lo suficientemente gratificado como para tener la firme convicción durante un determinado lapso de tiempo de que la belleza salvará al mundo.
Andron
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27 de febrero de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Acabo de llegar de ver del cine 'Andrei Rublev' Андрей Рублёв (1966) de Andrei Tarkovsky. La película se ha emitido como antaño. Nada de DVD's o formatos modernos, sino en 35mm, con las consecuencias lógicas de desencuadres y malas focalizaciones.

Más de tres horas de película en blanco y negro sobre la vida de un pintor de iconos ruso de finales del siglo XIV y principios del XV, el peor plan para un viernes tarde. La sala, de unas 300 butacas, se encontraba prácticamente llena. Al cabo de una hora, más de la mitad de las personas han abandonado la estancia.

Tarkovsky es tan amado como odiado, pero intuyo que la culpa no es suya sino de quienes lo han encumbrado hasta la cima sin mantener un debate serio sobre su cine. Por el contrario, quienes lo critican, no suelen estar acostumbrados al cine más 'pesado' y menos comercial, sin que ello suponga nada bueno o malo, sino un hecho.

La película se encuentra divida en dos partes bien diferenciadas. Durante la primera, he de reconocer que cabeceé varias veces. Los diálogos, si los había, eran obtusos, oscuros y pesados. Apenas había trama que seguir y las imágenes oscilaban entre la oscuridad y los planos picados.

Sin embargo, la segunda parte comienza con una de las mejores escenas bélicas nunca rodadas (similar a la famosa de 'Campanadas a Medianoche' de Orson Welles), con un ataque de la caballería tártara sobre una comunidad de religiosos. Ni incidiré en más aspectos de la película con tal de no disminuir su magia. Sólo mencionar un aspecto de la filmografía del ruso que se me ha hecho evidente con 'Andrei Rublev' más que con otras de sus películas: su capacidad para distanciarse de las escenas que cuenta según va avanzando la película. Los enfoques que utilizada se van desplazando de las escenas centrales, abandona los primeros planos para ocultarse como en una aparente multitud que no el deja ver bien lo que ocurre. Parece como si quisiera huir de lo que nos cuenta y no pudiera, para, finalmente, acabar como acostumbra, cayendo en picado sobre la condición humana, la expiación de la culpa y la comprensión de los semejantes.

He intentado no ser demasiado gafapasta, algo que aborrezco. Si al menos consigo que alguien vea alguna de sus pelis, aunque sea para mandarlo a fregar platos, me doy por satisfecho.
Hantoker
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25 de agosto de 2009
23 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Muy poco se sabe sobre uno de los más reconocidos pintores rusos medievales. Se especula que vivió entre los siglos XIV y XV, y la prueba clara de su importancia en la esfera artística reside en sus iconos religiosos.
Tarkovsky ideó un retrato del artista, probablemente tomando los pocos datos que sobre él se conservan y estudiando sus pinturas. Seguramente intuyó que se trataba de una persona muy sensible, de espíritu dulce y para quien la religión no era una creencia impuesta por el miedo. Contrariamente a lo que imperaba en la época, él desdeñaba el oscurantismo, la extrema severidad y la rigidez del culto cristiano medieval. Para él, el arte no debía estar al servicio de la tiranía ni del terror, sino comunicarse libremente y amablemente con las personas. Las figuras que él plasmaba sobre los muros tenían expresiones suaves que no buscaban infundir temor, sino confianza.
Así, Tarkovsky narró trozos de biografía en los que los ideales del monje Andrei Rublev pronto chocaron contra los de su entorno, entrando en una profunda crisis existencial que repercutió en todos los ámbitos de su vida.
Relata la odisea de un hombre de fe enfrentado a sus dudas y a las tentaciones, sinsabores y sorpresas del mundo. Un hombre y artista que tropieza, que se pierde, que deambula sin saber hacia dónde va, que atraviesa por un período de esterilidad creativa, que conoce el horror, la muerte, el dolor y la esperanza... A la búsqueda de su propia verdad, porque él no puede llamarse a sí mismo artista si no es fiel a su naturaleza.
Pero dicha odisea comenzó demasiado mal para mí. En esta ocasión los recursos de Tarkovsky, sus imágenes simbólicas, su cámara paciente, su lenguaje visual repleto de significados a veces difíciles de discernir, sus elipsis y sus saltos han creado a mis ojos una amalgama poco empática. El trabajo de los actores es bastante digno de elogio (salvo alguna escena algo fallida) y aparecen algunas secuencias que consiguen rescatar mi tambaleante atención. Aparte de eso, nada consigue borrarme el mal sabor general.
Me ha parecido una biografía que no me ofrece el suficiente interés para soportar airosamente las tres horas que dura, incluso apreciando algunas de sus posibles cualidades.
Vivoleyendo
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