Las 13 rosas

La Guerra de los Cien Años fue un conflicto que tuvo a la Europa del medievo bastante fastidiada, ya que aunque los protagonistas eran esencialmente franceses e ingleses, casi todo el continente estuvo en uno u otro momento implicado. El caso es que a veces parecía que la tregua era definitiva, pero a los pocos años volvían una y otra vez a darse estopa. Así estuvieron 116 años.

Los españoles como somos más chulos que nadie, queremos mejorar esa marca y seguimos con la Guerra Civil. Ya llevamos más de 70 años, y no tiene visos de terminar pronto, no hace falta más que leer los periódicos, ver los telediarios o tomarse un café en el bar de abajo. O ir al cine también. Seguimos tratando el conflicto con revanchismos, con saña, con mala leche, sólo se procura herir a una parte y meter veneno a la otra. ¿La objetividad? Eso para los científicos.

Pues nada, mientras a algunos jóvenes les sigue lavando el cerebro la señora vicepresidenta del Gobierno con sus charlas en colegios y su Educación para la Ciudadanía, su facción “intelectual” continuará produciendo semejantes productos que serán, faltaría más, bien premiados en la Gala de los Premios Trola.

Y es que al menos si fuera buena... pero si está al nivel de un episodio cualquiera de “Amar en tiempos revueltos”.

Por cierto casi 7.000 religiosos, incluidas monjas, fueron asesinados en la Guerra Civil. Son unos cuantos como para que no se haya hecho ni una triste película. Venga Martínez-Lázaro, que aunque no te vayan a dar premios por el argumento por lo menos ganarías en dignidad.

¡Qué país cainita el nuestro!

En principio íbamos a ver “El orfanato” pero ya no había buenas localidades y uno de nuestro grupo comentó que nos metiéramos a esta. Una parte del grupo apoyó la moción pero la mayor parte permaneció en silencio, salvo un par de personas que fuimos políticamente incorrectas y manifestamos que no nos apetecía mucho porque nos parecía que iba a ser: "otra película sobre la Guerra Civil llena de los topicazos de siempre, mal dirigida y peor actuada. Y por supuesto muy subvencionada, con lo que ya habíamos pagado por ella por lo que no me apetecía volver a pagar por ella”. A lo que mi interlocutor me respondió: “Bueno, a ti te gusta la historia y esto ocurrió de verdad”. Touche. Acepté el duelo y lancé mi estocada. “Es verdad, me gusta la historia e incluso me he leído el libro en el que está basada la película. Pero a ti te gusta el cine, y si esta película no te gusta porque es la típica españolada sobre la GCE, me pagas el cubata”.

Tras acabar de verla pensé que debería obligarse a los futuros cineastas españoles a ver el bodrio de “Raza”. De esa forma sabrían lo que es una película mala y no cometerían los mismos errores. Lo malo es que se supone que el director de “Las 13 rosas” no es un principiante, (aunque si uno ve “el otro lado de la cama” lo pondría en duda). El primer error consiste en no hacer otra película sobre la Guerra Civil Española pero usando color rojo en lugar de azul. El segundo es que alguien debería explicarle que estamos en el años 2007, en el siglo XXI, y que los topicazos y estereotipos de los villanos del año 1940 hace tiempo que pasaron de moda. Aunque quizás eso indique que este país sigue con el sempiterno retraso en el tren de la historia.

En mi opinión no hace justicia a la historia contada en el libro de Fonseca. Ver zona spoiler para resto de crítica

En el aspecto cinematográfico, además de hacerse bastante larga, deberían intentar cuidar los efectos especiales digitales. Hay algunas escenas en que cantan mucho los “Copiar y pegar” de clones de multitudes.

Por cierto, en el pub me pedí un Cardhu. Su sabor es mucho mejor cuando te sale gratis.

Tramposilla y manipuladora, la enésima película de "buenos" (los rojos angelicales) y "malos" (los diabólicos fascistas asesinos de niñas) en la Guerra Civil no hace mucho más que abogar por un vergonzoso partidismo -aquí se hace patente de dónde viene parte del dinero para hacer estas películas-, un dramatismo superficial y forzado y un abuso muy autoconsciente de las emociones de cierto sector ideólogico del público.
La muerte de las trece chicas fue injusta y terrible, es cierto. No es necesario regodearse en los detalles más relamidos y sentimentaloides del encarcelamiento de las muchachas ni incurrir en cursilería ni diálogos de manual. También el asesinato de un guardia civil y dos personas más en un atentado socialista por el que se condenó injustamente a las protagonistas fue un acto lamentable, pero en eso no convenía tanto hacer hincapié.
Pero lo que definitivamente desluce el brillo de estas rosas es la irregularísima labor del elenco, en el que se mezcla lo mejor y lo peor de las juventudes actorales de este país. Asusta ver el abismo que media entre la buena labor de actrices como Marta Etura o Nadia de Santiago y las espeluznantes intervenciones de gente de tan bajo perfil como Fran Perea y Leticia Savater. Un casting más adecentado hubiese sido de agradecer además de un mejor guionista y una dirección más firme. En resumidas cuentas, lo que queda al final es una ñoñez con personajes que nunca acaban resultando demasiado creíbles y la enésima revisión histórica con el ojo puesto en el blanco y el negro y no en los sutiles grises.

Mejores, peores... más, menos afortunadas....

Todas me parecen necesarias.

Y además me alegro de que una nueva hornada de actices jóvenes tomen partido y se impliquen en películas que traten estos temas.

Por la sóla razón de que un/a chico/a de la generación de la "play" la vea y pregunte: "y Franco mató a esas chicas?" merecerá la pena.

Se podrá criticar más o menos la forma pero el hecho está ahí y esta película rescata los hechos y los llevá a las mentes presentes. Y eso lleva un valor asociado innegable.

Las películas que sobre la guerra civil se tienden a hacer en nuestro país son propensas a seguir el mismo tipo de patrón. Con un evidente objetivo de denuncia, la obra resultante termina siendo inverosímilmente mitificadora. Moviéndose siempre en el exagerado discurso de sus protagonistas, estos terminan por alejarse del espectador actual, que no siente ninguna implicación ante la desmesurada plasmación de su espíritu reivindicativo.

Los discursos se corresponden más bien con lo que nos gustaría que hubieran sido que con lo que realmente fueron. Un ejemplo lo encontramos en la escena que abre la película, en la que dos de las trece rosas aparecen entarimadas reclamando a los cuatro vientos que la paz de nada sirve sin libertad. Ni se las creían los vecinos del pueblo que las escuchaban ni, por sobreactuadas, nos las terminamos de creer los espectadores.

En ese terreno de inverosimilitud se mueve la primera mitad del filme, entre decorados y vestuario más propios de ‘Amar en tiempos revueltos’ que de una producción ambiciosa y situaciones forzadas como la que vive la rosa Verónica Sánchez con un matrimonio fascista en un tranvía de Madrid. O la que presencia todo un pueblo cuando unos soldados golpean a unos pobres viejecitos por no saberse la letra del ‘Cara al sol’ y que tanto recuerda a escenas similares de ‘El pianista’ o ‘La lista de Schindler’. Todo ello, como decimos, forzado y poco creíble.

La primera parte de ‘Las 13 rosas’ también se encarga de presentarnos a tan hermosas damas, haciendo hincapié, eso sí, en algunas más que en otras, de manera que el lucimiento y la palma se la llevan una sorprendente Verónica Sánchez y la más que convincente Pilar López de Ayala. Sin duda, el elenco de actrices contribuye a dar credibilidad a una película que aumenta en realismo a medida que avanza el metraje. Desde el momento en que las protagonistas ingresan en prisión se acrecienta el valor interpretativo de sus actuaciones, aunque de nuevo algunas escenas vuelven a pecar de excesiva artificialidad (¡esa escena en el patio de la prisión con las niñas bailando claqué!). A las interpretaciones se suma el impresionante papel de Goya Toledo como carcelera fría pero contenida y que tanto recuerda también al que en su día protagonizó Leonardo Sbaraglia en ‘Salvador’.

Ambos filmes se crecen de manera impresionante a medida que avanzan. Y ambos desembocan en un desgarrador final que, de tan realista, encoge el estómago. El espectador sufre y siente miedo para terminar con lágrimas en los ojos. La mejor manera, sin duda, de llegar a la conciencia. Ambas películas, en cambio, cometen también el mismo error: edulcorar un final que cumple mejor su cometido en la cruda realidad con mensajes lacrimógenos y declaraciones de intenciones que no hace falta resaltar. Ambas son, sin embargo, necesarias para no olvidar.